miércoles, 28 de octubre de 2015

"Pájaros ciegos", por Ursula Poznanski.

A veces los libros nos encuentran a nosotros. “Pájaros ciegos” viajaba en mi bolso, de aquí para allá, escrito en mi libreta de lecturas desde hace meses. Supongo que si estás leyendo esto, tú también tienes siempre a mano tu libreta de lecturas, ésa en la que haces listas de pendientes, apuntas lo que has leído, lo que quieres leer, lo que tienes que leer. El título de Ursula Poznanski llegó a mí gracias al reto que Mónica organiza en su blog, Serendipia Recomienda, de manos de Agniezska. Ahí llevaba varios meses, bajo el epígrafe de los que quiero leer, cuando me encontró. Y tan contentos nos fuimos los dos a casa.

El castillo reluce. Y, apoyándose en las paredes blancas,
la añoranza con manos inciertas avanza.
Los relojes en el castillo están parados: muerto el tiempo.

“Pájaros ciegos” es el segundo volumen de la saga protagonizada por la agente de la policía de Salzburgo  Beatrice Kaspary y su compañero Florin Wenninger. He de decir que empecé la novela sin saber que había una historia previa y que, a pesar de algunas alusiones a la trama anterior, no he echado de menos leerla. Vaya, que se pueden abordar de forma independiente sin problema.

En esta ocasión, Beatrice y Florin se enfrentan al asesinato de una joven pareja que es hallada muerta en los bosques. Ella estrangulada, él víctima de un disparo. La teoría del asesinato pasional y el suicidio pronto se debilita, especialmente cuando Beatrice descubre que ambos eran miembros de un grupo de Facebook de aficionados a la poesía. Como veis, nada nuevo bajo el sol. En principio.
Reconozco que conforme avanzaba en la historia me preguntaba el por qué de la recomendación de Agniezska. Frecuento su blog, me gustan mucho sus reseñas y creo saber qué tipo de historias le gustan. Y echaba de menos algo. A pesar del componente de la poesía, que otorga un añadido a la trama de Poznanski, pensé en todo momento que debía de haber algo más. Y efectivamente lo hay, pero no seré yo quien os lo cuente.

La prosa de Poznanski es solvente, sencilla y amable para con el lector. No se empeña en figurar, sino que actúa como vehículo para contar su historia, sin más. La trama va de menos a más, y a pesar de un planteamiento aparentemente simple, va ganando en complejidad conforme avanza, rematando con unos últimos compases de gran intensidad y llevándonos a un terreno en el que en ningún momento imaginé que acabaría, pero que mereció la pena visitar, a pesar de su dureza.

Siempre es satisfactorio que una novela que nos ha gustado cale en otro lector de la misma forma que lo hizo en nosotros. También lo es acudir a una recomendación y salir de ella con ganas de repetir. Así que yo os invito a leer a Poznanski, yo repetiré en breve.


domingo, 25 de octubre de 2015

La semana que nos espera (59)

Estoy leyendo

 

Mi semana ha sido caótica y con ella, mis lecturas. El martes tenía previsto empezar a leer "Todo lo que muere" de John Conolly. Justo ese día llegó a casa "Estrictina" de Mercedes Sáenz. Y como soy tan débil, los empecé los dos y leí un poquito de cada uno. Apenas he podido avanzar con ambos a lo largo de la semana.
En digital, estuve  curioseando autores para ir completando retos y me topé con "Venganza" de Jorge Urreta. Le estoy echando un vistazo a un fragmento y por el momento, tengo sensaciones encontradas.
Por otro lado, quiero ponerme ya con "Emma" de Jane Austen para la lectura organizada desde el blog Carmen y amigos.
Y así pues, aquí tenéis un claro ejemplo de aquello de que "el que mucho abarca, poco aprieta".

Reseñas


Esta semana me toca reseñar una novela negra que me ha gustado mucho, "Pájaros ciegos" de Ursula Poznanski. Este título llegó hasta mí gracias al reto organizado por Serendipia y con él lo doy por completado, aunque espero leer alguna recomendación más incluida en él.

Además, os traeré mi participación en el mes temático de la novela juvenil, infantil y la no novela y mis propuestas lectoras, por si os apetece acompañarme.



Sorteos


Mundos de lectura nos invita al sorteo para la posterior lectura conjunta del cuarto volumen de la saga Millenium, "Lo que no te mata te hace más fuerte".
Hasta el 30 de Octubre.
Bases.








Caminando entre libros vuelve a la carga con su tradicional sorteo de Halloween que incluye libros y chuches, ¿qué más se puede pedir?
Hasta el 31 de Octubre.
Bases.



Últimas horas para participar en el sorteo de cinco ejemplares de "¡Zaska!" de Martina Klein en el blog Libros que hay que leer.
Hasta el 26 de Octubre.
Bases.








El blog No solo leo celebra su tercer aniversario con un sorteo para cinco ganadores.
Hasta el 29 de Octubre.
Bases.



Albanta, del blog Adivina quien lee, sortea dos ejemplares de "Elvira" de Rubén Angulo.
Hasta el 31 de Octubre.
Bases.







El blog Entre libros siempre sortea un ejemplar de "Criaturas fantásticas" de Neil Gaiman.
Hasta el 1 de Noviembre.
Bases.



En el blog Entre páginas perfectas, sorteo de un ejemplar de "La reina roja" de Victoria Aveyard.
Hasta el 1 de Noviembre.
Bases.








Sorteo de un ejemplar de "El rastro del miedo" de Laura Griffin en el blog Entre libros siempre.
Hasta el 1 de Noviembre.
Bases.

jueves, 22 de octubre de 2015

"La botella del náufrago", por Antonio Jiménez Barca.

Cuando una novela de apenas 270 páginas te dura más de cuarenta días, algo no va bien. A veces, como en el amor, es simplemente un “no eres tú, soy yo”. Al final, “La botella del náufrago” y yo quedamos como amigos, sin enfados, sin malestar, pero sin nada memorable que recordar. Y es verdad, no fue su culpa. Fui yo, fue mi apatía, fueron los astros que andaban mal alineados. Posiblemente en otro tiempo, en otro momento, habría sido una historia que podría haberme gustado mucho.

Una terrible ola de calor, pastosa e insufrible, azota la capital. No da tregua ni siquiera a medianoche, cuando los locos y los tristes sacan a pasear sus penas a través de las ondas. Julián Chacón escoge las llamadas más deprimentes, las más chocantes, y las pasa a antena. En medio de un ambiente tan lúgubre, le llega a Julián una llamada de auxilio desde el rellano de su escalera. Pronto se verá envuelto en una red de trata de blancas, convertido casi por casualidad en archienemigo de un matón con experiencia.

Me gustan tanto los antihéroes… Julián Chacón lo encarna a la perfección. No tiene nada, ya lo perdió. Vive en un piso anodino, sale a diario a un parque de bancos oxidados a pasear a un perro viejo y cansado; trabaja en un programa radiofónico donde no existe el optimismo. Chacón es un personaje magníficamente construido, pero no lo son tanto sus actitudes, que en ocasiones me han parecido poco creíbles. Quizá porque si eres de verdad un antihéroe, lo más cómodo es seguir saliendo en pantuflas a tirar la basura en lugar de embarcarte en un periplo por los puticlubs de media España. Ya os digo, quizá fui yo, que no estaba por la labor de creer en nada. Al otro lado, como antagonista, un ser despreciable, algo, demasiado maniqueo, demasiado repulsivo, demasiado, demasiado.

La novela se desarrolla como la ola de calor que asfixia a Chacón y sus congéneres, despacio, llena de seres y ambientes sórdidos, deprimentes, que se meriendan tu estado de ánimo sin que te des cuenta. Quizá por eso me ha sido imposible disfrutar de la novela como es probable que merezca. Porque últimamente tengo la sensación de que el día a día ya nos come la moral lo suficiente como para no alimentar la desazón con lo que uno lee.


No me dejó buenas sensaciones y aún no sé por qué. Siempre se dice, en estos casos, que quizá otro lector encuentre algo que yo no supe ver. Pero en este caso no es un formulismo, ni es decoro. Es la pura verdad. La novela de Antonio Jiménez Barca se merece una lectura en estado de optimismo, para facilitar su digestión y apreciar sus bondades, aunque yo no haya sabido escarbar en ellas.

viernes, 16 de octubre de 2015

"Hipotermia", por Arnaldur Indridason.

Frío. Ése es el eje y el motor, lo que predomina por encima de todo en "Hipotermia", la novela que ha supuesto mi primer encuentro que el autor islandés Arnaldur Indridason, venerado por muchos y denostado por otros tantos por eso mismo, por ese estilo frío y aséptico que impregna su narración y sus historias. Yo soy de las que toleran bien las bajas temperaturas, de las que disfrutan cobijándose bajo las mantas y cerrando herméticamente pijamas y calcetines. Así que, como imaginaréis, "Hipotermia" me ha dejado buenas sensaciones.

La obsesión de María por la vida más allá de la muerte la persigue desde niña, cuando vio a su padre ahogarse en el lago. Ahora que acaba de perder a su madre, María no cesa de buscar señales y mensajes del otro lado. Cuando el cuerpo de María aparece colgando de una viga en su casa de las afueras, pocos dudan de sus motivaciones. Pero el inspector Erlendur Sveinsson necesita ir un paso más allá y, de forma extraoficial, empieza a investigar la muerte de María y a vincularla con otras desapariciones ocurridas en Islandia en años anteriores.

No es amable el dibujo que Indridason hace su país. Islandia se nos aparece como un lugar en las antípodas del idílico paraíso de las agencias de viajes. Una tierra sombría y helada, lúgubre, donde los crímenes se pueden cubrir con hielo y quedar ocultos por siempre. Se intuye una orografía compleja, poblada de nombres imposibles que contribuyen a mantenernos lejos de la narración, que casi consiguen sacarte de ella. Lo lograrían de no ser porque la narración del autor es tan fluida y sencilla que uno lee sin esfuerzo ni casi conciencia de hacerlo. Me han llamado la atención los diálogos, tremendamente simples, casi pegados a la forma real expresarnos de forma oral, lejos de ésos monólogos inacabables que a veces los autores endilgan a sus personajes. He de reconocer que al principio me resultaban extraños y cortantes. Fríos, al fin y al cabo. Luego he terminado viéndolos como una característica más del curioso estilo del islandés.

Quizá ha influido en mis buenas vibraciones el hecho de que hacía más de un año que no había tocado suelo nórdico, puede que porque en otro tiempo terminé saturada entre tanta Lackberg y Larsson. Puestos a elegir, me quedo con el estilo distante, despiadado y lóbrego de Indridason, menos aderezado, más áspero que el de ellas, pero más afín a mi. ¿Y vosotros?


martes, 13 de octubre de 2015

"Croatoan", por José Carlos Somoza.

Todos tenemos nuestros amantes literarios. Algunos varios, ya se sabe que los lectores somos seres promiscuos y dados a la infidelidad en lo que a los libros y autores se refieren. Nos apasionamos y olvidamos con pasmosa rapidez y el que todo lo vendió este mes será sustituido el que viene por otro que vendrá y nos encandilará. Todos tenemos nuestros amores clásicos, de siempre, con los que uno va sobre seguro. Nuestros amores de invierno o de verano, que vuelven cada año. Y luego están aquellos que son como amantes: intermitentes y esporádicos, que consiguen matarte de pasión un día y que siempre que vuelven, te obligan a correr a sus brazos. A pesar de algún mal encuentro, a pesar de las decepciones ocasionales, siempre queda por encima lo memorable, los grandes instantes.

Así ha sido a lo largo de los años lo mío con Somoza, un autor con el que tuve un agradable primer encuentro (“Zigzag”) y al que me enganché con la fabulosa “Clara y la penumbra”. Con él pasé miedo de verdad (“La dama número trece”) e incluso homenajeamos a algún clásico (“La llave del abismo”). Con los años vinieron los desencuentros (“Tetrammeron”) y los fiascos (“La cuarta señal”). Pero aún así, cuando él me llama, no puedo decir que no. Desde la editorial Stella Maris me ofrecieron la lectura de “Croatoan”, lo nuevo de Somoza, así que a ellos les debo la reconciliación.

En 1950, los habitantes del poblado americano de Roanoke desaparecieron sin dejar rastro. En un árbol de la entrada del pueblo se encontró grabada una única palabra: “Croatoan”. La misma palabra que aparece un buen día en el email de Carmela Garcés, etóloga y alumna estrella del maestro Carlos Mandel, que se suicidó dos años atrás. Mientras, en las calles de las grandes ciudades del mundo, los seres humanos se rebelan, los animales se mueven en masa. El mundo parece estar volviéndose definitivamente loco.

“La silueta oblicua de las Torres Kio se enmarca en las ventanillas como rascacielos a punto de desplomarse. Una arquitectura torcida propia de una ciudad que se derrumba. Laredo limpia el vaho de la ventanilla y contempla algo más lejos las erguidas sombras de las otras cuatro altísimas torres financieras, tan ridículas en esa ciudad derrotada”

En “Croatoan”, Somoza vuelve a retomar las buenas costumbres, aquellos aspectos que me gustaron cuando le descubrí hace años: la acertadísima mezcla de géneros. Aquí arma un thriller que, aunque coquetea sin complejos con la ciencia ficción, contiene un poso de realidad y crítica social que te mantiene con los pies en el suelo. “Croatoan” podría ser, perfectamente, el apocalipsis según Charles Darwin.

Sus personajes funcionan dentro de lo esperado, y ocurre como en más de una ocasión en sus novelas, que sus secundarios terminan eclipsando a sus héroes. Pero yo diría que Somoza lo hace adrede, que ya nos vamos conociendo.

¿Os gustaría “Croatoan”? Sí si disfrutáis de los thrillers clásicos y no os asusta un poquito de ciencia ficción. No la recomendaría, en ningún caso, para estómagos sensibles y enemigos de los escenarios apocalípticos. La disfrutaréis si ya conocéis al autor y habéis tenido vuestros buenos momentos con él. Si no le habéis leído nunca, os animo a hacerlo pero eligiendo otro título, especialmente la imprescindible “Clara y la penumbra”.

jueves, 8 de octubre de 2015

"La mujer que nunca tenía frío", por Elisabeth Elo.

“La mujer que nunca tenía frío” se llama Pirio Kaspárov. Una noche, mientras navega junto a su amigo Ned en un pequeño pesquero, un carguero les embiste dejándoles a la deriva. Pirio consigue sobrevivir alrededor de cuatro horas en las frías aguas del Atlántico Norte hasta que es rescatada, un acto prodigioso que la convertirá en una celebridad. Pero más allá de su aparente suerte, Pirio empezará a sospechar que el accidente no fue fortuito. Y es que las leyes que rigen en el mar no tienen mucho que ver con las que conocemos aquí en tierra.

Odio las etiquetas. A veces una palabra mal colocada, una adjetivación poco acertada o una frase promocional desafortunada pueden hacerme no comprar un libro. Será que soy una superficial, pero cuando me llevé a casa “La mujer que nunca tenía frío” no reparé en dos conceptos que se han usado para vender la novela y que me provocan una urticaria emocional terrible: thriller ecológico y suspense femenino. Cuánto horror en tan poco espacio. Por si acaso os topáis con la novela, olvidaos de todo eso. Los hombres pueden leerla con gusto sin temor a que se les desarrollen los pechos y también podéis disfrutarla aunque no recicléis la basura.

Elisabeth Elo dedica buena parte de los primeros compases de la novela a perfilar a unos personajes de intenso carácter. Desde la propia Pirio, que actuará como narradora, hasta la figura ausente de su madre Isa, todos ellos de fuerte personalidad, pincelados a través de recuerdos, actitudes y unos potentes diálogos que ayudan a dotarles de un carisma muy particular. Ellos son el pilar que sostiene una trama que parte del drama para ir virando lentamente hacia el thriller convencional.

“La mujer que nunca tenía frío” no es una novela para devorar. Como es decía, la autora se toma su tiempo para mimar a sus personajes y construir los cimientos de la historia que nos quiere contar. Lo hace con gusto, a mi parecer, y consigue despertar nuestra curiosidad sin necesidad de anzuelos. Se adentra, además, en un terreno poco frecuentado y denuncia unos hechos que nos pillan muy lejos pero que estremecen: genocidios animales que quedan impunes, de los que poco se sabe ni se quiere saber.

No os desvelo más. Sólo os animo a aprovechar este frío que llega como excusa para darle una oportunidad a la novela de Elisabeth Elo. A hacerlo con calma y sin prisa, sobre todo si sois asiduos al thriller más convencional y rítmico, y permitáis que Pirio os cuente lo que ella aprendió sobre las leyes del mar.

martes, 6 de octubre de 2015

"Un millón de gotas", por Víctor del Árbol.

Mi padre empezó a poner ladrillos muy pronto. No lo hacía por gusto, le gustaban más los libros que la paleta, pero a veces no se puede elegir. Mi padre es albañil, y aunque no es lo que él quería ser, hace su trabajo con extraña devoción. Coloca los ladrillos, deberíais verlo, con mimo y precisión, y entorna mucho los ojos para ajustar el nivel y tensar la cuerda. Puede pasar mucho tiempo así. Dando pasos aquí y allí que nadie podría descifrar, pasos que sólo él entiende.

He pensado mucho en mi padre leyendo "Un millón de gotas". En parte porque Víctor del Árbol habla mucho de éso, de nuestros padres, de lo que nosotros vemos, de la que imagen que de ellos dibujamos para construir sus mitos. Y en parte porque me imagino al autor haciendo un trabajo parecido al que hace mi padre. Un trabajo lento y minucioso, feo al principio, desolador cuando aún se están echando los cimientos. Una obra que gana en belleza y empaque con tiempo y paciencia, que necesita horas de incomodidad para erigirse como el lugar hermoso y casi confortable que resulta al final.

"Un millón de gotas" es la historia de Elías Gil, el joven que llegó a la URSS con un título de ingeniería bajo el brazo y volvió con una carga demasiado pesada a la espalda. Es la historia de Gonzalo, el hijo de Elías, un antihéroe, un hombre sometido por su familia política, por su incómodo matrimonio y por la carga de su propio padre. Es también la historia de Laura, de Luis, de Alcázar... Un amplio coro de personajes que no se pierden en la enorme galería que conforman, sino que se dibujan de forma individual, precisa e intensa. Víctor del Árbol toma páginas y tiempo, todo el que necesita, para recrearse en su creación, dándoles forma a través de su presente y su pasado, de sus actitudes y sus miedos, dando lugar a una fascinante amalgama de personalidades e historias crudas y amargas, como la vida misma.

No os voy a engañar, no es una lectura cómoda ni fácil, sino una de ésas que necesita paciencia, tiempo y fe para entrar en ella. El apartado histórico recoge varios episodios de la historia de ésos que hacen que tengas ganas de bajarte del mundo, plagados de violencia, crudos y descarnados. Víctor del Árbol escribe bonito pero no disfraza ni pone paños en la herida, su prosa no se recrea en las heridas, pero tampoco las tapona. Como si quisiera dejar la sangre fluir.

Reconozco que hacia el final, cuando ya estaba completamente dentro de la historia, y como ya me pasó con su novela "La tristeza del samurai", a veces debía pararme para cerrar el libro, tomar aire y tratar de deshacer el nudo del estómago. "Un millón de gotas" es una novela que duele, pero también me ha parecido imprescindible para los amantes de la buena literatura.
No es título, sin embargo, que me atrevería a recomendar a nadie. Creo que es una novela que da mucho pero que exige otro tanto al lector; que requiere de ciertos espacios, ambientes y estados de ánimo. "Un millón de gotas" necesita de un instante muy particular para ser leída, un lugar en el tiempo que yo no supe encontrarle y que me dificultó mucho el avance durante la primera mitad de la novela. Pero a pesar de ello, es casi con toda seguridad, una de las mejores lecturas que me ha traído este año.