¿Qué piensa un hombre
que contempla la Tierra desde el espacio, donde va a morir sin regresar? Nunca
podremos saberlo, sin embargo, la historia no se detiene, e Irina Belokoneva,
hija de ese cosmonauta perdido entre la Luna y la Tierra, es parte de ella.
La muñeca rusa arranca
con la entrada en 1968 de las fuerzas del Pacto de Varsovia en Praga. En un
psiquiátrico de la ciudad, son testigos de ella el celador Milos Meisner e
Irina. Ella ha ido a parar allí porque cuenta la extraña historia de su padre,
un cosmonauta abandonado a su triste suerte en el limbo espacial; un relato que
nadie puede ni quiere creer, salvo Milos Meisner.
La historia no se
detiene y la del celador, convertido en protagonista de la narración ha de
seguir en París, donde alcanza cierta notoriedad como escultor. Gracias a ello
prosigue su errática carrera y va a parar a un pueblo perdido de Almería. Viaja
con él la historia de Irina y la culpa de haberla abandonado por segunda vez.
Se la relata al librero del pueblo y en su diálogo es donde el lector recupera
la historia, esa historia que nunca se detiene...
"La muñeca rusa" es la historia de Irina, la loca
Irina, que languidece en un sanatorio mental en Praga. Es la historia de su
padre, el cosmonauta ruso cuyo nombre borraron de la historia, flotando
eternamente en el espacio. Es la historia de un país sitiado y oprimido por una
fuerza brutal que ahoga a los ciudadanos. Es la historia tal como se la cuenta
Milos Meisner, el celador que se enamoró de Irina, a un librero de Almería
muchos años después. Es un ejemplo de cómo el tiempo y las distintas voces
tergiversan una historia.
Tiene pleno sentido el título que Juan Miguel Contreras
elige para su novela. "La muñeca rusa" no alude solamente a esa
Irina, expatriada y borrada, tan bella como inexistente. Más allá del símil más
evidente, es esta una narración que contiene dentro de ella otras muchas historias.
Como si de una de matrioshka se tratase, los distintas voces narrativas van
destapando capas de madera y barniz, hasta mostrarnos de dónde venía y qué fue
de Irina.
¿Cómo se cuenta a lo que Irina sobrevivió, cuando la única manera que
tuvo de seguir viva fue abrazando la locura? ¿Cómo rebano las entradas de ese
monstruo sin memoria si no estoy seguro de saber leer en sus tripas el destino
de una persona a la que le arrebataron el futuro negándose su pasado? ¿Cómo
relatar aquello que Irina vivió de manera tan desoladoramente privada? Si lo
hago, sé que segaré su mirada, describiré unos ojos que nunca podré ver, que
nunca me mirarán, que se vaciaron poco a poco de días y de promesas, que se
resquebrajaron hasta hacerse de cristal, como los de un animal disecado.
El estilo de Contreras es denso, sin apenas diálogos, que
cuando existen, lo hacen integrados en la narrativa. Hallamos párrafos largos,
salpicados aquí y allá de historia contemporánea, de reflexión, de política, de
amor. Esta mezcla de conceptos es la mayor bondad y quizá, también uno de los
mayores lastres de la novela. Y es que su contenido, de tan rico, puede acabar
agotando a un lector que se puede sentir abrumado ante tantas digresiones. También
afecta, en este sentido, la estructura de la novela, que a pesar de avanzar de
forma más o menos cronológica en el tiempo, tiene en el fondo un sentido
circular, volviendo siempre a Irina y al psiquiátrico de Varsovia. A veces
parece querer moverse hacia adelante, pero no ocurre realmente hasta los
últimos compases.
La voz del narrador omnisciente se alterna con la del
librero que comparte sus horas con Milos para seguirle la pista a través de los
años, desde Praga hasta el pequeño pueblo almeriense donde el celador,
reconvertido años más tarde en escultor, trata de reescribir su propia vida.
Repasamos su amistad con personajes que existieron realmente, como el novelista
checo Bohumil Hrabal, cuya obra tiene una gran influencia no sólo en la vida de
Milos sino también, tengo la sensación, en el estilo del propio autor de esta
novela.
Ya veis que no estamos ante una novela cómoda ni sencilla de
leer. Tampoco de reseñar, doy fe. Ni el estilo, ni la estructura, ni los
personajes que pueblan sus páginas son especialmente agradables. Sí que estamos
ante una prosa bonita, muy rica, con ciertos destellos especialmente bellos. Me
ha gustado especialmente Irina, la Irina del primer tercio de la novela, y la
narración de la invasión soviética, con los ciudadanos checos tomando las
calles frente a los tanques, formando una guerrilla urbana hecha de
estudiantes, matrimonios y niños en lucha contra la represión. No me ha gustado
tanto la parte final, cuando esa forma circular que toma la novela empieza a
pesar y el misterio en torno a Irina se va desvaneciendo.
"La muñeca rusa" ha sido, sobre todo, una grata
salida de la zona de confort, una novela que se sale de los cánones de las
novedades que publican las grandes editoriales (gracias Baile de Sol) y que no
habría llegado a mí de no ser por las chicas de Netherfield, a las que tenemos
mucho que agradecerles en este sentido.