lunes, 28 de julio de 2014

"El paciente", por Juan Gómez Jurado.

No es casual que “El paciente” arranque citando al Batman de El caballero oscuro. Christopher Nolan ha conseguido, gracias a su trilogía, dotar al cine de súper héroes de una nueva dimensión, más profunda, de calidad, pero sin perder nunca de vista las directrices del género. De igual modo, Juan Gómez Jurado nos regala con “El paciente” una especie de blockbuster literario, un thriller en toda regla que intenta no quedarse en la superficie.

El doctor David Evans, prestigioso neurocirujano, verá tambalearse toda su existencia cuando su hija Julia es secuestrada. En este caso, el rescate pasa por acabar con la vida del que será su próximo paciente. Con el añadido de que ése paciente es, ni más ni menos, que el presidente de los Estados Unidos de América.

El primer acierto de una trama que no apunta, en principio, a un exceso de originalidad, es la construcción de su protagonista. Un hombre hecho a sí mismo, con una infancia difícil, atormentado por la pérdida de la mujer que ama… Sí, lo de siempre. Exigencias del guión. El héroe ha de estar profundamente jodido. Cuanto más lo está, más se le quiere. Pero es que funciona. Funciona muy bien. Él es el eje de la trama, y el narrador de gran parte de los capítulos, escritos en primera persona desde el corredor de la muerte, y que se irán alternando con otros que vienen de la mano de un narrador omnisciente (y que inevitablemente, pierden algo de fuelle, volviéndose más descriptivos y menos reflexivos).

Le da la réplica un malvado de manual, omnipresente y todopoderoso, dueño de un plan que parece no tener fisuras, inteligente, sádico, cruel. Lo dicho. Lo de siempre. Pero vuelve a funcionar. Se trata de sacar las palomitas y disfrutar.

También hay una chica, ¿qué pensabais? Siempre ha de haber una chica que ayuda al chico, o viceversa. Reconozco que Kate me ponía un poco nerviosa, y que prefería los capítulos narrados por el doctor. Reconozco que quizá su trama está un poco traída por los pelos. Pero es que cuestionarla es como preguntarse cómo se construye Batman ésos cacharros tan magníficos. Eso no se hace. Uno se lo cree y punto, porque estamos ante un thriller con un ritmo altísimo, y no en Macondo, cuestionando el por qué de nuestra existencia.

Con un estilo narrativo ágil, directo, muy visual, absolutamente cinematográfico, uno se desliza por las páginas casi sin darse cuenta. Los capítulos, cortos y cerrados siempre con un giro que te exige seguir leyendo, incrementan ésa sensación.

La novela sólo tiene un pero. El final. Cierta triquiñuela que personalmente me ha dejado un regusto amargo. Lo de siempre, pero en este caso, no funciona. Quizá porque esperaba algo totalmente distinto, más arriesgado. Pero en ningún caso desluce el conjunto final. Una novela adictiva, muy entretenida, para disfrutarla en ésas épocas en la que nos apetecen lecturas ligeras.

jueves, 24 de julio de 2014

"La investigación", por Stanislaw Lem.

“La investigación” se publicó originalmente en 1958, como novela por entregas, y ahora vuelve a la primera fila gracias a la editorial Impedimenta, que ha reeditado ya otras obras del autor Stanislaw Lem.

Gregory, teniente de Scotland Yard en el Londres de mediados del siglo XX, deberá enfrentarse a un caso sin precedentes: la desaparición de varios cadáveres en distintos lugares de la zona metropolitana. Lo que parece una serie de sucesos anecdóticos, pronto se convierte en una investigación complicada, turbia y alejada de todo lo que Gregory ha visto hasta ahora.

Si hay algo absolutamente fascinante en esta novela de Stanislaw Lem es, sin duda, la ambientación. El autor nos sumerge en un Londres oscuro, lleno de sombras, apenas iluminado por las luces de los escaparates y los bares, lluvioso, cubierto por una niebla que confunde al protagonista y, con él, al lector. Haciendo uso de un complejísimo juego de luces y sombras, asistiremos al desarrollo de una investigación que parece tener lugar siempre de noche, entre callejones y habitaciones mal iluminadas. Un juego que consigue provocar un marcado desasosiego en el que lee.

La prosa del autor polaco resulta agradable y accesible, si bien en los diálogos puede resultar algo artificiosa. El autor crear unos personajes ciertamente singulares, con los que el lector encontrará difícil identificarse. Sus movimientos, sus diálogos, contribuyen a la creación de ésa atmósfera oscura y confusa, haciendo que todos nos resulten sospechosos, y acrecentando más esa sensación de zozobra que uno no puede sacudirse de encima.

La investigación del teniente Gregory se convierte, en el transcurso de la historia, en una mera excusa para intentar racionalizar lo imposible. A través de la voz del doctor Sciss, el autor trata de encontrar justificaciones a unos hechos inexplicables a través de ciencias objetivas, valiéndose de la estadística y las matemáticas. Reconozco que estos pasajes me resultaron densos e innecesariamente largos, con el añadido de que se producen, por lo general, en el marco del diálogo, lo que provoca cierta sensación de irrealidad.

Encontraremos a lo largo de la novela varios pasajes que son accesorios a la propia investigación, momentos destinos a producir, de nuevo, una intensa inquietud. Lo hacen con Gregory, y por ende, con el lector, que no escapa de ningún modo a ésa intencionada atmósfera asfixiante. Son instantes que no aportan nada a nivel argumental, pero que sí contribuyen a la ambientación de algún modo.

“La investigación” ha resultado ser, en definitiva, una lectura extraña, más interesante por las sensaciones que provoca que por su desarrollo en sí misma. Una novela para acercarse a la figura de Stanislaw Lem a través de una obra diferente, llena de claroscuros, con capacidad para provocar entusiasmo y repulsión a partes iguales.

lunes, 21 de julio de 2014

"Las mariposas aletean tres veces al atardecer", por Raúl Frías.

Ahí estaba yo. Domingo por la tarde. Un calor de mil demonios. Acababa de terminar el libro que tenía entre manos y el lunes empezaba una lectura conjunta. Me tentó la idea de hacer trampa y empezar antes de tiempo, pero ése pequeño poso de bondad que aún queda en mí me animó a echar un vistazo a la tienda virtual y buscar algo breve que leer. Ahí me topé con un título así de sugerente. Las mariposas aletean tres veces al atardecer. 49 páginas. Cuando me di cuenta, y casi sin haber leído la sinopsis, mi dedo ya estaba clicando en Comprar.

El encargado de mantenimiento Horace Smith despierta en una sala a oscuras. No recuerda quién es, dónde está, ni cómo ha llegado hasta ahí. Un comienzo que me recordó instantáneamente a ése famoso juego en línea llamado Crimson Room, una aventura gráfica en la que el jugador se encuentra en una habitación desconocida, sin saber cómo ni por qué ha llegado hasta ahí, y en la que tendrá que recopilar y usar distintos objetos para lograr salir.

A pesar de mi primera impresión, los derroteros no van exactamente por ahí y nuestro Horace Smith se encontrará inmerso en un mundo onírico, poblado de simbolismos que habrá de interpretar para dar sentido a lo que le está ocurriendo. Como en un inacabable día de la marmota, o como en aquel fabuloso capítulo de Expediente X, Monday, en el que Mulder amanece una y otra vez en una cama que pierde agua, Horace volverá a despertar una y otra vez en el mismo lugar. Serán los detalles cambiantes, los distintos desarrollos de cada ensoñación los que nos conducirán a la revelación final, que he de decir, me ha parecido muy bien resuelta: efectiva y original a un tiempo.

Con una narración armada de frases cortas, dotando al relato de agilidad, pero valiéndose a la vez de una prosa muy cuidada y elegante, Raúl Frías muestra un estilo peculiar, propio y un tanto eléctrico. Un tono que casa perfectamente con la historia que nos está contando.

“Las mariposas aletean tres veces al atardecer” es un relato tan sugestivo e inquietante como se puede desprender de su título y portada. Una obra debut sorprendente y estimulante que se lee en un suspiro y que merece, desde luego, la pequeñísima inversión (en término de dinero y tiempo) que supone.

martes, 15 de julio de 2014

"Los muertos no aceptan preguntas", por Antonia Romero.

“Los muertos no aceptan preguntas” es la última novela de Antonia Romero, una autora que ya lleva (auto) publicados varios libros con un exitazo tremendo en Amazon. Yo no había tenido el placer de estrenarme con ella, pero ahora que lo he hecho, sé que leeré alguna de sus obras anteriores. Una lectura grata, sorprendente y repleta de personajes muy bien construidos.

Nela es el eje central en torno al cual se articula toda la novela. Una joven traductora con vocación de pintora, hija de un afamado cirujano que no ha sido precisamente un padre ejemplar. Nela convive con su pasado, con sus miedos  y con los fantasmas que tienen a bien visitarla de forma ocasional. Hasta que un día conoce al pintor Nico Reverter, y su vida se pone (aún más) patas arriba.

Si bien Nela es un personaje magistralmente definido, he de reconocer que al principio me costó empatizar con ella. Ciertos cambios de humor, ciertas reacciones, se escapaban a la mecánica de mi razonamiento. Sin embargo, conforme vamos conociendo más de la Nela niña, vamos comprendiendo mejor a la mujer. Antonia Romero hace gala de una prosa elegante y sencilla, especialmente a la hora de narrar algunos episodios realmente duros, que te hace deslizarte por las páginas casi sin darte cuenta, construyendo a un tiempo un personaje principal creíble, con base, y con una evolución deliciosa.

Hay también una interesante galería de personajes masculinos que, a pesar de caer en algún tópico, se dibujan con acierto en el transcurso de la novela. Distintos tipos de hombre, distintas personalidades que orbitan en torno a Nela, y que la dotan de mayor profundidad. Personajes secundarios al servicio de su protagonista que, a la vez, tienen entidad propia. Para mi gusto, uno de los grandísimos aciertos de la novela.

Sin adscribirse a ningún género en concreto, la novela juega al romance, la intriga y los secretos familiares, y se adereza con un toque sobrenatural que no desentona en el conjunto y que se convierte, conforme avanza la historia, en otro de sus aspectos a destacar, pues consigue empastar con el resto y resultar creíble. Y eso tiene mucho mérito.

Sí que tengo que reconocer que varios de los hilos argumentales de esta historia me han resultado bastante predecibles: los encuentros de Nela en el acantilado, la historia de Gabriela… No son difíciles de intuir y desenmarañar antes de que se nos revelen en el transcurso de la novela. Sin embargo, en este caso no importa tanto el qué ocurre, sino el cómo. Y Antonia Romero lo cuenta muy, muy bien.

Quizá el único achaque que le pondría a su escritura sería el de ciertas descripciones demasiado exhaustivas, aunque obviamente, esto ya entra en el terreno del gusto personal. Por regla general, no me entusiasman demasiado ésas descripciones en las que se nos explica cómo está distribuido un salón o qué ropa viste determinado personaje. Prefiero aquellas que son más sutiles, o menos concretas, y dejan más a la imaginación. Pero, repito, esto entra en el terreno de la apreciación personal y las manías de cada cual.

También hay alguna escena que no voy a revelar que no terminé de entender, quizá porque no estuve atenta y no supe encajarla dentro de la trama, o bien porque realmente no tiene nada que ver con ella. En cualquier caso, lo normal es que la señorita despiste que aquí escribe anduviera a por uvas y no se enterara de nada. Últimamente me pasa demasiado. En todo caso, no tiene demasiada importancia.

No quisiera cerrar esta reseña sin hacer una mención especial a los títulos de los capítulos, un detalle de buen gusto y mimo por parte de la autora que no son solamente un adorno bonito, sino que guardan íntima relación con lo que se nos cuenta, tienen un sentido. Cada encabezado es un caramelo, no os digo más, os toca descubrirlo a vosotros.


Hallaréis, pues, en “Los muertos no aceptan preguntas” una trama bien tejida, (muy) buenos personajes  y un estilo accesible y amable. Pero hallaréis, sobre todo, una buena novela, en la que se adivina un intenso trabajo y un enorme mimo por parte de la autora. Un buen cóctel de géneros que deja un regusto agradable y ganas de más.

viernes, 11 de julio de 2014

"Un hotel en ninguna parte", por Mónica Gutiérrez.

Devoré, saboreé “Un hotel en ninguna parte” amparada por dos noches de tormenta salvaje. En mi tierra, cuando el cielo se enfada, lo hace a lo grande. Los astros, o las borrascas, sea quien sea, se conjuraron para regalarle a mi lectura ésa ambientación perfecta que dan el agua y los truenos. Y después lo he dejado reposar, para ver qué pasaba. Por si las sensaciones que en su momento encontré se diluían con el sol o, por el contrario, hacían poso ahí adentro. Y ahora estoy aquí, con mi café hirviendo entre los dedos. Hace días que cerré la historia de Emma, que ya no leo sus mails, ni los de Samuel, ni los de Tristán. Pero parece que quiere llover otra vez…

Si hay algo que hace especial a esta novela son sus personajes. Emma, con su prosa lírica, llena de matices, de guiños… Emma te conquista desde el primer instante, tan abandonada, tan vulnerable, que es imposible que no se te meta dentro. Emma, que está descreída y de vuelta de todo, y tan dispuesta a volver a creer. Emma, tan real, que no hay nada extraño en que se entretenga en describir fachadas via email. Emma, tan melómana, tan cinéfila, que es imposible no imaginarla en blanco y negro.

O Samuel, que escribe como vive, con su coraza, correcto, honesto, intachable. Samuel quiere ser huraño, pero no sabe o no puede. Samuel evoluciona de hombre de bien a hombre a secas, arrastrado por ésa Emma también perdida, pero menos que él.

Tristán. Tristán y sus postdatas. Tristán, ése hombre al que te encuentras leyendo con cara de tonta, absurdamente embobada, con una sonrisa franca en los labios.

Y Joaquín. Y Marbel y Aurora. Hasta Philip. Todos los personajes que Mónica ha creado tienen un encanto especial. Tienen alma. Te los crees. Los puedes ver, oler, sentir, casi tocar. Igual que ése hotel, ése bosque plagado de hadas que ya no están, o que nadie ve. Tan protagonista como los seres de carne y hueso, porque les ofrece el decorado perfecto para que ellos se abran y se desdoblen, para que evolucionen hacia adelante y lo hagan de forma creíble.

No sé si fue la tormenta. No sé si yo, que conseguí sentir muy cerca a Emma. No sé si la prosa, si el té o el bizcocho. No sé qué fue, pero mi estancia en El Bosc de Les Fades me regaló unas horas de vacaciones agradables, alejadas del resto del universo. Una lectura de ésas que te ayudan a evadirte, a sonreír, con las que te apetece volver a ver ésa película que te encantaba, o poner ése disco que un día escuchabas sin parar. Una novela llena de nostalgia y belleza, un cuento para adultos que aún creen en el poder curativo del té, el cine o un buen libro.

lunes, 7 de julio de 2014

"Los colores de una vida gris", por Pilar Muñoz

"Los colores de una vida gris" ha sido, en mi caso, una lectura complicada. Tanto como se me antoja dar forma a esta reseña plasmando mis sensaciones pero sin desvelar, al mismo tiempo, nada crucial sobre su argumento, al que creo que deberíais acercaros con la mínima información posible.

La novela arranca presentándonos a un grupo de cinco amigas, todas de alto nivel económico, casadas, que viven en una urbanización de lujo a las afueras de Madrid. He aquí el primer escollo que yo, en lo personal, encontré en la narración. Pilar Muñoz retrata en la primera parte de su historia un mundo que me resulta ajeno por completo. Las cinco protagonistas resultan ser personajes tremendamente frívolos, superficiales, fríos. Seres con los que es imposible conectar de una u otra forma. Ni siquiera las pequeñas pinceladas que la autora nos va dejando acerca del pasado y las motivaciones de cada una de ellas me ayudaban a comprenderlas o empatizar con ellas. En algunos pasajes, sus actitudes llegaron a resultarme intolerables, me asqueaban.
Entiendo, leída la novela en su totalidad, cuál es la intención de la autora con ello. Pero es innegable que es un arranque difícil para cualquier lector: cinco (o diez)  personajes, todos igualmente detestables.

Me costó, como digo, esta primera parte. La autora se sumerge en esa otra galaxia y yo me encontraba, casi, vagando por ese espacio sin ser capaz de entender nada. Cuando surge el "juego" que marcará el giro de la historia, estuve a punto de abandonar. Tengo que reconocerlo. Asistí entre escandalizada e incrédula a la propuesta de Olga, y me pregunté si de verdad quería seguir leyendo. No me creía a los personajes, ni sus actitudes, ni mucho menos la propuesta que supondrá el giro a la historia.

Por suerte, lo hice. Porque es en esa segunda parte en la que reside el alma de la historia. Un descenso al más mundano de los infiernos, la devastadora realidad dibujada con buen trazo por las manos de Pilar Muñoz. 

Amparada la narración bajo un acertado y sutil marco histórico, la protagonista emprende una vida nueva que la llevará a reordenar el mundo, su mundo, en el que ahora ya no es ella el personaje principal. Habrá de establecer una nueva escala de prioridades, una nueva forma de caminar hacia adelante, descubrirá un concepto nuevo de la amistad y el amor.
Una evolución tremendamente elaborada, creíble y progresiva. Un viraje lento pero firme hace una nueva forma de entender las cosas.

Sólo lastra esta parte, quizá, el mismo “pero” que encontraba al principio: cierta tendencia al estereotipo, a una generalización que no ha terminado de cuajar en mi. Todas las mujeres que acompañan a nuestra protagonista en esta segunda parte son amables, valientes, luchadoras… y pobres. Como si una cosa fuese necesaria para lo otro. Tal como ocurre en el arranque de la novela, el status social para ser condicionante de la personalidad. Y uno no consigue sacudirse ese cierto maniqueísmo a pesar de que la autora intenta suavizarlo en ocasiones, aportando pequeñas motivaciones, conversaciones y recuerdos.

En el conjunto final, se echa también en falta ese pulido final del que suele carecer lo auto publicado, ése trabajo del editor que da lustre, corrige, retoca, recorta. Es un aporte que, creo, beneficiaría a la novela, reconstruyendo alguna extrañeza gramatical y quizá eliminando algunas líneas que hicieran desaparecer la sensación ocasional de que la historia se estanca, como ocurre por ejemplo durante la narración del 11M, en la que el marco histórico toma, a mi parecer, demasiado protagonismo y se extiende durante demasiadas páginas.


“Los colores de una vida gris” es una novela arriesgada, a la que se le intuye un profundo trabajo y mucha constancia; pero también es una novela complicada, capaz de provocar sensaciones encontradas. No es una historia fácil, ni por su temática, ni por su extensión, pero estoy segura que, si decidís entrar en ella, disfrutaréis del viaje.