miércoles, 25 de mayo de 2016

"Orígenes secretos", por David Galán Galindo.

“En lo que menos fe tienen los españoles es en los héroes. Mientras en Inglaterra se escribía sobre el Rey Arturo, nosotros escribíamos El Quijote. Sólo concebimos que haga el bien un loco”.

No es casual que bajo la portada de “Orígenes secretos”, al desdoblar las solapas, uno se encuentre un mapa de la ciudad de Madrid. Como tampoco lo es que el protagonista de la cubierta sea un hombre sin rostro vestido de traje. La primera novela de David Galán es, además de un magnífico paseo por la capital, un homenaje a los superhéroes de siempre y, más aún, un recordatorio de que nunca deberíamos haber perdido nuestra fe en ellos.

David es un policía recién llegado a Madrid que se verá obligado a colaborar con Jorge Elías, el orondo dueño de una tienda de cómics, para resolver una serie de crímenes que recrean los orígenes secretos de los superhéroes clásicos. Las pistas que el asesino deja les conducirán de un rincón a otro de la ciudad, descubriendo a su paso más de lo que quisieran sobre sus propios pasados.

El clásico tándem que une al policía duro y al friki inteligente y esperpéntico no es nuevo, pero aquí funciona de nuevo a las mil maravillas. Se le nota el oficio a David Galán, que antes que escritor fue guionista y cineasta. Los diálogos y las características de sus personajes son más propias del mundo de las series y la pantalla grande que del clásico thriller escrito. No sólo eso. También la forma en la que está escrita la novela remite más al guión cinematográfico y, sobre todo, al mundo del cómic. El autor juega con recursos como la onomatopeya, tan poco usado en la novela, y dota de ritmo a su relato tirando de diálogos cortos y párrafos también breves, que a veces provocan la sensación de que la acción se produce en pequeños saltos. Al final, uno tiene la sensación de estar leyendo una especie de cómic novelado. Me ha parecido una narración muy original y muy a tono con la historia que nos está contando.

En cuanto a la trama, he de reconocer que de niña, fui más de tebeos patrios que de la Marvel. Sé más de SúperLópez que de El Increíble Hulk. Así que al principio temí perderme un poco. Pero doy fe de que la novela puede leerse aunque uno sea un completo profano en la materia. Los súper héroes que pueblan la trama son de sobra conocidos por todos, y no es necesario ser una eminencia para poder seguir el hilo de la historia. Para eso está Jorge Elías, para instruirnos.

“Cuando Madrid despierta, la plaza de Tirso de Molina abre los ojos. Ojos de todos los colores y forma, bajo unos mismos párpados. (…) Las pupilas de Tirso siempre ven al emperador desnudo, y por eso gusta de parpadeos de pancartas y lucha contra la ceguera, pese a los guiños de represión policial.”

Pero como os contaba al principio, más allá de héroes con capa y antifaz, la absoluta protagonista de “Orígenes Secretos” es Madrid. Desde Gran Vía hasta el cementerio de La Almudena, pasando por la plaza de Tirso de Molina, el Barrio del Pilar, el hospital de La Paz y Chamberí. Galán no se limita a llevarnos de un lugar a otro, sino que nos deja siempre un pequeño párrafo sobre cada lugar. Y en ocasiones, una crítica llena de añoranza, o de decepción. Creo que ha sido esta mi parte favorita de la historia, sin duda.

Como también he disfrutado de los guiños a la cultura pop de los últimos años. No sólo acerca del mundo del cómic, sino también del cine, la literatura, el fútbol o la música que nos han acompañado en las últimas décadas. Escenas míticas que recordamos de la mano de Jorge Elías, que acaba convertido en un personaje sumamente entrañable a pesar de sus rarezas.

“Orígenes Secretos” es una novela distinta, apta para casi todos los públicos, especialmente aquellos sin prejuicios que gustan de probar estilos nuevos e historias que se alejan de lo habitual. Un interesante debut el de David Galán, al que ya tenía el gusto de conocer gracias a algunos de sus cortometrajes, y que me sorprende ahora en una faceta como escritor que espero siga cultivando. 

miércoles, 18 de mayo de 2016

"El desorden que dejas", por Carlos Montero.

“Así estoy yo ahora, como un niño pequeño. Todos los días al levantarme tengo que hacer un esfuerzo monumental para aceptar la idea de que no está. Es un trabajo titánico, nunca nada me había costado tanto esfuerzo como esa media hora donde tengo que obligarme a reordenar el mundo. A reordenar un mundo en el que ella ya no está.”

Es difícil armar una novela con tantos ingredientes como esta que hoy os traigo y no perderse por el camino. Carlos Montero encaja con una habilidad exquisita una amplísima amalgama de personajes, con sus respectivas personalidades, y recorre con ojo atento algunos de los problemas que nos aquejan como sociedad, dotándolo todo de sensación de conjunto. “En el desorden que dejas” confluyen temas como el acoso en el aula, la crisis económica, la pérdida emocional. Y lo hacen de un modo coherente y cohesionado, a ritmo de thriller. Un cóctel que ha sido reconocido con el Premio Primavera de Novela. Muy merecido, a mi parecer.

Raquel es una profesora de literatura interina, destinada a una suplencia en Novariz, un pueblo del interior de Galicia. En su primer día, la joven descubre que Viruca, su predecesora en el puesto, se suicidó. Al finalizar las clases, encuentra en el bolso una nota que le apela directamente: “¿Y tú, cuánto vas a tardar en morir?”.

Me ha gustado mucho la forma en que Carlos Montero dibuja a Raquel, metiéndose en su piel y otorgándole el privilegio de ser ella la narradora. No es un personaje fácil, de ésos con los que uno empatiza de entrada. Quizá ni siquiera al final uno consigue encariñarse con ella. Pero sí me ha parecido tremendamente real y compleja, impulsiva, metepatas, obsesiva, frágil, ambigua e incomprensible a veces. Sin maniqueísmos, Montero construye una narradora más que solvente para su historia. Y la rodea, como decía al principio, de una galería de personajes de características muy diversas. En este caso, unos resultan más acertados que otros, aunque de tener que elegir, me quedaría con Roi por las mismas razones que me gustó el personaje de Raquel: la verdad que desprende.

“El desorden que dejas” es, ante todo, una thriller, y como tal se comporta su trama. Información bien dosificada, giros finales, alguna que otra sorpresa de las que te dejan ojioplática perdida y mucha tensión. Un Page Turner, que le llaman ahora. Vaya, que uno siempre necesita leer “sólo un capítulo más”. Bien construida y bastante bien resuelta (quizá demasiada acción en los compases finales, para mi gusto), la trama se salpica de alusiones a la crisis económica, a su efecto sobre la vida en los pueblos más pequeños. Y se atreve también con un tema tan candente como el acoso escolar y su estrecha relación con la vida paralela de muchos jóvenes (y mayores) a través de las redes sociales, que actúan como arma y escaparate. Un acoso que, como le ocurre a Raquel, no se da solamente entre iguales. Me ha gustado cómo Montero pone el foco sobre el asunto y la forma en que se desarrolla y resuelve.

Queda también espacio para el aspecto emocional, para hablar sobre la pérdida, la fragilidad de las bases en las que asentamos nuestra vida. He de decir que en el aspecto narrativo, ha sido en esos pasajes en los que más he disfrutado de la prosa del autor, que a ritmo de thriller resulta bastante más ligera que cuando se adentra en el terreno de lo emocional.

Muy buenas sensaciones me deja mi primer acercamiento a Carlos Montero, un autor al que me tocará seguir de cerca de ahora en adelante porque ha demostrado, con su primera novela, que maneja a la perfección los tiempos del thriller y que sabe armar buenas y complejas historias.

miércoles, 11 de mayo de 2016

"La fábrica de las sombras", por Ibon Martín.

Llegué a “La fábrica de las sombras” después de haber leído, muy poquitos días antes, “El faro del silencio”. Disfruté mucho de la primera novela protagonizada por la escritora Leire Altuna, así que me apetecía repetir. Por otro lado, jugaba en mi contra el hecho de que me pudiera saturar al tratarse de dos novelas muy similares en su estructura y desarrollo, algo que no suelo hacer habitualmente.

En los arcos de la Real Fábrica de Armas de Orbaizeta, aparece colgando el cadáver de Saoia Goinetxe, la joven historiadora al frente de la rehabilitación del lugar para convertirlo en un lugar de atractivo turístico. Lo que al principio parecía un suicido, pronto se revela como un asesinato en el que cualquiera de los habitantes del lugar pueden estar implicados. Ane Cestero, la agente de la ertainzta que ya conocimos en el caso del Sacamantecas, pedirá ayuda a Leire para esclarecer el crimen.

En esta ocasión, Ibon Martín nos traslada a Navarra, a la población de Orbaizeta. Tal como hiciera con Pasaia en su anterior novela, la ambientación vuelve a ser lo más destacable. El autor juega con sonidos, olores y descripciones muy logradas que consiguen transportarte a esa gélida, turbadora, Real Fábrica de Armas de Orbaizeta y alrededores. De igual modo, consigue dotar a la pequeña población donde se desarrolla la trama de una atmósfera tremendamente opresiva, más propia del terror gótico que del género negro que frecuentamos habitualmente. Un lugar pequeño, aislado, donde todos esconden traumas y secretos familiares que nadie quiere sacar a la luz. Acierta también el autor al añadir referencias a los seres mitológicos de la tierra navarra, muchos de los cuales ya nos resultan familiares a los que leímos la Trilogía del Baztán. Me ha gustado toparme de nuevo con el basajuan o las lamias, su presencia redondea la recreación de los bosques y la selva de Irati, dotándola de una agradable dosis de realismo mágico.

La novela se lee con agrado gracias al buen ritmo que el autor imprime a su narración, con una buena dosificación de la acción, revelando lo necesario y manteniendo la intriga a través de las dos líneas temporales que se van alternando. Sí que es cierto que en la parte central hubo algún capítulo que me resultó algo tedioso y algún evento demasiado previsible, pero la sensación final es positiva. Me ha parecido también muy acertada la forma de resolver la historia, a excepción de algún momento final de película que solemos encontrar siempre de cara al desenlace  y que creo que no es siempre necesario.

Ibon Martín vuelve a dejarme buenas sensaciones. El autor repite con la fórmula que tan bien funcionaba en “El faro del silencio”: trama compleja, armada en dos líneas temporales; amplísima galería de personajes que se prestan a sospechar de ellos; una ambientación logradísima y al frente, Leire Altuna y Ane Cestero, dos chicas listas de las que, sospecho, volveremos a saber pronto.



miércoles, 4 de mayo de 2016

"El teorema Katherine", por John Green.

Si Colin Singleton, protagonista de la historia que hoy nos ocupa y genio de las matemáticas, tuviera que representar a través de una de sus gráficas mi relación con esta novela de John Green, el resultado sería una especie de parábola invertida. Porque más o menos el idilio fue tal que así:

INICIO / PLANTEAMIENTO.

Soy de las que disfrutaron mucho con “Bajo la misma estrella”. A pesar del marcado carácter juvenil de la novela, la forma de contarlo de John Green me pareció deliciosa y sus personajes se quedaron un poquito conmigo. Así que con ese precedente abordé la lectura de “El teorema Katherine”. Y el inicio no estuvo mal.
Me gustó reencontrarme, sobre todo, con el particular humor del autor, entre lo infantil y lo corrosivo, a veces benévolo y otras tantas doloroso. Fue suficiente acicate para continuar con una lectura que no estaba resultando lo esperado en cuanto a su trama, pero sí en cuanto a la forma de contarla.

Los personajes tampoco me disgustaban. El típico genio carente de habilidades sociales está muy visto, pero lo está porque funciona. Ahí está Sheldon Cooper, manteniendo a la audiencia año tras año. Sólo que Colin… quizá es un poco más llorón, más deprimente de la cuenta. Pero para compensar tenemos a su amigo Hassan, el oportuno contrapunto, aligerando en lo posible el peso que nuestro (anti)héroe carga sobre los hombros.

Pero entonces llegamos al…

NUDO.

Y aquí, la catástrofe absoluta. Un tedio insufrible, con un montón de referencias a un archiduque y miles de Katherines pululando por una historia inconsistente que no sabe dónde va.
Los personajes no evolucionan. Colin sigue siendo un llorón, Hassan se vuelve cada vez más impertinente y Lindsey no tiene nada que aportar, más allá de lo sorprendente que resulta que una chica que lee la prensa rosa pueda tener alguna neurona que le funcione. No lo digo yo, claro. Lo dicen ellos.

Me aburro.

DESENLACE.

La novela no mejora en términos generales pero, lo reconozco, me río (incluso a carcajadas) en un par de ocasiones. No sé ni por qué, nunca he sido de las que se ríen en situaciones de peleas, caídas y demás. Pero quizá por el efecto sorpresa, me encuentro a mí misma divirtiéndome con algunas situaciones.  Puedo ser muy infantil a veces.

La cosa es que ésos dos ratos finales elevan un tanto mi impresión final de “El teorema Katherine” y no me llevo un mal sabor de boca. Incluso puede que me encariñase un poquito con algún personaje. Pero no lo suficiente para recomendarla a cualquiera que haya superado los años de instituto.