miércoles, 26 de julio de 2017

"Los ángeles de hielo", por Toni Hill.

Barcelona, 1916. A sus veintisiete años, Frederic Mayol ha dejado atrás una vida cómoda en la esplendorosa Viena y la traumática participación en una guerra que sigue asolando Europa. Psiquiatra y seguidor de las teorías psicoanalíticas, se enfrenta a su futuro puesto en un sanatorio ubicado en un tranquilo pueblo pesquero cercano a Barcelona, un enclave perfecto para superar los horrores vividos en el frente. Pero la clínica y sus alrededores no resultan ser tan idílicos como pensaba. Las sombras de un siniestro pasado se ciernen sobre los ángeles que decoran la fachada del edificio, como si quisieran revivir los acontecimientos que sucedieron en la casa siete años atrás, cuando el lugar era un prestigioso internado para jovencitas de buena familia que cerró sus puertas después de un trágico incendio.


Atrapado entre el anhelo de desvelar el misterio que se esconde entre los muros del caserón y el amor que siente por Blanca, una de las antiguas alumnas del colegio, Frederic deberá enfrentarse a una perversa historia de obsesiones y venganzas hasta llegar a una revelación tan sorprendente como desoladora. Porque la verdad, aunque necesaria, no siempre supone una liberación; a veces incluso puede convertirse en una nueva condena.

De Toni Hill había leído su trilogía protagonizada por el inspector Salgado, una trama puramente policíaca de la que disfruté mucho en su momento. El año pasado, cuando se publicó “Los ángeles de hielo”, me sorprendió muchísimo el giro del autor hacia la novela más gótica y oscura y quise comprobar por mi misma qué tal se desenvolvía en este nuevo terreno. Aunque el libro ha esperado más de un año en la estantería, al fin este verano he encontrado el momento para leerla, y debo decir que ha sido una grata experiencia, aunque con algún “pero”.

Imagino que es difícil y arriesgado montar una novela de esta envergadura sobre las bases de un género cuyos espacios han sido visitados tantas veces antes. El internado para niñas bien de principios de siglo ha sido ya mil veces escenario de espeluznantes historias, así que hay que aplaudir a Hill por acomodarse, con tanto acierto, es un lugar a priori tan trillado. A través del diario de Águeda, directora del centro, iremos conociendo los avatares de las niñas y profesores que lo habitan, una convivencia que se verá alterada por la llegada de Griselda, una alumna extraña e inquietante. Ha sido esta mi parte favorita de la novela: a través de la narración en primera persona y la ambientación del lugar, Hill consigue ponerte la piel de gallina en más de una ocasión, y recurre de nuevo con acierto al clásico recurso de hacernos dudar del narrador, al estilo de Henry James en “Otra vuelta de tuerca”.

Se alternan estos capítulos con otros narrados por un narrador omnisciente, protagonizados por Frederic Mayol, que trabaja como psiquiatra en el sanatorio mental que unos pocos años atrás albergó el internado.  De esta parte, me quedo sin duda con los personajes secundarios que pululan por el sanatorio, especialmente con un par de pacientes que resultan de lo más siniestros.

Muy cuidada resulta también la ambientación que hace de telón a esta historia, ofreciendo pinceladas de una Barcelona de principios de siglo en la que conviven las inquietudes intelectuales y el miedo a una guerra que ya ha empezado a hacer estragos en Europa, especialmente en Viena, donde vivió Mayol antes de su llegada a la ciudad condal.

A pesar de su larga extensión, la novela se lee con fluidez, la prosa de Hill es cómoda y sencilla y la trama es tan compleja que siempre anima a seguir leyendo a pesar de alguna pequeña bajada de ritmo. Sin embargo, al alcanzar la última parte, la novela busca un último giro imposible que, al contrario de lo que pudiera parecer, resulta previsible y hace que se pierda el interés justamente cuando la trama debería estar en su punto álgido. Un desenlace que me ha dejado un sabor agridulce.


No sirve ese final, en todo caso, como menoscabo para una novela bien armada, bien narrada y con un elenco muy interesante de personajes. Una novela que se agarra al juego de hacernos dudar entre distintas percepciones de la realidad, entre la cordura y la locura, para regalarnos unas horas de estupendo entretenimiento.

miércoles, 19 de julio de 2017

"El cuento de la criada", por Margaret Atwood.

Amparándose en la coartada del terrorismo islámico, unos políticos teócratas se hacen con el poder y, como primera medida, suprimen la libertad de prensa y los derechos de las mujeres. 

En la República de Gilead, el cuerpo de Defred sólo sirve para procrear, tal como imponen las férreas normas establecidas por la dictadura puritana que domina el país. Si Defred se rebela —o si, aceptando colaborar a regañadientes, no es capaz de concebir— le espera la muerte en ejecución pública o el destierro a unas Colonias en las que sucumbirá a la polución de los residuos tóxicos. Así, el régimen controla con mano de hierro hasta los más ínfimos detalles de la vida de las mujeres: su alimentación, su indumentaria, incluso su actividad sexual. Pero nadie, ni siquiera un gobierno despótico parapetado tras el supuesto mandato de un dios todopoderoso, puede gobernar el pensamiento de una persona. Y mucho menos su deseo.

Los peligros inherentes a mezclar religión y política; el empeño de todo poder absoluto en someter a las mujeres como paso conducente a sojuzgar a toda la población; la fuerza incontenible del deseo como elemento transgresor: son tan sólo una muestra de los temas que aborda este relato desgarrador, aderezado con el sutil sarcasmo que constituye la seña de identidad de Margaret Atwood. Una escritora universal que, con el paso del tiempo, no deja de asombrarnos con la lucidez de sus ideas y la potencia de su prosa.

Nolite te bastardes carborundorum
<<No dejes que los cabrones te hagan polvo>>

Creo que es justo decir, primero de todo, que mi visión de “El cuento de la criada” viene condicionada por el hecho de haber leído la novela de Margaret Atwood prácticamente al mismo tiempo que veía la adaptación televisiva creada por HBO. No hace falta, ya lo sé, que os hable del poder de la pantalla. Pero es que en mi caso, es imposible entender la novela sin tener en cuenta, por ejemplo, el impresionante trabajo que hace Elisabeth Moss metiéndose en la piel de Defred, y que a mí me ha servido para entenderla de otro modo, para sentir la novela de Atwood con una intensidad que es difícil alcanzar solamente a través de su lectura. Quizá también porque, en contra de lo que estamos acostumbrados, la serie se atreve a explorar aspectos de los personajes que no llegan a tratarse en el libro, pero lo hace, en todo momento, respetando el arco argumental propuesto por la autora para ellos. Así que sobra decir que os recomiendo ambas, novela y adaptación televisiva, y que inevitablemente aquí, en mis impresiones, se entremezclarán una y otra.

“Me gustaría creer que esto no es más que un cuento que estoy contando. Necesito creerlo. Debo creerlo. Los que pueden creer que estas historias son sólo cuentos tienen mejores posibilidades.”

Cuenta Margaret Atwood en el prólogo de “El cuento de la criada” que cuando escribió la novela, allá por 1984, tenía claro que no ocurriría nada en su mundo distópico que no hubiese ocurrido ya antes en el mundo real. Cierto es, como ella misma reconoce, que para alguien que nació en 1939 no es difícil imaginar el derrumbe de un sistema político, de una nación, en aras de un supuesto bien común. Así pues, no existe nada en Gilead que no exista en nuestro mundo. De hecho, el mayor acierto de esta historia es ese: que hoy día, más de treinta años después de su creación, la historia de Defred nos remite cada vez más al mundo en que vivimos. Porque sigue habiendo mujeres sometidas, mutiladas, violadas, violentadas de algún modo en distintos lugares del mundo. Porque la condición sexual sigue siendo motivo de muerte en algunos países. Porque la religión sigue controlando las vidas de muchos, aún en contra de su voluntad. Porque como June, Luke y Hannah, miles de familias tratan de alcanzar fronteras cargadas con sus hijos en los brazos, en busca de un lugar mejor.

“Hay más de una forma de ser libres, decía Tía Lydia. Puedes gozar de algunas libertades, pero también puedes liberarte de ciertas cosas. En los tiempos de la anarquía, se os concedían ciertas libertades. Ahora se os concede vivir libres de según qué cosas. No lo menospreciéis.”

Narrada en primera persona por la propia Defred, que aún alcanza a recordar el tiempo en que fue libre, cuando se llamaba June, antes del centro de adiestramiento, y que ahora trabaja como criada en casa de los Waterford. Allí habita despojada de toda identidad, el régimen decide qué ropa debe vestir, con quién debe hablar y qué día del mes deberá ser violada, con fines únicamente reproductivos y en presencia de la esposa, por el comandante y cabeza de familia.


Atwood construye una sociedad que nada tiene que envidiar a la que Orwell creó en “1984”, donde la mujer es sólo un recipiente que debe ser usado para la procreación, sin derechos de ningún tipo, donde se les prohíbe incluso leer. La atmósfera resulta opresiva, realmente aterradora en algunos pasajes, y cobra vida en la versión televisiva gracias a una espectacular fotografía y, de nuevo, a lo que hace Elisabeth Moss con Defred y que, me apuesto lo que sea, le valdrá un Emmy el próximo mes de septiembre.

“No quiero sentir dolor, no quiero ser una bailarina ni tener los pies en el aire y la cabeza convertida en un rectángulo de tela blanca, sin rostro. No quiero ser una muñeca colgada del Muro, no quiero ser un ángel sin alas. Quiero seguir viviendo, como sea. Cedo mi cuerpo libremente para que lo usen los demás. Pueden hacer conmigo lo que les venga en gana. Por primera vez siento el verdadero poder que ellos tienen.”

No es “El cuento de la criada” una lectura amable, en ningún sentido. Se suma a lo duro de su temática el desarrollo, deliberadamente lento, lo reflexivo en ocasiones del monólogo de Defred y la prosa, cuidada y riquísima, a veces punzante e irónica, de Margaret Atwood. Pero bien merece la pena abordarla sin prisas, degustar despacio la progresión de Defred, porque al final, hay cosas que ningún gobierno, por poderoso y despótico que sea, puede frenar. Y bajo la toca y el vestido rojo que anula la identidad de Defred, resurge una June que batalla contra sí misma, contra el miedo y el deseo, contra las ganas de pelear, que pugnan por hacerse oír en un mundo en el que la única actitud aceptable es la resignación.

 “El miedo es un estimulante poderoso. Entonces llamaba a la puerta con suavidad, como lo haría un pordiosero. Siempre temía que él se hubiera ido; o, peor aún, que no me dejara entrar, que me dijese que no quería seguir quebrantando las normas, que no quería estar con la soga al cuello por mi culpa. […] Que nunca llegase a hacer nada de eso me parecía de una benevolencia y una fortuna increíbles. Ya te he dicho que el asunto se ponía feo.”

Ya veis que a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación original, estamos ante una novela cuyos argumentos siguen más vigentes que nunca, y quizá por eso le ha tocado volver a la palestra. Pero independientemente de los motivos, siempre es una suerte para el lector que se recuperen historias como esta, más en este caso, en el que además contamos con una adaptación televisiva mimada hasta el extremo, que ha contado incluso con el asesoramiento de la propia Atwood. Leedla. Y vedla. 

jueves, 13 de julio de 2017

"Latidos", por Frank Thilliez.


Camille Thibault es una joven policía que sufre de horribles pesadillas desde que recibió un trasplante de corazón años atrás. En ellas aparece siempre la misma joven pidiéndole ayuda de forma desesperada. Cuando su nuevo corazón empieza a dar signos de rechazo, Camille tendrá una única obsesión: encontrar a su donante y descubrir su pasado. 

Mientras, el investigador de la policía de París Franck Sharko deberá hacer frente al caso más difícil de su carrera: la muerte de doce jóvenes y la conexión con una mujer que reaparece, ciega, tras pasar mucho tiempo bajo tierra. Pero algo extraño sucede: a cada pista sobre la investigación que Sharko persigue, una mujer policía se le adelanta…
 





No puedo evitar enfrentarme siempre con cierto miedo a las novedades de autores cuyas novelas anteriores me han gustado mucho. Sobre todo si estamos, como en este caso, ante una saga en la que ya llevo inmersa varios años. Las andaduras de Lucie Henebelle y Franck Sharko son ya una cita obligada para mí, y de nuevo, Thilliez no decepciona.

Lucie y Sharko están en un momento dulce, una pequeña parada obligatoria que les han mantenido, por un breve período de tiempo, lejos del sufrimiento pasado. Pero un accidente en el bosque va a poner al descubierto un nuevo caso que acelerará la reincorporación de ambos a su ritmo de vida habitual. El caso que llevan entre manos pronto enlazará con la trama de Camille, una joven gendarme que vive gracias a un trasplante de corazón. Camille está obsesionada con la idea de encontrar a su donante y averiguar si están relacionadas con él las pesadillas que últimamente la acosan.

Thilliez construye su novela tirando de sus señas de identidad: ritmo de thriller, tono de novela negra, trama compleja y una magnífica construcción de los personajes. Y es que a los viejos conocidos se une una Camille que va a dar mucho juego en el futuro, estoy segura, y crece la figura del comisario Bellanger, al que apenas conocimos en las entregas anteriores y que aquí cobra un protagonismo que, al menos en mi caso, ha conseguido eclipsar a los personajes habituales.

En cuanto a la trama, Thilliez abandona un poquito el thriller científico, aunque alguna pincelada hay, y se pasa a lo histórico, llevándonos a través de los ojos de un fotógrafo por los horrores del mundo reciente: de la dictadura de Videla en Argentina al robo de bebés en la España pos franquista, pasando por Kosovo , Ghana o Irán.

A pesar de lo mucho que me ha gustado la novela, sí he de reconocer que se le puede achacar a Thilliez, en ocasiones, cierto exceso de velocidad y de abuso de algunos clichés (esos rescates in extremis tan de película me cuestan cada vez más), pero se le perdona porque es él y yo le leería aunque acabara escribiendo novelas rosas protagonizadas por señores con falda escocesa.

Si aún no habéis leído a Thilliez, seguro que ya os habrán dicho mil veces que lo hagáis. Yo me sumo a la petición pero, eso sí, os insto a hacerlo en orden, empezando por “El síndrome E” o, mejor aún, por “El ángel rojo”, para que os vayáis haciendo con los personajes desde sus primeras andanzas. 

martes, 11 de julio de 2017

"La musa oscura", por Armin Öhri.


En el Berlín de 1865 una mujer es asesinada de manera brutal. Julius Bentheim, un joven estudiante de Derecho que, gracias a su talento como dibujante, gana algo de dinero realizando bocetos de escenas de crímenes, colabora con la investigación. Todos los indicios apuntan a la culpabilidad del excéntrico profesor de filosofía Botho Goltz, empezando por su propia confesión. 

Pero cuando el presunto asesino es finalmente llevado ante la justicia, hará gala de una astucia tan maquiavélica —no hay arma homicida ni móvil y la policía incluso ha hecho desaparecer sin saberlo algunas de las pruebas— que acabaremos preguntándonos si Goltz pagará por su sórdido crimen. 






Tengo que reconocer que me topé con esta novela por pura casualidad, en una librería, y me hice con ella sin saber muy bien qué iba a encontrar en ella. O más bien, con una idea equivocada de lo que contenía. Daba por hecho de que viniendo de la mano de la editorial Impedimenta se trataría de un clásico que valdría la pena recuperar. Y di también por sentado que se trataría de una novela de detectives típica del siglo XIX. Lo cierto es que no di ni una. “La musa oscura” se publicó en 2014, y la rescató la editorial sólo dos años más tarde para publicarla en castellano. Y no, no estamos ante una investigación al uso…

De hecho, sabemos desde el principio cómo y quién ha perpetrado el brutal asesinato de Lene Kulm. El mismísimo asesino, el profesor Botho Goltz, tocó a la puerta de su vecina, en mitad de la noche, para confesar su crimen. Sin embargo, conforme avance el juicio contra él, veremos que la astucia del supuesto criminal está muy por encima del sistema de la época. No hay, por tanto, apenas investigación ni misterio en la trama. El interés reside en si, finalmente, Goltz conseguirá ser declarado inocente o no.

Tratar de calificar la novela de Armin Öhri encuadrándola dentro de un género sería una pérdida de tiempo. Estamos ante una obra en la que el protagonista es, por encima de todo, el Berlín decimonónico, poblado de personajes históricos, nombres relevantes para la literatura y la cultura de la época. Un Berlín donde conviven las tertulias literarias de alto copete y las prostitutas que trabajan a pie de calle. Un lugar sórdido y luminoso a un tiempo, enmarcado en un tiempo en el que los avances que han marcado la investigación policial, tal como la conocemos hoy día, están aún en pañales.

Y de eso se vale Goltz para tratar de salir airoso del crimen. En una época en la que nada se sabía del ADN, serán de gran utilidad los dibujos de Julius Bentheim, pintor y detective amateur, para tratar de desenredar parte de la madeja desde su posición. Un personaje que está llamado a protagonizar nuevas entregas de la saga y con el que yo, he de confesar, no he terminado de simpatizar. En esta ocasión, como ya me ha pasado alguna vez antes, me ha causado más interés el villano.

Lo cierto es que Öhri traza una novela relativamente compleja, entretenida, con una ambientación muy trabajada pero que cojea un poco por culpa de unos personajes que parecen estar sin terminar, quizá precisamente por esa intencionalidad de continuar contando sus andanzas. 

“La musa oscura” ha resultado una lectura sorprendente, en parte por la idea que llevaba hecha y que en nada se parecía a la novela que luego ha sido; interesante, magníficamente editada (siempre es un lujo tener uno de estos libros en las manos) pero quizá más ligera de lo que cabía esperar. Ya veremos si, cuando lleguen futuras entregas, me ha calado lo suficiente como para continuar con ellas.

martes, 4 de julio de 2017

"Persuasión", por Jane Austen.


Es la historia  del romance de Anne, la hija menor del fatuo Sir Walter Elliot, bonita y sociable, que encuentra a su héroe, el Capitán Wenworth, a pesar de las barreras sociales.

La vanidad y los prejuicios de una aristocrática familia se interponen en el amor profundo y sincero de la joven pareja. Anne fue educada por una amiga al morir su madre. Su gratitud hacia la elegante dama la empuja a escuchar los consejos que le impedirán unirse al hombre que ama, un oficial de marina de poca fortuna. De esta forma, enfrenta largos años de soledad en los que la belleza y el resplandor de la juventud van mermando, pero no así su carácter dulce y bondadoso que, junto a su inteligencia, consolida la personalidad de una atractiva mujer, preparada tanto para las situaciones adversas como para la maravillosa segunda oportunidad del destino.


Este que hoy os traigo es mi tercer intento con Jane Austen. Lo intenté primero con “Sentido y sensibilidad”, hace ya unos años, y no logré terminarlo. El año pasado conseguí acabar “Emma” aunque lo hice con sensaciones encontradas y la lectura se me hizo bastante cuesta arriba. Así que tirando de orgullo, esta vez me he liado la manta a la cabeza y me he apuntado al homenaje a la autora que organizan las chicas de Las Inquilinas de Netherfield. Y gracias a ellas he disfrutado, por fin, de una novela de esta autora. Hoy os traigo mi reseña de “Persuasión”.

“El último encuentro había dejado a la vista los sentimientos de él; ella tenía esa deliciosa convicción; pero temió, al ver su expresión, que la misma desdichada persuasión que le había alejado del salón de conciertos aún lo dominara”

Elegí “Persuasión” porque había oído en alguna parte que es la única novela de Jane que se centra en contar una historia de amor, y por tanto, se alejaba un poco de su crítica a la sociedad de la época. Lo cierto es que yo he encontrado más de lo segundo que de lo primero. Y que además ha sido lo que más me ha gustado de la novela, al contrario de lo que me ocurrió leyendo “Emma”.

Y es que encuentro en “Persuasión”, sobre todo, un retrato de la burguesía, un desprecio a esa jerarquía tan marcada, en la que dependiendo de tu estrato social, estás destinada a vivir y a casarte de acuerdo a lo que se espera de ti. A lo largo de la novela asistimos a varios eventos sociales en los que prima la falsedad de sus asistentes, sus sonrisas y frases de conveniencia, las poses y la amabilidad fingida. Y ahí, entre líneas, el rol de la mujer en la sociedad de la época, destinadas a permanecer quietas y expectantes:

“Nosotras no nos olvidamos tan pronto de ustedes como ustedes se olvidan de nosotras. Quizá sea éste nuestro destino y no un mérito de nuestra parte. No podemos evitarlo. Vivimos en casa, quietas, retraídas, y nuestros sentimientos nos avasallan. Ustedes se ven obligados a andar. Tienen una profesión, propósitos, negocios de una u otra clase que los llevan sin tardar de vuelta al mundo, y la ocupación continua y el cambio mitigan las impresiones.”

El hilo conductor de la historia es la relación entre Wenworth y Anna, un romance bonito y amable, capaz de calar en casi cualquiera porque, el que más y el que menos, todos hemos soñado alguna vez con reencontrarnos con un amor que se quedó atrás. Me ha gustado su desarrollo y, sobre todo, la delicadeza con que se conducen ambos.

Más me ha costado lidiar con los personajes secundarios, en cuya boca todo sonaba hueco y vacío. Incluso se me hacía cuesta arriba su lectura cuando estos se explayaban en pequeños monólogos o diálogos, y me resultaba chocante el modo de expresarse. Nada que ver con ese diálogo interior íntimo y mucho más sencillo de Anna, al que accedemos a través del narrador omnisciente. Diría que Jane lo hizo adrede…

Lo cierto es que finalmente conseguí disfrutar, con todas las letras, de una novela de Jane Austen. Si ese era el objetivo inicial, pueden darse por satisfechas mis vecinas de Netherfield, que el logro es en parte suyo.