Soy de las que disfrutan
haciendo listas y balances. Me encantan ésas entradas que van apareciendo a
finales de año con las mejores lecturas, las peores, los autores, los
descubrimientos, los retos…
Ha sido un año de muchas
lecturas, casi setenta libros, y algunas de ellas, muy buenas. Intento recoger
aquí las que a mí más me llegaron. El método ha sido sencillo. Me he sentado
delante de la lista y he ido anotando aquellos que, al leer el título, me provocaban
un vuelco en el estómago. Ha sido pura casualidad que hayan salido diez. El
orden podría ser casi aleatorio, a excepción de “Últimas tardes con Teresa”, de
Juan Marsé, y “La mala luz”, de Carlos Castán, que han sido sin ningún género
de duda mis favoritas de este 2015.
Allá vamos.
“Últimas tardes conTeresa”, por Juan Marsé. El catalán era uno de ésos autores que uno van postergando cada año, sin
razón alguna. Quería ponerle remedio y decidí hacerlo con su título quizá más
emblemático. De la novela me llevo a tres personajes que me sacudieron y me
emocionaron como nunca, especialmente mi Maruja, y el magistral ejercicio de
ambientación de la Barcelona de los años cincuenta que hace Marsé. Pero sobre
todo, me llevo unas ganas tremendas de repetir con el autor a lo largo de este
2016. Se admiten sugerencias.
“La mala luz”, por Carlos
Castán. Mirad la portada de “La mala luz” y ya sabréis que esperar de su
interior. La novela de Castán es una narración evocadora, deliciosa, tan íntima
que te asfixia. Poblada de larguísimas frases, juegos de palabras y reflexiones
sobre la vida, el amor y la muerte, “La mala luz” es densa, espesa, triste y
hermosa. Hay que leerla.
“Los años de peregrinación del chico sincolor”, por Haruki Murakami. Quizá la novela más sencilla de Murakami, la más
alejada de ésos universos oníricos que han espantado a más de dos lectores que
se han acercado a sus escritos, conserva también la magia de la prosa del
japonés.
“El nadador en el marsecreto”, por William Kotzwinkle. Cuando Navona decidió llamar Ineludibles a
esta colección, supo bien lo que hacía. La breve novela de Kotzwinkle es una
sacudida, un puñetazo a las emociones que conserva, sin embargo, una belleza
brutal.
“Paranoia”, por Franck Thilliez. El autor
francés es una constante en mis lecturas a lo largo de los últimos años. Y es
que desde “El síndrome E”, congeniamos bien. Este año le tocó a una historia al
margen de la saga de Sharcko y he de decir que no eché de menos al inspector.
Thilliez teje un thriller que hace honores a su título, dejando al lector
descolocado constantemente e invitándole a colocar las piezas por sí mismo.
“Nos vemos allí arriba”,
por Pierre Lemaitre. Leí en febrero “Vestido de novia” y pensé que Lemaitre no
podría llegar más arriba. Pero el autor francés volvió a dejarme sin palabras
con “Nos vemos allí arriba”, una novela que está en las antípodas de sus
anteriores obras. Ni rastro de thriller, ni rastro de ésa atmósfera oscura y
asfixiante de “Alex”, nada que ver con los giros imprevisibles de “Vestido de
novia”. Aquí Lemaitre hace gala de un humor delicioso y de una sensibilidad
desconocida para sus lectores y, sobre
ambos, construye la historia de Albert y Edouard, dos soldados que debieron
haber muerto en la trinchera.
“Las flores de la guerra”,
por Gaeling Yang. La autora china ha sido otro de los grandes descubrimientos
de este año. En “Las flores de la guerra” nos acerca a la masacre de Nanjing,
ocurrida en 1937, a través de los ojos de los habitantes de la parroquia de
Santa María Magdalena. Sacerdotes, niñas y prostitutas conviven bajo el horror
de las balas, trayendo a la palestra un hecho histórico de los que sacan los
colores al ser humano.
“Un millón de gotas”, por
Víctor del Árbol. Fue esta una de ésas historias en las que me costó tanto
entrar como salir. Las primeras doscientas páginas se me hicieron muy cuesta
arriba, la trama me resultaba demasiado áspera, demasiado dura, me avasallaba
emocionalmente. En algún momento me hice con ella y me terminó pareciendo una
de las mejores de este año que termina.
“No está solo”, por
Sandrone Dazieri. Dentro del género del thriller, me quedaría sin duda con el
descubrimiento del italiano Dazieri y su novela debut. “No está solo” es eléctrica, puro nervio, y
nos presenta a dos personajes que os dejaran con ganas de más.
“Lo que mueve el mundo”,
por Kirmen Uribe. Una de las últimas lecturas del año, esta biografía novelada
del intelectual Robert Mussche se convirtió en una deliciosa compañía en una
noche muy larga. Espero volver en breve a la prosa del autor vasco.