Se le ocurrió la idea blasfema de
que no importaba mucho que el chico viviera o muriera. Todo en gran parte
seguiría siendo igual. La profunda tristeza, quizá el pesar amargo, los
recuerdos tiernos y después la vida seguiría su curso y las tres cosas significarían
cada vez menos, a medida que los que le amaban iban envejeciendo y muriendo,
hasta que ya no representasen nada en absoluto.
Hay historias que
consiguen reencontrarnos con la lectura como acto de profunda intimidad. A
veces ocurre. Hay libros que no son para leer en el metro ni en la sala de
espera. Que nos exigen un instante de soledad. Libros con los que queremos
estar a solas. En “La ley del menor”, Ian McEwan nos golpea y nos abraza a la
vez con una historia tan intensa que uno no quiere compartir ése cúmulo de
sensaciones con nadie. Sólo dejarse llevar, sin interrupción, sin distracción.
El mundo de Fiona se
resquebraja. Bajo la máscara de la intachable y exitosa jueza del Tribunal
Superior, hay una mujer que se cae a cachos. Pocas veces reparamos en ello. Se
nos olvida que bajo ésos seres que toman decisiones por los demás se esconden
hombres y mujeres que fallan, se equivocan, que tienen insomnio o beben más de
la cuenta. Personas que han de ser justas y ecuánimes mientras conviven con sus
propias convicciones. Y además de eso, en el caso de Fiona, hay un marido que
quiere vivir el último affair, porque ya está cansado de convivir con la jueza
y necesita a la mujer. O eso dice él.
Es casi imposible asistir
a la narración de ése narrador omnisciente, que todo lo sabe, sin caer rendida
a los pies de un personaje como Fiona Maye. Acabas siendo partícipe de su
debacle. Cómo no hacerlo.
“Y luego estaba la edad. No el
deterioro tal, no todavía, pero asomaba su precoz promesa, de la misma manera en
que se podría, a una luz determinada, captar un vislumbre del adulto en la cara
de un niño de diez años”.
“La ley del menor” habla
a las claras del dolor. De ése dolor no demasiado agudo pero sí martilleante,
el que provoca el tomar conciencia del paso de los años, la inminencia de la
vejez, de la carne que se cae y las encías que se retraen. Y se atreve también
a hablar de la muerte como un acto inminente, y de la aceptación fuera de toda
lógica de Adam, que se niega a recibir una transfusión a causa de sus
convicciones religiosas.
Ian McEwan podría haber
intentado convencernos de algo. Pero por suerte no lo hace. Actúa como un
simple moderador, y como excelente narrador, poniendo sobre el tapete vida,
muerte, fe, decadencia, dolor, abandono, esperanza. Los
personajes juegan con las cartas que les han tocado, Fiona en su papel de jueza
de familia, que habrá de decidir si puede obligar a un joven a vivir en contra
de su voluntad. Adam, que expone con toda lógica sus argumentos.
A veces es difícil
reseñar un libro que te ha tocado tanto. Uno nunca tiene la sensación de estar
haciéndole justicia a la novela, como si no pudieses transmitir con palabras
la intensidad que te ha provocado. No suelo recomendar abiertamente una lectura
nunca, siempre intento plasmar mis sensaciones para que los demás decidan. Pero
en este caso, me voy a permitir el lujo de invitaros a leerla.
Pues hija lo has transmitido fenomenal. Me lo llevo del tirón. Una reseña preciosa la que has hecho, tocando la fibra sensible.
ResponderEliminarBesos
Me lo llevo! me llama la atención que te haya tocado tanto!
ResponderEliminarBesos
Una gran reseña. Después de leerla solo me queda conocer la novela que ha causado este volcán de emociones.
ResponderEliminarbesos
Del autor solo he leído Expiación, una lectura que me encantó y con la que me hice el firme propósito de volver a leer al autor. Lo de firme ya sabes cómo se queda a veces cuando te colapsas con tanto libro, pero con tu reseña me quedan clarísimas dos cosas, que tengo que volver con McEwan y que tiene que ser con este libro.
ResponderEliminarBesos.
Te entiendo con eso de que un libro te toque e incluso cueste halbar de él. Me gustáría leerlo porque el autro me gusta.
ResponderEliminar¡Gracias por la reseña! Fue mi último pedido al Círculo de lectores y lo tengo pendiente, pero lo leeré pronto, porque McEwan es uno de mis escritores favoritos.
ResponderEliminar¡Besos!
Ian McEwan es de esos autores que sí pero no, no pero sí. Me deslumbra su narrativa, creo que tiene madera de clásico del siglo XX, eso sin duda, pero sus historias me resultan (a mí, personalmente) irregulares y tan pronto me atrapan como me cansan con tantas vueltas sobre sí mismas. Por eso no soy capaz de decirle que no cuando nos vuelve a servir en bandeja novelas como esta :-)
ResponderEliminarMe la apunto. No conoc<co todabia al autor. Un beso ;)
ResponderEliminarNo lo conocía, pero como siempre me tientas un montón, y me lo llevo apuntadísimo...
ResponderEliminarBesos
Tengo pendiente leer al autor este año, pero voy a tirar por Expiación, que es el que tengo en casa.
ResponderEliminarApunto este también =)
Besotes
Como no hacerte caso??? Claro que me la apunto para esos momentos de profunda soledad lectora que son los mejores. Ahora también he dejado para el finde una novela que requiere esa soledad sin gente al rededor y sin tele puesta de fondo porque quiero paladearla tranquila.
ResponderEliminarBs.
No es mi estilo así que lo dejo pasar :')
ResponderEliminarUn beso!
Es un libro que nos deja muchas preguntas pero no ofrece ninguna respuesta, como hacen los buenos libros. Me pareció de admirar cómo el autor en tan pocas páginas consigue dejarnos tantas reflexiones. Al igual que a ti me conquistó el personaje de Fiona, esa mezcla de fortaleza y vulnerabilidad.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu reseña y coincido con tus impresiones.
Besos!!
Tengo pendiente Expiación y espero que me guste tanto como para irme corriendo a leer el que hoy nos traes
ResponderEliminarbesos