miércoles, 31 de enero de 2018

"El deshielo", por Lize Spit.



En 1988 nacieron tres niños en la pequeña ciudad de Bovenmeer: Laurens, Pim y Eva. Durante la infancia, y debido a la difícil situación familiar que vivía, la niña se volcó en su amistad con sus compañeros. Al llegar a la adolescencia, y azuzados por una incipiente curiosidad sexual, los chicos iniciaron un escabroso juego que tendría graves consecuencias para ellos. Transcurridos trece años de ese último verano juntos en que todo se desbocó, Eva regresa a Bovenmeer dispuesta a ajustar cuentas con el pasado. 

Esta es una de ésas novelas difíciles de reseñar. Primero, porque desde que se publicó en Bélgica allá por 2015, ha entrado en una bola creciente de popularidad que ha hecho que la veamos hasta en la sopa. Segundo, porque viene avalada por varios premios y una buena dosis de controversia, dos ingredientes que nunca fallan a la hora de azuzar a cualquier lector que se precie. Y tercero, por la novela en sí misma, por su contenido y por la forma de contarlo. Cómo se las gasta Lize Spit, amigos.


Eva vuelve a su localidad natal, Bovenmeer, después de años de exilio, con la excusa de participar en un homenaje a Jan, fallecido cuando ambos eran apenas adolescentes. Pronto sentiremos el peso que arrastra Eva, focalizado en ese enorme bloque de hielo que transporta en el maletero del coche, y que la llevará a recorrer su infancia y adolescencia junto a los otros dos niños que nacieron el mismo año que ella: Laurens y Pim. 

La infancia y los primeros compases de la adolescencia de Eva no son precisamente un terreno fácil ni agradable de pisar. En el hogar familiar, Eva sólo halla refugio en la figura de su hermana pequeña, Tesje, aquejada de un mal que la obliga a repetir rituales absurdos de forma constante.

Estructurada en varios tiempos, con constantes saltos adelante y atrás en el tiempo, "El deshielo" es una novela tremendamente exigente, que requiere una buena dosis de paciencia para entrar en ese clima cerrado, opresivo, de la infancia de Eva en Bovenmeer. Splitz se vale de un entorno rural, de ésos dados a la maledicencia y la rumorología, de ésos en los que uno vale más por lo que calla que por lo que cuenta, y en él coloca a Eva, Laurens y Pim en pleno despertar sexual. Una transición especialmente compleja en esta historia, que en más de una ocasión va a dejar al lector sin aliento, más por la dureza de lo que cuenta que por el ritmo de la novela, que es más que pausado. No por ello decae el interés del lector, que se ve inmerso en una trama que va in crescendo hasta que, en las últimas cien páginas, te golpea con contundencia. Fueron varias las veces en las que tuve que cerrar el libro para tomar aire, yo que pensaba que tenía el estómago curtido para estos menesteres.

Supongo que si habéis leído hasta aquí, no queda nada claro si la novela me ha gustado o no. Personalmente, sí. Me ha gustado la narrativa, pausada y con carácter, de Lize Spit. Me ha gustado que, después de tantas novelas negras a las espaldas, haya conseguido doblegarme como lectora, especialmente en las últimas cien páginas, y me haya obligado a tomar aire. Me ha gustado, pero no lo hará a todo el mundo, ese final tan necesario. ¿La recomendaría? Sólo a lectores con cierto bagaje y buena capacidad para encajar los golpes. ;)

jueves, 25 de enero de 2018

"Respirar por la herida", por Víctor del Árbol.


Para Eduardo la vida no tiene sentido desde que perdió a su esposa y a su hija en un trágico accidente de coche. A partir de entonces, pasa los días inmerso en un estado depresivo, incapaz de cerrar la profunda herida que le atormenta. Abandonó la pintura y pasó de ser un artista respetado a convertirse en víctima del alcohol y la autocompasión.

Pero su vida da un nuevo giro cuando recibe un encargo insólito. Gloria Tagger, una famosa violinista, le pide que pinte el retrato de Arthur Fernández, un rico empresario responsable de la muerte de su hijo y de otra niña. Él, tanto como Gloria, necesita comprender qué se esconde tras su rostro; averiguar qué siente, qué piensa y si se arrepiente. A cada pincelada, y a medida que cobra forma la obra, más supura la herida de Eduardo. Ha iniciado un viaje del que tal vez no podrá regresar...


Nunca he salido viva de una novela de Víctor del Árbol. De hecho, ya procuro enfrentarme a ella con los arrestos que precisa semejante tarea, a sabiendas ya de la que me espera: un esfuerzo para entrar, para querer formar parte de una amalgama de personajes grisáceos, desmenuzados en su pasado y en su interior para ofrecérselos a un lector que ha de encargarse de ubicarlos. Ya se encarga el propio autor después de irles cambiando de sitio, de llevar al infierno a los buenos para que los despedace la vida y de mostrarnos al torturador vulnerable y con principios. Aquí ya sabemos que no hay categorías, que nadie está a salvo, ni siquiera parapetado tras las páginas. De aquí no sale nadie indemne.

"Respirar por la herida" es un tratado sobre el dolor y la pérdida, una visita guiada por la cara más fea de la vida, todo disfrazado de novela negra, camuflado bajo una trama complejísima, que se asemejaba en mi mente, cuando iba leyendo, a una construcción descomunal, llena de entresijos. La sostienen unos cimientos sólidos, sus personajes, al principio ladrillos sueltos que van conformando, poco a poco, un todo. A Eduardo, a Gloria, a Arthur, a todos los que orbitan a su alrededor, es imposible no sentirlos cerca, no sentir por ellos compasión. Pero también se les detesta un poco, por pusilánimes, o por cobardes, o por exceso de arrojo. Como sea, son ellos los que sostienen sobre sus hombros el peso de una trama llena de giros y vericuetos, de cambios de tiempo y escenario que nos van a situar en el pasado y el presente de todos ellos.

Y narrándolo todo, el estilo asfixiante de Víctor del Árbol, su prosa delicada y dolorosa, su vocabulario, sus metáforas, sus diálogos, su forma casi exclusiva de contar el dolor.  

El único pero que encontré, allá por los compases finales, fue la sensación de que alguna pieza necesitaba un esfuerzo extra para ser encajada, como si ya mi mente anduviese saturada de probabilidades, dolor y casualidad. También es cierto que estamos ante una novela extensa y que requiere un esfuerzo, sobre todo, emocional, para completarla, por lo que es inevitable la sensación final de hartazgo y tristeza.


martes, 23 de enero de 2018

"La parte escondida del iceberg", por Màxim Huerta.

«Te doy todo este libro para que aparezcas», dice el protagonista. Se ha escapado, mantiene una relación con el pasado, pero el pasado ya no está. La parte escondida del iceberg es la reconstrucción amorosa de un ser excepcional. Un escritor perdido en París; la ciudad le pesa, solo la necesita para encontrar los recuerdos, como migas de pan, de aquello que fue. Para eso debe atravesar un invierno de recuerdos. Se adentra en un territorio desconocido, devastado además por una tormenta emocional, una ruptura que arrasó su paisaje interior hasta hacerlo irreconocible. 

Un inventario de mentiras que le contaron y de las verdades que no quiso aceptar. Este es un libro sobre la vida, a medio camino entre el recuerdo y la superación del dolor; habla de las risas, de las amistades, de la noche, los días… y de ese lado vacío de la cama que se queda para siempre ocupado de recuerdos. Un libro que nos revelará muchas cosas de nosotros mismos.


Será difícil escribir esta reseña, me temo. Tan difícil como a mí me ha resultado la lectura de "La parte escondida del iceberg", una novela que he leído en varios tiempos, que tiene demasiadas cosas que no me han gustado, que directamente me estorbaban, pero que me ha provocado dolor en algunas partes del cuerpo que están tan hondas que no sabría ni nombrarlas. Esta es una de esas historias que a uno, como lector, le cuesta procesar y digerir. Que nunca recomendaríamos leer a alguien. Y aquí estoy, a ver qué os cuento.

"La parte escondida del iceberg" es, dice su autor, una especie de alivio de luto. No esperéis una novela, ni una biografía novelada como se podría intuir. Es más un exorcismo. Un sacarse de dentro el dolor dándose cabezazos contra una pared. Y por mucho que esa pared esté ubicada en el mismísimo alma de París, en la ciudad más bella del mundo, el golpe seguirá doliendo. Màxim Huerta juega a desnudar su pérdida, y enlaza ese dolor con el proceso creativo como herramienta para asumirla: "Aquel día comprendí nítidamente esa sensación, por bufonesca que parezca, que resume bien toda esta novela, mezcla de berrinche y de lápida."

El autor se revuelca en su dolor, en los errores y los recuerdos, en los "y si...". Recorre de nuevo París, ahora sin ninguna mano a la que aferrarse, y la ciudad parece ir cambiando de color bajo el prisma de su estado de ánimo. Montparnasse, el Marais, La Jolie Bohème, los cafés, las mujeres, los croissants... El empacho parisino fue, en mi caso, inevitable.

"En mi cerebro apareció París. No el París de las postales, apareció el París que visitamos juntos y que se quedó en la parte escondida del iceberg a falta de fotos. Esa novela que lleva atrapa en mi garganta dese hace tantos años y que surge a trozos en las que voy publicando. Ya no estoy en esas escenas, estoy en esta."

Y, sin embargo, me quedo a seguir leyendo. A pesar del exceso, a pesar del dolor, de las digresiones, de la vuelta al mismo lugar. Me quedo porque me gusta cómo escribe Màxim Huerta, y me quedo porque yo estuve en ese París, sin haber estado nunca. Me quedo porque más allá del berrinche y el dolor, escribe un autor que sabe plasmar las emociones de una forma que yo entiendo y siento. Y me quedo también por Anna Gavalda, Rosa Montero, Antonio Muñoz Molina.. por todos esos autores a los que alude el escritor, que han conformado su bagaje, que le han enseñado a crear, a escribir, a dibujar ésas emociones. Y me quedo por las referencias a sus novelas anteriores, a cada uno de los caminos que le llevaron a ellas.

"La novela es un territorio literario en el que reina la imprecisión y la fantasía y en el que, como n la foto de Doisneau, todo puede parecer verdad. Me imagino que esa ha sido una de las razones por las que me hice escritor, contar mentiras desde niño para cambiar la realidad."

Hay un pasaje, uno inesperado, que no acababa de casar con la historia que el autor me estaba contando, en el que retoma su infancia en Utiel, las mujeres de su vida, que ya protagonizaron "La noche soñada". Una escena que me conmovió hasta las lágrimas. Lo que no estaba consiguiendo el protagonista, con todo su desamor, con todo su París, lo consiguió el niño en el cementerio de Utiel.

Sé que mi reseña resulta caótica. Quizá porque así se me antojó esta lectura. O porque me cuesta poner en orden tantas sensaciones, porque no sería capaz de decir que me ha gustado, ni que no lo ha hecho, ni que la leas ni que dejes de hacerlo. Quién soy yo. No es una novela fácil, ni amable, ni ágil, ni divertida, ni bonita. No es ni de lejos lo mejor que ha escrito el autor. Quizá valga solo para los muy devotos, o justo lo contrario, para los que no lo son. Es, si tuviese que calificarlo de algún modo, un acto de contrición, un autor lamiéndose las heridas a solas con el que lee. Una invitación a una intimidad que intimida y abruma.

"Y todo eso que no cuento de ti constituye la parte sumergida de mi iceberg. La que soy incapaz de asumir ni de visitar."

viernes, 19 de enero de 2018

"El motel del voyeur", por Gay Talese.

Poco antes de la publicación de La mujer de tu prójimo, Gay Talese recibió una carta de un misterioso hombre de Colorado que le hacía partícipe de un secreto sorprendente: había comprado un motel para dar rienda suelta a sus deseos de voyeur. En los conductos de ventilación había instalado una «plataforma de observación» a través de la cual espiaba a sus clientes.

Talese viajó entonces a Colorado, donde conoció a Gerald Foos y pudo comprobar con sus propios ojos la veracidad de la historia. Además, tuvo acceso a algunos de sus muchos diarios: un registro secreto sobre el cambio producido en las costumbres sociales y sexuales de su país. Pero Foos había sido también testigo de un asesinato, y no lo había delatado. Tenía, pues, muchos motivos para permanecer en el anonimato, y Talese pensó que esta historia nunca vería la luz.

Hoy, treinta y seis años más tarde, Foos está listo para hacerla pública y Talese puede darla a conocer. El motel del voyeur es una extraordinaria obra de periodismo narrativo que abre un intenso debate ético, y uno de los libros de los que más se ha hablado en los últimos años.

El 7 de Enero de 1980, el prestigioso periodista estadounidense Gay Talese recibió una carta escrita a mano, enviada por correo exprés y sin firma, en la que su  autor afirmaba haber comprado un motel, quince años atrás, destinado a satisfacer su curiosidad como voyeur. Más concretamente, para estudiar el comportamiento sexual de la especie humana en la intimidad de sus dormitorios. En aquel momento, Talese estaba a punto de publicar "La mujer de tu prójimo", en el que estudiaba el negocio del sexo  en Estados Unidos, y que más tarde vendería millones de ejemplares en todo el mundo.  
Algo incrédulo, pero azuzado por el instinto, Talese respondió a la misiva ofreciéndole un encuentro al misterioso voyeur. Así comienza la relación entre Talese y Gerald Foos, que se encontraron varias veces a lo largo de las décadas posteriores y que culmina en este "El motel del voyeur".

Como podéis entrever, no estamos ante una novela al uso, sino ante un extenso reportaje sobre la figura de Foos y todo lo que este observó a lo largo de los años, valiéndose de los agujeros, simulados bajo rejillas de ventilación, que practicó en varios de los dormitorios de su propio motel. Y aunque así, a bote pronto, suene todo bastante espantoso, lo cierto es que el relato de Talese te atrapa, y te obliga a preguntarte cuánta razón tiene Foos al afirmar que dentro de cada uno de nosotros hay un voyeur en potencia.

- ¿Cómo le gustaría que le describieran en la prensa cuando haga pública su historia? - quise saber.
- Espero que no me describan como un pervertido o una especie de mirón - dijo -. Me considero un "pionero de la investigación sexual".

Foos se tomó tan en serio su papel que recopiló toda la información que iba extrayendo de sus observaciones en decenas de cuadernos. Unas observaciones que le condujeron, a su vez, a una serie de conclusiones más o menos acertadas, pero sin duda, llamativas. Al final, el voyeur acaba revelándose como un ser casi superior...

" ...a veces se presentaba como historiador social, un pionero de la investigación sexual, alguien que denunciaba la corrupción de la sociedad, un solitario, alguien con doble personalidad, y un crítico resulto a sacar a la luz las hipocresías y apetitos ocultos de sus contemporáneos"

Y es que, ante todo, el relato de Foos, más allá de las peripecias sexuales de sus huéspedes, es un recorrido por el pensamiento y la práctica sexual a través de varias décadas. Asistimos a la irrupción de la píldora, a la supuesta liberación a la que condujo; el aborto, el sexo interracial o la normalización de prácticas entre personas del mismo sexo... A través del tiempo, los criterios morales en lo que respecta al sexo se van redefiniendo, las conductas antaño tachadas de perversión se van incorporando a lo habitual. Un recorrido curioso, cuando menos, y que sirve también para ver, tal como lo hace el voyeur, desde fuera, nuestra propia hipocresía y falsedad a través de los actos de los que son observados.

No es una lectura para recomendar alegremente, pero sí tengo que confesar que a mí me ha hecho pasar un rato entretenido y que me ha parecido, como poco, curiosa y atractiva. 

martes, 16 de enero de 2018

"Al envejecer, los hombres lloran", por Jean - Luc Seigle.


El 9 de julio de 1961 es un gran día para la familia Chassaing y los habitantes del pequeño pueblo en el que viven: hoy llegará el primer televisor al lugar, y el novedoso aparato les traerá las imágenes del hijo mayor, Henri, destinado a la guerra de Argelia. Todo el mundo está invitado al gran acontecimiento que marcará las vidas de estos recién nacidos telespectadores.

Durante el día en el que transcurre la novela, el lector se enfrenta a la muerte, el adulterio, la mentira, y a una revelación en la que la Historia en mayúscula se mezcla con la historia de una familia que ya no volverá a ser la misma.



"Un obrero es como un viejo neumático,
cuando revienta,
ni reventar se le oye."
Jacques Prévert, Citroën, 1933
Poema en apoyo a la Huelga de los obreros.

Empieza esta novela con esa cita del Poema en apoyo a la Huelga de los obreros, escrito por Jacques Prévert en 1933. Mi padre ha sido obrero toda su vida. Mis abuelos trabajaron en el campo, siempre para otros, y se los comieron a turnos el frío, el sol y el hambre. No sé si eso justifica que ese cita inicial me provocase un vuelco en el estómago. Sí sé que empecé la novela al borde de las lágrimas, y del mismo modo la terminé.

" Era la primera vez que pensaba en la felicidad al mismo tiempo que en terminar su vida. Quizá porque ese deseo del fin estaba arraigado en él desde hacía mucho tiempo, como una bala que se hubiera alojado en su cuerpo sin matarlo. En Albert, la bala imaginario estaba alojada muy cerca de su corazón."

Jean - Luc Seigle nos sitúa en el 9 de Julio de 1961, el día en que se desarrolla, a lo largo de sus 236 páginas, esta historia. Amanecemos junto a Albert, nos asomamos a su rostro poblado de sudor, a la quietud de su dormitorio y su hogar, en el que todos duermen menos él. Albert mira a Suzanne, que permanece inmóvil al otro lado de la cama. Piensa en su madre, esa anciana frágil que posiblemente habrá pasado la noche con los ojos abiertos como platos. Piensa en su hijo Gilles, el que lee a todas horas pero no se apaña con la ortografía. No piensa en Henri, su hijo destinado en la guerra de Argelia.

Enseguida llega la mañana en todo su esplendor, y recorremos el día en que el televisor llegará al hogar de los Chassaing, una pantalla que les permitirá asomarse a la guerra y recuperar el rostro de su hijo. Y así discurren la tarde, el crepúsculo, la noche y la mañana del día siguiente.

Estructura en siete partes que recorren las distintas fases del día, Jean - Luc Seigle se vale de una narración sencilla, dotada de una intensa intimidad, para hablarnos de la pérdida, el deseo, la necesidad de amar y ser amado o la imposibilidad de retener el tiempo que se va. Es imposible no caer rendida a los pies de un personaje como Albert, el sereno padre de familia, que esconde bajo su apariencia imperturbable una bala imaginaria que se esfuerza por mover, a ver si por fin le alcanza el corazón. A Albert le cuesta tanto sostener su pasado como su presente, del futuro ni se habla.

A su alrededor orbitan el resto de personajes de la novela: la esposa, Suzanne, rejuvenecida e inexplicablemente más bella tras la partida del hijo, quizá porque necesita volver a cuidar de sí misma para no volverse loca;  Gilles, el entrañable hijo pequeño, al que las frases del "Eugène Grandet" de Balzac se le antojas sinuosas, pero que se esfuerza por seguirlas; la apacible Madeleine, tan frágil...
Una galería de personajes y escenas, como esa en la que Albert entra en el dormitorio de su madre para asearla por primera vez, que hacen que sea esta una lectura que merece la pena abordar. Sólo por ese instante, por ese puñado de páginas, ya os diría que la leáis. Pero es que hay más. Hay unos personajes tan humanos, tan de verdad; hay ternura, hay tristeza, pero también hay un canto a la esperanza, a la posibilidad real, por remota que parezca, de salir adelante. Aunque para ello haya que dejar ir al niño que fuimos.

Tengo que darle las gracias a mi amiga Ana, del blog Cuéntame algo...  mejor, escríbemelo, que puso en mis manos esta historia. De todas las cosas buenas que tiene este mundo virtual de lecturas,lo mejor sin duda es encontrarse con gente como tú en el camino.

miércoles, 10 de enero de 2018

"Eleanor Oliphant está perfectamente", por Gail Honeyman.


Nadie le dijo a Eleanor que la vida podía ser mejor.
Eleanor Oliphant siempre dice lo que piensa. Lucha por dejar de ser alguien con pocas habilidades sociales. Se ha preparado un calendario vital cuidadoso y estricto para evitar interacciones sociales: los fines de semana los pasa sola comiendo pizza congelada y bebiendo vodka y todos los miércoles habla con su madre. Pero todo cambia cuando Eleanor conoce a Raymond, el informático de la oficina. Juntos abandonarán la soledad en la que han estado viviendo.

Una novela cálida y elegante. La historia de una heroína fuera de lo común, cuya inexplicable rareza e ingenio descarado la llevará a darse cuenta de que la única manera de sobrevivir en el mundo real es abriendo su corazón a la amistad.


Eleanor Oliphant está perfectamente, a pesar del par de litros de vodka que se mete los fines de semana entre pecho y espalda. Pero eh, está perfectamente. No le afecta en demasía ser el hazmerreír ocasional de algunos de sus compañeros de oficina. Y le importa un bledo la cicatriz que le cruza la cara. Eleanor es una desertora de las convenciones sociales, una amante de los zapatos planos que cierran con velcro y de la buena ortografía.  Eleanor es también una superviviente nata, una mujer que se ha sobrepuesto, a su manera, a cosas que a cualquiera de nosotros nos habrían matado de pena. Así que podríamos decir que sí, que está perfectamente.

Gail Honeyman construye un personaje del que es imposible no enamorarse, que te atrapa desde la primera página. Eleanor es una rareza, una mujer de treinta años que vive sola, en el sentido más amplio y literal de la palabra. Y que quiere vivir así, porque es la única forma de sentirse a salvo. Hasta que un pequeño problema con su ordenador la conduce hasta Raymond, el técnico de la oficina. Un tipo noble, pelín desastroso, fumador empedernido. La antítesis de nuestra pulcra y organizada Eleanor.

De la mano de una prosa sencilla y amable, recorremos el día a día de Eleanor y, a partir de su encuentro con Raymond, recorreremos también parte de su duro pasado. Una pequeña dosis de intriga, mucho humor y mucha ternura pueblan el periplo de nuestros protagonistas, ante los que se abre también un nuevo camino en el que Eleanor deberá explorar la sensación de tener alguien a su lado, que se preocupe y cuide de ella.

"Hoy en día la soledad es el nuevo cáncer: algo vergonzoso, bochornoso, que tú misma te infringes si bien de un modo poco claro. algo temible e incurable, tan espantoso que no te atreves a mencionar; la gente no quiere oír la palabra en voz alta, por miedo a verse también infectada, o tentar a la suerte y que caiga sobre ellos un horror similar".

Honeyman se atreve a construir a un personaje fuera de lo común, que se salta todos los cánones, y le diseña un pasado en el que nuestra protagonista peregrina por distintos hogares de acogida sin llegar a encajar en ninguna parte. Un tema durísimo, casi tabú en nuestra sociedad, que aquí está siempre como trasfondo de la historia aunque la autora no se ceba en él. Ni falta que hace. Lo que importa es el ahora, una Eleanor que nos va a hacer reír, que nos va a emocionar y que amenaza con quedarse contigo, lector, por mucho tiempo.

Confieso que cuando la acabé sólo podía ponerle una pega: que Honeyman no nos hubiese regalado otras tantas páginas (unas quinientas habría estado bien) para seguir acompañando a Eleanor en su camino y ver hasta dónde puede llegar. Una lectura ideal para sacudirse el malestar y el miedo, para reír, emocionarse y pasar un muy buen rato.

viernes, 5 de enero de 2018

Reto Serendipia Recomienda 2018

El reto "Serendipia Recomienda" siempre ha sido uno de mis favoritos de la blogosfera, y este año también me gustaría formar parte de él. Gracias su propuesta del año pasado he leído dos novelas que me han encantado, así que a pesar de no haberlo superado, este año volveré a intentarlo.
Podéis acceder a las bases pinchando en el banner:


Y aquí, mis recomendaciones, con enlace a las reseñas.

- "Subsuelo", de Marcelo Luján.
- "La mala luz", de Carlos Castán.
- "El guerrero a la sombra del cerezo", de David B. Gil.