martes, 29 de noviembre de 2016

"La maldición de los Montpensier", por Francisco Robles.

La historia nunca ha sido lo mío, supongo que es bueno partir de ahí a la hora de encarar esta reseña. Ni me gustó como asignatura en su momento ni frecuento demasiado el género literario. En el instituto, hubo un par de cursos en que aborrecía la asignatura a más no poder. Sólo en mi último año me topé con un profesor que me enseñó a tolerarla y casi a disfrutarla. Su mayor virtud, que yo recuerde, era su sencillez a la hora de narrar hechos históricos. Lo contaba como quien te cuenta, con un café por medio, lo que le pasó a la amiga de su amiga la semana pasada. Con él aprendí a digerir aquella bola indigesta que era para mí su asignatura. Aprendí a deducir, a que era más importante el por qué, que si aquello fue en abril o en mayo. Quizá sea que soy algo estrecha de entendederas, pero necesito luz y claridad para acercarme al género. Y justo eso es lo que no he encontrado en "La maldición de los Montpensier", una novela puramente histórica que no he conseguido disfrutar.

Y es que lo más llamativo de esta novela de Francisco Robles no es tanto lo que cuenta sino el cómo lo cuenta. Es obvio que el autor conoce a la perfección los hechos que nos está narrando, que hay una labor ingente de documentación tras estas "memorias" de la Infanta María Luisa Fernanda de Borbón y que se trata de un instante histórico digno de profundizar en él. Pero Francisco Robles se vale de un estilo tan sumamente recargado y descriptivo que la narración se hace lenta y, me perdonen, soporífera. No se le puede negar su capacidad para recrear lugares y atmósferas, especialmente la del palacio de San Telmo y las calles de Sevilla, pero uno termina saturado ante ese estilo barroco y oscuro.

El elemento de intriga que se introduce, con la muerte del escultor Antonio Susillo y su relación con la Infanta, deja enseguida de mantener cualquier atisbo de tensión y mi interés al respecto se diluyó más pronto que tarde, sobrepasada por la cantidad de datos, personajes y saltos en el tiempo que van sacudiendo la historia.

No pongo en duda las bondades de la novela, pero sí su capacidad para llegar al lector medio o a cualquiera que no sea un auténtico devoto del género histórico y que traiga ya de casa algún conocimiento al respecto de la época que aquí se cuenta. Sí creo que la premisa era buena, sobre todo con la introducción de personajes como Antonio Susillo o el inspector Cranio, pero uno se ve pronto sepultado por el peso de una narración demasiado densa que no la hace apta para cualquiera.

jueves, 24 de noviembre de 2016

"Phobia", por Wulf Dorn.

Por muchos libros que uno lleve leídos, los hay que no aprendemos. Y otra vez me vuelve a pasar, o tal vez sea sólo una forma de buscar una excusa, pero las expectativas me la han jugado a lo grande con esta "Phobia" del alemán Wulf Dorn, una novela que tenía muchas ganas de leer y que no me ha dejado grandes sensaciones.

Y es que "Phobia" tiene un arranque tan bueno, tan brutal, que es difícil que no acabe, tal como ocurre, desinflándose como un globo. El primer capítulo se desarrolla en la penumbra del cuarto de una madre que consuela a su hijo después de una pesadilla. Algo tan sencillo, tan banal, y que sin embargo, logra transmitir una enorme sensación de angustia y malestar. Dorn juega a inquietar al lector haciéndole dudar de prácticamente todo lo que sucede, sin que en ningún momento podamos discernir cuánto hay de miedo o pesadilla, y cuánto de realidad.

Sin embargo, a partir de ahí la trama se diluye rápidamente. La química entre ambos protagonistas es nula, y su carrera contrarreloj previsible, avanzando con golpes de efecto que no acabaron de funcionar conmigo. Y es que la trama, a partir de ese gran inicio, se encamina cuesta abajo y sin frenos hasta un final que no me acabó de gustar, ni en la forma en que está narrado ni en la explicación final de las motivaciones del antagonista, que me parecieron demasiado descabelladas y poco creíbles.

Otro aspecto que me ha dejado un regusto bastante extraño tiene que ver con algo que le ocurre al protagonista casi al principio de la novela, cuando visita la que fue la casa de su mentor en la universidad. No sé si la intención del autor será retomar esto más adelante, en otra novela, y fui yo la que no entendió nada, pero lo que allí ocurre no vuelve a mencionarse en ningún momento y no he sabido encajarlo en el resto de la historia.

No sé si no elegí un buen momento para leerla y por eso no he terminado de conectar con ella, pero "Phobia" no ha pasado de ser una novela entretenidilla para pasar el rato, sin más. Y lo cierto es que esperaba más inquietud, más misterio, un poco más de "chicha". Así que me quedo con la duda de si debería seguir leyendo al autor, del que tan buenas reseñas he leído.


jueves, 17 de noviembre de 2016

"Patria", por Fernando Aramburu.

Me ha conmovido “Patria” de una forma poco común. Ha sido una especie de catástrofe invisible, sin destrozos ni lágrimas ni nada que se le parezca. Tan silenciosa y cotidiana que creo que es precisamente eso lo que hace especial esta novela de Fernando Aramburu, que está consiguiendo que todo el mundo la lea, la compre y hable de ella. Y con razón.

“Patria” es la historia de dos familias, que una vez fueron una, y a las que distanció su distinta forma de entender el mundo. Así lo cuenta Aramburu, así nos lo hace ver. Desde esa premisa tan simple, recorremos las dos vertientes de una misma historia, la del pueblo vasco, la de oprimidos y opresores, que a veces se identifican con la idea que tenemos de ellos, y otras tantas no. Y lo cuenta no desde el panfleto, el grito, la reivindicación o el odio, que sería lo fácil. Sino que narra desde la intimidad de la cocina de Miren, desde el  cuarto donde el Txato duerme su última siesta, desde la cama de la celda de Jose Mari, por donde se atisba un pedazo de cielo.

“Patria” es una novela larga e intensa, dos factores que pueden repelerse o como aquí, amoldarse para conformar una novela con mayúsculas, que discurre en vaivenes que nos llevan de delante atrás y vuelta para adelante, de la casa de Bittori a la de Miren y de allí al pisito donde Gorka huye del miedo y la represión, la celda en la que Jose Mari engorda su odio por miedo a verlo morir, y de allí vuelta a la casa de Miren, al espejo donde Arantxa se ve vieja y enferma y aún así, decidida a mirar hacia adelante. No son demasiados los personajes que sostienen “Patria” pero sí son todos ellos importantes porque en cada cual vive una forma de abordar el conflicto vasco desde dentro de cada uno: huir, gritar, asumir, callar, luchar, morir.

Sobre todo, “Patria” es una novela valiente, arriesgada y necesaria. Más aún, es una novela buena, muy buena, escrita con un estilo algo particular en ocasiones pero con el que uno se acomoda enseguida. Llena de pequeñas historias que conforman un retrato lleno de verdad de lo que se ha vivido en las últimas décadas en El País Vasco. De los imprescindibles de este año.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

"La carne", por Rosa Montero.

Me voy familiarizando con Rosa Montero, y reconozco que cada vez me gusta más su forma de narrar, su peculiar sentido del humor y lo mucho que hay de ella misma en cada una de sus historias. En “La carne”, su última novela, conocemos a Soledad, solitaria como su nombre indica y sexagenaria, entendido esto último como una tremenda tragedia. Y para plantar batalla a todas sus calamidades, se le ocurre recurrir a Adam, un chico de compañía con la mitad de años y casi tantos frentes abiertos como ella. Sus caminos se cruzan por primera vez en una noche de ópera y se entrelazan de forma inevitable.

“La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir. Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y tan efímero que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor.”

Son poco amables los personajes que dibuja Rosa Montero y que llevan prácticamente todo el peso de la historia. Soledad es superficial, infantil a veces, insoportable. Adam, extranjero en tierra extraña, puto de profesión. No están hechos, ninguno de ellos, para que el lector empatice con ellos. Y sin embargo, es imposible no encariñarse de algún modo con esa sexagenaria que se niega a dejar caer sus carnes, con esa mujer que moriría de soledad antes que llevarse a la cama a un señor de su edad. Y con ese Adam del que es mejor que yo no os cuente nada, porque así me lo pide Rosa Montero al final de su novela, pero por el que uno también acaba sintiendo algo que no esperaba sentir en modo alguno.

Lo mejor de “La carne” es el sentido del humor que la autora imprime a su historia, que al final no deja de ser una trama ligerita, sin grandes giros ni sorpresas, pero que se lee con agrado y con una sonrisa en los labios, si es que uno es capaz de tolerar ese toque agrio y mordaz, y si somos capaces de comulgar con la visión que Montero nos ofrece del amor, del sexo y el paso del tiempo, con sus implicaciones.

“El cuerpo era una cosa tremenda, en efecto. La vejez y el deterioro se agazapaban de manera insidiosa ya menudo el interesado era el último en enterarse, como los cornudos del teatro clásico.”

Soledad, con sus sesenta, con sus soliloquios y sus complejos, se erige como una magnífica narradora, de prosa impecable, deliciosa, salpimentada con su peculiar humor. Y reconozco que se ha quedado conmigo, que a pesar de que hace semanas que cerré las páginas de “La carne”, miro la novela allá en la estantería y se me escapa una sonrisa de puro agradecimiento, esa que sólo le regalamos a las historias que nos hicieron sentir bien.