Dicen que “Mr. Mercedes”
es una novela que no parece escrita por Stephen King. Quizá el cambio de género
haya influido en ésa percepción, con la que no puedo estar menos de acuerdo.
“Mr. Mercedes” cumple punto por punto con las características del universo
King, desde la forma en que está escrita hasta el punto y final, pasando por el
desarrollo de los personajes y ésa especial capacidad para convertir en
espeluznante lo cotidiano. Y por si acaso a alguien le quedaban dudas, King nos
va dejando pequeñas migas de sus personajes y obras más emblemáticas, de los
que fácilmente reconoceréis, aún sin ser devotos de su obra, al payaso
Pennywise y a Christine.
Lo mejor de “Mr.
Mercedes” son sin duda sus personajes. Y eso que no, no hay nada nuevo bajo el
sol. El inspector retirado Hodges es un tipo aburrido, obeso, apático, cansado.
Su némesis, Bradley, es un pequeño Norman Bates que contiene tanto del clásico
de Alfred Hitchcock como del personaje de la serie de la A&E interpretado
por un fabuloso Freddie Highmore. Hasta la madre de Bradley podría ser ésa
seductora Vera Farmiga de “Bates Motel”. Así pues, tenemos un enfrentamiento
tan clásico como efectivo: el inspector retirado contra el asesino fugado.
Quizá lo más novedoso sea la presencia del enemigo exhibida desde el principio.
Aquí no hay que encontrar al malo, no hay que seguir pistas. Bradley, ése ser
siniestro, inteligente, despliega su brutal complejo de Edipo y su absoluta
carencia de escrúpulos desde las primeras páginas. Y lo peor, se nos muestra
como un ser anodino. Lo más inquietante de Bradley es que podría ser
cualquiera, desde el tipo que le vende los helados a tus hijos al chaval de
rojo que repone discos en Media Markt.
Y junto a estos dos
pilares desfilan unos secundarios pletóricos y radiantes, llenos de encanto,
peculiares, salpicados de un humor necesario y oscuro. Jerome, ése encantador
negro zumbón, y Holly, ésa pequeña y adorable psicótica.
El estilo de King, os lo
prometo, que ya llevamos él y yo unas cuantas páginas compartidas, es el de
siempre. De ése que hace que las letras se te escurran entre los dedos, en el
que todo fluye y te atrapa, en el que lo cotidiano se torna primero inquietante
y después atroz. Los que la habéis leído (¡gracias chicos, fue genial!) seguro
que recordáis ése episodio de la infancia de Bradley que tiene que ver con un
camión y una puerta de sótano, ¿verdad? A eso me refiero. A cómo King agarra
los sentimientos más puros, más comunes, más sencillos y los retuerce en un
giro imposible, convirtiéndolos en un acto de horror.