Si ya es difícil sentarse
a reseñar una novela que no te ha gustado, y de la que poco bueno puedes
contar, más resulta todavía cuando te pilla en medio de una crisis lectora que
no sólo consiste en no conectar con ningún libro que cae en mis manos, sino que
también incluye una absoluta desmotivación al respecto y una incapacidad
manifiesta para reseñar que espero que me sepáis perdonar. Hoy me tocaba hablar
de “Nunca es tarde para morir”, de Pablo Palazuelo. A ver cómo lo hago.
Debo decir en mi defensa
que con un esfuerzo considerable, llegué casi hasta la página doscientos. Y no
encontré en ellas nada que llamara mi atención, más allá de las primeras
páginas de ese poderoso prólogo en El Ártico. De vuelta en Nueva York, me
encontré con una galería de personajes poco definidos, sin fuerza ni gancho,
demasiado parecidos unos a otros. Me encontré con una chica de ojos verdes que
quizá tendría su atractivo en pantalla grande, pero que no resulta tan
provocadora desde el papel. La ambientación se me antojó excesivamente sórdida,
demasiados contenedores, demasiados callejones, demasiados suburbios. Todo ello
contribuyó a que la narración me pareciera lenta, farragosa y poco atractiva,
aderezada con unos diálogos flojos, poco creíbles e incoherentes con los
personajes que se los ponen en la boca.
La paciencia no me dio para
alcanzar ese punto de inflexión, al que otros muchos lectores sí llegaron, en el que la novela coge
ritmo y te atrapa. No sé si en otro momento lo habría conseguido. Reconozco mi
parte de culpa. Pero debo decir que esta no es, tampoco, ni de lejos, la mejor
novela negra que cacarea ser. Que la publicidad excesiva, las opiniones que
escriben nuestros amigos, las estrellas al montón también han perjudicado una
lectura a la que quizá me debía haber acercado con otras expectativas.