Mónica y Ramón se conocen por azar, en
un local nocturno, en el que ninguno de los dos pinta gran cosa. A veces, las
historias comienzan así. Mónica y Ramón no han tenido mucha suerte en la vida,
ni les quedan demasiadas esperanzas de tenerla alguna vez. Mónica es una
periodista al borde de los treinta que subsiste con un subempleo que detesta.
Ramón, mediados los cuarenta, se obstina en ser un misterio: no desvela a qué
se dedica.
Podrían no haberse vuelto a ver nunca, pero una semana después se
reencuentran y la cosa ya no tiene remedio: la música que se les negaba empieza
a sonar. Tiempo después, Mónica lo recuerda. En sus propias palabras: “Lo único
limpio y hermoso que de veras he tenido”.
Qué
difícil resulta escribir una buena historia de amor. Qué complejo retratar el
sentimiento más universal y más trillado de la literatura, y hacerlo sin caer
en la cursilada y el tópico. Y qué valiente en este caso en particular,
viniendo de la mano de un autor consagrado como Lorenzo Silva, cuyo nombre se
asocia además a un género que está en las antípodas de esta “Música para feos”.
Y sin embargo, viene a demostrar que las buenas historias lo son sin más, ajenas
a etiquetas y prejuicios.
A
través de Mónica y Ramón, Silva saca esa capacidad tan suya para retratar el
alma humana y su contenido. Y así dibuja llena de luz una primera parte que me
robó el sueño, que me dejó temblando, como si me hallase yo misma en ésa cálida
antesala de la historia de amor naciente. Con Mónica, con Ramón, asistimos a la
reconciliación que uno ha de llevar a cabo consigo mismo antes de empezar de
nuevo, y con ellos retomamos la esperanza, la fe. Sin revolcarse en las
penurias pasadas, con la convicción que te otorgan esos primeros días.
“Me dormí pensando lugares donde citarle, con aquel temor antiguo a que
decidiera no venir; el temor que un día había sido la antesala de la luz más
hermosa, la luz que esa noche recé, como la creyente que ya no era, para que
volviera a acariciarme la piel”.
Por
mucho que me empeñe, difícilmente haré justicia con mis palabras, tan
limitadas, a la amalgama de sensaciones que esa primera parte despertó en mí.
Pero todo me pareció tan bien narrado, tan acertado en el tono y en la forma,
envuelto en el aura de una madurez que suelo echar de menos cuando un autor me
quiere hablar de amor.
Me
gustó también la segunda parte, en la que la música toma protagonismo, y a
través de ella casi siempre se hablan Mónica y Ramón, se dicen aquello con lo
que no les alcanzan las palabras y los cuerpos. Porque a pesar del devenir de
la trama, de la que nada más se debe desvelar, conserva la calidez y la belleza
que me conquistó en los primeros capítulos.
Mucho
más dura me resultó una tercera parte de la poco puedo hablar por miedo a
hacerlo más de la cuenta. Pero me lo resultó, sobre todo, porque se aborda un
tema sobre el que mis ideas están tan claras, desde hace tanto, que no pude
acabar de conectar con ella. En el fondo, yo solo quería que siguiera sonando
la música.
“Y veo la paz de eso que ya éramos, de eso que podríamos ser, no sé si
durante meses, años o toda la vida, porque esto nadie lo sabe y los escorpiones
de la incomprensión y el recelo acechan debajo de cada piedra que puedas un mal
día o una mala noche levantar.”