No es casual que “El paciente” arranque citando al Batman de
El caballero oscuro. Christopher Nolan ha conseguido, gracias a su trilogía,
dotar al cine de súper héroes de una nueva dimensión, más profunda, de calidad,
pero sin perder nunca de vista las directrices del género. De igual modo, Juan
Gómez Jurado nos regala con “El paciente” una especie de blockbuster literario,
un thriller en toda regla que intenta no quedarse en la superficie.
El doctor David Evans, prestigioso neurocirujano, verá
tambalearse toda su existencia cuando su hija Julia es secuestrada. En este
caso, el rescate pasa por acabar con la vida del que será su próximo paciente.
Con el añadido de que ése paciente es, ni más ni menos, que el presidente de
los Estados Unidos de América.
El primer acierto de una trama que no apunta, en principio,
a un exceso de originalidad, es la construcción de su protagonista. Un hombre
hecho a sí mismo, con una infancia difícil, atormentado por la pérdida de la
mujer que ama… Sí, lo de siempre. Exigencias del guión. El héroe ha de estar
profundamente jodido. Cuanto más lo está, más se le quiere. Pero es que
funciona. Funciona muy bien. Él es el eje de la trama, y el narrador de gran
parte de los capítulos, escritos en primera persona desde el corredor de la
muerte, y que se irán alternando con otros que vienen de la mano de un narrador
omnisciente (y que inevitablemente, pierden algo de fuelle, volviéndose más
descriptivos y menos reflexivos).
Le da la réplica un malvado de manual, omnipresente y
todopoderoso, dueño de un plan que parece no tener fisuras, inteligente,
sádico, cruel. Lo dicho. Lo de siempre. Pero vuelve a funcionar. Se trata de
sacar las palomitas y disfrutar.
También hay una chica, ¿qué pensabais? Siempre ha de haber
una chica que ayuda al chico, o viceversa. Reconozco que Kate me ponía un poco
nerviosa, y que prefería los capítulos narrados por el doctor. Reconozco que
quizá su trama está un poco traída por los pelos. Pero es que cuestionarla es
como preguntarse cómo se construye Batman ésos cacharros tan magníficos. Eso no
se hace. Uno se lo cree y punto, porque estamos ante un thriller con un ritmo
altísimo, y no en Macondo, cuestionando el por qué de nuestra existencia.
Con un estilo narrativo ágil, directo, muy visual, absolutamente
cinematográfico, uno se desliza por las páginas casi sin darse cuenta. Los
capítulos, cortos y cerrados siempre con un giro que te exige seguir leyendo,
incrementan ésa sensación.