jueves, 29 de enero de 2015

"La Santa", por Mado Martínez.

No tenía diez años aún cuando me encontré en el libro de texto del colegio un fragmento, mutilado y dolorido, de “El monte de las ánimas” de Bécquer. Se ve que por aquel entonces se estilaba lo de simplificar a los clásicos para que los niños de los ochenta, alelados como estábamos, pudiéramos entenderlo. Me atrajo tanto que mi padre tuvo que comprarme el libro. El de verdad. Desde entonces, siento auténtica fascinación por las leyendas. Mi madre odiaba que fuese por ahí, mendigando una historia de aquellas, porque luego le daba la noche. Pero siempre es fácil encontrar a alguien dispuesto a asustar a una niña…

La leyenda de la Santa Compaña era, con diferencia, la que más pavor me producía. Aquí en mi tierra, en este rincón en ninguna parte, también tenemos nuestras tradiciones al respecto. Hay un lugar en las afueras donde todo el mundo camina ligero, a paso vivo. Los mayores incluso se persignan al pasar o dejan una piedrecita sobre la roca, vaya usted a saber por qué. Todos conocen a la familia del vecino de alguien a quien la Santa Compaña se llevó de aquel lugar. Un pastor incauto, un padre de familia al que se le estropeó el coche, una niña que se extravió… Todos pasaron a forman parte de la procesión. Yo, por si acaso, siempre apretaba fuerte los ojos al pasar, para no verla.
Os cuento todo esto para que entendáis por qué era para mí casi una necesidad leer “La Santa”, de Mado Martínez. Y para justificar un poco por qué me ha dejado este regusto tan extraño, agridulce al paladar.

Reconozco que me escamaba un poquito el hecho de una novela de terror gustase tanto a muchos lectores que se reconocen poco asiduos al género. Quizá sea porque a veces sobredimensionamos nuestros propios miedos, o quizá en este caso, porque la historia no llega a producir verdadero temor.
Me ha traicionado un poquito la ambientación. Reconozco que ése internado para señoritas de los años cincuenta, con sus interminables y gélidos pasillos, su desván y su gobernanta, me recordaban más a alguna serie patria que al Manderley de los Winter. Esta es, desde luego, una impresión muy personal y que en nada pretende desmerecer a la creación de la autora. Pero a mí sólo me faltaba un cocinero misterioso y resultón para pintar el cuadro entero.

Aún así, “La Santa” resulta adictiva. Su estructura obliga: capítulos muy cortos, de lenguaje ágil, sencillo y directo, con sus correspondientes giros finales. Mado Martínez acierta en las formas, y también en el fondo con la construcción de una Santa autóctona, adaptada a las necesidades de su historia. Porque como decíamos antes, cada tierra y cada rincón tiene sus propios demonios, y hay casi tantas versiones como contadores de leyendas. Su Santa resulta inquietante, subyugante, misteriosa. No obliga a cerrar el libro para mirar bajo la cama, pero sí produce desasosiego.
En el amplio coro de personajes que la autora construye, los hay de todo tipo. Unos más estereotipados, otros más sólidos, otros meros alimento de fantasmas. Unos más creíbles que otros. Cierto es que ninguno de ellos ha conseguido quedarse conmigo.

Con todo este extraño cóctel de virtudes y “peros”, si hay algo que me ha encantado de “La Santa” es el juego metaliterario en el que Mado Martínez nos invita a participar a través de los títulos de los capítulos y de las lecturas que van apareciendo en la trama. Se nota que la autora conoce y disfruta el género de terror.

A pesar de ello, mi impresión final es ambigua. Aunque he encontrado cositas que me han gustado, es cierto que he echado de menos un poco más. Más terror, más construcción de los personajes, más originalidad en ciertos aspectos. Aún así, es una muy buena lectura para aquellos que quieran hacer una incursión ocasional en el género y tengan, valga la redundancia, miedo de tener miedo.


martes, 27 de enero de 2015

"La tierra de las mujeres", por Sandra Barneda.

“La tierra de las mujeres”. Qué título tan evocador, ¿verdad? Sugiere tantas cosas… Quizá esperaba encontrar en sus letras personajes llenos de fuerza, algo de misticismo, un poquito de amor. Y en verdad está todo en la novela, pero no de la forma que yo esperaba.

En líneas generales no ha sido una lectura que me haya gustado. Me enfrenté a ella sin saber nada al respecto, sólo la sinopsis y la siempre ilusionante idea de una lectura compartida. Por razones personales me quedé descolgada y con pocas ganas de leer, y es muy factible que eso haya afectado a mi perspectiva, para qué negarlo. Por una u otra razón, esta no va a ser una reseña positiva, pero tampoco espero que eso afecte a cualquiera que quiera acercarse a esta historia. De hecho, os animo a que leáis otras reseñas que van en sentido totalmente opuesto a esta, como la que escriben en sus respectivos blogs Ángela y Montse. Es muy posible que ellas os muestren otra cara de esta lectura tan o más acertada que esta.

Gala, la protagonista de esta historia, me ha resultado un personaje terriblemente estereotipado. Una urbanita pija e insoportable que llega a La Muga con el ego por las nubes en busca de la herencia de una tía a la que nunca conoció. Allí se topará con el diario de Amelia Xatart y su vida se pondrá patas arriba. Quizá era necesario que el personaje fuese tan extremadamente insufrible para que el lector pudiera disfrutar de su tremenda evolución y los cambios que en ella se van produciendo. Es probable. Pero yo no he conectado con Gala ni al principio ni al final. Su evolución me pareció forzada y poco creíble. Pero vuelvo a decir que mi ánimo no era el mejor, quizá, para acompañarla en su transición.

El resto de personajes me han parecido igualmente rígidos: el rudo y guapo hombre del pueblo, la adolescente egocéntrica, la niña exploradora y el resto de mujeres de pueblo que, obviamente, cocinan y cosen de maravilla. Será que yo soy mujer de pueblo y no sé coser un botón ni cocinar un triste bizcocho, pero no he terminado de congeniar con el variopinto elenco de mujeres de La Muga.

La trama tarda en arrancar, pero eso no suele suponer un problema en mi caso. Me gustan ésas historias en las que cuesta entrar pero de las que luego cuesta otro tanto salir. El problema de “La tierra de las mujeres” es que ritmo es tremendamente irregular y hay tramos en los que el interés decae. Sí es cierto que hay otros pasajes en los que uno entra con facilidad e invitan a seguir leyendo pero, en mi caso, han sido los menos.  Al avanzar en sus páginas, las distintas líneas argumentales parecían diluirse para resolverse después de forma un tanto abrupta: el cuadro de autoría desconocida, El Círculo… La autora coquetea con distintas historias sin que ninguna termine de cuajar.

Tampoco me ha resultado especialmente atractiva la prosa de Sandra Barneda. Especialmente llamativo me ha parecido el uso de las frases exclamativas que aparecen constantemente y que en muchas ocasiones eran prescindibles. También se me ha antojado algo reiterativa cuando nos narra las peripecias de sus personajes en La Muga, aunque me ha parecido bastante más agradable en los pasajes del diario de Amelia Xatart  y en los últimos compases de la narración.


No pretendo desanimar a nadie que tenga intención de acercarse a la novela, como dije más arriba. De hecho, ha habido todo tipo de opiniones en esta lectura conjunta y quizá, eso sea lo mejor que he sacado de ella. Dicen que hay tantas visiones de una misma obra como lectores que se aproximan a ella, y en este caso así ha sido. Os animo a echar un vistazo a otras reseñas y formaros una opinión propia al respecto. Quizá incluso yo misma, de haberla leído en otro tiempo o en otro momento, habría tenido sensaciones distintas.

jueves, 22 de enero de 2015

"Ofrenda a la tormenta", por Dolores Redondo.

“El guardián invisible” no fue una novela que me entusiasmara. Me gustó el intento de dotar a la clásica novela negra de ése misticismo que impregna la trilogía de Dolores Redondo. Me gustó el esfuerzo de crear unos personajes dotados de fuerza y personalidad. Pero no me gustó el excesivo, en todos los sentidos, drama familiar. Ni me pareció que todo encajase como debía. La trama del basajaun parecía metida a martillazos y mi interés se diluía en la artesa de la harina.

Aún así, atisbé los suficientes aspectos positivos y la curiosidad hizo el resto para que unos meses después, terminara leyendo “Legado en los huesos”. Este segundo volumen me pareció infinitamente mejor que el primero. El entramado mitológico estaba mucho más cohesionado; el drama familiar, aunque estaba igualmente presente, me resultó más llevadero, y los personajes, con sus virtudes y defectos, eran ya de la familia.

Me atrevería a decir que “Ofrenda a la tormenta” es aún mejor que los dos anteriores. Pero con un enorme pero. Uno tan grande que me ha dejado una sensación extraña de insatisfacción.

Hablemos primero de lo bonito. De lo mejor. La ambientación que Dolores Redondo ha ideado para su historia consigue dotarla de un aura de frío y magia que cohesiona a la perfección con lo que la autora nos está contando. A pesar de que puede llegar a resultar un tanto repetitivo el hecho de que gran parte de los capítulos empiecen con el parte meteorológico, al final la niebla y el frío se te meten dentro. Nada sería igual si saliera el sol en Elizondo, o si no corrieran violentadas las aguas del Baztán.

Los personajes se mantienen coherentes con lo que hemos visto hasta ahora: Amaia y su arrojo, sus neurosis, su constante malestar. James y su exasperante perfección. Jonan Etxaide, el niño bonito de Dolores, de Amaia, de todos. Montes, hosco y divertido; la tía Engrasi, Iriarte… Tras tres libros y más de mil páginas, se les quiere sin remedio. Por insoportables que algunos de ellos puedan llegar a ser.

El aspecto mitológico, al contrario de lo que ocurría en “El guardián invisible” forma parte del entramado de la novela. Sin aristas ni salientes. Inguma, el ser que roba el aliento a los recién nacidos, es quizá el más terrible de los seres que hemos conocido, pero también el más logrado.

El estilo de Dolores Redondo también se ha refinado, se ha vuelto más pulcro pero igualmente visual y accesible. Su pluma acierta especialmente cuando se mete de lleno en el mundo interior de sus protagonistas, retratando sentimientos, sensaciones, miedos y dolores. Los diálogos parecen ligeramente más sencillos, consiguiendo que suenen también más reales.

Qué pena que “Ofrenda a la tormenta” haya resultado, y esto sí que no ocurría en las entregas anteriores, tan previsible. Dudo que Dolores Redondo pretendiera mantener el secreto hasta el final y presentarnos lo que ocurre como una sorpresa, pero aún así, descubrir ciertos misterios demasiado pronto hace que la trama pierda fuelle y decaiga el interés.


Es complicado valorar el final de una trilogía como un libro único, abstrayéndose de lo contado anteriormente. En el caso de la trilogía del Baztán, es prácticamente imposible comprender “Ofrenda a la tormenta” sin haberse empapado primero de “El guardián invisible” y “Legado en los huesos”. Así, la sensación final es más que positiva. Se agradece el enorme esfuerzo de la autora por enlazar lo ocurrido en las dos entregas posteriores con este cierre, dotando de unidad al conjunto. Creando, a un tiempo, una buena novela negra aderezada con ciertos aspectos que la diferencian de la amplia oferta literaria dentro de su género. Incluso a pesar de los “peros” mencionados, merece la pena ser leída. Incluso puede haya suerte y volvamos a encontrarnos con Amaia en otro tiempo u otro lugar…

martes, 20 de enero de 2015

"La habitación", por Emma Donoghue.

Jack nació en La Habitación. Ahora que acaba de cumplir cinco años, Mamá se ha empeñado en explicarle que hay algo más allá de las cuatro paredes en las que viven. Para Jack, todo lo que Mamá le cuenta es Tele. Otros niños, parques, tiendas, animales… Ficción, utopía, imposible. Porque Jack nunca ha salido de La Habitación. Pero por eso mismo, no le importa. De hecho, la idea de un universo gigante ahí afuera le asusta más aún que las visitas ocasionales de El Viejo Nick. Al fin y al cabo, cuando él viene solo tiene que esconderse en el armario y portarse bien.

Siempre he admirado a los autores que se arriesgan a meterse en la mente de un niño pequeño y consiguen llevar a cabo una narración creíble. Emma Donoghue lo hace maravillosamente bien en “La habitación”. Gracias a su delicada prosa, uno se encariña con Jack en los primeros compases de la historia. Más allá de la inocencia y la ternura implícitas en el personaje de un niño cuya madre es sometida a un secuestro, uno no puede más que maravillarse ante la mente de Jack, sus mecanismos de escape y control del miedo, su capacidad para no dejar de ser niño a pesar de las circunstancias. Imposible también no rendirse al encanto de esa madre que encuentra en Jack la fuerza para sobrellevar sus propios traumas, consiguiendo hacer de la habitación un lugar confortable y amable para su hijo, facilitándole los medios para que desarrolle sus capacidades sin que las cuatro paredes que les encierran le limiten más de lo que ya lo hacen.

No os puedo contar mucho más de la historia sin desvelar algo que pueda estropear su lectura. Sí que hay algún aspecto en la parte central de la historia que me descolocó bastante, y que puede chirriar o resultar poco creíble, pero que está justificado por lo que ocurre después. Porque era necesario contarlo.

“La habitación” es una conmovedora excusa para hablar de la mente humana, de la capacidad del ser humano para sobreponerse al horror y salir adelante. Es también un recordatorio de lo terriblemente inhóspito y complicado que puede resultar el mundo para un niño, de lo difícil que es serlo en determinadas circunstancias. Emma Donoghue construye una novela distinta, sembrada de instantes que te remueven por dentro, instantes que llevan al lector de un estado de ánimo a otro. Una novela que es, a pesar de todo y sobre todo, bella y amable, necesaria. Una historia de las que se quedan alojadas en la boca del estómago durante semanas, resistiéndose a marcharse.

jueves, 15 de enero de 2015

"El vigilante", por Peter Terrin.

Dos vigilantes aislados en el sótano de un edifico de lujo. Sin ver la luz del sol, durmiendo en turnos de cinco horas, inmersos en monótonas rondas y constantes recuentos de provisiones. Con una pistola a la cadera y una gorra calada, a juego con el resto del impoluto uniforme. 

Apuntalada en esta sorprendente base, la novela de Peter Terrin es una lectura tremendamente incómoda, intensa, compleja. Y es, además, una sofocante metáfora del mundo en que vivimos: seres sociales sólo en apariencia, aislados emocionalmente, inmersos en un sistema de clases sociales en el que cada cual acepta su rol sin pestañear. “El vigilante” es, ante todo, un ensayo sobre la soledad.

Armada en capítulos brevísimos, algunos de apenas unas líneas, 
se intercalan instantes de la vida cotidiana en el aparcamiento con cortas ensoñaciones u obsesiones, pequeños soplos de aire fresco que apenas aciertan a colarse por la rendija de la puerta de este sótano impenetrable.

La prosa de Peter Terrin, en un extraño ejercicio literario, se mimetiza con el texto. En los primeros compases, cuando la narración se centra en la monotonía y el aislamiento cotidiano de Harry y Michel, los vigilantes, su estilo se vuelve casi tedioso, sencillo, descuidado. Pero conforme la trama avanza y la atmósfera se va enrareciendo, surgen recursos nuevos que cogen desprevenido al lector. Así, llegamos a ciertos pasajes donde se funden belleza y horror, tanto en lo ficticio como en lo literario.

También otorga el autor gran importancia al aspecto sensorial: cualquier olor, cualquier sonido, por insignificante que parezca, pondrá en guardia a los vigilantes. Dentro de su aislamiento, cualquier estímulo resulta insoportable, una especie de bombardeo a los sentidos, que conduce incluso a la paranoia y el desconcierto.

Entre la distopía y el thriller, quizá con un toque de ciencia ficción, “El vigilante” es una novela inclasificable, una interesante excepción entre lecturas más corrientes. Avalada por el Premio de Literatura de la Unión Europea y editada por la editorial Rayo Verde, esta novela de Peter Terrin os promete emociones distintas que muy probablemente no gustarán a todos, pero que merece la pena probar.

lunes, 12 de enero de 2015

"Testigo de cargo", por Ágatha Christie.

El 12 de Enero de 1976 Ágatha Christie se dejaba abrazar por la muerte, ésa otra gran dama con la que la autora tanto jugueteó en vida. Se marchó dejando un legado inabarcable: novelas, relatos y obras de teatro que han sido adaptados de mil y una maneras distintas. Dejó, para muchos, un bálsamo lector, un refugio al que acudir cuando una crisis lectora clava las uñas y aprieta fuerte. Para otros tantos, las historias de Ágatha fueron un tránsito, una porción del camino que va de la niñez a la madurez. Hasta hace no demasiados años, la novela juvenil apenas existía. Pero estaban Poirot y Miss Marple para ayudarnos a vadear el terreno pantanoso de la adolescencia. En mi caso, las novelas de la Christie han sido ambas cosas: bálsamo, tránsito y por qué no decirlo, también pura diversión. Por eso, cuando Teresa y Pedro propusieron este homenaje, no pude más que sumarme a su iniciativa.

Hace años que leí todos los títulos emblemáticos de Ágatha Christie. “Diez negritos”, “Asesinato en el Orient Express”, “Cinco cerditos” o “Un cadáver en la biblioteca” me descubrieron el que es ahora mi género favorito, la novela negra. Así que pensé que quizá debía aprovechar la ocasión para leer algo distinto, y terminé decantándome por “Testigo de cargo”, una compilación de nueve relatos entre los que se incluyen algunos muy conocidos.

Quizá sea el que da título a este volumen el más popular de todos. “Testigo de cargo” es un fabuloso juego de identidades y vueltas de tuerca que Ágatha Christie convirtió en obra de teatro. Más tarde fue Billy Wilder quien dirigió la adaptación para pantalla grande que protagonizaron Marlene Dietrich y Tyrone Power. Pero no por ser menos célebres dejan de resultar sorprendentes otros relatos como “La señal roja” o “El jarrón azul”.

Lo realmente destacable, a mi modo de ver, es la capacidad de Ágatha Christie para jugar con el lector, despistarle y sorprenderle, aún en estos tiempos que corren, cuando parece que ya estamos de vuelta de todo. Su prosa sencilla acentúa aún más la facilidad de la autora para entrar en la historia que nos va a contar, consiguiendo captar la atención del que lee con apenas unas líneas.

En “Testigo de cargo” encontraremos a viejos conocidos del mundo literario de Ágatha Christie: muertes por arsénico, voces que parecen venir del otro lado, asesinatos imposibles y hasta el mismísimo Poirot se pasean por sus páginas para deleite de los habituales de la escritora. Y tras la historia que permanece en primer plano, van apareciendo pequeñas reflexiones sobre el comportamiento humano ante el amor y la muerte, ante la codicia y el deseo, ante la vida misma. Es, en resumen, el universo Ágatha Christie en pequeñas e intensas porciones. Por si algún día necesitáis un cachito.