lunes, 29 de diciembre de 2014

Mis lecturas favoritas en 2014

No sé si son las mejores, pero son las que más he disfrutado durante este 2014. Muchas de ellas las he compartido con vosotros, otras tantas han caído en mis manos por recomendaciones de unos y otros y al final, por una razón u otra, estos títulos son los que más me han calado. ¿Los habéis leído?


 “Un monstruo viene a verme”, por Patrick Ness.
Basada en una idea original, y por desgracia inacabada, de Siobhan Dowd, Patrick Ness construye una hermosísima metáfora del sufrimiento y el dolor, del amor y los demonios interiores que nos castigan. Disfrazada de novela juvenil, “Un monstruo viene a verme” se erige como una novela atemporal y disfrutable a cualquier edad. Hay que leerla.

“El vigilante”, por Peter Terrin.
Una lectura diferente, inclasificable, que mantiene al lector sumido en un profundo estado de claustrofobia y tensión. Peter Terrin juega a la distopía, el thriller y la ciencia ficción en esta compleja y oscura metáfora de nuestra sociedad. Un interesante ejercicio literario, en todos los sentidos, que seguro que os sorprenderá si decidís darle una oportunidad.

 “El cielo en un infierno cabe”, por Cristina López Barrios.
Realidad y fantasía se dan la mano en esta novela de Cristina López Barrios. La autora mezcla con tino alquimia, ritos, hospicios y a la Santa Inquisición en una compleja trama poblada de sólidos personajes que sustentan el peso de la historia. A todas estas bondades hay que sumarle que está deliciosamente escrita. ¿Alguien da más?


 “Consummatum Est”, por César Pérez Gellida.
Augusto y Ramiro se despiden de los lectores por todo lo alto en el desenlace de la trilogía “Versos, canciones y trocitos de carne”. César Pérez Gellida mantiene las virtudes de sus dos novelas anteriores y pule lo que tocaba, regalándonos un colofón perfecto. La buena música que les acompaña resonará en nuestros oídos por mucho tiempo.

“El brillo de las luciérnagas”, por Paul Pen.
El brutal despliegue imaginativo de Paul Pen se extiende por cada rincón del sótano en el que se ambienta “El brillo de las luciérnagas”. Una novela claustrofóbica, adictiva, poseedora de todos los ingredientes de un buen thriller pero aderezada por una ternura muy especial encarnada en su protagonista.

 “La joven de las naranjas”, por Jostein Gaarder.
“La joven de las naranjas” es una carta póstuma, la historia de un amor esquivo y casi imposible, es pura sensibilidad, que no sensiblería. La delicada, amable prosa de Jostein Gaarder se atreve a hablar de la vida, la muerte, los deseos y el destino a través del diálogo entre padre e hijo, separados ambos por los años y la muerte del primero.


 “Yo antes de ti”, por Jojo Moyes.
La encantadora novela de Jojo Moyes gustó, creo, a todos los que participamos en su lectura conjunta. No es para menos. Una prosa fresca y ágil, unos protagonistas con mucho carisma y una trama que bordea el drama sin llegar nunca a caer en él. La autora bucea con milagrosa sensibilidad en temas delicados, casi tabú en nuestra sociedad, y sale más que airosa del trance. La historia de Will y Lou no os defraudará, que no os engañe ésa horrible portada. ;)

“El tango de la guardia vieja”, por Arturo Pérez Reverte.
Cuando Pérez Reverte escribe por devoción y no por obligación, el resultado es siempre el mismo: una gran historia. En este caso, la de Max Costa y Mecha Izunza. Una historia de amor hilvanada en tres tiempos y tres escenarios distintos, de Buenos Aires a Sorrento, de los tugurios de mala muerte donde se baila el tango de la guardia vieja a hoteles de lujo. Un viaje relatado por la intensa prosa de Pérez Reverte, de tono pausado, triste, desgarrado. Una novela para leer con el ánimo propicio, a sabiendas de que se trata de una de ésas historias en las que cuesta entrar, pero aún más salir de ella.


miércoles, 24 de diciembre de 2014

Homenaje a Ágatha Christie


El 12 de Enero es el aniversario de la muerte de la gran dama de la novela negra: Ágatha Christie.

Teresa, de Leyendo en el bus, y Pedro, de El búho entre libros, nos animan a homenajearla de la mejor forma posible: dejándonos seducir por uno de sus títulos. No será que no hay donde elegir. Además, los organizadores nos lo ponen fácil, ya que si no encontráis ningún título por casa, nos proponen un sorteo con novela a elegir.

Yo hace años que leí sus títulos más emblemáticos: "Diez negritos", "Asesinato en el Orient Express" o "Cianuro espumoso". Así que esta vez cambio de tercio y mi lectura será "Testigo de cargo", una estupenda colección de nueve relatos cortos.
Las reseñas se publicarán hasta el 15 de febrero. ¿Nos acompañas?

Además, algunas editoriales se han animado a colaborar en este pequeño homenaje y desde Versátil, Alfaguara y AlRevés, ofrecen algunos de sus títulos más "negros" para participar. Podéis hacerlo hasta el 15 de febrero.




domingo, 21 de diciembre de 2014

"Viajo sola", por Samuel Bjork.

Qué os voy a contar de “Viajo sola” que no os hayan contado ya. Habréis leído en mil reseñas lo adictiva que es, lo buenos que son sus personajes. Pero es que es cierto.

Mi tormentosa relación con la novela negra nórdica no pasa por su mejor momento. Los autores de aquellas tierras me cansan pronto. Me pasó con Camilla Lackberg, con Asa Larsson, con Stieg Larsson… Su ambientación tan fría, a veces tan compleja y tan alejada de nuestro mundo (me acuerdo por ejemplo de “El último lapón” de Olivier Truc) me saturan enseguida.

“Viajo sola” sabe mantenerse en un buen medio entre la tradicional novela negra nórdica y el thriller americano más convencional, pero a un tiempo, se atreve a sacudirse ciertos tópicos y nos trae a un protagonista muy alejado del típico detective atormentado y puñetero que solemos encontrar. Holger es un tío bonachón, amable, con el que empatizas enseguida. Samuel Bjork transfiere todas ésas características a la segunda de a bordo. Mia es la que habrá de ayudar a Holger si sus demonios se lo permiten.

A pesar de este dúo protagonista tan acertado, el autor dibuja con acierto y mimo a un puñado de secundarios que a ratos, convierte la novela casi en coral. A ratos me recordaba a una de ésas series americanas procedimentales en las que siempre conviven carismáticos protagonistas con secundarios encantadores, tipo Bones o Criminal Minds.

Donde sí encontramos todos los ingredientes propios del género negro es en la estructura de “Viajo sola” y en el estilo de su autor. Las diferentes líneas argumentales se presentan a través de capítulos cortos, de un altísimo ritmo, escritas de forma sencilla y directa. Así, en las primeras páginas, ya quedas atrapado por la trama.

Una trama bien construida, bien hilvanada, compleja en apariencia pero que personalmente, intuí demasiado pronto. Aún así, saber quién era “el malo” de la historia no le quitó un ápice de intensidad a la lectura, y eso dice mucho en su favor.


Si en estos días os pasa como a mí, que buscáis libros que os ayuden a descansar y desconectar, “Viajo sola” es una buenísima opción. Os mantendrá más que entretenidos y os alejará, seguro, del murmullo de Papás Noeles, renos y campanillas que nos martillean ahí afuera.

martes, 16 de diciembre de 2014

"El susurro de la caracola", por Màxim Huerta.

Las primeras líneas de “El susurro de la caracola” transcurren en el módulo 9 de una cárcel para mujeres. Ángeles acaba de llegar. En un corcho, pega y despega con mimo las fotos elegidas para acompañarla en su estancia. En este caso, quizá, no son las típicas fotos que tú, o yo, pegaríamos llegado el caso. Porque si miráis de cerca, igual reconocéis al chico de las fotos. Siempre el mismo. Marcos Caballero, el actor. Marcos de frente. Marcos posando. Marcos pillado con una chica saliendo de un bar. Marcos exhibiendo su adorada colección de caracolas. Marcos, Marcos, Marcos…

Ángeles le vio por primera vez en un cartel gigante, empapelando un edificio enorme, en una de ésas calles mastodónticas de Madrid. Y ahí empezó todo. La pobre perdió el aliento y, un poco también, la cordura. La que no había perdido ya antes. Probablemente, lo peor de este caso sea que Ángeles ya pasó hace tiempo la adolescencia, la pre madurez y cualquier estado que justifique, de algún modo, su incomprensible pasión. Ángeles se enamora de Marcos de verdad. Por eso empieza a frecuentar su barrio, a rondar su puerta, a usar otro nombre… Vaya, que todo empieza a írsele de las manos.

Esta es la segunda novela de Màxim Huerta que tengo la oportunidad de leer. Y no será la última. Qué suerte haberme sacudido los prejuicios, porque resulta que he descubierto a un autor que me gusta. Me gusta mucho. Tiene un estilo propio, fácilmente identificable. Tanto “La noche soñada” como “El susurro de la caracola” comparten un tono pausado, impregnado de cierta melancolía. En ambas se visitan ciertos lugares de la infancia, poblados de mujeres avasalladas por hombres. Mujeres que siempre son madres, abuelas. Mujeres que cocinan dulces tradicionales y lloran en la cocina a escondidas. No sé cuánto hay de autobiográfico o de obsesión personal en este aspecto, pero es curioso como aparecen escenas ciertamente similares en las dos novelas (no sé si ocurre con el resto, tendré que descubrirlo). Pero es realmente agradable la ternura que imprime el autor en estos instantes.

De la mano de ése estilo tan característico, conoceremos a la Ángeles del pasado: niña y adulta, antes de Marcos Caballero. Y poco a poco, entenderemos que antes de la que ahora conocemos, hubo otra mujer: una Ángeles menos estrafalaria, más anclada al mundo real.

Una trama capaz de provocar desconcierto, tristeza, a veces cierta hilaridad, compasión. Incluso todo a la vez. Tejida con habilidad, parece no avanzar demasiado hasta que, de repente, ocurre algo que lo pone todo patas arriba. Concluida la primera parte, la historia se desliza con algo más de agilidad hasta un final que a mí personalmente me cogió desprevenida. No lo esperaba para nada. Quizá algún lector más espabilado, o que hubiese ido sobre aviso, hubiera podido intuirlo. Yo no. Lo mejor es que, además de sorprender, cohesiona todo lo anterior y le da sentido.

Intuyo que es un libro que, al igual que ocurría en “La noche soñada”, exige cierto nivel de conexión emocional con la historia para poder disfrutarla. Hay que entrar en ella y dejarse llevar un poquito, ser paciente y conectar con el estilo de Màxim Huerta. Eso no es fácil, ni difícil, simplemente ocurre o no. Incluso pasará o no dependiendo del momento del lector, sus circunstancias y sus vivencias personales.

Yo, en lo personal, os animo a hacer el complicadísimo ejercicio de abstracción de olvidar su rostro televisivo, y darle una oportunidad. Solo para ver qué os hace sentir. Si no conectáis, a otra cosa. Pero si lo hacéis, tendréis en vuestro haber a un nuevo contador de historias. Yo le seguiré leyendo, a ver qué más descubro.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

"¿A qué llamas tú amor?", por Pilar Muñoz.

Pocas veces un título resulta tan elocuente, tan descriptivo de lo que se halla en su interior. “¿A qué llamas tú amor?” es una reflexión sobre eso, sobre el amor, en todas sus versiones: el amor platónico e idealizado; el amor cotidiano, aplastado por años de rutina pero, quién sabe, quizá vivo y jadeante; el amor confundido con el sexo, el sexo confundido con el amor; el amor nuevo que asusta; el amor incondicional por los hijos ausentes, presentes, o condicionado por los hijos del otro.

Dentro de este pequeño ensayo sobre la naturaleza del amor, Jana se erige como protagonista, pues su voz será la que narre la historia. Una Jana a la que descubrimos cansada, hastiada, ahogada por un matrimonio del que ya no se siente parte. Hasta que un día, decide dar un paso hacia adelante, terminar con Julio y abandonarse en los brazos de Hugo, un compañero de trabajo, que le ofrece la atención que su marido ya no le prestaba. Con él, Jana se embarca en un juego sexual que evoluciona de forma sorprendente, pero tremendamente creíble.

“¿A qué llamas tú amor?” es una novela erótica, y si decidís entrar en ella, debéis saber que vais a encontrar escenas de alto voltaje, con un alto contenido sexual y un lenguaje explícito pero muy cuidado, muchísimo más elaborado que lo que se suele encontrar en el género últimamente. Conforme la relación de Hugo y Jana avanza, las escenas descritas suben de tono de forma progresiva. Pero no gratuitamente. Porque aquí nada es tan ideal como nos lo quiso contar Anastasia Steele y su señor Grey. No os desvelaré más de ésa evolución, pero creo que Pilar Muñoz ha sabido ir un paso más allá y contar algo que hasta ahora, nadie se había atrevido a mencionar en este género.

Como os podréis imaginar, las bondades de la novela residen en todos aquellos aspectos que trascienden a la simple novela erótica. Más allá de las distintas visiones que retrata del amor, la autora dota de gran importancia al contexto en el que se mueven Jana, Julio, Hugo… Tras su historia, y como ya ocurría en su anterior novela, “Los colores de una vida gris”, toma un gran protagonismo el dibujo que Pilar Muñoz hace del entorno en el que sus personajes conviven. Una sociedad azotada por la violencia de género (física, pero también psicológica), el acoso laboral o la corrupción política. Aspectos que no aparecen de manera anecdótica, sino que forman parte del paisaje de la novela.


“¿A qué llamas tú amor?” es una historia de ritmo pausado, con un tono entre lo melancólico y lo pasional, que no se presta a una lectura rápida o de ésas para desconectar del mundo exterior. La propia Jana, en sus diálogos (interiores y con el resto del mundo) nos invita a la reflexión. Nos pregunta a la cara qué haríamos nosotros en su situación. Y cuando uno cierra sus páginas lo hace con una sensación de cierta amargura, porque el amor nunca es perfecto, siempre tiene matices, luces y sombras que lo envilecen y lo hacen grande, dependiendo del momento y la persona, de sus propios límites y el concepto que cada cual tiene de él.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

"La ridícula idea de no volver a verte", por Rosa Montero.

A veces (tengo) la idea ridícula de que todo esto es una ilusión y que vas a volver. ¿No tuve ayer, al oír cerrarse la puerta, la idea absurda de que eras tú?

Es Marie Curie la que escribe esas palabras. La Marie Curie desconocida para el mundo. La que según sus propias palabras, aúlla como un animal salvaje, comida por el dolor tras la muerte de su marido Pierre.

La ignorancia es atrevida. ¿Sabéis quién era para mí Marie Curie antes de leer ésos retazos de su diario? Era una señora estirada, muy seria, vestida de negro. Una mujer sin más pasiones que el radio y el polonio, casada con un hombre igualmente frío, habitantes ambos de un laboratorio inhóspito. Sin hogar, sin más vida que su trabajo, partícipes de un matrimonio aséptico.

En un fuego enorme arrojo los jirones de tela recortados con los grumos de sangre y los restos de sesos. Horror y desdicha, beso lo que queda de ti a pesar de todo.

“La ridícula idea de no volver a verte” ha puesto patas arriba mi visión de la primera mujer que ganó un Nobel, la única que lo ha logrado en dos ocasiones. El diario que Marie Curie escribe tras la muerte de Pierre, atropellado por un carruaje, es dolor en un estado tan puro como el del radio que logró obtener. Es un dolor inconcebible, incomprensible, que rompe los esquemas de una mujer que había sido capaz de luchar contra todo pero que se encuentra desarmada e incapaz de manejar su nueva situación. Más allá de la pérdida, es el relato de una mujer tremendamente apasionada y vulnerable.

¿Qué aporta la autora Rosa Montero a todo esto? Mucho, objetivo y subjetivo. Dibuja con eficacia, por un lado, una biografía de la científica polaca desde su infancia hasta su muerte en 1934, prestando especial atención al contexto histórico y social en el que Marie Curie desarrolló su labor. Un mundo regido por hombres en el que no era corriente que una mujer despuntara en los terrenos que ella transitaba.

Aporta también Rosa Montero algo de ella misma, de su propia biografía, y trata de enlazar, unas veces con más tino que otras,  la pérdida de Marie con la suya propia tras el fallecimiento de su marido. No seré yo quien diga que los sentimientos de la autora son menos importantes que los de la Curie, pero es que ella misma confiesa que no es amiga de exhibirse, por lo que da la sensación de que su relato queda algo opaco, descafeinado. Sobre todo si lo comparamos con la exarcebada pasión y el desgarro  que se leen en el diario de Marie Curie.

Es una lástima que a ratos, Rosa Montero, a pesar de su agradable prosa, se vaya por los cerros de Úbeda con todo el equipaje. En su retrato de la época, y en su intento de enlazarlo con la sociedad de hoy, a la autora se le va la mano con el machismo, el feminismo y sus propios demonios. Y todo ello aderezado con una serie de hastag, cuyo propósito desconozco pero que me parece que están totalmente fuera de lugar con el tono y la historia que se nos está contando.

¿Hay que leerlo? Sí. Marie Curie lo vale. Sólo por sus palabras, escritas de primera mano en su diario, hay que echarle un vistazo. Al fin y al cabo, ella es el alma de estas páginas.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

"El misterio de Gramercy Park", por Anna K. Green.

Qué agradable la estancia en Gramercy Park. Empezando por su prólogo, ése viaje de ida que siempre se lee con impaciencia, con un poco de inquietud, con desgana. No es el caso. La introducción de Carmen Forján es un viaje preparatorio, el suave vaivén del carruaje, un plano del lugar al que te diriges. También es un intenso retrato de la autora, Anna Katherine Green, y de su Amelia Butterworth, la gran precursora de muchas. De Miss Marple, sí. Pero también de Jorgina, la de los cinco; de la gran Jessica Fletcher, la voraz escritora y detective aficionada de “Se ha escrito un crimen”; incluso de las modernas investigadoras televisivas, de Temperance Brennan o Carrie Mathison. Amelia es una especie de matriarca cuyas descendientes son todas ésas mujeres capaces de abrirse camino en un mundo de hombres, mujeres que a la hora de investigar se rigen más por su instinto, aunque éste les obligue a caminar con el paso cambiado.

Anna Katherine Green y su Amelia Butterworth fueron antes que todas ellas. Por eso “El misterio de Gramercy Park” es, ante todo, un viaje a otra época en la que los crímenes se resolvían a través de la observación y la deducción. Cuando no había intrincados procesos científicos en los que apoyarse, y los señores detectives fumaban en pipa mientras las mujeres no se metían en según qué asuntos, y se dedicaban a vivir entre pucheros y bastidores.

Excepto si te llamas Amelia Butterworth. Entonces, ésos menesteres son secundarios.  Amelia Butterworth es el alma de la novela. Una dama de mediana edad, soltera por propia elección (¡faltaría más!); decente, culta, perspicaz. Una señorita bendecida con el don de la curiosidad, tremendamente observadora (que no fisgona, ¡faltaría más!). De agradables y correctísimos modales, sólo modificables por causas de fuerza mayor.  Quizá cabría añadir que es algo impertinente, un poco cargante a veces, pero no quiero ser yo quien ofenda a una señorita con tanta clase y buen gusto.
Cuando una noche asiste desde su ventana a la llegada de dos personas a la casa de sus vecinos, los Van Burnam, no se imagina que se verá implicada en un rocambolesco caso de asesinato. Un misterio que habrá de desentrañar, de forma oficial, el curtido detective Gryce, hombre de larga trayectoria y poco acostumbrado a las señoritas con ínfulas de investigadoras. La rivalidad entre ambos está servida.

“El misterio de Gramercy Park” es también el fabuloso retrato de una ciudad de Nueva York invadida por carruajes, caballos y damas con velo. Pero es, aún más que eso, el dibujo sutil de la sociedad que lo poblaba, de los ritos y costumbres de la época, cuando las mujeres sucumbían al desmayo a causa de la más mínima impresión o enfermaban de fiebre por amor.

Narrado en primera persona, la prosa de Anna Katherine Green comparte las bondades de su protagonista: pulcra, exquisita, propia de una dama, sin excesos. Tan deliciosa como esta edición ilustrada de la editorial D’Epoca, un alarde de buen gusto que va desde la sobrecubierta al punto y final, pasando por la calidad del papel y las ilustraciones que lo pueblan.


Si estas Navidades tenéis que hacer un regalo a un lector exigente, recurrid a D’Epoca. Seguro que no falláis.

martes, 18 de noviembre de 2014

"La última noche en Tremore Beach", por Mikel Santiago.



El bloqueo creativo es uno de los miedos, imagino, más presentes entre escritores, compositores y demás inventores de arte y entretenimiento. Cuando tu talento te da de comer no puedes permitirte el lujo de dejar de usarlo. Stephen King es uno de los autores que más ha hablado de ésas crisis creativas, dándoles protagonismo en muchas de sus historias. Quizá la más célebre sea “El resplandor”, aunque es en “Un saco de huesos” donde más presente está ése bloqueo.  Dos títulos cuyas bondades hereda esta última noche en Tremore Beach, especialmente en lo que se refiere a la ambientación: tormentas, agua y hermosos lugares aislados.

Mikel Santiago construye una novela a la americana, aunque la sitúe en la verde y esotérica Irlanda, creando lo que en términos cinéfilos sería un blockbuster de manual. Una novela en la que lo importante no es la forma ni el fondo, sino la acción y el devenir de la propia trama. Una trama bastante bien urdida de la que debéis saber lo menos posible, con un ritmo que, personalmente, no llegaría a calificar de trepidante, pero que sí se mantiene constante y ágil, incitando a seguir leyendo “sólo un poco más”.

Hay que reconocerle a “La última noche en Tremore Beach” su mérito como novela debut. La prosa de Mikel Santiago es solvente, la trama funciona (especialmente, a mi parecer, la parte onírica de la historia) y el final es coherente y acertado, aunque algo descafeinado.  Pero todo esto, repito, teniendo en mente que se trata de una primera novela.

Y es que había leído ya varias veces, no sabría decir si como estrategia promocional, como parte de alguna reseña, o en ambos lugares, que esta novela bien podría haberla escrito Stephen King o Dean Koontz. Oiga, pues no. Al menos yo no lo he sentido así. Quizá dentro de unos años ocurra, porque se apuntan buenas maneras, pero a “La última noche en Tremore Beach” le han sobrado, en mi caso, expectativas, y le ha faltado un poquito, sólo un poquito, de ritmo y tensión. También he echado en falta algo más de profundidad en los personajes que pululan alrededor de Ben Harper. Quizá por estar narrada por el protagonista, en primera persona, se nos permite profundizar plenamente en su psicología, pero nos aleja irremediablemente del resto de personajes, que quedan algo desdibujados.

A resumidas cuentas, “La última noche en Tremore Beach” ha resultado ser una de ésas novelas entretenidas, una novela para descansar, de fácil lectura, muy cinematográfica y con una ambientación bastante peculiar que es, para mi gusto, el punto fuerte de la historia. 

miércoles, 12 de noviembre de 2014

"El cielo en un infierno cabe", por Cristina López Barrios.

Me gustan los libros gordos. Los tochos. Me ponen los libros con más de seiscientas páginas. En serio. No todos, claro. Intento ser selectiva y no sucumbir por puro placer. De hecho, hace poco vi el último de Ken Follet y no me lo compré. Pero sí, me gustan mucho. Aún más si la historia que traen viene contada en un tono pausado, sin prisas, dedicando el tiempo necesario a construir, a dibujar, a ambientar, a meterte dentro. Son dos características que cuando convergen a la sombra de una buena historia… ay. Amor y éxtasis literario.

Hechas las aclaraciones pertinentes, procedo a derramar mi más absoluto entusiasmo por “El cielo en un infierno cabe”. En esta reseña vomitaré ríos de enamoramiento literario y alabaré punto por punto las bondades de esta novela, que es hermosa desde su título hasta sus últimas letras, en forma y contenido.

Dividida en dos extensas partes, la primera de ellas nos sitúa en el Toledo del año 1625, cuando Berenjena se sienta ante el Santo Oficio para relatar la historia de Bárbara, la niña que llegó una noche al hospicio en el que ella trabajaba, envuelta en un hermoso chal azul y con las manos ardiendo. Unas manos que pronto demostraron su capacidad para sanar o destruir, y que ahora yacen envueltas en trapos y cuerdas en una celda de la Inquisición, esperando tormento, muerte o libertad. Tras esta primera parte, impregnada de un frío realismo pero con ciertos toques mágicos, se sucede una segunda en la que el ritmo es algo más ágil y la trama abandona ése realismo imperante en el apartado anterior para sumergirse de lleno en el mundo de la fantasía, la magia y la alquimia. Un giro que se ha de tomar con la mente abierta para no derrapar en él.

Qué bonito escribe Cristina López Barrios. Tanto, que olvidas que estás leyendo. Su prosa se recrea en la descripción de lugares, olores, sensaciones, de una forma tan sutil, tan elegante, que la novela se acaba convirtiendo en un bombardeo sensorial, un ejercicio de inmersión brutal. La historia pasa ante tus ojos, se ve, se siente. Hueles el humo, se te enfría el cuerpo, formas parte del todo.

La ambientación es absolutamente magistral. Imagino que hay tras ella una ardua labor de documentación que está ahí, pero que no se ve. Igual que hay autores que necesitan páginas y más páginas para demostrarte cuanto han preparado su historia, cuanto han aprendido en el proceso, aquí ese trabajo está integrado de tal forma que no eres consciente de él.

Pero si hay algo destacable de esta novela, es sin duda sus personajes. Seductores, misteriosos, llenos de aristas y dualidades. No creo que nadie, al terminar la última página, sea capaz de clasificarlos en modo algunos. Bárbara, Diego, Berenjena, la hermana Ludovica, Tomás… todos ellos son víctimas de sus pasiones y sus deseos, de sus virtudes y defectos. Todos yerran, todos aman de una u otra forma.

No es una novela para devorar, ni fácilmente catalogable. No podría encuadrarla dentro del género histórico, ni romántico, ni fantástico, aunque es todo ello a un tiempo. Es de desarrollo lento, invita a ir quedándose con pequeños detalles que quizá necesitaremos más adelante. Hay que leerla con pausa, dotándola del tiempo necesario para que su atmósfera nos absorba y sus personajes terminen de dibujarse. Pero una vez dentro, no querréis salir de ella.

martes, 4 de noviembre de 2014

"En un rincón del alma", por Antonia J. Corrales.

Jimena es una mujer corriente. Puede que te la hayas cruzado en la panadería, o por la calle, parapetada tras unas gafas de sol que sirven como escondrijo. Puede que en algún día de lluvia te haya llamado la atención el paraguas rojo al que se aferra como si fuese un salvavidas. Lo que hace diferente a Jimena es que ella se ha atrevido a saltar, ha cogido impulso y ha cubierto, en un vuelo sin motor, la distancia insalvable que la separa de la rutina, del día a día, de los hijos que se hacen mayores y del marido que ahora ya sólo duerme a tu lado.

Jimena comienza una larga carta a su madre en el aeropuerto, a punto de embarcar rumbo a Egipto. Y a través de ésas letras, asistiremos a su pasado y al futuro que se abre ante ella. La prosa de Antonia Corrales, evocadora, soñadora, mágica, crea un cordón invisible que une a Jimena y al lector, dotando al relato de una intensísima intimidad.

“En un rincón del alma” cuenta una historia que es a ratos triste, descarnada, amarga; a ratos, mágica y esperanzadora. Sobre ésa compleja dualidad, la trama camina en equilibrio, sin derramarse hacia uno u otro lado.

Y por ahí camina también Jimena, una protagonista construida para llevar sobre sus hombros el peso de la novela: ella narra, predice, recuerda, reprocha. Ella es ésa alma complicada, llena de rincones y recovecos, harta de esperar, de ser lo que es. Jimena es real y es, a un tiempo, pura fantasía. 

Reales son sus motivos para dar el salto y huir: el hartazgo que produce la rutina, la soledad de una matriarca que vive rodeada de gente que se mueve a su alrededor sin verla, el querer ser algo que no es. Qué fantástica su lucha por leer “El rodaballo” de Gunter Grass, para ser más culta, para ser más lista; como si leer a ciertos autores y denostar el maquillaje y los tacones pudieran otorgarle un nuevo status de mujer realizada y plena. Jimena nunca le contaría a nadie que “El rodaballo” se le hizo bola. Prefiere llevarlo con ella, eternamente señalizado con un marcapáginas, para que todos crean que ella es mucho más que la Jimena madre, esposa, amiga, vecina y ama de casa.


Más allá de tanta realidad, también hay un poco de magia en Jimena, un algo de fantasía en su partida que dota a su historia de un aroma distinto. Paraguas rojos y bolsas de tela para transportar presagios por medio mundo, de España a Egipto, en un viaje que el lector concluye emocionado y agradecido. 

miércoles, 29 de octubre de 2014

"El aviso", por Paul Pen.

“El aviso” es una novela que debería haberme gustado más. Me molesta, me da rabia que su lectura me haya dejado algo indiferente, que no me haya dejado poso ni me haya quitado el sueño. Me fastidia porque creo que es una buena novela: hay unos personajes bien construidos y una trama interesante, que reta al lector; la prosa del autor funciona bien, a pesar de que se nota que Paul Pen es guionista antes que escritor. ¿Qué ha pasado entonces?

Probablemente, ha jugado en su contra lo mucho que me gustó “El brillo de las luciérnagas”, la segunda novela del autor, que leí antes que esta. No os voy a descubrir nada de ella que no os hayan contado ya. No es ni siquiera justo comparar “El aviso”, un debut literario, con una segunda novela que en términos generales, siempre está más pulida en todos los aspectos. Lo realmente justo sería abordar esta reseña olvidándome de mi anterior acercamiento al autor. Pero uno no puede hacer ciertos ejercicios de abstracción. “El brillo de las luciérnagas” es una novela que impacta, que llena, fascinante y adictiva. Y aunque uno no quiera, es inevitable tener ésas sensaciones a flor de piel cuando uno se acerca de nuevo a un autor que le ha provocado tanto.

En “El aviso”, Paul Pen juega con uno de los conceptos más inspiradores de la literatura de ciencia ficción: ¿Está escrito el destino? ¿Venimos aquí con fecha de caducidad? Y de ser así, ¿se puede cambiar? Contada en dos líneas temporales alternas, el peso de la historia recae sobre dos personajes: Aarón y Leo. En ellos dos invierte el autor gran parte de la novela, dibujando con mimo su psicología y sus circunstancias, dotándoles de una base sólida y creíble para sustentar la acción posterior. Un trabajo de chinos, minucioso y algo ingrato, porque hace que la trama se ralentice en su primera mitad, dejando la sensación de que falta algo de ritmo. El cuerpo del lector pide más marcha mientras se desliza por las páginas al ralentí.

Se dedica también gran parte de la primera mitad a construir la peculiar ambientación de esta historia en una especie de pequeña gran urbe, a caballo entre la ciudad satélite y la urbanización pija, con un marcado acento americano que va mucho más allá de la gasolinera con su rótulo de “Open”. En Arenas de la Despernada hay de todo y de nada falta: atracos, parques acuáticos, niños acosados en el colegio, madres desnaturalizadas y números. Hay números, fechas por todas partes. Casualidades, coincidencias. Más números escondidos entre historias que Aaron, en su línea temporal, deberá comprender, ordenar,  para poder salvar al niño Leo, el niño del futuro, dentro de nueve años.

“El aviso” es una novela arriesgada, valiente, pulcra y bien medida. Es una buena novela a la que quizá traiciona levemente su ritmo. Muy cinematográfica y visual, si en algo iguala esta primera novela a “El brillo de las luciérnagas” es en su capacidad para provocar sensaciones viscerales, vehementes, en el lector. Pero sobre todo, “El aviso” sirve para apuntar definitivamente a Paul Pen en mi lista de autores fetiche, esos que se leen sí o sí.


Empezaba esta reseña diciendo que no había terminado de convencerme esta novela. Y aún así, todo lo que se me ocurre decir de ella es positivo. Supongo que eso es bastante significativo, ¿verdad? ;)

miércoles, 22 de octubre de 2014

"La vida era eso", por Carmen Amoraga.

Siempre pensé, como Carmen Amoraga, que la vida era eso. Soy un animal que habita entre mantas, libros y ésos cuatro o cinco seres necesarios. Mi concepto de la felicidad reside en cosas pequeñas, banales si queréis. Nunca he ansiado viajar lejos, tener un coche enorme o armar una boda de tres días con George Clooney en Venecia. Mi paraíso particular está en un pastel de verduras y una copa de vino en familia, un libro en plena tormenta o un abrazo que no teme al resfriado. Y mi mayor miedo es perder a ésos seres imprescindibles en mi vida. Quiero pensar que es ésa la razón por la que esta novela me ha calado hasta los huesos.

Giuliana acaba de perder a su marido, William. Derrotada y rota de dolor, tendrá que luchar para no abandonarse y salir adelante junto a sus dos hijas. Tendrá que aprender también a pedir ayuda, a aceptar la compañía de otros, a no idealizar lo vivido ni dejarse matar por viejas miserias. Atravesando las distintas fases del duelo, de la negación a la aceptación, pasando por la ira y la depresión,  Giulina encuentra en las redes sociales su vía de escape, un lugar para plasmar su dolor y obtener una compañía que no tolera de forma “presencial”.

Qué hermosa e inspiradora es la prosa de Carmen Amoraga. Nunca había leído a esta autora, no sé qué narices he estado haciendo todo este tiempo. Qué facilidad para encontrar los sentimientos en las cosas más sencillas y comunes. Con qué pasmosa habilidad esquiva el drama lacrimógeno, con lo fácil que habría sido. Y qué bonito lo cuenta. Y cuánta verdad se respira en cada línea.

No os voy a engañar. No es una lectura para ésos días en los que se te pone el mundo por montera. Ni para ésas rachas complicadas. Hay que afrontarla con buen cuerpo, o uno puede terminar con el ánimo hecho añicos y la moral arrastrándose por los suelos. A pesar de que la historia de Giuliana está llena de luz y fuerza, de que no se trata tanto del duelo, sino de la supervivencia. A pesar de ello, tuve que cerrar un par de veces sus páginas y tragar saliva y esperar a otro momento, porque el estómago (entiéndase como órgano sentimental) ya no me daba para más.


No es una novela que vaya a gustar a todos. Ni su humor a veces agrio, ni el tono ni la historia son aptos para todos los gustos. Dependerá de vuestro estado de ánimo, de vuestra capacidad para empatizar con ésa inmensa protagonista que es Giuliana. Dependerá, pues, de vuestra visión de la vida, de cuánto os parezcáis o no a ella. De qué es para vosotros la vida.

miércoles, 15 de octubre de 2014

"Un mundo peor", por Claudio Cerdán.

 Conocí a Roberto Cusac cuando más le necesitaba. El azar quiso que nos encontrásemos gracias al sorteo que Ángela organizó en su blog, Polvo de libros. Llegó a casa en una tarde de ésas en las que reina la apatía y la desgana. Yo andaba buscando una novela negra distinta, y él estaba metido en un buen lío. Me cayó bien desde el principio. Intuí ya en su fachada, ésa fantástica portada de Editorial Versátil, una enorme tristeza, una soledad inmensa. Y no me equivoqué.

Roberto es un buen tipo. Aunque le pegue demasiado a la botella y haya días que termine bebiéndose hasta el agua de los floreros. Aunque los que fueron sus compañeros en la policía ya no quieran ni verlo. Aunque algunos días se lo coma el asco, la resaca y la pena. Es un buen tío. Por eso me cayó bien. Su perfil no está demasiado lejos del típico detective de novela negra, atormentado y alcohólico. Pero Roberto tiene una buena excusa. Su hijo Jaime pertenece a ése grupo de niños que se desvanecen un día y no vuelven a aparecer. Niños que no están muertos, ni vivos. Que habitan una especie de limbo al que se trasladan también sus familias, y del que no se vuelve.

Roberto lo perdió todo el día que Jaime desapareció. Después de su hijo, se fue al traste su matrimonio y detrás, su trabajo. Incapaz de afrontar la pena, tira para adelante a golpe de copas y analgésicos, haciendo trabajos como detective de medio pelo. Hasta que un día, su ex mujer vuelve a él para pedirle que se haga cargo de otra desaparición. Y con ella volverán los fantasmas, los miedos y quizá, las esperanzas.

Una novela negra en la que la trama es sólo la excusa y el caldo de cultivo para la creación de un fantástico personaje, teñido de una inmensa tristeza. Y aunque en la prosa de su autor, Claudio Cerdán, se deja caer algún recurso manido, alguna frase trillada, hay en líneas generales una intensa belleza y un marcado respeto por el lector. Un estilo no demasiado habitual en el género, que suele tirar más de una escritura más ligera y desenfadada. En este caso, la atmósfera viene creada desde el mismo vocabulario y estilo del autor. La sensación de pérdida, ése vacío, impregna todo el conjunto.

He disfrutado mucho con “Un mundo peor”. Una inesperada y sorprendente lectura. No será desde luego mi última aproximación a este autor, y espero que no sea mi último encuentro con Roberto Cusac. 

miércoles, 8 de octubre de 2014

"Nunca volverás", por Hans Koppel.

Hace un tiempo decidí abandonar el tabaco, la novela negra nórdica, la erótica  y el chocolate entre horas. Quería purificarme y deshacerme de todo aquello que intoxicaba mi cuerpo y espíritu. Cosas malas. O adictivas. O las dos cosas. Lo primero lo conseguí de forma relativa, y lo retomo ocasionalmente. Lo de las novelas  protagonizadas por señores de enorme pene lo llevo fantásticamente bien, no las echo de menos ni ellas a mí. Del chocolate no vamos a hablar. Lo de la novela negra nórdica es otra historia. Yo pensaba que estaba rehabilitada, y que no volvería a sucumbir a sus gélidos ambientes y a sus inspectores de policía todos cortados con el mismo patrón. Pero me encontré, casualidades de la vida, con este título de Hans Koppel, un autor que no conocía, y su sinopsis me atrajo lo suficiente como para recaer. Y aquí estamos.

Un día, Yvla no regresa a casa. Al principio, Mike, su marido, no se preocupa en exceso. Digamos que Yvla es ligerita de cascos y no es la primera vez que desaparece unas horas. Pero la ausencia se prolonga y la policía entra en juego. Mientras Mike y Sanna, su hija, intentan seguir con sus vidas, Yvla está encerrada a sólo unos metros de casa, en el sótano de sus vecinos, observando a través de un monitor como su familia reemprende su camino sin ella, sometida a la tortura de un matrimonio de ancianos que tiene cuentas pendientes con ella.

Hans Koppel pone nuestros ojos sobre la víctima. Aquí no prima la investigación policial, como suele ser habitual, ni los daños colaterales de su pérdida. La idea es centrarse en la degradación de esa víctima y los diferentes estados por los que su psique va viajando, desde el desconcierto inicial al síndrome de Estocolmo. La idea era muy, muy buena. Lástima que el autor se quede en la superficie, y no ahonde en ningún momento, de verdad, en la mente de Yvla. Asistiremos a momentos bastante crudos, pero que en ningún momento te hacen estremecer. La tortura física y sexual toma protagonismo sobre la psicológica, y acaba convirtiendo la novela en un thriller más, cuando podría haber sido otra cosa.

Ni la prosa del autor, bastante plana y sencilla, ni la construcción de sus personajes son destacables. Todos parecen moverse por instintos demasiado simples. Aquí no hay circunvalaciones, todos viajan en línea recta, por el camino más corto. Sus impulsos, sus pasos, no responden a una psicología que el autor se haya molestado en construir. Tampoco hay atmósfera o una ambientación trabajadas que acompañen a la historia. Lo mismo podría haber ocurrido en Florida, en Islandia o en Kuala Lumpur, si es que hay adosados monos en Kuala Lumpur. La narración cojea. Uno sigue leyendo por inercia, arrastrado por un estilo ágil y directo (que es lo que decimos, a veces, para no utilizar el calificativo de simplón, que queda más feo).

Me está quedando una reseña un pelín negativa y no era mi intención. Lo cierto es que leí “Nunca volverás” en un suspiro y no me dejó mal sabor de boca. Pero es una novela para leer, como decía, por inercia, sin pensar, para llevársela al metro o al autobús. Pero no es una lectura que resista un análisis más profundo, o que os vaya a dejar huella.

martes, 30 de septiembre de 2014

"La excepción", por Ava Audur Ólafsdóttir.

El último ramo de flores de mi marido se encuentra en un jarrón en la mesa del salón: diez rosas rojas de tallo largo que todavía no han empezado a inclinar la cabeza. ¿Tendría que esperar a que poco a poco se marchiten, a que el color se desvanezca y se conviertan en unas pálidas rosas muertas? ¿O quizá tendría que secarlas y guardarlas? ¿Acaso ya es demasiado tarde y el instante ya se ha fugado?

En los últimos compases del año, en ese instante de expectante inquietud, el universo de María, el interior y el exterior,  se hace añicos sin previo aviso. Su marido, el ser amado, amante; el hombre que le regalaba vestidos y rosas; el padre cariñoso y paciente, se marcha. Descorcha el champán antes de anunciarle que se va con otro hombre y que ella será la última mujer de su vida.

Un giro que María no vio venir, y ante el que se encuentra absolutamente impotente. Porque ¿cómo lucha uno contra algo así? ¿Con qué armas se le planta cara al destino y la madre naturaleza?

En “La excepción” acompañamos a María en su viaje interior, a través de una montaña rusa emocional que rueda por los diferentes estados del alma humana, de la incredulidad a la resignación, al miedo y la negación. Una novela dotada de una hermosísima feminidad, sin excesos ni dramas, plagada de dolor y de un humor avinagrado, tanto que escuece a ratos. 

María no se entrega al llanto ni despliega una sexualidad enfurecida después del abandono. María es tan humana, está tan bien construida, que decide volver a pintar la casa y tomar el té con su peculiar vecina, Perla, escritora en la sombra, terapeuta y tragona en sus horas libres. Es tan real que no puede dejar de preguntarse cómo será la vida de su marido dos calles más allá, y cuando será que él se dé cuenta de que todo ha sido un error y vuelva al hogar.

Ava Audur sabe hallar la soledad en los objetos cotidianos y el día a día, en el rostro de los hijos y el postre que se quedó enfriando en la nevera, entre los sabores y olores que ayer te pertenecían y que hoy se han evaporado. Sobre esos elementos construye con tremendo acierto a sus personajes. 
Con una prosa dotada de una notable carga poética que funciona mejor cuanto más sencilla es, barnizada con una ironía gris que empasta de maravilla con el conjunto, “La excepción” se lee con agrado y estremecimiento, con una agilidad impuesta por capítulos brevísimos, que hacen que la novela se deshaga entre los dedos.

Una historia para leer despacio, para saborear con un café o un té entre las manos. “La excepción” es una novela con un regusto amargo, otoñal y sutil, que se lee en un suspiro.

martes, 23 de septiembre de 2014

"El corredor del laberinto", por James Dashner

Ay. Algunos autores de novela juvenil no leyeron la letra pequeña del decálogo de “El buen autor de novela juvenil”. Y se pasaron por el arco del triunfo el apartado aquel de “Sus lectores son jóvenes, pero no son tontos”. Que alguien le traiga unas gafas a James Dashner, o se lo lea en voz alta o algo…

A estas alturas, imagino que todos habéis oído hablar de la novela y sabéis un poquito de qué va. Por su acaso, aquí tenéis la sinopsis y el tráiler de su adaptación cinematográfica, que se ha estrenado recientemente. No me negaréis que la premisa es buena. El laberinto es un clásico, y yo me moría por echarle un ojo a Thomas, al que  imaginaba como un Teseo moderno y repeinado, que habría de resolver complejos enigmas para tratar de liberarse.

Otra vez ay. Porque la cosa se queda en eso. En una buena idea, sin más. James Dashner falla estrepitosamente en dos aspectos fundamentales: el primero y principal, el desarrollo de sus personajes. Planos, insustanciales. No evolucionan, ni vienen ni van a ninguna parte. Todos son tópicos con patas: el líder simpático que ayuda al protagonista, el líder malhumorado, la chica… Y a todos les pasan cosas que se ven venir desde el principio. El autor no tiene recursos para entretener ni emocionar más allá de lo de siempre. De hecho, ocurre algo hacia al final que de puro simplón, ni me conmovió lo más mínimo, cuando lo normal habría sido llorar como una magdalena.

Tampoco funciona demasiado bien ése lenguaje inventado, que no va más allá de cuatro o cinco palabras, que James Dashner introduce en su historia, supongo que para dotarla de cierta originalidad. En lugar de ello, lo que consigue es que todos los personajes, independientemente de su situación, su edad o sus circunstancias, se expresen exactamente del mismo modo, lo que les resta personalidad y credibilidad. Cada vez que leía eso de cara fuco, me acordaba de Álex, el protagonista de “La naranja mecánica”. En la mítica novela de Anthony Burgess también aparece una jerga inventada, pero que en este caso, sí funcionaba (y entorpecía a partes iguales). La cuestión es que Thomas, tan pusilánime y tan lleno de preguntas, le habría durado poquito a mi querido Álex.

Divagaciones aparte, ocurre lo mismo con el desarrollo de la historia. Un tópico tras otro, la información se dosifica a través de los recursos más simples. Thomas va recordando oportunamente, callando cuando es necesario, hasta que llega un momento en que sientes que llevas leídas cientos de páginas y realmente, no ha pasado nada. Había leído en varias reseñas que “El corredor del laberinto” era una novela adictiva. Yo he tardado casi dos meses en leerla y he tenido mis serias dudas acerca de si iba o no a terminarla.

En resumidas cuentas, que me he aburrido bastante. Y teniendo en cuenta que lo único que esperaba de este título era un poco de entretenimiento, sin más, calificarlo de decepcionante se queda corto.

martes, 16 de septiembre de 2014

"La última vuelta del scaife", por Mercedes Pinto

"La última vuelta del scaife" es la historia de Josué. Pero también es tu historia. La mía. Es, al final, el camino de un hombre. Anhelos, cobardías, creencias, generosidad, bofetadas, la maldita cabezonería. Josué somos nosotros, girando imperfectos mientras la vida nos va puliendo las aristas. Encaminados hacia un final que no siempre es justo, ni feliz, ni pacífico.

En la primera tanda de reseñas de esta novela de Mercedes Pinto, muchas de ellas coincidían en un aspecto que también ocurrió en mi caso: cuesta empatizar con ése protagonista, con Josué, y es más sencillo, en cambio, hacerlo con ésos dos fantásticos personajes que son Carlos y Kuaima. ¿Pero sabéis lo que yo creo? Que a veces nos cuesta querer a Josué porque es el más cobarde, el más humano y el más real de los tres. Es fácil amar a ése líder fuerte y valiente que libera a los suyos del yugo que les ha aprisionado durante años. Es sencillísimo adorar a ése Carlos locuaz, viajado, amante del vino y las mujeres. Pero es, en cambio, muy difícil aceptar que tú estás más cerca de Josué, con sus cobardías y sus prejuicios, que de ésos otros personajes tan amables. La autora construye a sus tres personajes con mimo y acierto, apoyando en ellos todo el peso de su historia.

Una historia en la que, de vez en cuando, uno se encuentra con pasajes de una intensa belleza. Momentos en los que la prosa de la autora, tremendamente sensible a pesar de su sencillez, captura instantes como quien mete un barco dentro de una botella, y te traslada a otro lugar, a un desierto en el que suena una guitarra española o un djembé.

“La última vuelta del scaife” va más allá de su apariencia. No es sólo una historia sobre hombres que parten en busca de su destino, del diamante, el instante o la persona que cambiará el rumbo de sus vidas, que les volverá mejores. Es una novela sobre el complejo ser humano, despojada de idealismos y paños calientes, una mirada siempre cálida a lo que hacen con nosotros elementos muy presentes en nuestras vidas: las religiones, el dinero, lo material, la ambición, la enfermedad y la muerte. Tan presente esta última que hasta aquellos que parecen forjados en acero, indestructibles, terminan cediendo a ella, y sacándote las lágrimas.

jueves, 11 de septiembre de 2014

"Los 100", por Kass Morgan

La sombra de “Los juegos del hambre” es alargada. Desde entonces, las novelas juveniles ambientadas en un futuro post apocalíptico, distopías y similares son una constante. Hay tantas y tan parecidas que es imposible, a veces, distinguir unas de otras. De todas ellas, solo la trilogía “Divergente” ha conseguido un éxito notable, a pesar de estar bastante lejos en cuanto a calidad de la obra de Suzanne Collins.

 “Los 100” es otro intento más, fallido en este caso, de emular a La chica en llamas y compañía. Y aunque pueda parecerlo, su principal inspiración no está en “Los juegos del hambre”, sino en una serie… perdón, La Serie, que lo puso todo patas arriba y cambió el modo de ver y hacer televisión: Lost. Apuesto a que la autora de “Los 100”, Kass Morgan, pasó muchas horas viendo, leyendo y teorizando sobre la serie de J.J. Abrams.

La novela parte de una premisa que podría haber sido interesante. Los supervivientes de un holocausto nuclear que destruyó el planeta Tierra viven ahora en el espacio, en una nave creada para proteger a la raza humana hasta que llegue el momento de regresar. Dentro de un rígido sistema de normas y castigos destinados a evitar la superpoblación, el gobierno decide enviar a un grupo de jóvenes convictos de vuelta a la Tierra para comprobar si es habitable e iniciar la colonización.

Digo que podría haber sido interesante porque el primer fallo, y uno de los gordos, es una ambientación errónea, mal parida y mal contada. En ningún momento he sabido dibujar en mi mente esa nave en forma de ¿ciudad? Las normas que rigen la nueva sociedad están dadas con brocha gorda, pinceladas gruesas que no ayudan a crear un sistema creíble o sólido. La vida en Walden, Fénix y Arcadia hace aguas por todas partes.

La cosa no mejora cuando los cien jóvenes llegan a la tierra. Al más puro estilo Lost, cada capítulo está centrado en uno de los personajes, incluyendo siempre flashbacks intercalados en la trama principal que, sin demasiado acierto, tratan de enlazarse. La intención, como ocurría en la serie, es que el presente de cada personaje esté íntimamente relacionado con cada recuerdo. Pero las situaciones resultan forzadas y mal atadas.

No sólo en su estructuración recuerda la novela de Kass Morgan a la serie de J.J. Abrams. También la ambientación resulta más que parecida. Una isla desierta, un bosque, los restos del accidente, hogueras y alguna situación que no desvelaré pero que los que siguieron la serie, sin duda, sabrán encontrar sin despeinarse.
Incluso en su desarrollo, la autora se queda con lo peor de Lost, aquel insufrible triángulo amoroso, y se empeña una y otra vez en mover a sus personajes en esa dirección, sin que haya motivaciones claras o coherentes para que cada cual haga lo que hace.

Ni siquiera hay un cierre en condiciones, ya que “Los 100” forma parte de una saga. No os lo podéis creer, ¿verdad? ¿Una saga? ¿En los tiempos que corren? Pues sí.
No sólo eso. También ha dado lugar a una serie de televisión. No he tenido oportunidad de ver el piloto, pero leo por ahí que está "a la altura" del libro. Poco se podía hacer.









martes, 2 de septiembre de 2014

"El traje del muerto", por Joe Hill.

A mi padre, uno de los buenos.

Papá King puede estar orgulloso de su retoño, que le dedica así su primera novela, "El traje del muerto". Puede estarlo porque su hijo no sólo se ha convertido en uno de los autores más vendidos a día de hoy dentro de su género, sino porque a pesar de la losa que ha de suponer su apellido, a pesar de ser "el hijo de", Joe Hill consigue narrar esta historia con voz propia, haciendo gala de un estilo que no desmerece a su archifamoso padre pero que se distancia de él. Hay que leer esta novela, pues, olvidando a Stephen King una vez leída esa dedicatoria inicial.

Heart - shaped box es el título original de la primera novela de Joe Hill, y fue, antes que ello, el primer sencillo del álbum In Utero de Nirvana. Y es que, amigos míos, hay mucho rock´n´roll en esta novela.
Empezando por su protagonista, Judas Coyne, líder de una ruidosa y conocida banda que ahora es un cincuentón venido a menos, pero que sigue gustando y gustándose. Un rockero de manual, forrado de pasta y un pelín excéntrico, al que le gustan las jovencitas góticas, de uñas negras y culo firme. Entre sus extrañas aficiones, se encuentra la de coleccionar objetos macabros. Por eso, nuestro protagonista no puede resistirse cuando encuentra en internet un fantasma en venta. Y como os podréis imaginar, ahí empiezan sus problemas.

Hay mucho rock´n´roll en el ritmo de esta novela. Pero no os dejéis engañar. No hablamos de rock estruendoso, de ritmos de batería imposibles. Esto es rock de antaño, con ésa cadencia de los setenta, cuando el rock se bailaba en pareja. No es una novela trepidante, ni adictiva. Es rítmica, pero sin frenesí. Con un cierto toque country, con aroma de road movie.

No es la prosa de Joe Hill lo más destacable de esta historia. Su estilo es limpio, adecuado al tono ágil de la novela, sin caer en lo simple pero sin florituras ni aderezos. Sí es llamativo el imaginario de Joe Hill, que impregna su escritura, su trama y a sus personajes. Empezaba esta reseña diciendo que se palpa una voz propia, que no recuerda a nadie, en "El traje del muerto". Hay instantes realmente angustiosos, de los que te ponen la piel de gallina. Momentos de cerrar el libro y mirar a la puerta que da al pasillo, porque jurarías haber visto pasar una sombra.

Ya sé cómo he llegado a este lugar. A esta carretera en la oscuridad.  Me he matado. Me he colgado hace unas horas. Esta carretera oscura..., esto está muerto.

Joe Hill monta una atmósfera densa, opresiva, plagada de (pocas) luces y (muchas) sombras. Recrea situaciones que narradas por cualquier otro, te arrancarían una risotada pero que aquí, cobran vida, te rodean y te oprimen. Tintes fantásticos y tintes hiper realistas, acodados a la más cruel realidad, a la maldad humana, se alternan para crear una trama singular, más por cómo está contada que por lo que cuenta en sí.

No es una novela que vaya a gustar a todos. Es lenta, extensa, onírica. Quizá demasiado para los amantes del thriller. Quizá demasiado fantástica para los amantes del más puro realismo. Quizá demasiadas ventas para los amantes de lo alternativo. Quizá demasiado densa para los amantes de lo juvenil.

Pero quizá te guste. Todos tenemos nuestros fantasmas. Quién sabe si aquí puedes encontrar a los tuyos.




martes, 26 de agosto de 2014

"Un saco de huesos", por Stephen King (Dani Filth)

Muchas gracias a Dani por aceptar la invitación. Es un regalazo para mí traeros su reseña de "Un saco de huesos", de Stephen King, para la lectura conjunta organizada en el blog. Bienvenido. Que sea la primera de muchas.


Stephen King es un autor que no necesita presentación porque es conocido incluso por aquellos que nunca han leído alguno de sus libros. Por desgracia, pertenecíaa esegrupo (los que sólo lo conocen por las pelis basadas en sus historias y por el renombre que se ha labrado con el paso del tiempo).Portanto, cuando Mara propuso la lectura conjunta de Un Saco de Huesos me apunté sin dudarlo, era la oportunidad de apreciar, degustar y de poder descubrir este afamado escritor a través de su obra.

Un Saco de Huesos es la historia de Michael Noonan, escritor de novelas, que recibe la nefasta noticia del fallecimiento de su esposa Johanna. A partir de aquí la historia se centra en las vicisitudes y el amargo periplo de Mike: “seguir su vida adelante” en medio de un duelo desgarrador, desolador, triste y cruel, así como un sinnúmero de eventos misteriosos que se desarrollan en su cabaña de Sara Risa.

“¿Y si la muerte nos vuelve locos? ¿Y si sobrevivimos a ella pero nos vuelve locos?”

Lo primero es una aclaración que considero prudente transmitir: un Saco de Huesos es una historia con un desarrollo pausado (o lento como otros prefieren llamarlo) con un despliegue de muchos detalles (y por ende muchas páginas) con la finalidad de envolvernos en un trepidante desenlace. Advertidos estáis.

Pasado este inciso puedo decir que he experimentado todo tipo de sensaciones (intriga, miedo, impotencia, agobio, etc)  y un sinfín de reflexiones de todo tipo. La forma en que el autor nos transmite el dolor de Mike por la muerte de Jo es magistral (triste y muy dolorosa) así como la forma en que nos relata todos los fenómenos paranormales que suceden a su regreso a la cabaña en Dark Score Lake (Sara Risa), donde más de uno me puso los pelos de punta (leyendo a la una de la madrugadacualquiera se sobresaltaría). Las pesadillas que tiene Mike son horrorosamente perturbadoras.

Disfruté mucho con los giros inesperados de la historia, sobre todo en los momentos donde intuía el curso de la tramay a continuación, ¡zas!, King introduce un elemento nuevoque hace la historia más compleja.

Otro aspecto que me ha fascinado es el hecho de que el protagonista es un escritor, por tantola cantidad de guiños literarios (y no literarios) es impresionante y un gran regalo para los lectores,permitiéndome conocer sus autores favoritos y sus gustos literarios.

“Dentro de cien años –había dicho- los críticos literarios de mediados del siglo XX se avergonzarán de haber ensalzado a (D.H.) Lawrence y despreciado a (W.Somerset) Maugahm.

En fin, un libro que he disfrutado mucho y estoy seguro que será el inicio de muchas lecturas del gran Stephen King. Me despido con una canción: Put your light on de Carlos Santana conEverlast.

“Cause there's a monster living under my bed
Whispering in my ear
There's an angel, with a hand on my head
She say I've got nothing to fear”

martes, 19 de agosto de 2014

"La cena de los caníbales", por Fer Carredano.

“La cena de los caníbales” me ha dejado con sensaciones encontradas. Creo que es una novela que yo no he sabido leer, porque después de más de trescientas páginas, sigo sin adivinar cuál era la intención del autor con esta obra: si dibujar un retrato afilado y certero de cierto mundillo o si en realidad, la idea era crear una sátira llena de cinismo de ése mismo universo. Se trate de lo primero o lo segundo, yo no he conseguido hacerme con ella.

En  “La cena de los caníbales” nos adentramos en el microcosmos que se esconde tras las cámaras de televisión. De la mano de su protagonista, Desiré Juárez, visitamos las entretelas de la empresa Kreativos Kanarios, una pequeña productora canaria en la que entra a trabajar como guionista.

El punto de partida es la cena de Navidad de la empresa. Desde ahí, y a través de constantes flashbacks, iremos acompañando a Desiré en diferentes momentos de su vida, no sólo aquellos relacionados con su incorporación a la productora, sino también de su infancia y juventud en Venezuela. Y ése juego a dos bandas perjudica a la narración, que pierde pulso y tensión cuando se adentra en la vida anterior de la protagonista. Su relato sobre el desarraigo queda un tanto colgado del resto de la trama, aunque reconozco que el tono usado en esta parte de la historia me ha resultado más agradable que el resto.

Y es que si algo me llamó la atención nada más empezar la novela, fue el estilo de Fer Carredano. El autor imprime en su narración una prosa contundente, violenta (en la forma, no en el contenido), tremendamente ágil. Pero la forma de expresarse de los personajes me ha resultado cuanto menos, chocante. El narrador omnisciente se mete tanto en su labor que revela, de forma literal, pensamientos, recuerdos. Y te sorprende igual con una frase hermosísima, de ésas que subrayarías; que con una frase tan vulgar que roza el desagrado.

La construcción de personajes, aunque correcta, se articula en torno a una serie de constantes que se repiten en todos ellos: deseo de poder, sexo y drogas. No siempre en este orden. A excepción de la protagonista, a la que conocemos más en profundidad (aunque aún así yo no conseguí empatizar con ella), el resto de personajes se mueve en la misma tónica: son mentirosos, trepas y sin escrúpulos. Seres desagradables, que se expresan de forma igualmente antipática, y que con los que cuesta hacerse.

Y ése final… Había leído muchas cosas sobre él, pero muchos coincidían en que era la mejor parte del libro, una especie de colofón brutal a la trama tejida durante 55 capítulos, que no son pocos. Debe ser que tampoco debí leer con mucho acierto ésas opiniones porque el tramo final es un absoluto despropósito que me dejó la sensación de que, efectivamente, no estaba leyendo la novela con el tono adecuado y que, desde el principio, todo había sido una especie de broma. Imagino que el lector que se acerque a esta novela, y la lea desde el principio captando ése tono corrosivo, la disfrutará más que yo.


Es, por tanto, una novela cuyo disfrute dependerá mucho de vuestra percepción, vuestros gustos y vuestra sensibilidad. En mi caso no ha terminado de gustarme, pero aún así, os animo a descubrirla bajo vuestro prisma, a ver qué os parece. Siempre es interesante volver a leer una novela con otros ojos. 

lunes, 11 de agosto de 2014

"Un monstruo viene a verme", por Patrick Ness.

“Un monstruo viene a verme” es una novela que, seguro, habría encantado a Siobhan Dowd. De ella fue la idea original que inspiró a Patrick Ness y para ella es esta novela. Que no es sólo eso. Más que un libro, más que letras y capítulos, más que cualquier otra cosa, “Un monstruo viene a verme” es un manojo de sensibilidad nada sensiblera, una auténtica rareza en estos tiempos que corren.


Connor vive con su madre enferma. Y una noche, pasadas las doce, el tejo del jardín, ése árbol gigantesco, se convierte en un monstruo y le visita. Le promete tres historias. Después, será él quien habrá de contarle una cuarta.

Con ésa premisa tan sencilla y amparada bajo el parapeto de novela juvenil, la obra de Patrick Ness juega a la simpleza, y pretende, aparenta, ser algo que no es. Porque si uno tiene la sensibilidad suficiente para leer más allá de su prosa ligera y desenfadada, se encontrará con una metáfora absolutamente conmovedora, hermosísima, sobre la soledad y el miedo, sobre la crueldad residente en la infancia y adolescencia, sobre lo estúpidos que somos a veces los adultos.


Las ilustraciones en blanco y negro de Jim Kay aportan al texto una fuerza increíble, por lo que si consideráis haceros con la novela, os recomiendo la versión de la editorial DeBolsillo, que aunque tiene una portada más oscura, y quizá menos atractiva a primera vista, contiene estas ilustraciones que no aparecen en la reedición de Nube de tinta. Yo, que soy un alma débil, he terminado comprando las dos...

Leedla, leedla, leedla. De hecho, ya se está haciendo la película. Y aunque yo confío ciegamente en las prodigiosas manos de Juan Antonio Bayona, será difícil plasmar en la gran pantalla toda la belleza que hay en las páginas de Patrick Ness. Y cuando hayáis visto la película, os dará pereza leer el libro. Y entonces os habréis perdido una magnífica historia. ;)

lunes, 4 de agosto de 2014

"El nadador", por Joakim Zander.

“El nadador” ha sido una lectura extraña, que empecé con muchas ganas, que se me atragantó hacia la mitad y que terminé devorando con fruición. Mentiría si dijera que me ha entusiasmado. Dudo que sea una de ésas novelas que recuerdas pasado cierto tiempo, no tiene dentro material para dejar poso. Pero tampoco lo pretende.

Lo primero que me sorprendió fue la contundencia de la prosa empleada. Alternando capítulos narrados en primera persona con capítulos en manos de un narrador omnisciente, son los primeros los más llamativos. Un estilo directo y ágil, propio del thriller, pero dotado a su vez de una especie de trasfondo doloroso, casi lírico. Una prosa tan contundente que desluce aquellas partes más próximas a la narrativa del thriller convencional, provocando una alternancia que, a mi parecer, rompe constantemente el ritmo de la novela.

Eché de menos, conforme se va desarrollando la novela, un dibujo del marco histórico algo más definido. Si bien es cierto que los hechos que suceden tienen lugar dentro de conflictos que son conocidos para todos, se echa en falta ésa sensación de que ha habido una previa labor de documentación y una contextualización más intencionada. Los diversos saltos temporales (y espaciales) hacen que la sensación de desconcierto sea aún más marcada.

No he encontrado tampoco en “El nadador” unos personajes destacables. Se me antojaban más bien planos, con demasiada adrenalina y faltos de más profundidad emocional. La construcción de los protagonistas, creo, se toma demasiado tiempo y es de la mitad en adelante cuando uno se encuentra realmente en conexión con ellos. El más destacable me ha parecido aquel cuyos capítulos se narran en primera persona, un personaje que sí está lleno de fuerza y emotividad y que, como ya hemos mencionado, termina por devorar al resto.

En cuanta a la trama en sí misma, es cierto que a partir del giro que parte la historia por la mitad y que yo, personalmente, no me esperaba, la novela coge más ritmo, se equilibran las sensaciones entre unos y otros capítulos y uno se desliza hacia el final casi sin darse cuenta. Un final algo descafeinado, en mi opinión.

No es, desde luego, una novela que recomendaría alegremente. Hay una atmósfera de tristeza que lo impregna todo, una narración algo alejada del thriller de manual, y una sensación de que la historia, en general, no terminó de cuajarse. Como una masa que no ha sido puesta a reposar el tiempo suficiente y luego, no termina de subir, ni de estar sabrosa, ni de ser redonda.