miércoles, 30 de diciembre de 2015

Las mejores lecturas de 2015

Soy de las que disfrutan haciendo listas y balances. Me encantan ésas entradas que van apareciendo a finales de año con las mejores lecturas, las peores, los autores, los descubrimientos, los retos…

Ha sido un año de muchas lecturas, casi setenta libros, y algunas de ellas, muy buenas. Intento recoger aquí las que a mí más me llegaron. El método ha sido sencillo. Me he sentado delante de la lista y he ido anotando aquellos que, al leer el título, me provocaban un vuelco en el estómago. Ha sido pura casualidad que hayan salido diez. El orden podría ser casi aleatorio, a excepción de “Últimas tardes con Teresa”, de Juan Marsé, y “La mala luz”, de Carlos Castán, que han sido sin ningún género de duda mis favoritas de este 2015.

Allá vamos.

“Últimas tardes conTeresa”, por Juan Marsé. El catalán era uno de ésos  autores que uno van postergando cada año, sin razón alguna. Quería ponerle remedio y decidí hacerlo con su título quizá más emblemático. De la novela me llevo a tres personajes que me sacudieron y me emocionaron como nunca, especialmente mi Maruja, y el magistral ejercicio de ambientación de la Barcelona de los años cincuenta que hace Marsé. Pero sobre todo, me llevo unas ganas tremendas de repetir con el autor a lo largo de este 2016. Se admiten sugerencias.

“La mala luz”, por Carlos Castán. Mirad la portada de “La mala luz” y ya sabréis que esperar de su interior. La novela de Castán es una narración evocadora, deliciosa, tan íntima que te asfixia. Poblada de larguísimas frases, juegos de palabras y reflexiones sobre la vida, el amor y la muerte, “La mala luz” es densa, espesa, triste y hermosa. Hay que leerla.


 “Los años de peregrinación del chico sincolor”, por Haruki Murakami. Quizá la novela más sencilla de Murakami, la más alejada de ésos universos oníricos que han espantado a más de dos lectores que se han acercado a sus escritos, conserva también la magia de la prosa del japonés.

“El nadador en el marsecreto”, por William Kotzwinkle. Cuando Navona decidió llamar Ineludibles a esta colección, supo bien lo que hacía. La breve novela de Kotzwinkle es una sacudida, un puñetazo a las emociones que conserva, sin embargo, una belleza brutal.

 “Paranoia”, por Franck Thilliez. El autor francés es una constante en mis lecturas a lo largo de los últimos años. Y es que desde “El síndrome E”, congeniamos bien. Este año le tocó a una historia al margen de la saga de Sharcko y he de decir que no eché de menos al inspector. Thilliez teje un thriller que hace honores a su título, dejando al lector descolocado constantemente e invitándole a colocar las piezas por sí mismo.


“Nos vemos allí arriba”, por Pierre Lemaitre. Leí en febrero “Vestido de novia” y pensé que Lemaitre no podría llegar más arriba. Pero el autor francés volvió a dejarme sin palabras con “Nos vemos allí arriba”, una novela que está en las antípodas de sus anteriores obras. Ni rastro de thriller, ni rastro de ésa atmósfera oscura y asfixiante de “Alex”, nada que ver con los giros imprevisibles de “Vestido de novia”. Aquí Lemaitre hace gala de un humor delicioso y de una sensibilidad desconocida  para sus lectores y, sobre ambos, construye la historia de Albert y Edouard, dos soldados que debieron haber muerto en la trinchera.

“Las flores de la guerra”, por Gaeling Yang. La autora china ha sido otro de los grandes descubrimientos de este año. En “Las flores de la guerra” nos acerca a la masacre de Nanjing, ocurrida en 1937, a través de los ojos de los habitantes de la parroquia de Santa María Magdalena. Sacerdotes, niñas y prostitutas conviven bajo el horror de las balas, trayendo a la palestra un hecho histórico de los que sacan los colores al ser humano.


“Un millón de gotas”, por Víctor del Árbol. Fue esta una de ésas historias en las que me costó tanto entrar como salir. Las primeras doscientas páginas se me hicieron muy cuesta arriba, la trama me resultaba demasiado áspera, demasiado dura, me avasallaba emocionalmente. En algún momento me hice con ella y me terminó pareciendo una de las mejores de este año que termina.

“No está solo”, por Sandrone Dazieri. Dentro del género del thriller, me quedaría sin duda con el descubrimiento del italiano Dazieri y su novela debut.  “No está solo” es eléctrica, puro nervio, y nos presenta a dos personajes que os dejaran con ganas de más.

“Lo que mueve el mundo”, por Kirmen Uribe. Una de las últimas lecturas del año, esta biografía novelada del intelectual Robert Mussche se convirtió en una deliciosa compañía en una noche muy larga. Espero volver en breve a la prosa del autor vasco.

sábado, 26 de diciembre de 2015

"Lo que mueve el mundo", por Kirmen Uribe.

- […] En mi opinión, lo que importa es algo que no aparece en el texto, que está entre líneas. 
- ¿El encanto? 
- Yo no usaría esa palabra. Prefiero llamarlo impulso. Cuando en un libro detectas la presencia real del autor, cuando sabes que nadie te podrá contar esa historia mejor que él, cuando no puedes dejar de escuchar su voz…[...]


Encanto e impulso, ambos están muy presentes en esta versión novelada de la vida del intelectual Robert Mussche contada por Kirmen Uribe. Y sobre todo, está la permanente sensación de que nadie podría contar esa historia como lo hace él.

No conocía la figura de Mussche, apenas sabía nada de ésos niños vascos que acabaron en un barco rumbo al exilio allá en mayo de 1937 en busca de un lugar mejor y, sin embargo, me encontré con este libro entre las manos. A veces son ellos los que nos encuentran. Del mismo modo que fue la figura de Robert Mussche la que se cruzó, casi por azar, con el autor vasco; de ésa misma forma casual, tonta, “Lo que mueve el mundo” me acompañó a lo largo de una noche especialmente larga, en vela obligada. Y no sabéis cuanto bien me hizo…

Tras el bombardeo de Gernika, miles de niños vascos salieron del puerto de Santurce rumbo a Europa. Así llegó la pequeña Carmen a la vida de Robert Mussche, alterando su pacífica existencia. Y tanto le marcó que llamaría también Carmen a su hija biológica, nacida años después, y que nunca llegó a conocer a su padre. Es ella la que aporta a Uribe los instrumentos necesarios para que él novele la vida del intelectual, el luchador, el padre, el amigo, el compañero ausente. Desde la llegada de Carmen hasta el infierno del campo de concentración, la prosa de Uribe narra la historia de Mussche con una sensibilidad fuera de lo común, llenando de luz incluso los pasajes más tristes y aterradores que os podáis imaginar. Dotando de belleza a lo horrible, obligándote a parar a respirar…

“Lo que mueve el mundo” es una novela triste y hermosa a partes iguales, esperanzadora a pesar de la pena,  obligada para aquellos que saben disfrutan del simple acto de leer y enredarse en las palabras, para los que saben dejarse llevar por las letras. En la novela de Uribe se habla del amor, de la ausencia, de ésas cosas grandes de la vida, pero de forma sencilla, íntima, como si te las contaran al oído.  Ojalá siempre hubiera alivios tan efectivos para las noches en vela…

lunes, 21 de diciembre de 2015

"No está solo", por Sandrone Dazieri.

Niños que desaparecen, investigadores atormentados y un ritmo endiablado. A primera vista, nada nuevo bajo el sol. Pero hay algo en la novela de Dazieri que ha hecho de ella el mejor thriller que ha caído este año en mis manos. Y es que el italiano coge todos ésos elementos tan propios del género y los estira hasta el paroxismo, regalándonos un par de protagonistas con una personalidad brutal que sostienen una trama enrevesada hasta la extenuación. Y lo hace, sin embargo, de forma que el lector no se siente forzado ni avasallado. Vaya, que no cansa.

Parece obligado que haya, en este tipo de historias, una pareja de investigadores en el que uno de ellos sufra incansablemente por algo que le ocurrió en el pasado. Rizando el rizo, aquí tenemos a dos protagonistas que están para que los aten. Por un lado Colomba Caselli, chica dura, policía curtida y mujer atormentada por lo que llaman El Desastre. Su compañero de fatigas será Dante Torre, tan genial como insufrible, claustrofóbico, maniático, obsesionado con el café y con El Padre, que le mantuvo secuestrado en un silo durante toda su niñez. ¿Alguien da más?

Pues sí, hay más. Porque la investigación que se llevan entre manos nos conduce de giro en giro, con una acción perfectamente dosificada. Los capítulos se beben a sorbos cortos, el licor es fuerte pero no empalaga y uno siempre acaba pidiendo otro. Lo malo ya lo sabéis, podéis acabar ligeramente mareados si se os va la mano. Hay que tomarse el tiempo necesario entre las tomas para digerir cada nuevo paso en la investigación y no acabar abrazado a la caja de aspirinas.

“No está solo” es una de ésas novelas de ritmo endiablado, febril, no especialmente novedosa en ningún aspecto pero que a pesar de ello, funciona como un mecanismo de relojería y acaba conquistando al lector gracias al desarrollo de dos protagonistas con personalidades muy marcadas y una química brutal que se palpa desde los primeros compases. Si os gusta el thriller, la tenéis que leer. Sin más.


jueves, 17 de diciembre de 2015

"Emma", por Jane Austen.

Confieso que nunca pensé publicar esta reseña. Me comprometí en su día a leer “Emma” a propuesta de Carmen, del blog Carmen y amigos, pero el tiempo, las páginas y las circunstancias se me echaron encima. Acabé la novela con sensaciones encontradas, sin saber todavía si me había gustado o no, y con el plazo terminado para contar mis impresiones. Pero resulta que Carmen ha tenido a bien concedernos una pequeña prórroga a las rezagadas y aquí estoy, poniendo en orden mis ideas…
Confieso que ha sido este mi primer encuentro con Jane Austen, e imagino que ha de ser imperdonable llegar a estas edades, con tantas páginas a las espaldas, sin haber tocado a la gran dama de la novela inglesa. Pero que es …

Confieso que me cuestan los clásicos más clásicos. Aún más si se encuadran dentro de géneros que ya de por sí se me hacen bola. Porque una cosa es Poe, y otra cosa es Jane Austen. Gatos negros bien, pero la Regencia la llevo regular.

Confieso que dudé de mi capacidad de terminar “Emma”. Sin entrar en el terreno de las circunstancias personales, “Emma” se me atragantó en algún momento de su desarrollo central y logró exasperarme. No lancé el libro por la ventana porque era una edición preciosa, ilustrada y deliciosa de ésas que hace Alba Editorial. Pero si llego a tener entre manos una edición de bolsillo, de ésas de andar por casa, habría arrancado sus páginas, cuan heroína victoriana, y habría gritado que me dejasen a mí casarme con el señor Knightley antes de sucumbir al vahído. Por suerte no lo hice, y al final casi sentí algo parecido al cariño por la insufrible señorita Woodhouse. Porque…

Confieso que Emma me ha parecido el colmo de lo insoportable. La chiquilla aún en su ser todas las cualidades que detesto en una persona. Quizá parte de la culpa es mía, porque esperaba encontrar, en mi encuentro primero con Jane Austen, algo más de drama y mucho menos de chascarrillo. Pero resulta que la inglesa tenía un estupendo sentido del humor, y esculpió un personaje con el que, estoy segura, se divirtió muchísimo. No tanto el lector, que termina superado por los tejemanejes y la soberbia de Emma. Muchas páginas han de pasar para que se siembre la semilla del afecto, y otras tantas para que uno entienda que Emma es lo que es, con sus circunstancias, y que quizá no le quedó más remedio que ser así.

Confieso que todo lo contrario me ha ocurrido con su padre, el tierno y gruñón señor Woodhouse, siempre al borde del colapso y la enfermedad mortal, víctima potencial de cualquier corriente mal soplada. Tendrá mucho que ver que me ha recordado mucho a una personita muy mayor y muy asustada con la que convivo cada día, y se me ha antojado todo ternura.
Confieso que he atisbado en “Emma”, a pesar de lo que me ha costado leerla, las bondades que esperaba hallar en la literatura de Jane Austen: su prodigiosa construcción de los personajes y la deliciosa ambientación de la vida inglesa durante la época victoriana. Y es que aquí, el lector tiene la fortuna de que Emma sea mujer de noble cuna, y a través de ella vislumbramos los quehaceres de las damas de la época: paseos bajo la sombrilla, visitas de cortesía, bordados y cenas de gala.


Confieso que he terminado alegrándome de haber leído “Emma”. Primero, por haber salido del área de confort para adentrarme a una historia que está en las antípodas de mis lecturas habituales. Y segundo porque me ha dado pie a querer continuar leyendo a Jane Austen, aunque con otro título. ¿Me recomendáis alguno? 

lunes, 14 de diciembre de 2015

"El final del Ave Fénix", por Marta Querol.

“Otra noche más. Tal vez fuera la última. Envuelta en la luz mortecina de aquella habitación la veía respirar desde mi cama, gemela a la suya, con esa dificultad propia de quien está llegando a su final, pero con la determinación de quien nunca se ha rendido.”

Con estas tres líneas comienza “El final del Ave Fénix”, de Marta Querol. Un prólogo que merece, por sí solo, la lectura de las más de 500 páginas que componen la novela. Un puñado de páginas iniciales absolutamente sobrecogedoras, tristísimas, bellas. Asistimos con Lucía, de su mano, a la agonía de Elena, su madre. Un instante universal, comprensible, imaginable y doloroso para cualquiera, narrado con una deliciosa delicadeza. Terminé ésas primera páginas con lágrimas en los ojos y realmente tocada, pero también movida por la curiosidad necesaria para afrontar el viaje al pasado, a la historia de Elena Lamarc, esa pobre niña rica que, como el Ave Fénix, se verá obligada a resurgir una y otra vez de sus cenizas.

Elena Lamarc nace en los años previos a la Guerra Civil, en el seno de una familia rica pero profundamente infeliz. Marcada por su condición de hija no deseada, Elena se empeña en abrirse camino en la vida por sus propios medios en un tiempo en el que las mujeres estaban llamadas a dedicarse a sus labores. Su camino se cruzará con el de Carlos Company, y entre ellos surgirá una relación complicada, difícil, apenas salpicada de romanticismo.

No es Elena Lamarc un personaje amable, con el que lector sienta la necesidad de empatizar, a pesar de sus miserias. Quizá porque ella misma se resiste a ser una víctima de su tiempo y sus circunstancias, y las mujeres fuertes, con demasiado carácter, no gustan en general. A mí sí me inspiró mil sentimientos, a pesar de su aparente frialdad y fortaleza. Sentí pena por ella, sentí rabia, a veces no la entendí. Pero la vida, a veces, nos forja un carácter que no es el más agradable, pero sí el único posible.

“El final del Ave Fénix” es una historia que, a pesar de dedicar gran parte de su narración a contarnos una historia de amor, apenas nos deja algún instante de romanticismo. La relación entre Carlos y Elena está demasiado marcada por su tiempo, por los negocios y la soberbia. A ratos, lo reconozco, eché de menos un pequeño bálsamo, algún instante en el que todo resultara menos áspero, menos duro.

Contado así, quizá no estoy incitando precisamente a su lectura. Pero no me entendáis mal. Todo lo contrario. Me ha encantado la forma de contarlo de Marta Querol, la fortaleza y la fuerza que se desprenden de las páginas de su novela. Pero es una novela para leer con el cuerpo confortado y buen ánimo, sin prisa ni prejuicios. 

jueves, 19 de noviembre de 2015

"Erebos", por Ursula Poznanski.

Me hago mayor. La copita de vino relajada le ganó la partida al cubata de después y ahora, incluso me gustan los domingos, en lo que ya cambié la resaca por la manta. Hasta hace muy poco, disfrutaba con una enana colando un puñado de novelas juveniles entre mis lecturas anuales. Y ahora, en noviembre, me doy cuenta de que en todo este año no he leído ninguna. El mes temático me pareció la excusa perfecta para ponerme a ello, y dado que hace nada que había estrenado con Ursula Poznanski y me había gustado su estilo, decidí darle una oportunidad a una de sus novelas juveniles, “Erebos”, publicadas previamente a la saga de novela negra protagonizada por Beatrice Kaspary. Y me he sentido tan mayor…

En los institutos de Londres empieza a circular un juego informático llamado Erebos. Las reglas son estrictas: juegas siempre solo, tienes una sola oportunidad y no puedes hablar con nadie de ello. La adicción a Erebos se extiende como la pólvora y las pruebas que el juego exige empiezan a afectar a la vida real. Si estás dentro, malo. Si estás fuera, peor.

Me atrajo de “Erebos”, sobre todo, un planteamiento que me recordó a “La tienda” de Stephen King. Esa especie de efecto mariposa que se crea cuando alguien realiza un acto, a primera vista inocente, y sus consecuencias tienen lugar en otro espacio. También me recordó Erebos a aquellos tiempos de instituto en los que los juegos de rol, amigos, eran el mal. Corrían los noventa, éramos menos sofisticados pero teníamos nuestras propias fobias.

El problema es que todo lo que me condujo a la lectura de “Erebos” fue un error. La relevancia del juego en la vida real toma protagonismo demasiado tarde en la trama que teje Poznanski. Además, pasaron los noventa y yo me he hecho mayor. Igual se me pasó el arroz de la novela juvenil. O es que Suzanne Collins puso el listón muy alto dentro del género. Yo qué sé.

La cuestión es que no me he encontrado cómoda leyendo “Erebos”. Se me ha hecho larga y repetitiva, le ha faltado dinamismo y algo más de carácter a sus personajes. Y además, hay una historieta de amor más edulcorada que la Coca Cola que no me habría creído ni en los noventa, con todo el pavo encima y bajo el influyo de la música de los Backstreet Boys. Ni por ésas.

La cuestión es que te la recomendaría solo si tu edad te la permite, si nunca has llevado hombreras y aún bebes Fanta en los cumpleaños. No es de ésas novelas juveniles que valen para mayores. Hay demasiados elfos, demasiadas taquillas en poblados pasillos de instituto, demasiado genio informático, demasiado azúcar. Demasiado para mí, que hace tiempo que me pasé al café solo con sacarina.


martes, 10 de noviembre de 2015

"En la piscina vacía", por Félix Sabroso.

“En la piscina vacía” aborda, una vez más, el mito del escritor de éxito bloqueado, incapacitado para hilar las letras que, además de darle de comer, le exorcizan los demonios. La novela de Félix Sabroso nos ofrece una versión elaborada con una prosa compleja y muy reflexiva. Una apuesta arriesgada que no ha cuajado entre los lectores que participamos en su lectura. Y aquí estoy, intentado contaros, después de las decenas de reseñas no demasiado positivas que habréis leído, qué me ha parecido a mí. Y no sé por dónde empezar…

Es difícil reseñar cuando una novela te ha gustado mucho, del mismo modo que cuesta afrontar el cómo y de qué forma vas a decir que no te ha gustado nada. Pero también tiene su miga cuando no lo sabes. Y eso me ha pasado. Que no lo sé.

Reconozco que no me resultó demasiado molesta ésa prosa tan densa, tan poblada de micro reflexiones, pequeñas en tamaño y letras pero, casi constantemente, abultadas de significado. Lo que chirría, conforme uno va avanzando por la trama que nos plantea Félix Sabroso, es que ése estilo no casa con la historia que nos está contando. No puedes ahondar donde no hay profundidad para hacerlo. Así de sencillo, así de complicado.

La trama del escritor asediado por la culpa se desinfla por capítulos, el lector avispado ve venir el desenlace a distancia, y mientras la historia hace aguas, las formas siguen siendo las de una gran obra. Forma y contenido se desentienden el uno del otro, y el resultado es una novela extraña, curiosa más por cómo está escrita que por aquello que tiene que contar. Y a pesar de ello, contiene unas cuantas píldoras de ésas de señalar con pegatinas de colores que me han gustado mucho. Félix Sabroso habla con gusto y mucho tino de temas como la soledad, el sentimiento de culpa, las ansiedades que nos ponen patas arriba el día a día. Y ahí sí he disfrutado, de pleno, de lo que el autor quería contar.

“En la piscina vacía” es una novela para lectores curiosos, también para ésos que valoran la forma sobre el fondo o para aquellos que quieran romper con sus lecturas habituales. 

viernes, 6 de noviembre de 2015

"Estricnina", por Mercedes Sáenz.

“A los once años yo era un niño huérfano de madre. Mantenía intactas, sin embargo, la sonrisa y la inocencia. Pero leer aquella carta me convirtió en el hijo de una mujer asesinada y vengar su muerte, en un homicida.”

Así da comienzo “Estricnina”, asestando un puñetazo brutal al lector, contándole a las claras que aquel que te contará la historia, tu hilo conductor, tu narrador, es un asesino. Sus motivos también se exponen en las primeras páginas. Sin embargo, esa contundencia inicial da paso, muy pronto, a una historia mucho más sosegada y costumbrista, plagada de referencias a la niñez y la inocencia.

Ignacio es un tipo anodino, un hombre gris como su pasado, gris como su repentina transición a la madurez cuando descubre que el cura para el que ejercía de monaguillo fue el asesino de su madre. En un arrebato de ira, Ignacio acaba convirtiéndose en el verdugo del párroco. Años más tarde, el azar le lleva a reencontrarse con Adeline, la niña francesa que veraneaba en su barrio. Y al volver a ella, ha de retornar también a su pasado.

Contada en dos líneas temporales alternas, me ha parecido especialmente lograda la más antigua de ella, la que se ubica en la niñez del protagonista en Logroño. Quizá porque la ambientación resulta entrañable para una niña de pueblo como yo, que también jugaba en la calle Datrás y Dalante. Mercedes Sáenz logra dibujar con mucho acierto a esa ciudad pequeña, con aroma a pueblo, en el que las beatas conforman casi un movimiento social que hace y deshace, que todo lo conoce.

No me ha entusiasmado tanto la línea temporal ubicada en la actualidad, quizá porque toda ella se impregna del carácter deslavazado de Ignacio. Me ha parecido que la puesta en marcha de los engranajes que conducen al protagonista hacia su pasado resulta algo forzada, plagada de pequeñas casualidades y de algún comportamiento que no he terminado de entender.

El estilo de la autora me ha sorprendido gratamente, me ha parecido que su prosa era la de alguien con más oficio y no parece, en ningún caso, la propia de una primeriza en esto de las letras. Desprende además un aire de nostalgia que casa a la perfección con la historia que nos está contando. El único pero que le pondría es que he encontrado ciertas expresiones que me han resultado chocantes, quizá porque introducen una nota de humor que me sonaba discordante con el resto.

“Estricnina” me ha resultado una lectura grata, bien narrada y tejida, ambientada entre Logroño y Mérida, dos parajes que la literatura patria no frecuenta con asiduidad y que quizá, por eso mismo, me ha resultado tan agradable transitar. A pesar de algunos aspectos a pulir, me quedo con la sensación de que estamos ante una autora a la que hay que seguir la pista.


miércoles, 28 de octubre de 2015

"Pájaros ciegos", por Ursula Poznanski.

A veces los libros nos encuentran a nosotros. “Pájaros ciegos” viajaba en mi bolso, de aquí para allá, escrito en mi libreta de lecturas desde hace meses. Supongo que si estás leyendo esto, tú también tienes siempre a mano tu libreta de lecturas, ésa en la que haces listas de pendientes, apuntas lo que has leído, lo que quieres leer, lo que tienes que leer. El título de Ursula Poznanski llegó a mí gracias al reto que Mónica organiza en su blog, Serendipia Recomienda, de manos de Agniezska. Ahí llevaba varios meses, bajo el epígrafe de los que quiero leer, cuando me encontró. Y tan contentos nos fuimos los dos a casa.

El castillo reluce. Y, apoyándose en las paredes blancas,
la añoranza con manos inciertas avanza.
Los relojes en el castillo están parados: muerto el tiempo.

“Pájaros ciegos” es el segundo volumen de la saga protagonizada por la agente de la policía de Salzburgo  Beatrice Kaspary y su compañero Florin Wenninger. He de decir que empecé la novela sin saber que había una historia previa y que, a pesar de algunas alusiones a la trama anterior, no he echado de menos leerla. Vaya, que se pueden abordar de forma independiente sin problema.

En esta ocasión, Beatrice y Florin se enfrentan al asesinato de una joven pareja que es hallada muerta en los bosques. Ella estrangulada, él víctima de un disparo. La teoría del asesinato pasional y el suicidio pronto se debilita, especialmente cuando Beatrice descubre que ambos eran miembros de un grupo de Facebook de aficionados a la poesía. Como veis, nada nuevo bajo el sol. En principio.
Reconozco que conforme avanzaba en la historia me preguntaba el por qué de la recomendación de Agniezska. Frecuento su blog, me gustan mucho sus reseñas y creo saber qué tipo de historias le gustan. Y echaba de menos algo. A pesar del componente de la poesía, que otorga un añadido a la trama de Poznanski, pensé en todo momento que debía de haber algo más. Y efectivamente lo hay, pero no seré yo quien os lo cuente.

La prosa de Poznanski es solvente, sencilla y amable para con el lector. No se empeña en figurar, sino que actúa como vehículo para contar su historia, sin más. La trama va de menos a más, y a pesar de un planteamiento aparentemente simple, va ganando en complejidad conforme avanza, rematando con unos últimos compases de gran intensidad y llevándonos a un terreno en el que en ningún momento imaginé que acabaría, pero que mereció la pena visitar, a pesar de su dureza.

Siempre es satisfactorio que una novela que nos ha gustado cale en otro lector de la misma forma que lo hizo en nosotros. También lo es acudir a una recomendación y salir de ella con ganas de repetir. Así que yo os invito a leer a Poznanski, yo repetiré en breve.


domingo, 25 de octubre de 2015

La semana que nos espera (59)

Estoy leyendo

 

Mi semana ha sido caótica y con ella, mis lecturas. El martes tenía previsto empezar a leer "Todo lo que muere" de John Conolly. Justo ese día llegó a casa "Estrictina" de Mercedes Sáenz. Y como soy tan débil, los empecé los dos y leí un poquito de cada uno. Apenas he podido avanzar con ambos a lo largo de la semana.
En digital, estuve  curioseando autores para ir completando retos y me topé con "Venganza" de Jorge Urreta. Le estoy echando un vistazo a un fragmento y por el momento, tengo sensaciones encontradas.
Por otro lado, quiero ponerme ya con "Emma" de Jane Austen para la lectura organizada desde el blog Carmen y amigos.
Y así pues, aquí tenéis un claro ejemplo de aquello de que "el que mucho abarca, poco aprieta".

Reseñas


Esta semana me toca reseñar una novela negra que me ha gustado mucho, "Pájaros ciegos" de Ursula Poznanski. Este título llegó hasta mí gracias al reto organizado por Serendipia y con él lo doy por completado, aunque espero leer alguna recomendación más incluida en él.

Además, os traeré mi participación en el mes temático de la novela juvenil, infantil y la no novela y mis propuestas lectoras, por si os apetece acompañarme.



Sorteos


Mundos de lectura nos invita al sorteo para la posterior lectura conjunta del cuarto volumen de la saga Millenium, "Lo que no te mata te hace más fuerte".
Hasta el 30 de Octubre.
Bases.








Caminando entre libros vuelve a la carga con su tradicional sorteo de Halloween que incluye libros y chuches, ¿qué más se puede pedir?
Hasta el 31 de Octubre.
Bases.



Últimas horas para participar en el sorteo de cinco ejemplares de "¡Zaska!" de Martina Klein en el blog Libros que hay que leer.
Hasta el 26 de Octubre.
Bases.








El blog No solo leo celebra su tercer aniversario con un sorteo para cinco ganadores.
Hasta el 29 de Octubre.
Bases.



Albanta, del blog Adivina quien lee, sortea dos ejemplares de "Elvira" de Rubén Angulo.
Hasta el 31 de Octubre.
Bases.







El blog Entre libros siempre sortea un ejemplar de "Criaturas fantásticas" de Neil Gaiman.
Hasta el 1 de Noviembre.
Bases.



En el blog Entre páginas perfectas, sorteo de un ejemplar de "La reina roja" de Victoria Aveyard.
Hasta el 1 de Noviembre.
Bases.








Sorteo de un ejemplar de "El rastro del miedo" de Laura Griffin en el blog Entre libros siempre.
Hasta el 1 de Noviembre.
Bases.

jueves, 22 de octubre de 2015

"La botella del náufrago", por Antonio Jiménez Barca.

Cuando una novela de apenas 270 páginas te dura más de cuarenta días, algo no va bien. A veces, como en el amor, es simplemente un “no eres tú, soy yo”. Al final, “La botella del náufrago” y yo quedamos como amigos, sin enfados, sin malestar, pero sin nada memorable que recordar. Y es verdad, no fue su culpa. Fui yo, fue mi apatía, fueron los astros que andaban mal alineados. Posiblemente en otro tiempo, en otro momento, habría sido una historia que podría haberme gustado mucho.

Una terrible ola de calor, pastosa e insufrible, azota la capital. No da tregua ni siquiera a medianoche, cuando los locos y los tristes sacan a pasear sus penas a través de las ondas. Julián Chacón escoge las llamadas más deprimentes, las más chocantes, y las pasa a antena. En medio de un ambiente tan lúgubre, le llega a Julián una llamada de auxilio desde el rellano de su escalera. Pronto se verá envuelto en una red de trata de blancas, convertido casi por casualidad en archienemigo de un matón con experiencia.

Me gustan tanto los antihéroes… Julián Chacón lo encarna a la perfección. No tiene nada, ya lo perdió. Vive en un piso anodino, sale a diario a un parque de bancos oxidados a pasear a un perro viejo y cansado; trabaja en un programa radiofónico donde no existe el optimismo. Chacón es un personaje magníficamente construido, pero no lo son tanto sus actitudes, que en ocasiones me han parecido poco creíbles. Quizá porque si eres de verdad un antihéroe, lo más cómodo es seguir saliendo en pantuflas a tirar la basura en lugar de embarcarte en un periplo por los puticlubs de media España. Ya os digo, quizá fui yo, que no estaba por la labor de creer en nada. Al otro lado, como antagonista, un ser despreciable, algo, demasiado maniqueo, demasiado repulsivo, demasiado, demasiado.

La novela se desarrolla como la ola de calor que asfixia a Chacón y sus congéneres, despacio, llena de seres y ambientes sórdidos, deprimentes, que se meriendan tu estado de ánimo sin que te des cuenta. Quizá por eso me ha sido imposible disfrutar de la novela como es probable que merezca. Porque últimamente tengo la sensación de que el día a día ya nos come la moral lo suficiente como para no alimentar la desazón con lo que uno lee.


No me dejó buenas sensaciones y aún no sé por qué. Siempre se dice, en estos casos, que quizá otro lector encuentre algo que yo no supe ver. Pero en este caso no es un formulismo, ni es decoro. Es la pura verdad. La novela de Antonio Jiménez Barca se merece una lectura en estado de optimismo, para facilitar su digestión y apreciar sus bondades, aunque yo no haya sabido escarbar en ellas.

viernes, 16 de octubre de 2015

"Hipotermia", por Arnaldur Indridason.

Frío. Ése es el eje y el motor, lo que predomina por encima de todo en "Hipotermia", la novela que ha supuesto mi primer encuentro que el autor islandés Arnaldur Indridason, venerado por muchos y denostado por otros tantos por eso mismo, por ese estilo frío y aséptico que impregna su narración y sus historias. Yo soy de las que toleran bien las bajas temperaturas, de las que disfrutan cobijándose bajo las mantas y cerrando herméticamente pijamas y calcetines. Así que, como imaginaréis, "Hipotermia" me ha dejado buenas sensaciones.

La obsesión de María por la vida más allá de la muerte la persigue desde niña, cuando vio a su padre ahogarse en el lago. Ahora que acaba de perder a su madre, María no cesa de buscar señales y mensajes del otro lado. Cuando el cuerpo de María aparece colgando de una viga en su casa de las afueras, pocos dudan de sus motivaciones. Pero el inspector Erlendur Sveinsson necesita ir un paso más allá y, de forma extraoficial, empieza a investigar la muerte de María y a vincularla con otras desapariciones ocurridas en Islandia en años anteriores.

No es amable el dibujo que Indridason hace su país. Islandia se nos aparece como un lugar en las antípodas del idílico paraíso de las agencias de viajes. Una tierra sombría y helada, lúgubre, donde los crímenes se pueden cubrir con hielo y quedar ocultos por siempre. Se intuye una orografía compleja, poblada de nombres imposibles que contribuyen a mantenernos lejos de la narración, que casi consiguen sacarte de ella. Lo lograrían de no ser porque la narración del autor es tan fluida y sencilla que uno lee sin esfuerzo ni casi conciencia de hacerlo. Me han llamado la atención los diálogos, tremendamente simples, casi pegados a la forma real expresarnos de forma oral, lejos de ésos monólogos inacabables que a veces los autores endilgan a sus personajes. He de reconocer que al principio me resultaban extraños y cortantes. Fríos, al fin y al cabo. Luego he terminado viéndolos como una característica más del curioso estilo del islandés.

Quizá ha influido en mis buenas vibraciones el hecho de que hacía más de un año que no había tocado suelo nórdico, puede que porque en otro tiempo terminé saturada entre tanta Lackberg y Larsson. Puestos a elegir, me quedo con el estilo distante, despiadado y lóbrego de Indridason, menos aderezado, más áspero que el de ellas, pero más afín a mi. ¿Y vosotros?


martes, 13 de octubre de 2015

"Croatoan", por José Carlos Somoza.

Todos tenemos nuestros amantes literarios. Algunos varios, ya se sabe que los lectores somos seres promiscuos y dados a la infidelidad en lo que a los libros y autores se refieren. Nos apasionamos y olvidamos con pasmosa rapidez y el que todo lo vendió este mes será sustituido el que viene por otro que vendrá y nos encandilará. Todos tenemos nuestros amores clásicos, de siempre, con los que uno va sobre seguro. Nuestros amores de invierno o de verano, que vuelven cada año. Y luego están aquellos que son como amantes: intermitentes y esporádicos, que consiguen matarte de pasión un día y que siempre que vuelven, te obligan a correr a sus brazos. A pesar de algún mal encuentro, a pesar de las decepciones ocasionales, siempre queda por encima lo memorable, los grandes instantes.

Así ha sido a lo largo de los años lo mío con Somoza, un autor con el que tuve un agradable primer encuentro (“Zigzag”) y al que me enganché con la fabulosa “Clara y la penumbra”. Con él pasé miedo de verdad (“La dama número trece”) e incluso homenajeamos a algún clásico (“La llave del abismo”). Con los años vinieron los desencuentros (“Tetrammeron”) y los fiascos (“La cuarta señal”). Pero aún así, cuando él me llama, no puedo decir que no. Desde la editorial Stella Maris me ofrecieron la lectura de “Croatoan”, lo nuevo de Somoza, así que a ellos les debo la reconciliación.

En 1950, los habitantes del poblado americano de Roanoke desaparecieron sin dejar rastro. En un árbol de la entrada del pueblo se encontró grabada una única palabra: “Croatoan”. La misma palabra que aparece un buen día en el email de Carmela Garcés, etóloga y alumna estrella del maestro Carlos Mandel, que se suicidó dos años atrás. Mientras, en las calles de las grandes ciudades del mundo, los seres humanos se rebelan, los animales se mueven en masa. El mundo parece estar volviéndose definitivamente loco.

“La silueta oblicua de las Torres Kio se enmarca en las ventanillas como rascacielos a punto de desplomarse. Una arquitectura torcida propia de una ciudad que se derrumba. Laredo limpia el vaho de la ventanilla y contempla algo más lejos las erguidas sombras de las otras cuatro altísimas torres financieras, tan ridículas en esa ciudad derrotada”

En “Croatoan”, Somoza vuelve a retomar las buenas costumbres, aquellos aspectos que me gustaron cuando le descubrí hace años: la acertadísima mezcla de géneros. Aquí arma un thriller que, aunque coquetea sin complejos con la ciencia ficción, contiene un poso de realidad y crítica social que te mantiene con los pies en el suelo. “Croatoan” podría ser, perfectamente, el apocalipsis según Charles Darwin.

Sus personajes funcionan dentro de lo esperado, y ocurre como en más de una ocasión en sus novelas, que sus secundarios terminan eclipsando a sus héroes. Pero yo diría que Somoza lo hace adrede, que ya nos vamos conociendo.

¿Os gustaría “Croatoan”? Sí si disfrutáis de los thrillers clásicos y no os asusta un poquito de ciencia ficción. No la recomendaría, en ningún caso, para estómagos sensibles y enemigos de los escenarios apocalípticos. La disfrutaréis si ya conocéis al autor y habéis tenido vuestros buenos momentos con él. Si no le habéis leído nunca, os animo a hacerlo pero eligiendo otro título, especialmente la imprescindible “Clara y la penumbra”.

jueves, 8 de octubre de 2015

"La mujer que nunca tenía frío", por Elisabeth Elo.

“La mujer que nunca tenía frío” se llama Pirio Kaspárov. Una noche, mientras navega junto a su amigo Ned en un pequeño pesquero, un carguero les embiste dejándoles a la deriva. Pirio consigue sobrevivir alrededor de cuatro horas en las frías aguas del Atlántico Norte hasta que es rescatada, un acto prodigioso que la convertirá en una celebridad. Pero más allá de su aparente suerte, Pirio empezará a sospechar que el accidente no fue fortuito. Y es que las leyes que rigen en el mar no tienen mucho que ver con las que conocemos aquí en tierra.

Odio las etiquetas. A veces una palabra mal colocada, una adjetivación poco acertada o una frase promocional desafortunada pueden hacerme no comprar un libro. Será que soy una superficial, pero cuando me llevé a casa “La mujer que nunca tenía frío” no reparé en dos conceptos que se han usado para vender la novela y que me provocan una urticaria emocional terrible: thriller ecológico y suspense femenino. Cuánto horror en tan poco espacio. Por si acaso os topáis con la novela, olvidaos de todo eso. Los hombres pueden leerla con gusto sin temor a que se les desarrollen los pechos y también podéis disfrutarla aunque no recicléis la basura.

Elisabeth Elo dedica buena parte de los primeros compases de la novela a perfilar a unos personajes de intenso carácter. Desde la propia Pirio, que actuará como narradora, hasta la figura ausente de su madre Isa, todos ellos de fuerte personalidad, pincelados a través de recuerdos, actitudes y unos potentes diálogos que ayudan a dotarles de un carisma muy particular. Ellos son el pilar que sostiene una trama que parte del drama para ir virando lentamente hacia el thriller convencional.

“La mujer que nunca tenía frío” no es una novela para devorar. Como es decía, la autora se toma su tiempo para mimar a sus personajes y construir los cimientos de la historia que nos quiere contar. Lo hace con gusto, a mi parecer, y consigue despertar nuestra curiosidad sin necesidad de anzuelos. Se adentra, además, en un terreno poco frecuentado y denuncia unos hechos que nos pillan muy lejos pero que estremecen: genocidios animales que quedan impunes, de los que poco se sabe ni se quiere saber.

No os desvelo más. Sólo os animo a aprovechar este frío que llega como excusa para darle una oportunidad a la novela de Elisabeth Elo. A hacerlo con calma y sin prisa, sobre todo si sois asiduos al thriller más convencional y rítmico, y permitáis que Pirio os cuente lo que ella aprendió sobre las leyes del mar.

martes, 6 de octubre de 2015

"Un millón de gotas", por Víctor del Árbol.

Mi padre empezó a poner ladrillos muy pronto. No lo hacía por gusto, le gustaban más los libros que la paleta, pero a veces no se puede elegir. Mi padre es albañil, y aunque no es lo que él quería ser, hace su trabajo con extraña devoción. Coloca los ladrillos, deberíais verlo, con mimo y precisión, y entorna mucho los ojos para ajustar el nivel y tensar la cuerda. Puede pasar mucho tiempo así. Dando pasos aquí y allí que nadie podría descifrar, pasos que sólo él entiende.

He pensado mucho en mi padre leyendo "Un millón de gotas". En parte porque Víctor del Árbol habla mucho de éso, de nuestros padres, de lo que nosotros vemos, de la que imagen que de ellos dibujamos para construir sus mitos. Y en parte porque me imagino al autor haciendo un trabajo parecido al que hace mi padre. Un trabajo lento y minucioso, feo al principio, desolador cuando aún se están echando los cimientos. Una obra que gana en belleza y empaque con tiempo y paciencia, que necesita horas de incomodidad para erigirse como el lugar hermoso y casi confortable que resulta al final.

"Un millón de gotas" es la historia de Elías Gil, el joven que llegó a la URSS con un título de ingeniería bajo el brazo y volvió con una carga demasiado pesada a la espalda. Es la historia de Gonzalo, el hijo de Elías, un antihéroe, un hombre sometido por su familia política, por su incómodo matrimonio y por la carga de su propio padre. Es también la historia de Laura, de Luis, de Alcázar... Un amplio coro de personajes que no se pierden en la enorme galería que conforman, sino que se dibujan de forma individual, precisa e intensa. Víctor del Árbol toma páginas y tiempo, todo el que necesita, para recrearse en su creación, dándoles forma a través de su presente y su pasado, de sus actitudes y sus miedos, dando lugar a una fascinante amalgama de personalidades e historias crudas y amargas, como la vida misma.

No os voy a engañar, no es una lectura cómoda ni fácil, sino una de ésas que necesita paciencia, tiempo y fe para entrar en ella. El apartado histórico recoge varios episodios de la historia de ésos que hacen que tengas ganas de bajarte del mundo, plagados de violencia, crudos y descarnados. Víctor del Árbol escribe bonito pero no disfraza ni pone paños en la herida, su prosa no se recrea en las heridas, pero tampoco las tapona. Como si quisiera dejar la sangre fluir.

Reconozco que hacia el final, cuando ya estaba completamente dentro de la historia, y como ya me pasó con su novela "La tristeza del samurai", a veces debía pararme para cerrar el libro, tomar aire y tratar de deshacer el nudo del estómago. "Un millón de gotas" es una novela que duele, pero también me ha parecido imprescindible para los amantes de la buena literatura.
No es título, sin embargo, que me atrevería a recomendar a nadie. Creo que es una novela que da mucho pero que exige otro tanto al lector; que requiere de ciertos espacios, ambientes y estados de ánimo. "Un millón de gotas" necesita de un instante muy particular para ser leída, un lugar en el tiempo que yo no supe encontrarle y que me dificultó mucho el avance durante la primera mitad de la novela. Pero a pesar de ello, es casi con toda seguridad, una de las mejores lecturas que me ha traído este año.

martes, 15 de septiembre de 2015

"Déjame saber quién eres", por Estefanía Yepes.

A veces el alcohol hace extraños compañeros de cama. Unas copas de vino y una cena tediosa y larga fueron los culpables de que acabase entre las sábanas con un título como el que hoy os traigo. Muchos ya sabéis que no frecuento demasiado el género rosa. Soy muy incrédula para estas cosas y creo que me falta un poquito de romanticismo. Cuando lo he intentado, el resultado ha sido el mismo que al intentar comer merengue. He terminado empachada y jurando no volver a hacerlo. Pero aún así, esta vez caí. Llegué a casa a altas horas, sin frío ni sed en este cuerpo mío y un poquito enfadada con el mundo en general. Así que abrí mi kindle y me dispuse a tomarme la última en el sofá mientras navegaba por la librería virtual. Entre las ofertas del día vi aparecer un título muy sugerente, "Déjame saber quién eres". Me dejé llevar por las estrellitas, le di a la tecla de comprar, me acomodé y...

Las letras me entraban con la misma facilidad que el vino. Así como os lo cuento. Me ventilé la primera mitad de una sentada y además me enteré de todo, que tiene mérito dado mi estado de agitación mental en aquellos momentos. Me dormí abrazada al lector, imbuida por el espíritu del amor verdadero e intrigada por un vestido de novia sin dueña y unas cartas sin remite llenas de palabras bonitas. Y a pesar de la resaca, desperté con ganas de seguir conociendo a Étienne, ése músico guapo, con su coleta despeinada (lo que me gusta a mí un chico con coleta) y su aire despreocupado y encantador. Oh sí, quería saber más. Me importó medio pimiento que la novela cumpliese a rajatabla con los clichés del género: la chica que no quiere saber nada del amor, el chico encantador que la obliga a correr bajo la nieve, guitarras, música y fuegos artificiales.

Estefanía Yepes, a la que no había tenido el gusto de leer antes, muestra una prosa solvente y sencilla, ciertamente prometedora aunque con algunos aspectos a pulir. Y es que me exasperaban un poco las descripciones de la ropa de Brianna, la protagonista, y las continuas referencias a las habilidades de nuestra chica combinando bolso y zapatos. También hay algún error ortográfico y gramatical, aunque he de decir que me han parecido menos de los que se suelen encontrar en muchas novelas autoeditadas. Con un repaso en ambos aspectos, nos quedaría una novela agradable, ligera y bien escrita con la que pasar un buen rato.

Al final "Déjame ser quién eres" resultó ser un caramelo, ya sabéis lo que eso implica. Amable, azucarado, quizá un pelín empalagoso en los últimos coletazos, pero que a veces, apetece. Que a nadie le amarga un dulce, ya lo dice el refrán.


martes, 8 de septiembre de 2015

"Nos vemos allí arriba", por Pierre Lemaitre.

“Sin dejar de abrazarlo, Albert se dice que durante toda la guerra Édouard no ha pensado más que en sobrevivir, como todos, y ahora que la guerra ha acabado, y está vivo, resulta que lo único en lo que piensa es en desaparecer. Si incluso los supervivientes sólo desean morir, qué desastre…”

Todos tenemos nuestras guerras. Ganamos y perdemos pequeñas y grandes batallas. Constantemente. Vivimos en mil frentes, y en todos ellos habita el amigo y el enemigo. Perdemos efectivos, ganamos camaradas, celebramos el descalabro del otro. Y como en la vida, la novela de Lemaitre se vale de ése encuadre bélico como excusa para hablar de todo lo demás. De padres e hijos, de la comprensión mutua que ambas palabras exigen; de amistad y paciencia, de amor de hermana, de madre, de compañero. De ambición y escrúpulos.

Si habéis leído a Lemaitre y no habéis leído “Nos vemos allí arriba”, entonces es como si sólo le hubieses leído a medias. Como si sólo hubieseis atisbado un pequeño destello de lo que puede darnos este autor francés. Porque aquí hay mucho más que un narrador correcto o un gran creador de ambientes. Aquí hay un escritor en estado de gracia, dotado de una inmensa lucidez para destripar al ser humano. No de la forma que lo hace en sus thrillers, sino desde el plano más emocional. Sin caer en el drama, con lo fácil que era entre tanta bala, tanta tumba y tanto soldado muerto, mutilado, traumatizado. Con sobriedad, con una pizca de ése humor que a veces baila sobre la línea de lo correcto, Lemaitre describe hombres, lugares,  situaciones, estados de ánimo. Y lo hace esgrimiendo una narración fluida, evocadora, de ésas que te obligan a luchar con tus propias convicciones para no terminar llenando las páginas de subrayados y pegatinas.

No os voy a hablar de cómo construye Leimatre a sus personajes. No os voy a decir nada de la adjetivación, ni de la profundidad. Prefiero enseñároslo.

“Y junto a ése padre amante pero poco expansivo, estaba Édouard, Édouard el exuberante, diez años, doce, quince, desbordante, Édouard el apocalíptico, el disfrazado, el actor, el extravagante, el desaforado, la llama, la creatividad…

Y así, así todo el tiempo. No sólo con Albert, con Édouard, con ése malvado Pradelle, el más maniqueo de todos ellos, pero tan necesario para la historia, como todos los malos lo son. Lemaitre dibuja a todo un país, a una Francia de posguerra que vive sumida en su pérdida, que ensalza y alaba a los que cayeron en el frente y le vuelve la cara a los que tuvieron la desgracia de volver de él (“El país era presa de un frenesí conmemorativo en honor de los muertos directamente proporcional a su aversión por los supervivientes”.) Y con mano firme y prodigiosa, retuerce sus destinos, entrelazándolos y separándolos, de decepción en decepción, de abrazo en abrazo. Hasta dejarse acunar por una muerte contra la que uno se revuelve a pesar de desearla a veces.

“Édouard aguardaba la muerte y, tardara lo que tardase, era la única solución posible, menos que un cambio, la simple transición de un estado a otro, aceptada con resignada paciencia, como esos silenciosos e impotentes ancianos a quienes se acaba por no ver y que ya sólo sorprenden el día en que se mueren.”

La novela de Lemaitre es magnífica desde donde la quieras mirar. Lo es en su desarrollo, lo es en la intensa profundidad de sus personajes, lo es en la forma y en el fondo. Y es, también, una novela valiente, en la que el autor sale de la comodidad de los thrillers a los que nos (se) había acostumbrado para adentrarse en una trama hecha de retazos de historia, capaz de zarandearte y obligarte a sonreír al instante siguiente. “Nos vemos allí arriba” se halla en las antípodas de “Alex” o “Vestido de novia” y conserva, sin embargo, la pulcritud y el estilo de su autor, que permanece reconocible pero elevado a la enésima potencia. Diría que al señor Lemaitre le va a costar superar esto. Pero no me atrevo.

viernes, 4 de septiembre de 2015

"Las flores de la guerra", por Geling Yan.

Hay hechos que la historia misma parece querer olvidar, que apenas aparecen en los libros, de los que casi no se habla porque destrozan nuestro concepto del ser humano y nos muestran hasta dónde puede llegar la brutalidad intencionada contra nuestros semejantes. Hechos que el tiempo se traga. Yo nunca había oído hablar de la masacre de Nanjing. Por si a vosotros os ha ocurrido lo mismo, os pongo en antecedentes. En 1937, el ejército japonés sitió la ciudad de Nanjing. Durante meses, sus habitantes vieron como su ciudad era bombardeada, quemada y asfixiada. En Diciembre, las tropas entraron y comenzó una masacre que acabó con la vida de miles de civiles. Los soldados japoneses tenían especial predilección por las mujeres, que fueron vejadas, torturadas y violadas de forma sistemática. Aquellas que tenían la desgracia de sobrevivir eran enviadas a las llamadas casas de confort, en las que trabajaban como esclavas sexuales hasta su muerte.

Una historia tan dura exige ser contada con el talante que lo hace Geling Yan en “Las flores de la guerra”.  Porque a pesar de ello, los horrores de la guerra se cuentan como el que mira de reojo, a través de pequeños fragmentos de recuerdos, entre tragos de vino y humo de cigarro, a través de la fragilidad de la niñez o de los ojos de un extranjero.

Durante toda la narración, apenas salimos de la pequeña parroquia de Santa María Magdalena, la iglesia del padre Engelmann, en la que han quedado atrapadas trece estudiantes. Al iniciarse la invasión, un pequeño grupo de prostitutas llegará allí buscando refugio. El choque es brutal, como os podréis imaginar. Pero cuando afuera silban las balas, quizá las diferencias  más evidentes no sean tan importantes. Sacerdotes, niñas y prostitutas inician una convivencia condicionada por el miedo y sus diferencias, sin apenas comida ni agua, en la que todos resultan ser igualmente vulnerables.

Gaeling Yan construye una novela coral, poblada de personajes que traza con intensidad y mucho tino a través de sus recuerdos y actitudes. Destacan la figura del padre Engelmann, párroco y hombre al frente de tan dispar rebaño; Fabio, hombre de Dios y extranjero en todas partes; Zhao Yumo, una prostituta de alto copete que un día también fue una niña bien.  Todos ellos me han conmovido, de una forma u otra. Algunos hasta las lágrimas. Mucha culpa la tiene también la narración de la autora china, que no se vale de florituras ni dramatismos, sino que dibuja el panorama con lucidez y precisión, con una pasmosa sencillez y una elegantísima naturalidad.

“Las flores de la guerra” es una novela para sentirla, para leerla con la pausa que requiere y dejarse envolver por una historia que, a pesar de su crudeza, sabe ser también hermosa. Una de ésas historias que te arrebata la fe en el ser humano para luego devolvértela.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

"Seis años", por Harlan Coben.

Hay pocos hombres que no me hayan fallado nunca en la vida. Harlan Coben es uno de ellos. Es un buen tipo, es divertido, y está ahí siempre que le necesito. Nunca me llena la cabeza de problemas ni tonterías. Si acaso me debe algunas horas de sueño que me ha ido robando a lo largo de los años, pero oye, sarna con gusto no pica.

Harlan Coben no ha inventado nada nuevo, pero sí ha dado con una fórmula, un estilo propio, que funciona a las mil maravillas. En “Seis años” vuelve a montar una trama de ésas que contiene mil recovecos, plagada de giros imposibles, entretenida a rabiar, fácil de leer, sencilla y compleja. Puro divertimento.

“Seis años” son los que han pasado desde que Natalie se casó y dejó a Jack en la estacada. Seis años han pasado sin saber nada de ella. Hasta que un día, nuestro héroe se topa con la necrológica de Todd, el marido de Natalie, y decide curiosear un poco. Ya os podréis imaginar que va a encontrarse un montón de cosas que no esperaba encontrar.

Coben pone siempre al frente de sus historias al mismo personaje. Da igual que se llame Myron Bolitar que Will Klein que Jack Fisher. Siempre es un tipo majo, que te cae bien desde la primera línea. Un tío al que alguien ha jodido un montón pero que siempre, siempre, se repone. No suelen ser amargados, ni alcohólicos, ni nada que se le parezca. Son tipos grandotes, con algún pasado rollo portero de discoteca que les permite dar puñetazos contundentes a los malos que van surgiendo. O eso, o tienen un amigo fuertote que lo hace por ellos. La cuestión es que cuando uno quiere darse cuenta, ya se ha embarcado en la aventura con el protagonista. Sin remedio.

Otra cosa que me gusta de las novelas de Coben, y que se da también en “Seis años” es que las tramas carecen de sangre, vísceras y exceso de muertos. Aquí la gente mata por amor, por celos, por dinero. No tenemos psicópatas con planes complejísimos ni gusto por los ritos satánicos ni torturas ancestrales. Aquí hay un tipo que se ve forzado a huir hacia adelante y un montón de personajes que no sabemos de qué lado están.

Vuelvo todos los años a Coben, en julio o agosto, para tomarme vacaciones de todo, hasta de mí. En “Seis años” ha vuelto a darme lo que siempre le pido: evasión, adrenalina, una buena historia y una aventurilla de verano con un tipo estupendo. Un regalazo.

martes, 18 de agosto de 2015

"La hija del dragón", por Myriam Millán.

Érase una vez una bellísima condesa que habitaba en un enorme castillo. Era una dama de noble cuna, emparentada con la más alta realeza de su tiempo. Una mujer que no sólo era hermosa, sino que también era culta, encantadora, una magnífica amazona y poseedora de una vasta biblioteca. Hablaba además varios idiomas, algo impensable en plena Edad Media, y salía de cacería vestida con pantalones. Y hasta aquí el cuento de hadas, porque nuestra condesa, de nombre Erzsébet de Báthory, Isabel, es también una de las mayores asesinas en serie de la historia. Haciendo gala de una extrema afición por la sangre de jovencitas, Erzsébet se empeñó en buscar en ella el secreto de la eterna juventud, llevándose por delante la vida de más de seiscientas niñas y adolescentes. Basándose en este personaje, entre la historia y la leyenda, Myriam Millán construye su novela “La hija del dragón”, un thriller de ésos que te dejan pegado a sus páginas.

Contada a través de dos líneas temporales alternas, Érzsébet es la protagonista absoluta de una de ellas, a mi parecer la más interesante, y en la que encontramos el origen de la trama que se desarrolla en la actualidad, protagonizada por una serie de personajes que vienen de la anterior novela de Myriam Millán, “Décima Docta”, que no he leído y que he echado de menos a la hora de enfrentarme a esta que os traigo, porque todo el tiempo he tenido la sensación de que me faltaban datos. Así que mi recomendación, si os queréis acercar a este thriller, es que lo hagáis en orden. Quizá por ése vacío de información no me han llegado tanto los personajes de Nel y Natalia, ni ésa extraña conexión que hay entre ellos. Las alusiones a lo ocurrido en “Décima Docta” son recurrentes y además, me temo, revelan información importante. Así que, lo reconozco, me han resultado algo deslavazados estos dos. Pero es que la sombra de la condesa de Báthory es alargada, y eclipsaría a cualquiera.

La estructura de la novela, armada en capítulos cortos que alternan ambas líneas de acción, hacen de “La hija del dragón” un thriller clásico: la dotan de un ritmo trepidante y muy ágil. La narración de Myriam Millán es sencilla y ajustada a la historia que se trae entre manos, aunque la novela agradecería mucho una revisión ortográfica y gramatical profunda que corrigiera, entre otras cosas, el caótico uso de los signos de puntuación. También sería recomendable un pequeño recorte de la parte central, en la que a causa de la similitud de las tramas de las dos líneas temporales y a la extensión de la novela, el lector acaba saturado entre tanta sangre y aparato de tortura medieval.

Ay, el Medievo. Qué tiempos, qué caldo de cultivo para los locos. Ahí sí acierta de pleno Myriam Millán. La ambientación y el desarrollo de la línea temporal protagonizada por la condesa sangrienta, como se conoce a Érzsebet, no sólo está excelentemente documentada, sino que además la autora consigue transmitir la frialdad, la humedad, la niebla y la oscuridad que habitan en el castillo de Cacthice y sus aledaños.


Me gustaría cerrar mi reseña agradeciendo a la autora su generosidad, ofreciendo su anterior novela a los participantes de la lectura conjunta pero, sobre todo, exponiéndose y participando activamente en los comentarios que han ido surgiendo a lo largo de la lectura conjunta que nos propuso Laky. Ya me gustaría ver a algunos de ésos que tanto venden sometiéndose voluntariamente a examen y siendo partícipes de ello. Se agradece la humildad y el respeto. Espero leer pronto “Décima Docta” y tener los deberes hechos para ésa tercera novela que espero, esté en camino.

jueves, 13 de agosto de 2015

"Extinction. Y pese a todo...", por Juan de Dios Garduño.


El apocalipsis ha sido siempre una excelente excusa para hablar de la naturaleza humana y de las relaciones que establecemos entre nosotros. Una forma, tan útil como otra, de tratar temas tan manidos y universales como el amor, la amistad y la pérdida desde una óptica que permite llevar todos ésos conceptos al extremo. Juan de Dios Garduño se atreve con una versión clásica e íntima de las novelas de zombis y homenajea al maestro del terror con su “Y pese a todo…”, ahora rebautizada como “Extinction”, título bajo el cual verá la luz en pantalla grande el próximo 14 de agosto.

En un mundo devastado tras la Tercera Guerra Mundial, en la pequeña ciudad de Bangor, en el estado de Maine, Patrick Sthendall sobrevive a duras penas junto a Doggy, un husky suberiano que, como su dueño, empieza a mostrar alarmantes signos de alcoholismo. Al otro lado de la calle, Peter Stoublosky y la pequeña Ketty tratan, con sus rudimentarios medios, de salir adelante. Son los únicos supervivientes de la guerra biológica que ha arrasado al resto de seres vivos.

Una novela de zombis tiene que ser, ante todo, una historia muy centrada en sus personajes. Unos seres que han de construirse con mimo, que necesitan cierto empaque, un buen pasado y un presente muy jodido, que obliguen al lector a empatizar con ellos. Y eso es precisamente lo que hace Juan de Dios Garduño en su novela. Presentarnos a dos hombres que son posibles y reales en cualquier contexto, que a veces son unos miserables y otras veces son héroes, que a veces necesitan un trago o un puñetazo en la pared para poder continuar. Peter y Patrick tienen un pasado, una amistad que fue grandiosa, y un presente enmarcado en un panorama desolador: un Bangor vacío y helado en el que los dos tienen que convivir a la fuerza con el otro, reconvertido ahora en enemigo.

Esa ambientación, gélida y desoladora, es otra de las bondades de la novela. Bangor se imagina blanca, silenciosa, terriblemente aislada. Bangor es también la ciudad en la que vive un tal Stephen King, un nombre que os será familiar a muchos. Apostaría a que Garduño también ha leído alguna que otra novela de este señor, que por cierto, estoy segura disfrutaría mucho de esta historia que bien podría haber escrito él.

Entiendo que muchos de vosotros diréis que las novelas de zombis y apocalipsis no son para vosotros. Pero os invito a dejaros llevar un poco, venga, olvidad por un ratito los prejuicios y los principios y leed las primeras páginas. Si no os gusta, soltadla. Pero si os pica la curiosidad, seguid leyendo. Los monstruos, las sombras, los zombis, como os decía, han sido siempre meras excusas para contar otras cosas. En “Y pese a todo” os vais a topar con un ritmo sosegado, un clima íntimo y desolador y una interesante reflexión sobre el mapa político actual que da bastante más miedo que los seres que pululan por las calles de Bangor.

Me gustaría cerrar mi reseña agradeciendo a la editorial Stella Maris el envío del ejemplar para reseñar, que venía acompañado además por el guión de la película “Extinction”, dirigida por Miguel Ángel Vivas y rodada en inglés, que se estrena mañana 14 de agosto. Espero que la versión cinematográfica sepa respetar el tono de la novela y no se deje arrastrar por la acción y las vísceras. Podéis curiosear un poquito más sobre la peli aquí.