martes, 26 de enero de 2016

"El secreto de Vesalio", por Jordi Llobregat.

Llevo semanas dándole vueltas a esta reseña, sin saber cómo sentarme a escribir sobre la novela que hoy os traigo. Porque pocas faltas se le pueden poner a la obra debut de Jordi Llobregat. “El secreto de Vesalio” tiene todo lo que hay que tener, y me parece justo que esté funcionando tan bien como lo está haciendo. Sin embargo, debo reconocer que a mí me ha faltado algo. Supongo que después de meses leyendo reseñas alabando sus bondades, después de decenas de listas de mejores lecturas en las que aparecía, cabría decir que las expectativas me jugaron una mala pasada. Pero no sería justo echarles siempre la culpa a ellas. Creo que aunque no hubiera sabido nada de ella, me habría quedado con la misma sensación de falta de plenitud.

La ambientación es, sin duda, lo mejor de la novela. Ubicada en la Barcelona emergente de finales del XIX, en las semanas previas a la Exposición Universal, la ciudad se presenta como una urbe que crece de forma imparable pero en la que conviven luces y sombras, riqueza y miseria. Un lugar en el que las zonas deprimidas se hunden en la penumbra al llegar la noche y monstruos legendarios acechan sus calles mientras al otro lado, en sus zonas iluminadas, la alta sociedad se viste de gala. Jordi Llobregat retrata a la perfección a la Barcelona que crece y se moderniza a marchas forzadas, plasmando en sus páginas la que, imagino, debe haber sido una intensa tarea de documentación. Y lo hace con sutileza y buen gusto a lo largo de la narración, sin sobrecargar al lector y convirtiendo así a la ciudad en la protagonista primera de “El secreto de Vesalio”.

Junto a ella, tres personajes serán los encargados de sustentar la compleja trama de el autor teje para nosotros. Daniel Amat, que vuelve a Barcelona tras la muerte de su padre. Allí se reencontrará con su pasado, con la culpa que carga y con la que fue su amor de juventud. Un personaje con el que no he conseguido conectar demasiado, que me ha parecido solvente pero algo falto de carácter. Junto a él, Bernat Fleixa, reportero del Correo de Barcelona, que se nos presenta como un tipo falto de escrúpulos pero que acabará siendo, al menos en mi caso, el alma de la historia. Y finalmente Pau Gilbert, estudiante de medicina que también guarda sus secretos y cuya trama me ha resultado interesante pero quizá, demasiado inverosímil. Juntos habrán de dar con un manuscrito anatómico que puede cambiar el curso de la medicina y de la historia.

“El secreto de Vesalio” me ha resultado francamente una lectura entretenida y magníficamente ambientada, aunque he echado de menos algo más de carácter en su personaje principal y en la que, si algo me ha faltado, ha sido quizá esa conexión especial que uno logra a veces con ciertas historias y que esperaba encontrar aquí. A pesar de no haberlo hecho, no dejaría de recomendarla a cualquiera que pretenda pasar un rato agradable y que frecuente el género negro. Le seguiremos la pista al autor, estoy segura de que merece la pena.


jueves, 21 de enero de 2016

"Tierra de brumas", por Cristina López Barrios.


“Así somos las Mencía, niña, apréndelo cuanto antes, o eres loca o reina o santa o borracha.”

Galicia, mi tierra mágica, qué lejos te tengo y qué bonito ha sido volver a visitarte a través de los ojos de las Mencía. Qué lujo caminar por tus pazos y tus bosques, escuchar el jugueteo del tresno por las noches, comadrear con tus mujeres, locas, reinas, santas, niñas, malas. Qué regalo hacerlo de la mano que nos tiende Cristina López Barrios, qué privilegio dejarse acunar por su narración, por su prosa medida, minimalista y excesiva a la vez. Ese estilo tan propio en el que cada metáfora, cada adjetivo, cada signo de puntuación conspira para crear una belleza insólita, que no flaquea en la descripción de lugares, personajes o estados de ánimo.

“[…] Galicia, esa tierra de lobos y flores donde vivieron sus antepasados, era un lugar íntimo, misterioso, que compartió con su madre, una tierra de parajes verdes y húmedos, de bosques encantados y ríos que serpenteaban entre montañas como culebras marinas; la tierra donde transcurrían los cuentos de su infancia…”

Dedica Cristina López Barrios los primeros capítulos de su novela a presentarnos a las mujeres de la saga Mencía. En cada capítulo, una pequeña historia. Retazos de amor, pasión, locura, muerte. Vivos y aparecidos conviven a través de los años en esa tierra de brumas en la que las líneas que separan un mundo y otro se difuminan. A este lado hay hambre y miseria para unos, opulencia para otros. En aquel lado, unos que no resignan a irse y otros que no acuden por mucho que se les llame.

Como ya hacía en sus novelas anteriores, la autora aúna fantasía y realidad con delicadeza y buen tino, construyendo una ambientación envolvente, convirtiendo los pazos y bosques gallegos en un lugar en el que confluyen magia y mundo real. La narración se desliza reposada, quizá previsible en sus giros pero emotiva, sugerente, un caleidoscopio emocional en el que el lector vive, siente y padece con los personajes. Unos personajes con empaque, lejos de maniqueísmos y arquetipos, seres terrenales que se mueven por ambición, por pasión, por instinto o por necesidad. Pero siempre tocados por un aura de magia, un algo que les hace especiales.

Ha sido un placer para mí retornar a la escritura de Cristina López Barrios. Sus letras funcionan como un bálsamo, sus novelas se me antojan un lugar acogedor, calmo en el que refugiarme. Sus historias exigen paz, quietud, parar, leer despacio, no detenerse nunca a mirar lo leído o lo que queda por leer. Sólo existe el instante, la página en la que estás. No es una narración apta para lectores voraces, hambrientos, necesitados de vértigo. Las emociones por las que la autora nos invita a transitar están en nosotros, y hay que saber buscar, ahondar y encontrar(se). Dejarse llevar.


martes, 19 de enero de 2016

"La ley del menor", por Ian McEwan.

Se le ocurrió la idea blasfema de que no importaba mucho que el chico viviera o muriera. Todo en gran parte seguiría siendo igual. La profunda tristeza, quizá el pesar amargo, los recuerdos tiernos y después la vida seguiría su curso y las tres cosas significarían cada vez menos, a medida que los que le amaban iban envejeciendo y muriendo, hasta que ya no representasen nada en absoluto.

Hay historias que consiguen reencontrarnos con la lectura como acto de profunda intimidad. A veces ocurre. Hay libros que no son para leer en el metro ni en la sala de espera. Que nos exigen un instante de soledad. Libros con los que queremos estar a solas. En “La ley del menor”, Ian McEwan nos golpea y nos abraza a la vez con una historia tan intensa que uno no quiere compartir ése cúmulo de sensaciones con nadie. Sólo dejarse llevar, sin interrupción, sin distracción.

El mundo de Fiona se resquebraja. Bajo la máscara de la intachable y exitosa jueza del Tribunal Superior, hay una mujer que se cae a cachos. Pocas veces reparamos en ello. Se nos olvida que bajo ésos seres que toman decisiones por los demás se esconden hombres y mujeres que fallan, se equivocan, que tienen insomnio o beben más de la cuenta. Personas que han de ser justas y ecuánimes mientras conviven con sus propias convicciones. Y además de eso, en el caso de Fiona, hay un marido que quiere vivir el último affair, porque ya está cansado de convivir con la jueza y necesita a la mujer. O eso dice él.

Es casi imposible asistir a la narración de ése narrador omnisciente, que todo lo sabe, sin caer rendida a los pies de un personaje como Fiona Maye. Acabas siendo partícipe de su debacle. Cómo no hacerlo.

“Y luego estaba la edad. No el deterioro tal, no todavía, pero asomaba su precoz promesa, de la misma manera en que se podría, a una luz determinada, captar un vislumbre del adulto en la cara de un niño de diez años”.

“La ley del menor” habla a las claras del dolor. De ése dolor no demasiado agudo pero sí martilleante, el que provoca el tomar conciencia del paso de los años, la inminencia de la vejez, de la carne que se cae y las encías que se retraen. Y se atreve también a hablar de la muerte como un acto inminente, y de la aceptación fuera de toda lógica de Adam, que se niega a recibir una transfusión a causa de sus convicciones religiosas.

Ian McEwan podría haber intentado convencernos de algo. Pero por suerte no lo hace. Actúa como un simple moderador, y como excelente narrador, poniendo sobre el tapete vida, muerte, fe, decadencia, dolor, abandono, esperanza. Los personajes juegan con las cartas que les han tocado, Fiona en su papel de jueza de familia, que habrá de decidir si puede obligar a un joven a vivir en contra de su voluntad. Adam, que expone con toda lógica sus argumentos.

A veces es difícil reseñar un libro que te ha tocado tanto. Uno nunca tiene la sensación de estar haciéndole justicia a la novela, como si no pudieses transmitir con palabras la intensidad que te ha provocado. No suelo recomendar abiertamente una lectura nunca, siempre intento plasmar mis sensaciones para que los demás decidan. Pero en este caso, me voy a permitir el lujo de invitaros a leerla. 

viernes, 15 de enero de 2016

"Anexo", por Nelson Galtero.

“La verdad se escurre – escribió el fiscal en la última página-, la verdad es un invento del periodismo”

Un hombre llega a un pueblecito con camino de entrada pero sin salida. Un pintoresco lugar en el que debe valorar si será rentable o no la construcción de un hotel. Poco importa lo que dice el informe en cuestión pues nosotros sólo tendremos acceso al anexo, un apéndice final en el que el hombre deja a un lado los aspectos técnicos para narrar los extraños hechos que suceden en el lugar. Y es que en ese reducto sin nombre ni salida todos los días muere alguien. Días después reaparece en otro lugar, con otra edad. Hay un escurridizo tipo, Grossman, que parece fundamental pero al que no hay forma de encontrar. Hay turistas, un fiscal y un alcalde a la cabeza de un puñado de vecinos que deciden de forma democrática quién y cómo muere cada cual.

“Es de locos. Es un pueblo de actores y la mayoría no ha subido a un escenario en su puta vida. Imagínate, aprovechan cualquier ocasión para interpretar un papel. […] No les importa la verdad, les importa aparecer, les importa el dinero y les importa que los aplaudan.”

Nelson Galtero construye su (breve) historia en dos planos distintos que pueden leerse, sin embargo, a la vez. En la superficie discurre una historia plagada de situaciones absurdas (decía en su reseña AnaBlasfuemia que le recordaba a aquel humor extravagante de “Amanece que no es poco”, y yo estoy muy de acuerdo con ella). Una trama no exenta de cierta intriga, poblada de unos peculiares personajes que se mueven por distintos intereses y que consiguen atrapar al lector, especialmente a aquel curioso y sin prejuicios.

Bajo ésa superficie se puede leer, sin embargo, una crítica que cada cual entenderá a su modo, pero que puede aplicarse, sin dar demasiadas vueltas, al panorama político y social en que nos movemos. Y esa es la mayor bondad de “Anexo”. Que se aleja de la rabia y el malestar para retratar con acidez, sin amargura, el circo en que nos movemos. Y lo hace poniendo el objetivo en lo individual, lejos de las altas esferas que ya retratan otros.

“Anexo” es, por extensión, un relato, pero por profundidad una novela. Podréis leerla de una sentada sin quedaros con la sensación de que fue demasiado breve, demasiado superficial. Dura lo que dura. Y no necesita más.

martes, 12 de enero de 2016

"Revival", por Stephen King.

En 1962, Jamie Morton tiene seis años cuando se cruza por primera vez con la imponente figura del pastor Jacobs. Ambos compartirán juegos, catequesis y experimentos. En los años posteriores, un Jamie destrozado por las drogas y un Charles Jacobs dedicado a la religión como espectáculo se reencontrarán de forma intermitente, como si de alguna forma estuviesen destinados a ello.

“Revival” es una novela ciertamente intimista, nostálgica y más larga de lo que debiera ser. Le ocurre a menudo a King, que cada vez más, será cosa de la edad, tiende a recrearse  en lo accesorio. Aquí sólo hay dos personajes, el pastor Jacobs y Jamie Morton, y sobre ellos dos se sustenta la historia. El resto es puro atrezzo. Quizá por eso, el autor se entretiene en su creación, en su pasado y su presente, en que comprendamos sus circunstancias. Y a veces, especialmente en la parte central de la novela, uno tiene la sensación de que King mete paja. Un relleno para volver a recordarnos que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Tampoco es la primera vez que se mete King en el jardín de la religión. Siempre lo hace desde una óptica profundamente aterradora, desde la exacerbada fe de la madre de Carrie hasta el fanatismo in crescendo de “La Niebla”, a King le gusta exhibirla como una lacra que nos destruye y nos hace, sin duda, peores. Aquí se atreve a cuestionarla desde la base, poniendo la voz del pastor el llamado Sermón Tremebundo, y después nos ofrece la versión más mediática de la fe, la religión reconvertida en espectáculo de feria. Sanaciones, imposiciones de manos, personajes creados al servicio de un consumidor desesperado.

Y todo ello desemboca en una permanente inquietud. Esa es la sensación primera que deja “Revival”. Es incómoda, a ratos tediosa, pero sobre todo, lo que predomina por encima del resto, es la sensación de que algo va a ocurrir y no te va a gustar.

Contribuye también a ello el estilo de King, que se aleja cada vez de la imagen de autor palomitero que muchos tienen de él. Su estilo ha madurado con él, se ha hecho mayor y se torna más pulcro, más intimista. Me atrevería a decir que ciertos pasajes resultan incluso elegantes, pero no quisiera que algún intelectual despistado acabe arrancándose los ojos en esta humilde morada. Pero insisto, creo que King escribe cada vez mejor. Quizá le falte algo a “Revival” algo de nervio, más pegada, un poco más de rock’n’roll. Pero funciona en líneas generales la combinación que urde para el lector. Especialmente bien si eres un nostálgico de la infancia, de la buena música de antes o de aquellas novelas de terror con aroma a serie B.

Lecturas 2016

1. "Revival", por Stephen King.
2. "Anexo", por Nelson Galtero.
3. "La ley del menor", por Ian McEwan.
4. "Tierra de brumas", por Cristina López Barrios.
5. "El secreto de Vesalio". por Jordi Llobregat.
6. "Cicatriz", por Juan Gómez Jurado.
7. "¡Abajo el colejio!", por Geoffrey Willans and Ronald Searle.
8. "Una pasión rusa", por Reyes Monforte.
9. "Hormigas en la playa", por Rafa Moya.
10. "Caja negra", por Francisco Narla.
11. "La última salida", por Federico Axat.
12. "El aroma del crimen", por Xabier Gutiérrez.
13. "Nerve", por Jeanne Ryan.
14. "El faro del silencio", por Ibon Martín.
15. "Todos iremos al paraíso", por José Ángel Mañas.
16. "Holy Cow", por David Duchovny.
17. "El teorema Katherine", por John Green.
18. "La fábrica de las sombras", por Ibon Martín.
19. "El desorden que dejas", por Carlos Montero.
20. "Orígenes Secretos", por David Galán Galindo.
21. "Mágico, sombrío, impenetrable", por Carol Joyce Oates.
22. "Diario de Golondrina", por Amélie Nothomb.
23. "El color del perdón", por María Suré.
24. "Nunca es tarde para morir", por Pablo Palazuelo.