A veces los libros nos
encuentran a nosotros. “Pájaros ciegos” viajaba en mi bolso, de aquí para allá,
escrito en mi libreta de lecturas desde hace meses. Supongo que si estás
leyendo esto, tú también tienes siempre a mano tu libreta de lecturas, ésa en la
que haces listas de pendientes, apuntas lo que has leído, lo que quieres leer,
lo que tienes que leer. El título de Ursula Poznanski llegó a mí gracias al
reto que Mónica organiza en su blog, Serendipia Recomienda, de manos de
Agniezska. Ahí llevaba varios meses, bajo el epígrafe de los que quiero leer,
cuando me encontró. Y tan contentos nos fuimos los dos a casa.
El
castillo reluce. Y, apoyándose en las paredes blancas,
la
añoranza con manos inciertas avanza.
Los
relojes en el castillo están parados: muerto el tiempo.
“Pájaros ciegos” es el
segundo volumen de la saga protagonizada por la agente de la policía de
Salzburgo Beatrice Kaspary y su
compañero Florin Wenninger. He de decir que empecé la novela sin saber
que había una historia previa y que, a pesar de algunas alusiones a la trama
anterior, no he echado de menos leerla. Vaya, que se pueden abordar de forma
independiente sin problema.
En esta ocasión, Beatrice
y Florin se enfrentan al asesinato de una joven pareja que es hallada muerta en
los bosques. Ella estrangulada, él víctima de un disparo. La teoría del
asesinato pasional y el suicidio pronto se debilita, especialmente cuando
Beatrice descubre que ambos eran miembros de un grupo de Facebook de
aficionados a la poesía. Como veis, nada nuevo bajo el sol. En principio.
Reconozco que conforme
avanzaba en la historia me preguntaba el por qué de la recomendación de
Agniezska. Frecuento su blog, me gustan mucho sus reseñas y creo saber qué tipo
de historias le gustan. Y echaba de menos algo. A pesar del componente de la
poesía, que otorga un añadido a la trama de Poznanski, pensé en todo momento
que debía de haber algo más. Y efectivamente lo hay, pero no seré yo quien os
lo cuente.
La prosa de Poznanski es
solvente, sencilla y amable para con el lector. No se empeña en figurar, sino
que actúa como vehículo para contar su historia, sin más. La trama va de menos
a más, y a pesar de un planteamiento aparentemente simple, va ganando en
complejidad conforme avanza, rematando con unos últimos compases de gran
intensidad y llevándonos a un terreno en el que en ningún momento imaginé que
acabaría, pero que mereció la pena visitar, a pesar de su dureza.
Siempre es satisfactorio
que una novela que nos ha gustado cale en otro lector de la misma forma que lo
hizo en nosotros. También lo es acudir a una recomendación y salir de ella con
ganas de repetir. Así que yo os invito a leer a Poznanski, yo repetiré en
breve.