miércoles, 29 de octubre de 2014

"El aviso", por Paul Pen.

“El aviso” es una novela que debería haberme gustado más. Me molesta, me da rabia que su lectura me haya dejado algo indiferente, que no me haya dejado poso ni me haya quitado el sueño. Me fastidia porque creo que es una buena novela: hay unos personajes bien construidos y una trama interesante, que reta al lector; la prosa del autor funciona bien, a pesar de que se nota que Paul Pen es guionista antes que escritor. ¿Qué ha pasado entonces?

Probablemente, ha jugado en su contra lo mucho que me gustó “El brillo de las luciérnagas”, la segunda novela del autor, que leí antes que esta. No os voy a descubrir nada de ella que no os hayan contado ya. No es ni siquiera justo comparar “El aviso”, un debut literario, con una segunda novela que en términos generales, siempre está más pulida en todos los aspectos. Lo realmente justo sería abordar esta reseña olvidándome de mi anterior acercamiento al autor. Pero uno no puede hacer ciertos ejercicios de abstracción. “El brillo de las luciérnagas” es una novela que impacta, que llena, fascinante y adictiva. Y aunque uno no quiera, es inevitable tener ésas sensaciones a flor de piel cuando uno se acerca de nuevo a un autor que le ha provocado tanto.

En “El aviso”, Paul Pen juega con uno de los conceptos más inspiradores de la literatura de ciencia ficción: ¿Está escrito el destino? ¿Venimos aquí con fecha de caducidad? Y de ser así, ¿se puede cambiar? Contada en dos líneas temporales alternas, el peso de la historia recae sobre dos personajes: Aarón y Leo. En ellos dos invierte el autor gran parte de la novela, dibujando con mimo su psicología y sus circunstancias, dotándoles de una base sólida y creíble para sustentar la acción posterior. Un trabajo de chinos, minucioso y algo ingrato, porque hace que la trama se ralentice en su primera mitad, dejando la sensación de que falta algo de ritmo. El cuerpo del lector pide más marcha mientras se desliza por las páginas al ralentí.

Se dedica también gran parte de la primera mitad a construir la peculiar ambientación de esta historia en una especie de pequeña gran urbe, a caballo entre la ciudad satélite y la urbanización pija, con un marcado acento americano que va mucho más allá de la gasolinera con su rótulo de “Open”. En Arenas de la Despernada hay de todo y de nada falta: atracos, parques acuáticos, niños acosados en el colegio, madres desnaturalizadas y números. Hay números, fechas por todas partes. Casualidades, coincidencias. Más números escondidos entre historias que Aaron, en su línea temporal, deberá comprender, ordenar,  para poder salvar al niño Leo, el niño del futuro, dentro de nueve años.

“El aviso” es una novela arriesgada, valiente, pulcra y bien medida. Es una buena novela a la que quizá traiciona levemente su ritmo. Muy cinematográfica y visual, si en algo iguala esta primera novela a “El brillo de las luciérnagas” es en su capacidad para provocar sensaciones viscerales, vehementes, en el lector. Pero sobre todo, “El aviso” sirve para apuntar definitivamente a Paul Pen en mi lista de autores fetiche, esos que se leen sí o sí.


Empezaba esta reseña diciendo que no había terminado de convencerme esta novela. Y aún así, todo lo que se me ocurre decir de ella es positivo. Supongo que eso es bastante significativo, ¿verdad? ;)

miércoles, 22 de octubre de 2014

"La vida era eso", por Carmen Amoraga.

Siempre pensé, como Carmen Amoraga, que la vida era eso. Soy un animal que habita entre mantas, libros y ésos cuatro o cinco seres necesarios. Mi concepto de la felicidad reside en cosas pequeñas, banales si queréis. Nunca he ansiado viajar lejos, tener un coche enorme o armar una boda de tres días con George Clooney en Venecia. Mi paraíso particular está en un pastel de verduras y una copa de vino en familia, un libro en plena tormenta o un abrazo que no teme al resfriado. Y mi mayor miedo es perder a ésos seres imprescindibles en mi vida. Quiero pensar que es ésa la razón por la que esta novela me ha calado hasta los huesos.

Giuliana acaba de perder a su marido, William. Derrotada y rota de dolor, tendrá que luchar para no abandonarse y salir adelante junto a sus dos hijas. Tendrá que aprender también a pedir ayuda, a aceptar la compañía de otros, a no idealizar lo vivido ni dejarse matar por viejas miserias. Atravesando las distintas fases del duelo, de la negación a la aceptación, pasando por la ira y la depresión,  Giulina encuentra en las redes sociales su vía de escape, un lugar para plasmar su dolor y obtener una compañía que no tolera de forma “presencial”.

Qué hermosa e inspiradora es la prosa de Carmen Amoraga. Nunca había leído a esta autora, no sé qué narices he estado haciendo todo este tiempo. Qué facilidad para encontrar los sentimientos en las cosas más sencillas y comunes. Con qué pasmosa habilidad esquiva el drama lacrimógeno, con lo fácil que habría sido. Y qué bonito lo cuenta. Y cuánta verdad se respira en cada línea.

No os voy a engañar. No es una lectura para ésos días en los que se te pone el mundo por montera. Ni para ésas rachas complicadas. Hay que afrontarla con buen cuerpo, o uno puede terminar con el ánimo hecho añicos y la moral arrastrándose por los suelos. A pesar de que la historia de Giuliana está llena de luz y fuerza, de que no se trata tanto del duelo, sino de la supervivencia. A pesar de ello, tuve que cerrar un par de veces sus páginas y tragar saliva y esperar a otro momento, porque el estómago (entiéndase como órgano sentimental) ya no me daba para más.


No es una novela que vaya a gustar a todos. Ni su humor a veces agrio, ni el tono ni la historia son aptos para todos los gustos. Dependerá de vuestro estado de ánimo, de vuestra capacidad para empatizar con ésa inmensa protagonista que es Giuliana. Dependerá, pues, de vuestra visión de la vida, de cuánto os parezcáis o no a ella. De qué es para vosotros la vida.

miércoles, 15 de octubre de 2014

"Un mundo peor", por Claudio Cerdán.

 Conocí a Roberto Cusac cuando más le necesitaba. El azar quiso que nos encontrásemos gracias al sorteo que Ángela organizó en su blog, Polvo de libros. Llegó a casa en una tarde de ésas en las que reina la apatía y la desgana. Yo andaba buscando una novela negra distinta, y él estaba metido en un buen lío. Me cayó bien desde el principio. Intuí ya en su fachada, ésa fantástica portada de Editorial Versátil, una enorme tristeza, una soledad inmensa. Y no me equivoqué.

Roberto es un buen tipo. Aunque le pegue demasiado a la botella y haya días que termine bebiéndose hasta el agua de los floreros. Aunque los que fueron sus compañeros en la policía ya no quieran ni verlo. Aunque algunos días se lo coma el asco, la resaca y la pena. Es un buen tío. Por eso me cayó bien. Su perfil no está demasiado lejos del típico detective de novela negra, atormentado y alcohólico. Pero Roberto tiene una buena excusa. Su hijo Jaime pertenece a ése grupo de niños que se desvanecen un día y no vuelven a aparecer. Niños que no están muertos, ni vivos. Que habitan una especie de limbo al que se trasladan también sus familias, y del que no se vuelve.

Roberto lo perdió todo el día que Jaime desapareció. Después de su hijo, se fue al traste su matrimonio y detrás, su trabajo. Incapaz de afrontar la pena, tira para adelante a golpe de copas y analgésicos, haciendo trabajos como detective de medio pelo. Hasta que un día, su ex mujer vuelve a él para pedirle que se haga cargo de otra desaparición. Y con ella volverán los fantasmas, los miedos y quizá, las esperanzas.

Una novela negra en la que la trama es sólo la excusa y el caldo de cultivo para la creación de un fantástico personaje, teñido de una inmensa tristeza. Y aunque en la prosa de su autor, Claudio Cerdán, se deja caer algún recurso manido, alguna frase trillada, hay en líneas generales una intensa belleza y un marcado respeto por el lector. Un estilo no demasiado habitual en el género, que suele tirar más de una escritura más ligera y desenfadada. En este caso, la atmósfera viene creada desde el mismo vocabulario y estilo del autor. La sensación de pérdida, ése vacío, impregna todo el conjunto.

He disfrutado mucho con “Un mundo peor”. Una inesperada y sorprendente lectura. No será desde luego mi última aproximación a este autor, y espero que no sea mi último encuentro con Roberto Cusac. 

miércoles, 8 de octubre de 2014

"Nunca volverás", por Hans Koppel.

Hace un tiempo decidí abandonar el tabaco, la novela negra nórdica, la erótica  y el chocolate entre horas. Quería purificarme y deshacerme de todo aquello que intoxicaba mi cuerpo y espíritu. Cosas malas. O adictivas. O las dos cosas. Lo primero lo conseguí de forma relativa, y lo retomo ocasionalmente. Lo de las novelas  protagonizadas por señores de enorme pene lo llevo fantásticamente bien, no las echo de menos ni ellas a mí. Del chocolate no vamos a hablar. Lo de la novela negra nórdica es otra historia. Yo pensaba que estaba rehabilitada, y que no volvería a sucumbir a sus gélidos ambientes y a sus inspectores de policía todos cortados con el mismo patrón. Pero me encontré, casualidades de la vida, con este título de Hans Koppel, un autor que no conocía, y su sinopsis me atrajo lo suficiente como para recaer. Y aquí estamos.

Un día, Yvla no regresa a casa. Al principio, Mike, su marido, no se preocupa en exceso. Digamos que Yvla es ligerita de cascos y no es la primera vez que desaparece unas horas. Pero la ausencia se prolonga y la policía entra en juego. Mientras Mike y Sanna, su hija, intentan seguir con sus vidas, Yvla está encerrada a sólo unos metros de casa, en el sótano de sus vecinos, observando a través de un monitor como su familia reemprende su camino sin ella, sometida a la tortura de un matrimonio de ancianos que tiene cuentas pendientes con ella.

Hans Koppel pone nuestros ojos sobre la víctima. Aquí no prima la investigación policial, como suele ser habitual, ni los daños colaterales de su pérdida. La idea es centrarse en la degradación de esa víctima y los diferentes estados por los que su psique va viajando, desde el desconcierto inicial al síndrome de Estocolmo. La idea era muy, muy buena. Lástima que el autor se quede en la superficie, y no ahonde en ningún momento, de verdad, en la mente de Yvla. Asistiremos a momentos bastante crudos, pero que en ningún momento te hacen estremecer. La tortura física y sexual toma protagonismo sobre la psicológica, y acaba convirtiendo la novela en un thriller más, cuando podría haber sido otra cosa.

Ni la prosa del autor, bastante plana y sencilla, ni la construcción de sus personajes son destacables. Todos parecen moverse por instintos demasiado simples. Aquí no hay circunvalaciones, todos viajan en línea recta, por el camino más corto. Sus impulsos, sus pasos, no responden a una psicología que el autor se haya molestado en construir. Tampoco hay atmósfera o una ambientación trabajadas que acompañen a la historia. Lo mismo podría haber ocurrido en Florida, en Islandia o en Kuala Lumpur, si es que hay adosados monos en Kuala Lumpur. La narración cojea. Uno sigue leyendo por inercia, arrastrado por un estilo ágil y directo (que es lo que decimos, a veces, para no utilizar el calificativo de simplón, que queda más feo).

Me está quedando una reseña un pelín negativa y no era mi intención. Lo cierto es que leí “Nunca volverás” en un suspiro y no me dejó mal sabor de boca. Pero es una novela para leer, como decía, por inercia, sin pensar, para llevársela al metro o al autobús. Pero no es una lectura que resista un análisis más profundo, o que os vaya a dejar huella.