miércoles, 27 de abril de 2016

"Holy Cow", por David Duchovny.

Reconozco que cuando me senté con “Holy Cow” entre las manos tuve miedo. Había cumplido a rajatabla con todo el ritual. Silencio, luces a medio gas, taza de café caliente, manta. Pero es que era él.

No.

ÉL. Notad el uso de las mayúsculas, por favor.

David era lo más parecido a un amor platónico que he tenido en mi vida. Él es el tipo por el que me levantaba a media noche, a riesgo de que mi madre me devolviese a la cama tirando de mí por las orejas, para ver a escondidas “Expediente X”. Con las consecuentes pesadillas y ojeras posteriores. Por ÉL me fui a dormir a horas intempestivas en días de colegio. Me maté a dar clases particulares todo un verano para comprarme la serie en un formato que ya no puedo ver en ningún dispositivo. Hice ese tipo de cosas. Y ahora me encuentro con una historia escrita por él entre las manos. ¿Cómo se digiere eso? ¿Hay algo más íntimo que el acto de leer las letras de otro? Era como asomarse al diario del chico que te gustaba en el instituto. Algo así. Pero, ¿y si no me gustaba? Por Dios, era la historia de una vaca. Una fábula. No las tenía todas conmigo, desde luego.

El alivio al asomarme a las primeras páginas fue inmediato. Me gustaba. El humor de Elsie, la vaca, me resultaba fresco, auténtico, natural. Un humor a lo Hank Moody, desenfadado y sarcástico. Pero aún así, ¿una vaca?

“Holy Cow” es la historia de Elsie Bovary, una vaca que vive feliz en una granja de Nueva York. La propia Elsie es la voz narrativa, en primera persona, de esta fábula para adultos salpicada de referencias entrañables para todos los que nacimos en las décadas de los setenta y ochenta. Elsie resulta ser una profunda conocedora de la cultura pop y la literatura de la época, además de una nostálgica sin remedio. Por ello, salpica su relato de simpáticas referencias que serán conocidas para todos los que aterrizasteis en la tierra por aquel tiempo. De lo que no sabe tanto Elsie es del universo de los humanos, a los que se esfuerza en comprender con escaso éxito.

Un buen día, Elsie descubrirá que existe un Dios Caja en torno al cual las familias se reúnen y al que prestan más atención de la que se otorgan entre ellos. Y gracias al Dios Caja descubrirá que la vida para los animales, en otros lugares, no es tan grata como la suya. Gallinas, cerdos y vacas que se apilan en vida para terminar sus días en mataderos. El impacto es tan grande que Elsie decide huir hacia el único lugar posible: la India, donde sus congéneres son seres sagrados.

El primer tercio de la novela de Duchovny es puro aire fresco. Y además no cae en lo obvio. Su crítica va muchísimo más allá del ecologismo o el amor por los animales, aunque también se pueda leer sobre ello en lo más superficial. Pero todos esos animales aglomerados en granjas no dejan de ser, por encima de todo, un acertado símil de nosotros mismos, de lo previsible, aburrido y gris de nuestra sociedad. A través de los ojos de Elsie nos vemos a nosotros, nuestra intolerancia, nuestra falta de interés, nuestra despreocupación a la hora de explotar unos recursos que se agotan y que parecen no importar a nadie. Con sarcástica lucidez, Elsie habla de religión y política, los dos males que más gravemente aquejan a nuestra sociedad. Y nos da también alguna pincelada acerca del mundo editorial, sobre aquello que se puede o se debe publicar, lo que vende, lo que lastra a un autor.

¿Hay algún “pero” que ponerle a “Holy Cow”? Sí, sí lo hay. Y es que en la parte central de la historia, tras un inicio sorprendente y con mucho gancho, la novela decae un tanto. No es una cuestión de ritmo, los capítulos siguen siendo brevísimos y la lectura ligera, pero sí desaparece el factor sorpresa y aparecen nuevos personajes que a mi parecer, lastran a Elsie, quitándole mucha más fuerza de la que le aportan. En ese momento, la trama pide un avance que resulta forzado y que cae en lo inverosímil, cosa que no había ocurrido en ningún momento antes.

El bache se solventa con un final en el que nuestros entrañables protagonistas retoman el discurso inicial y vuelve la inspiración que eché de menos en la parte central.

“Holy Cow” ha resultado ser una lectura distinta, curiosa, simpática y con un trasfondo que a pesar de lo amplio y complejo de los temas que aborda, se lee con agrado y buen humor. Si os apetece leerla, u os pica la curiosidad simplemente, aún podéis participar en el sorteo que sigue activo en el blog hasta finales de esta semana.

miércoles, 20 de abril de 2016

"Todos iremos al paraíso", por José Ángel Mañas.

Me topé por primera vez con José Ángel Mañas en plena efervescencia adolescente, cuando somos más vulnerables y tenemos ésa tendencia a vivirlo todo con intensidad. Supongo que eso tuvo mucho que ver en que me impactase tanto “Historias del Kronen”. Yo acababa de llegar a la ciudad, estaba sola y todo se me antojaba enorme y caótico. En la novela de Mañas me encontré con una visión del mundo que no conocía, yo era una niña de pueblo con todas las letras, con todo lo que eso conlleva, así que si la habéis leído, os podéis imaginar el impacto que causó en mí. Nunca me volví a cruzar con el autor madrileño hasta hace unas semanas, cuando vi su nombre entre las novedades de la editorial Stella Maris. Y decidí que era un buen momento para reencontrarnos.

“Todos iremos al paraíso” es la historia de Paz. Mujer de relativo éxito, trabajadora, madre, esposa. Tan común, tan anodina como ésas miles de mujeres con las que nos cruzamos cada día sin reparar en ellas. Paz puedes ser tú, o yo. Y sin embargo, un día cualquiera, el primero de las vacaciones, a Paz le ocurre algo que nos podría pasar a cualquiera. Uno de ésos accidentes tontos. Y luego una decisión desafortunada. Y a partir de ahí, lo cotidiano se torna en una debacle absoluta.

No os quiero contar nada más, esta es una de ésas historias que hay que leer sabiendo lo menos posible. Podría deciros de ella que es absorbente, que no te deja respirar, que es uno de ésos page-turner de manual que te obligan a permanecer en casa, con el pijama puesto y el pelo revuelto, con las persianas bajadas para ahuyentar a los posibles visitantes. Pero todo eso, aunque es cierto, no es lo más destacable de la novela de Mañas.

“Todos iremos al paraíso” es, sobre todo, perturbadora, inquietante. Y lo es porque ahonda en lo cotidiano, porque te muestra lo fácil que es que la vida se tuerza y que todo lo que has conseguido con tiempo y esfuerzo se vaya al garete. Que es posible, incluso sencillo, que una decisión mal tomada te convierta en algo que nunca quisiste ser. Que te puede pasar a ti. Es inevitable ponerse constantemente en el lugar de Paz. Pensar qué habrías hecho tú, cómo habría sido tu camino de haberte visto en la misma encrucijada.

Mañas construye un fantástico personaje principal, se ceba con él y nos presenta a una mujer compleja, errática, vulnerable, llena de aristas y dobleces. A Paz cuesta comprenderla, a veces sus decisiones resultan inverosímiles, como si eligiese a conciencia la opción más difícil. Pero la trama funciona a la perfección y culmina, a mi parecer, con un final redondo y en mi caso, inesperado por completo.

Os animo, sin duda, a que os acerquéis a la nueva novela de José Ángel Mañas, especialmente si sois amantes del género negro y de los personajes turbadores y complicados que van mucho más allá de los clásicos roles del bueno y el malo de la historia. Podéis leer el primer capítulo aquí pero cuidado, que engancha. ;)

miércoles, 13 de abril de 2016

"El faro del silencio", por Ibon Martín.

Siempre he sido una enamorada del norte. Supongo que por aquello de que uno siempre ansía lo que no tiene. La cuestión es que todo lo que tenga que ver con aquellas tierras, desde su gastronomía a sus paisajes, me seducen sin remedio. Por eso, cuando empecé a leer las primeras reseñas de “El faro del silencio”, de Ibon Martín, supe que era una novela que me encantaría. Y así ha sido.

Porque la indiscutible y absoluta protagonista de “El faro del silencio” no es Leire Antuna, la escritora al frente de la trama, sino la bellísima población de Pasaia. Es imposible no sucumbir ante la descripción que Martín hace del lugar, de sus olores, de sus rincones, de sus gentes. El autor no se limita a lo estético, a lo superficial, sino que ahonda en el carácter mismo del lugar y sus habitantes, sus tabernas, sus tiendas y su costa. No te lo cuenta, te sumerge, te lleva. Tanto que me he hecho el firme propósito de visitar Pasaia y alrededores en cuanto pueda escaparme. Nada más que añadir al respecto.

El segundo puntal de la novela está en su bien orquestada trama y el buen ritmo al que ésta se desarrolla. Ibon Martín dosifica la información con buen pulso y mantiene la incertidumbre hasta el final, moviendo las intrigas de un personaje a otro, descolocando al lector, que va poniendo los ojos en uno y otro, cambiando de sospechoso como quien cambia de calcetines. Llegado el final, uno clama para sí aquello de “ya lo imaginaba…”. Pero lo admites, todos eran candidatos a ser el malo de la película.

También acierta el autor imprimiendo carácter a sus personajes. A la cabeza una aceptable protagonista, Leire Antuna, con carácter pero sin excesos (que nos plantan cada heroína últimamente en la novela negra que ríete tú de Wonder Woman) y un amplio y afinado elenco de secundarios, con distintas personalidad, oficios y misterios, que conforman una galería jugosa y con carácter.

Como veis, he disfrutado de mi primer encuentro con Ibon Martín, y como la suerte está de mi parte, pronto repetiré con él, ya que en unos días comenzaremos con la lectura conjunta de su novela “La fábrica de las sombras”, que comparte protagonista con esta que hoy os traigo y que espero, me vuelva a dejar tan buenas sensaciones.

martes, 5 de abril de 2016

"Nerve", por Jeanne Ryan.

Hace unos días salí un momento a comprar el pan. Volví a casa una hora después con el pan, una docena de magdalenas, unas tortas de limón y tres libros. No me preguntéis cómo ocurrió. El caso es que al sacar todo aquello de la bolsa reparé en que quizá me había dejado llevar un poco más de la cuenta. Malditos impulsos. Debí tener algún tipo de regresión o ataque de nostalgia, porque volví a casa con lo que almorzaba y leía hace quince años. Así que ahí estaba “Nerve”, una novela juvenil sobre la que había leído alguna reseña muy positiva. Y me puse a leer…

Supongo que el título tuvo mucha culpa en mi elección. De vez en cuando, aunque cada vez menos, me dejo caer por el género juvenil y, si algo agradezco de ésas lecturas, es que tengan precisamente eso de lo que presume el título de Jeanne Ryan: nervio. Que me resulten eléctricas de algún modo, que me rejuvenezcan, que me obliguen a enamorarme como una adolescente, o a huir, a correr, a sentir esa corriente eléctrica en las piernas que te fuerza a moverte. Algo así como lo que hizo Suzanne Collins en ya sabéis qué trilogía.

Lo malo de “Nerve” es que carece de lo que presume. La narración resulta bastante lineal, facilona, repetitiva. A sus protagonistas les falta garra y fuerza, no vale salir a poner tu vida patas arriba por un par de zapatos. No me lo creo, lo siento. Me falla su motivación, y a partir de ahí, falla todo lo demás. Incluso lo que ocurrió antes y nos trajo aquí resulta poco convincente. Aún así, todo es tan simplón que lo fácil es seguir leyendo, a ver qué pasa al final.

Y bueno… algo se le puede sacar. Hay un tímido intento de criticar nuestra vida alternativa en redes sociales, nuestros gustos televisivos y nuestra falta de escrúpulos, como sociedad y tal. Pero es que es todo tan obvio que acaba siendo redundante. También hay un intento de inquietar al lector al final que funcionaría bien si no fuera porque incluso yo, desde aquí, puedo ver que se trata simplemente de dar pie a una continuación si la cosa funciona. Que lo hará, sin duda. Pero espero no estar ahí en mi próxima regresión.