jueves, 29 de mayo de 2014

"Los ojos del cuervo", por Juan Tejerina



"Los ojos del cuervo" es la primera novela de Juan Tejerina, y da inicio a la trilogía "Crónica de las sombras". Una historia fantástica (en todos los sentidos que podáis darle a la palabra) protagonizada por Aldreth, joven asesino de profesión sobre el que pesa una maldición. A través de sus ojos, que son también los de Pyro, el cuervo que le acompaña, nos adentramos en las calles de Savarish. Taberneros, putas, mendigos, nobles, guardias, magos y enanos pueblan la urbe, cada cual fiel a sus propias reglas, dentro de micromundos que a veces se entrelazan, a veces chocan. 

Con un estilo sencillo y muy visual, Juan Tejerina crea una ambientación que se dibuja prácticamente sola, sin necesidad de largas y complejas explicaciones acerca del orden social de Savarish; y una trama de asesinatos que harán de perfecto caldo para la cocción de unos personajes que son el punto fuerte de la novela. Aldreth es un buen protagonista, algo alejado de las convenciones del género, menos heroico y más terrenal. Pero son los secundarios, ese terreno en el que se abonan los buenos escritores, donde el autor crea lo mejor de esta historia. Un enano guerrero, huraño y borracho, y un mago permanentemente cabreado acompañarán al joven asesino en sus pesquisas. 

No es una novela redonda, sino una primera novela, y eso se tiene que notar. A ratos da la sensación de que el autor se esfuerza demasiado en su prosa (es una sensación que siempre tengo con los escritores noveles) pero es cuando ésta se relaja cuando la narración fluye mejor. Es cierto también que volvemos a hablar de una trilogía, lo que obliga al autor a no profundizar en los personajes todo lo que el lector quisiera, por lo que al final, puede quedar la sensación de que algunos de ellos (el protagonista en especial) quedan más planos de lo que debieran. La trama de asesinatos, que se cierra en este primer volumen, deja la sensación de no ser más que una excusa sencilla para poner las piezas sobre el tablero y abonar el terreno para las siguientes entregas.

A fin de cuentas, un debut muy interesante y una lectura más que agradable para aquellos que disfrutan de la novela fantástica y también para los que no son habituales del género, ya que el autor, aún manteniéndose fiel a él, introduce elementos a los que no estamos tan acostumbrados, convirtiendo "Los ojos del cuervo" en una novela menos rígida y más amable para los "profanos" en la materia. 

sábado, 24 de mayo de 2014

"Luna: Apogeo", por Rubén Azorín


"Ya nadie mira a la luna,
la luna ya no es de nadie;
ya no la cubren con besos,
ya no la bañan con sangre.

Ni ya le escriben poemas,
ni ya le clavan puñales;
ya no hay tragedias de amores,
ya no hay amor, no hay amantes.

Mariano Estrada, a Federico García Lorca.
La Luna (incluido en "Luna: Apogeo")



Fui una niña insomne, de ésas puñeteras que duermen poco y mal, que tienen dudas existenciales a altas horas de la madrugada y fantasean con cualquier cosa que sirva de excusa para no ceder al sueño. Ya entonces sentía una fascinación especial por la Luna, ahí colgada, con sus rasgos humanos, su luz, su inquietante compañía. Arrastro desde entonces esa inclinación especial por todo lo relacionado con nuestro satélite. Por eso me rendí, nada más descubrirla, a la obra debut de Rubén Azorín. Una novela tremendamente valiente y trabajada que supone también un retorno a la ciencia ficción más pura, en la línea de los clásicos Arthur C. Clarke y Orson Scott Card, desdibujando constantemente la línea que separa ciencia y fantasía, realidad y ficción.

Ambientada en un futuro cercano, "Luna: Apogeo" es también un thriller, una novela apocalíptica y en ocasiones, casi un libro de texto. Hay tras ella un vasto trabajo de documentación en torno al satélite terrestre, incluyendo aspectos sobre su origen, mitología, literatura relacionada o misiones espaciales que la han estudiado. Es una novela coral, en la que encontraremos personajes vinculados de una u otra forma a la luna, cuyas vidas se van tejiendo bajo su influjo, y que parecen condenadas, pues, a enredarse también entre ellas. Cuesta empatizar con cualquiera de ellos, pues hay una frialdad inherente a la historia que empapa absolutamente toda la obra. Ken, Phil, Allenda, Leslie, Anderson... todos ellos se mueven por razones que muchas veces nos costará entender dentro de una sociedad que también nos resulta ajena. Quizá Isa se convierte en la única que aporta una solitaria pincelada de humanidad al cuadro.

Ocurre igual con la prosa del autor, cuya belleza se sacrifica en aras de la creación de esa atmósfera igualmente fría, aséptica, casi blanca. Las frases son cortas, concisas, casi a titulo informativo. Una narración descarnada, vacía de sentimientos. Ágil en ciertos tramos y particularmente densa en otros, llegó a producirme la sensación de que el autor se hallaba con tanto material entre manos que no conseguía manejarlo del todo. Por explicarlo de forma más visual, a veces la información dada parece desbordar las páginas, y el lector se encuentra incapacitado para manejar tantísimos datos en tan corto espacio de tiempo.
Disfrutarlo, o no, dependerá del tipo de lector que uno sea, y de cuánta información se sienta capaz de engullir.

"Luna: Apogeo" es, al fin, casi un tratado sobre historia lunar: lo que creemos, lo que sabemos y lo que creemos saber. Rubén Azorín se encarga de añadir un cúmulo de preguntas e introducir una serie de datos que nos harán replantearnos ciertas informaciones y soñar con otras respuestas distintas a las que ya conocemos.
Es también, mal que me pese, el inicio de otra trilogía, cosa que desconocía cuando empecé a leer la novela. De haberlo sabido, probablemente, habría esperado bastante más para aproximarme a ella. Pero ahora, metida en harina, ya no me queda más que esperar la segunda parte.


viernes, 16 de mayo de 2014

"Detrás del cristal", por Mayte Esteban

Qué difícil resulta, a veces, aproximarse a una novela cuya temática está en las antípodas de las lecturas habituales de uno. Yo me obligo a hacerlo cada cierto tiempo, para ejercitar la mente y constatar que hay mundo más allá de los encantadores asesinos en serie (me acuerdo de ti ahora, Augusto); de los universos paralelos y los muertos que regresan.
Como veis, mis lecturas están plagadas de cosas bonitas y agradables...

"Detrás del cristal" es la antítesis de todo eso. Es una novela sobre personas comunes y sentimientos corrientes, con una dosis de comicidad y un puñado de realidad. Sus personajes se llaman Ana, Andrés, Raquel o Paco. Sus problemas se encuadran en lo cotidiano, hay relaciones que hacen aguas, una madre soltera que no llega a fin de mes y un chico bien que lo tiene todo pero que tiene que echar mano de los ansiolíticos para que la ansiedad no le devore.

Llegué a "Detrás del cristal" de la misma forma que llego a casi todo lo que leo últimamente: a través de los blogs literarios de un grupo de personas cuya opinión me sirve de mucha ayuda a la hora de acercarme a autores desconocidos o géneros a los que hace unos años no habría tocado ni con un palo. No sabía exactamente qué iba a encontrarme, pero las reseñas positivas me convencieron para darle una oportunidad.

Lo primero que encontré fue una prosa tremendamente agradable, sencilla y accesible, muy volcada en lo sentimental y el universo interior de sus personajes. Unos personajes tras los que se vislumbra un esfuerzo enorme por crear seres reales, palpables y complejos, bien construidos. Mayte Esteban lucha por alejarse de los cánones de la novela romántica más ligera y no se centra en el aspecto físico o sexual, sino que nos traslada al lado humano, la lucha del día a día, que hará que Ana, su protagonista, termine tomando una decisión descabellada que dará el pistoletazo de salida a la trama: dejar a su bebé, por unas horas, en la puerta de un desconocido.

He de reconocer que el giro inicial me dejó descolocada. No me lo creí. Puede tener (mucho) que ver el hecho de que yo también tengo un Pablo revoloteando por aquí, que ocupa últimamente buena parte de mis días y la plenitud de mis noches. Pero me costó entender esa decisión, se me fue la empatía así, por las buenas. Y en varias ocasiones durante la novela me encontré con la misma sensación. No entendía a Ana. Me encontraba a mí misma hablando sola, igual que mi abuela hacía cuando veía películas de vaqueros, y diciendo algo así como"¿pero qué haces?" en voz (muy) alta.

Aún así, la novela fluye y se lee con agrado, uno se desliza por las letras con esa sensación tan placentera de "un poquito más y lo dejo", Mayte escribe con cariño, cree en su historia, se percibe, y aunque en ciertas ocasiones cae en algunas frases o comparaciones que a mi, en lo personal, me resultan demasiado "ñoñas", el tono general es sobrio y amable.

Se le puede achacar también cierta previsibilidad en la línea principal de la historia, pero la autora se sacude esa sensación con un golpe sobre la mesa que afectará a uno de los personajes secundarios y que, si bien consigue que este caramelo amargue un poco, aporta una dosis de realidad que te abofetea cuando menos te lo esperas y que ayuda a armar una novela con más cuerpo, más fondo.

Así pues, a pesar de que no he encontrado el tipo de historia que quizá más disfruto leyendo, sí que creo haber descubierto a una autora, a la que me quedo con ganas de leer en otros terrenos menos mundanos, más "oscuros".

















viernes, 9 de mayo de 2014

"El brillo de las luciérnagas", por Paul Pen

¿Cómo aborda uno la reseña de un libro que le ha fascinado? ¿Cómo trasladas al que lee lo que has sentido sin crear unas expectativas demasiado altas? ¿Qué dices de un libro que te ha quitado, literalmente, horas de sueño?

"El brillo de las luciérnagas" tiene todo lo que una novela necesita para hacerme feliz: unos personajes dibujados de forma magistral, una ambientación lograda (y claustrofóbica) y una trama potente que te anima a seguir leyendo.
Ha sido un libro que me ha obligado a retomar mis más sofisticadas compulsiones lectoras: comprar el libro en papel, llevarlo siempre encima, leer (aunque sólo sea unas líneas) en los lugares más insospechados y hasta levantarte de noche madrugar a lo loco para disfrutar de un par de capítulos con un café en la mano.
Es, ante todo, un ejercicio brutal de imaginación y originalidad y la demostración de que una prosa sencilla puede ser también tremendamente poderosa.

El atípico protagonista de esta novela es un niño que no conoce más luz del sol que la que se cuela por una rendija y que ilumina, durante unas horas, un pequeño rincón del sótano en el que vive. Le acompañan sus padres, su hermana, su hermano y su abuela, todos ellos horriblemente desfigurados por un fuego que ocurrió antes de que él naciera y cuyas circunstancias desconocemos.

Ése protagonista es uno de los grandes aciertos de la novela. Su narración actúa como catalizador, amortiguando a través de la visión propia de un niño la crueldad de ciertos pasajes, acentuando la ternura de otros, obligándote a ver el mundo a través de sus ojos.
La prosa del autor se amolda a él, valiéndose de una escritura sencilla y muy visual, tremendamente evocadora, consiguiendo que elementos cotidianos, sencillos, provoquen al lector y le hagan sentir. Así, Paul Pen puede despertar tu ternura a través de un agujero en el pijama de un niño, o destemplarte el ánimo con la narración de una tormenta.

El resto de personajes que pueblan el sótano, la familia del niño, se dibujan con trazo firme, a través de diálogos llenos de fuerza y de susurros que se oyen a medias. Personajes complejos, llenos de claroscuros, cuya psicología se nos muestra a través de lo que el niño percibe. Serán sus actitudes, sus hechos, los que habremos de interpretar a lo largo de la historia para entender el origen, el presente y el devenir de la trama que tenemos entre manos.

Narrada en tres tandas de capítulos cortos que aportan el dinamismo que la historia requiere, si os sentáis y os ponéis cómodos con "El brillo de las luciérnagas" entre las manos, la devoraréis con ansiedad. Confieso que a mi ha conseguido tocarme, arrancarme una sonrisa de ternura y una mueca de horror casi sin moverme de párrafo. Todo un logro en estos tiempos de trilogías, sagas e inventos varios, "El brillo de las luciérnagas" es una novela casi necesaria, sustentada en una idea distinta, y un auténtico caramelo para los habituales del thriller.










lunes, 5 de mayo de 2014

"La restauradora", de Amanda Stevens.

Los años no me han hecho espabilar. Títulos como éste, de Amanda Stevens, me hacen darme cuenta de lo cándida e inocente que sigo siendo. Cuando era (más) joven, debí leer demasiado a Poe, Bécquer y Rosalía de Castro, todos tan lánguidos y románticos, porque ahora, es ver un cementerio en portada y allá que voy yo, rauda y veloz. Soy una criatura inocente y susceptible de engaño, me doy cuenta.
Vaya por delante, merece la pena aclararlo, que no me gusta la novela romántica tal como la entendemos, de personajes planitos y tramas más bien ñoñas y predecibles. Obviamente, no meto en esta categoría cualquier novela que se sustente en la relación (amorosa o no) entre sus protagonistas. No hablo de Somerset, o de Pérez Reverte o de las hermanas Brontë. Hablo de otra cosa.

"La restauradora" no es un thriller paranormal (ni mucho menos) ni una historia de fantasmas (aunque los haya), sino más bien una novela romántica al uso con asesinato(s) de por medio. También hay fantasmas, pero muy peculiares ellos, ya que nuestra intrépida chica consigue hacerles creer que ella ni les ve, ni les siente ni les padece. Así consigue mantenerles a raya y que no le roben la energía. O algo así.

Al estilo de las novelas de Karen Rose, pero con menos sangre y con una protagonista con algo menos de gancho (y eso que las chicas de la señora Rose no son, precisamente, Madame Bovary), Amelia resulta ser un cruce imposible entre la Melinda Gordon de "Entre fantasmas" y la indescriptible Anastasia Steele, la de Grey. De hecho, hay instantes en los que crees que aparecerá la diosa que Amelia lleva dentro y hará una pirueta con triple mortal antes de morderse el labio inferior y caer tras una de las lápidas en las que trabaja. Su narración en primera persona, cosa que ya en sí misma me exaspera bastante los nervios, cae una y otra vez en lo dura que es su vida y en lo seductor, romántico y ancho de espaldas que le resulta el inspector John Devlin, segundo de abordo en la historia. Si ella es sosa y aburrida, él no se queda atrás. Muy atormentado, muy triste, acosado por fantasmas del pasado... Muy todo, pero el pobre parece no enterarse ni de por dónde le da el aire. Lo que decíamos. Personajes planos, planitos, sin aristas, sin ángulos, sin sal, sin nada.

Exceptuando el capítulo con el que arranca la historia, en la niñez de Amelia, que sentará las bases de la trama y que sí que tiene cierto encanto aunque parezca narrado por un niño de primaria, el resto es lo de siempre. Chica conoce chico, relación complicada, nos rozamos, investigamos un poquito, ahora estamos atrapados... Oh, sorpresa, otro cadáver. Y eso. Aderezado todo con una prosa sosa, reiterativa, cursi. No es que sea sencilla. Es que da la sensación de que la autora no da para más.

Ni el protagonista masculino (que pese a lo ancho de su espalda, te deja más fría que un témpano) ni los secundarios tienen el carácter suficiente para salvarte del aburrimiento. Todos están dibujados a grandes rasgos, quizá porque este es solo el primer volumen de una saga que promete, si no me equivoco, cuatro títulos más, titulada "La reina del cementerio" (sí, el subtítulo ya me debería haber escamado). Eso sí, la trama de asesinatos se cierra en este primer tomo. Lo que no os voy a contar es cómo, pero confieso que si el desarrollo del libro me ha parecido algo más horrible que un cólico nefrítico, el final es aún peor.

Pues eso. Una saga. Otra. Raro en estos tiempos que corren, en los que parece que se está perdiendo la capacidad de narrar historias en poco espacio. Y eso puede estar bien cuando uno tiene mucho que contar. Pero no parece que sea el caso.