Estará sin duda “La habitación de los niños” entre mis
mejores lecturas de este año. Después de una larguísima temporada huyendo de
las novelas históricas encuadradas en el Holocausto, con la sensación de que
está casi todo contado al respecto, esta novela de Valentine Goby me descubre
que aún nos queda mucho que aprender y recordar.
Mila, una joven militante de la Resistencia francesa, es
deportada al campo de concentración de Ravensbrück. Como el resto de
prisioneras políticas, sabe que no será condenada a muerte, pero ignora todo
sobre el futuro que le aguarda, a ella y a la criatura que nadie sabe que
guarda en el vientre.
“Cada noche repite el día, el día se vive dos veces, pues, vuelve a
vivirse por la noche, y cada nuevo día es semejante al anterior. Se pierde así
toda noción el tiempo, de sus rupturas en el mundo de fuera, fuera del campo,
el campo es un día sin fin que dura toda la noche y todos los días sucesivos,
un largo día sin costuras infectado por imágenes de muerte.”
Hay varios aspectos de “La habitación de los niños” que la
hacen especial. Lo es, sobre todo, por la bellísima prosa de su autora. Es
tarea difícil escribir sobre el horror y que tu narración resulte hermosa, y lo
consigue con aparente facilidad Valentine Goby. Desde los paisajes hasta los
sentimientos más íntimos de las mujeres que pueblan Ravensbrück, todo está
contado con intensa belleza. La prosa de Goby resulta cuidada, pulida y bonita.
Sí es cierto que hay abundancia de palabras en alemán, que la dotan de cierta
dureza y que contribuyen a la inmersión del lector, que siente con Mila el
desconcierto y la incomprensión a la que ella se enfrenta.
“El campo es una lengua. Esa noche y los días sucesivos surgirán
imágenes que no tendrán nombre, como tampoco lo tenía el campo la noche de su
llegada, como tampoco tienen nombre todavía las formas a los ojos de un recién
nacido”.
No es una lectura fácil, ni agradable, ni cómoda. Y sin embargo es necesaria, obligatoria, valiente e incluso esperanzadora.