miércoles, 11 de abril de 2018

"La muñeca rusa", por Juan Miguel Contreras.


¿Qué piensa un hombre que contempla la Tierra desde el espacio, donde va a morir sin regresar? Nunca podremos saberlo, sin embargo, la historia no se detiene, e Irina Belokoneva, hija de ese cosmonauta perdido entre la Luna y la Tierra, es parte de ella.

La muñeca rusa arranca con la entrada en 1968 de las fuerzas del Pacto de Varsovia en Praga. En un psiquiátrico de la ciudad, son testigos de ella el celador Milos Meisner e Irina. Ella ha ido a parar allí porque cuenta la extraña historia de su padre, un cosmonauta abandonado a su triste suerte en el limbo espacial; un relato que nadie puede ni quiere creer, salvo Milos Meisner.

La historia no se detiene y la del celador, convertido en protagonista de la narración ha de seguir en París, donde alcanza cierta notoriedad como escultor. Gracias a ello prosigue su errática carrera y va a parar a un pueblo perdido de Almería. Viaja con él la historia de Irina y la culpa de haberla abandonado por segunda vez. Se la relata al librero del pueblo y en su diálogo es donde el lector recupera la historia, esa historia que nunca se detiene...

"La muñeca rusa" es la historia de Irina, la loca Irina, que languidece en un sanatorio mental en Praga. Es la historia de su padre, el cosmonauta ruso cuyo nombre borraron de la historia, flotando eternamente en el espacio. Es la historia de un país sitiado y oprimido por una fuerza brutal que ahoga a los ciudadanos. Es la historia tal como se la cuenta Milos Meisner, el celador que se enamoró de Irina, a un librero de Almería muchos años después. Es un ejemplo de cómo el tiempo y las distintas voces tergiversan una historia.

Tiene pleno sentido el título que Juan Miguel Contreras elige para su novela. "La muñeca rusa" no alude solamente a esa Irina, expatriada y borrada, tan bella como inexistente. Más allá del símil más evidente, es esta una narración que contiene dentro de ella otras muchas historias. Como si de una de matrioshka se tratase, los distintas voces narrativas van destapando capas de madera y barniz, hasta mostrarnos de dónde venía y qué fue de Irina.

¿Cómo se cuenta a lo que Irina sobrevivió, cuando la única manera que tuvo de seguir viva fue abrazando la locura? ¿Cómo rebano las entradas de ese monstruo sin memoria si no estoy seguro de saber leer en sus tripas el destino de una persona a la que le arrebataron el futuro negándose su pasado? ¿Cómo relatar aquello que Irina vivió de manera tan desoladoramente privada? Si lo hago, sé que segaré su mirada, describiré unos ojos que nunca podré ver, que nunca me mirarán, que se vaciaron poco a poco de días y de promesas, que se resquebrajaron hasta hacerse de cristal, como los de un animal disecado.

El estilo de Contreras es denso, sin apenas diálogos, que cuando existen, lo hacen integrados en la narrativa. Hallamos párrafos largos, salpicados aquí y allá de historia contemporánea, de reflexión, de política, de amor. Esta mezcla de conceptos es la mayor bondad y quizá, también uno de los mayores lastres de la novela. Y es que su contenido, de tan rico, puede acabar agotando a un lector que se puede sentir abrumado ante tantas digresiones. También afecta, en este sentido, la estructura de la novela, que a pesar de avanzar de forma más o menos cronológica en el tiempo, tiene en el fondo un sentido circular, volviendo siempre a Irina y al psiquiátrico de Varsovia. A veces parece querer moverse hacia adelante, pero no ocurre realmente hasta los últimos compases.

La voz del narrador omnisciente se alterna con la del librero que comparte sus horas con Milos para seguirle la pista a través de los años, desde Praga hasta el pequeño pueblo almeriense donde el celador, reconvertido años más tarde en escultor, trata de reescribir su propia vida. Repasamos su amistad con personajes que existieron realmente, como el novelista checo Bohumil Hrabal, cuya obra tiene una gran influencia no sólo en la vida de Milos sino también, tengo la sensación, en el estilo del propio autor de esta novela.

Ya veis que no estamos ante una novela cómoda ni sencilla de leer. Tampoco de reseñar, doy fe. Ni el estilo, ni la estructura, ni los personajes que pueblan sus páginas son especialmente agradables. Sí que estamos ante una prosa bonita, muy rica, con ciertos destellos especialmente bellos. Me ha gustado especialmente Irina, la Irina del primer tercio de la novela, y la narración de la invasión soviética, con los ciudadanos checos tomando las calles frente a los tanques, formando una guerrilla urbana hecha de estudiantes, matrimonios y niños en lucha contra la represión. No me ha gustado tanto la parte final, cuando esa forma circular que toma la novela empieza a pesar y el misterio en torno a Irina se va desvaneciendo.

"La muñeca rusa" ha sido, sobre todo, una grata salida de la zona de confort, una novela que se sale de los cánones de las novedades que publican las grandes editoriales (gracias Baile de Sol) y que no habría llegado a mí de no ser por las chicas de Netherfield, a las que tenemos mucho que agradecerles en este sentido.

miércoles, 4 de abril de 2018

"Sigo siendo yo", por Jojo Moyes.

Lou Clark sabe demasiadas cosas...

Sabe cuántos kilómetros hay entre su nuevo hogar en Nueva York y su nuevo novio, Sam, en Londres.

Sabe que su jefe es un buen hombre y sabe que su mujer le está ocultando un secreto.

Lo que Lou no sabe es que está a punto de conocer a alguien que va a poner toda su vida patas arriba.

Porque Josh le recordará tanto a un hombre que conocía que hace que el corazón le duela.

Lou no sabe lo que hará a continuación, lo que sí sabe es que lo que decida lo cambiará todo para siempre.


Lou Clark sabe demasiadas cosas, reza la sinopsis de "Sigo siendo yo". Jojo Moyes, su autora, también. Sabe que el filón de Lou le permitirá seguir vendiendo libros como rosquillas. Sabe que mucha gente los comprará movida por los sentimientos que generó en muchos de nosotros "Yo antes de ti". Sabe también que es una buena contadora de historias, que se le da bien hablar de sentimientos. Sabe ponérselo fácil al lector, ofreciéndole su estilo sencillo y amable, salpicado de un humor que te permite leer con una sonrisa en los labios. Lo que no sé si Jojo sabe es que ni este libro, ni su anterior, tienen sentido más allá del negocio editorial. Que ella tuvo una historia que contar, y lo hizo maravillosamente bien, pero ahí debió quedarse, en el punto y final de "Yo antes de ti".

Habrá, obviamente, cientos, miles de lectores que no compartan mi opinión, y que estén dispuestos a seguir la errática carrera de Lou por donde quieran llevarla. Así que no os toméis demasiado en serio lo que digo, especialmente si eres un potencial lector de esta entrega.

Confieso que a pesar del desengaño de la segunda parte, me gustó mucho el arranque de este "Sigo siendo yo". Moyes vuelve a colocar a Lou en territorio hostil, allá en la jungla neoyorkina, en medio de una familia tan rica como peculiar, y ante todo, llena de secretos. Me gustó la introducción de personajes como Ilaria o Agnes, que aportaban un punto de misterio y de carácter que le faltó a las incorporaciones de la segunda parte. No tanto el recurso del chico que se parece a Will, que de manido y simplón me dio ganas de lanzar el libro desde lo alto del Empire State. La cuestión es que a mitad de novela, el misterio en torno a los Gopnik se diluye y pasamos a otra cosa, sin más. Entiendo que el punto fuerte de Moyes no es el manejo del suspense, que lo suyo es contar otro tipo de historias. Vale. Pero qué chasco.

A partir de ahí, la trama desemboca en una especie de comedia romántica, con triángulo amoroso incluido, en el que algunos personajes dejan de ser coherentes con todo lo que han hecho hasta ese momento, y se vuelven imbéciles o encantadores, según toque, por exigencias del guión.  Aquí te aguantas las ganas de leer en diagonal porque es Lou y le tienes cariño, pero las tropecientas páginas se te empiezan a hacer bola y se anuncia una severa indigestión.

Guardé durante años la continuación de "Yo antes de ti" es la estantería, sin decidirme a abrirlo, porque me temía que me ocurriese, precisamente, lo que me ha ocurrido. Que me pareciese todo innecesario y que me estropease el grato recuerdo de la historia de Lou y Will. Esta lectura conjunta me pareció la excusa perfecta para rescatarla y darle la oportunidad, segura de que si no era ahora, posiblemente no la leería nunca. Y aunque me arrepienta un poquito de haberlo hecho, me gustaría agradecer a los blogs organizadores la oportunidad que nos ofrecen, en innumerables ocasiones, de leer historias a las que, de otro modo, no llegaríamos.

miércoles, 21 de marzo de 2018

"84, Charing Cross Road", por Helene Hanff.



En octubre de 1949, Helene Hanff, una joven escritora desconocida, envía una carta desde Nueva York a Marks & Co., la librería situada en el 84 de Charing Cross Road, en Londres. 
Apasionada, maniática, extravagante y muchas veces sin un duro, la señorita Hanff le reclama al librero Frank Doel volúmenes poco menos que inencontrables que apaciguarán su insaciable sed de descubrimientos. Veinte años más tarde, continúan escribiéndose, y la familiaridad se ha convertido en una intimidad casi amorosa. Esta correspondencia excéntrica y llena de encanto es una pequeña joya que evoca, con infinita delicadeza, el lugar que ocupan en nuestra vida los libros... y las librerías.





Helene Hanff nació en Philadephia en 1916 y dicen que, ya desde muy niña, era un culo inquieto. Entusiasta del teatro y la literatura, la niña se convirtió en una mujer autodidacta que, mientras sobrevivía a base de escribir guiones para series de televisión, seguía manteniendo intacta la necesidad de aprender. Lectora voraz, ávida de saber más, inició en 1949 una relación epistolar con los libreros de "Marks&Co", ubicada al otro lado del charco, en el 84, Charing Cross Road de Londres. El objetivo de Hanff era hacerse con libros raros, extraños o antiguos de los que seguir alimentándose. En la novela que hoy os traigo se recoge esa correspondencia, que se alargó más de veinte años en el tiempo, entre Helene Hanff y, principalmente, Frank Doel, encargado de ventas de la librería. Ese intercambio de misivas se haría, con el tiempo, extensivo a otros trabajadores de la casa y a la propia familia de Doel.

Es imposible no engancharse a las letras de esa mujer inquieta y locuaz, casi avasalladora en su necesidad de obtener pequeñas joyas literarias. Y es imposible no sucumbir a la corrección británica del encantador Frank Doel, siempre humilde y dispuesto a rebuscar en viejas colecciones ejemplares que colmen las expectativas de Hanff. 
Por las páginas de 84, Charing Cross Road, desfilan Jane Austen, Chaucer, Virginia Woolf, Tocqueville y otros tantos autores con sus títulos, un acicate y un regalo para cualquiera de los que somos lectores constantes y disfrutamos de esos libros que contienen dentro a otros.

No logran, sin embargo, eclipsar al alma de la novela, que es la relación que se va forjando entre Hanff y Doel y su compartida pasión por los libros y la literatura. Más allá de eso, en los duros tiempos de la posguerra, Hanff llegó incluso a enviar a Londres viandas y regalos que hicieron más fácil la vida de los libreros de Londres. 

84, Charing Cross Road ha permanecido en mi casa durante años, y ahora me parece imperdonable no haberla leído antes. Es una de esas historias que uno sabe que volverá a leer más adelante, de las que consiguen empapar al lector con aquello que emanan: humor, generosidad y amor por la literatura. Si sois de los que la tenéis cogiendo polvo, rescatadla. Se lo merece. Y si no mirad, Helene Hanff en todo su esplendor:

"Mis amigos son muy peculiares en cuestión de libros. Leen todos los best sellers que caen en sus manos, devorándolos lo más rápidamente posible..., y saltándose montones de párrafos según creo. Pero luego JAMÁS releen nada, con lo que al cabo de un año no recuerdan ni una palabra de lo que leyeron. Sin embargo, se escandalizan de que yo arroje un libro a la basura o lo regale. Según entienden ellos las cosas, compras un libro, lo lees, lo colocas en la estantería y jamás vuelves a abrirlo en toda tu vida, ¡PERO NUNCA LO TIRAS! ¡JAMÁS DE LOS JAMASES SI ESTÁ ENCUADERNADO EN TAPA DURA! Pero... ¿por qué no? Personalmente creo que no hay nada menos sacrosanto que un mal libro e incluso un libro mediocre."

jueves, 15 de marzo de 2018

"Una suerte pequeña", por Claudia Piñeiro.



Después de veinte años una mujer vuelve a la Argentina, de donde partió escapando de una desgracia. Pero la que regresa es otra: no luce igual, su voz es diferente. Ni siquiera lleva el mismo nombre. ¿La reconocerán quienes la conocieron entonces? ¿La reconocerá él?

Mary Lohan, Marilé Lauría o María Elena Pujol -la que es, la que fue, la que había sido alguna vez- vuelve al suburbio de Buenos Aires donde formó una familia y vivió hasta que decidió huir. Aún no termina de entender por qué aceptó regresar al pasado que se había propuesto olvidar para siempre. Pero a medida que lo comprenda, entre encuentros esperados y revelaciones inesperadas, entenderá también que a veces la vida no es ni destino ni casualidad: tal vez su regreso no sea otra cosa que una suerte pequeña.


Una suerte, no sé de qué tamaño, fue encontrarme este título en la biblioteca, abandonado por algún demente entre los ejemplares de una colorida colección de clásicos firmados por autores americanos. Más desubicado no podía estar el pobre. Así que lo recogí y, de inmediato, reconocí a una autora y una novela de las que había oído hablar maravillas. Por supuesto, se vino a casa y se coló entre las lecturas que tenía previstas. Quién soy yo para ignorar al destino.

La protagonista, Mary Lohan, ha de volver a Buenos Aires, la ciudad que abandonó veinte años atrás y en la que dejó a la persona más importante de su vida. Entonces era María. Era la misma mujer que ahora, pero en su versión anterior. Porque siempre, en todas las vidas, hay un instante, o varios. Un punto de inflexión que lo pone todo patas arriba, y que ya no te permite volver atrás y dejar todo como estaba. Mary Lohan, Marilé, María, una mujer que es tres mujeres a la vez dependiendo de su ubicación antes o después del incidente.

Claudia Piñeiro se vale de una narración intimista, con apenas diálogos, y da voz en primera persona a su protagonista

"La tercera persona aleja, protege en la distancia. La primera me lleva al borde del abismo, me invita a saltar. La tercera me permite esconderme, quedarme dos pasos más atrás, no mirar el vacío ni siquiera al contarlo."

y nos permite ahondar en su psicología, ofreciéndonos las tres caras de esa misma mujer, su necesidad de alejarse de la tragedia, en una reacción tan acertada, tan válida, tan fallida, como lo habría sido cualquier otra. La prosa de Piñeiro es una delicia, juguetea con el lenguaje con gusto y mucho oficio. Y nos mantiene atrapados sin necesidad de giros ni grandes sorpresas, aunque acierta al mantener ese misterio acerca del instante en el que la tragedia y María se encuentran por primera vez.

Y a partir de ahí, la resiliencia. La capacidad de la persona para seguir adelante a pesar de lo vivido. Pero ¿qué hay de los demás? ¿Qué pasa con los seres que orbitan alrededor de esa persona? ¿Hasta dónde alcanza la onda expansiva? En la historia de María, tendremos que volver atrás con ella para entender cómo su desgracia alcanzó a su entorno, lo que dejó tras de sí cuando se marchó.  

Como veis, estamos ante una novela honda, muy íntima, de lectura sencilla pero compleja en lo emocional, y que me ha descubierto a una autora a la que me encantará volver a leer.

martes, 20 de febrero de 2018

"Reino de fieras", por Gin Phillips.


Lincoln es un buen niño. Con cuatro años es curioso, inteligente y bien educado. Hace lo que su madre le dice y sigue las normas.
«Hoy las reglas son distintas. Y las reglas dicen que nos escondamos y no permitamos que el hombre del arma nos encuentre.»

Cuando un día feliz en el zoo se convierte en una pesadilla y Joan se ve atrapada con su hijo, deberá hacer acopio de todas sus fuerzas y encontrar el coraje para protegerlo a cualquier precio; incluso si eso significa cruzar la línea entre el bien y el mal, entre la humanidad y el instinto animal. Una línea que nadie imaginaría nunca traspasar.

Pero, a veces, las normas son diferentes.



"Reino de fieras" llegó al mundo en nuestro país a principios de este año, amparada bajo sonoras recomendaciones y al cobijo de una campaña publicitaria brutal. No hay más que echar un vistazo a la faja promocional para encontrar rotundas y entusiastas frases que lo colocan entre los mejores thrillers del año. En ella leeréis "inteligente", "irresistible", "adictiva", "nervios de acero", "rebosante de adrenalina". La mayor parte es mentira. De hecho, tras muchísimas frases de este tipo en distintos libros, empiezo a dudar de que existan realmente medios como The Observer o Publishers Weekly.

Partiendo de la base, pues, de que todo eso no es cierto, y de que por regla general, no suelo creérmelo, intenté afrontar su lectura borrando de mi mente todo lo leído al respecto. Las primeras reseñas fueron más entusiastas, y la segunda hornada, mucho más tibia. Cuando el libro llegó a mis manos, tenía ante todo curiosidad por ver qué sensaciones me dejaba a mí, porque tenía bastante claras las que había dejado en el resto del mundo.

El punto de partida a mí sí me impactó de alguna forma. En este mundo en el que estamos, ya nadie se sorprendería de que un par de locos entraran armados a cualquier sitio y empezasen a disparar a diestro y siniestro. Como Joan, yo también tengo un niño de cuatro años locuaz, imaginativo y que necesita mucho de mi mano izquierda. Así que la autora lo tenía fácil conmigo para zambullirme en su historia.

Las primeras cien páginas se leen solas. El problema llega cuando tras ese buen arranque, Gin Phillips parece no saber muy bien qué hacer con sus personajes. Como si hubiese tenido claro el principio y el final de su historia, pero no hubiese sabido qué hacer para llegar de A a B. La parte central es entretenida, pero carece de nervio, de adrenalina y de la angustia que yo debería haber sentido ante la situación. La autora tampoco ahonda en el aspecto psicológico de Joan o de los agresores, y aunque en un determinado momento parece que la trama va a virar hacia ese punto, luego se diluye y se queda en nada.

Así que al final, "Reino de fieras" resultó más drama que thriller, entretenida pero no absorbente ni adictiva. Una novela que posiblemente se venderá como rosquillas y que dejará a muchos lectores con la sensación de que se podrían haber sacado mucho más de ella.

jueves, 15 de febrero de 2018

"Un largo silencio", por Harlan Coben.



Hace diez años, dos niños de familias acaudaladas fueron raptados. Los secuestradores pidieron rescate, pero luego desaparecieron sin dejar rastro. Ahora, cuando ya se había perdido toda esperanza, sucede lo que parecía imposible: Win y Myron Bolitar creen haber localizado a uno de esos chicos, ahora adolescente. 

Después de un largo silencio, la vuelta a casa del joven debería ser un paso definitivo hacia el fin de la pesadilla. Pero no lo va a ser. ¿Dónde ha estado estos diez años y qué recuerda del día, hace media vida, en que lo cogieron? Y, todavía más importante: ¿qué puede contar a Myron y Win sobre el destino de su amigo perdido?



Hacía tiempo que los seguidores de la saga protagonizada por Myron Bolitar esperábamos que Harlan Coben nos sirviera una nueva entrega de sus aventuras. Y por fin, a finales del año pasado, llegó a las librerías "Un largo silencio", un título que no podría ser más elocuente y que pone fin a varios años de espera. Enseguida me hice con ella, con ilusión y con un poco de ése miedo que nos entra cuando retomamos autores y personajes por los que uno siente un cariño especial.

"Un largo silencio" comparte las bondades de todas sus predecesoras. Estamos ante novelas autoconclusivas, que pueden leerse sin ninguna dificultad de modo aleatorio e independiente, pero que contienen un montón de guiños para los fieles a Myron. Aquí nos encontramos de nuevo con una de ésas tramas imposibles, llenas de giros y sorpresas, de sólo un capítulo más y lo dejo. Buen ritmo, capítulos breves, esa narrativa nerviosa y ágil de Coben y, sobre todo, ése sentido del humor tan característico de Myron y su inseparable Win, hacen de "Un largo silencio" una novela para leer y disfrutar en dos sentadas.

¿Y no hay ningún "pero"? Pues sí, mal que me pese. Y es que esta vez, la historia de los dos niños desaparecidos me han parecido un poquito más floja de lo habitual, como una idea que por desgana, Coben no llegara a rematar. Como desabrida. Sosa. Y luego están los secundarios, con los que al autor se le va un poquito la mano y cruzan el umbral de lo excéntrico para caer en la caricatura.

Tampoco me ha entusiasmado la idea de ésa especie de crossover entre la saga de Myron y la saga juvenil protagonizada por su sobrino, Mickey Bolytar. Buen intento Harlan, pero no cuela.

Aún así, a pesar de todo, he disfrutado del reencuentro con unos personajes que llevan acompañándome muchísimos años (la primera novela de la saga se publicó en 1995, ahí es nada), y a los que tengo intención de seguir acompañando allá donde quieran ir. Siempre que Coben nos lo permita porque, confieso, el final me ha dejado un poquito preocupada al respecto...

miércoles, 7 de febrero de 2018

"Los buenos", por Hannah Kent.



Inspirada en un caso real de infanticidio, Los Buenos se sitúa en el año 1825 en un remoto valle de Irlanda. Allí viven tres mujeres a las que unirán una serie de acontecimientos extraños y trágicos. Nóra Leahy ha perdido a su hija y a su marido el mismo año: solo le queda su pequeño nieto Michael, que no sabe andar ni hablar, y al que tiene oculto para que los vecinos no crean que ha sido víctima de una maldición sobrenatural. Mary Clifford es la joven contratada para cuidarlo y Nance Roche es la vieja curandera que alivia con hierbas y consejos los males inexplicables. 

La vida de estas tres mujeres se complicará con la llegada al pueblo de un nuevo sacerdote empeñado en limpiar el valle de supersticiones.



"Para cuando cayó la noche, la choza estaba llena de vecinos que se habían enterado de que Martin había muerto en la encrucijada junto a la herrería, se había desplomado cuando el martillo golpeó el yunque igual que si lo hubiera matado el tañido del hierro."

Así da comienzo "Los Buenos", con la muerte de Martin Leahy y sus vecinos reuniéndose en torno al fuego de su hogar y al aguardiente, encendiendo pipas de arcilla y lanzando cenizas para ahuyentar a Los que pudieran entorpecer su tránsito al otro lado.

Ya desde las primeras líneas, se intuye una narración magnífica a manos de la australiana Hannah Kent, que inspirándose en el folclore mágico irlandés, consigue crear una ambientación absolutamente perfecta para su novela. Desde el lenguaje utilizado hasta las referencias a las creencias populares de la Irlanda rural del siglo XIX, Kent mima cada pasaje, creando una especie de sinestesia que le permite al lector sentir, escuchar, oler cada rincón. Y eso no se logra solamente con una labor tremenda de documentación, que la hay, sino a través un estilo pulcro, riquísimo en matices y muy sugestivo. Una auténtica delicia.

En medio de ese universo, entre lo fantástico y lo histórico, están tres mujeres que conducen el peso de la historia: Nóra Leahy, la viuda que también perdió a su hija y que carga con un nieto que ni habla ni se sostiene en pie; Mary Clifford, la joven encargada de ayudar a Nóra en el cuidado del niño; y la anciana Nance Roche, que conoce en profundidad los males que aquejan al mundo y la forma de aliviarlos. Todas habitan un microcosmos cuyo equilibrio se rompe tras la muerte de Martin, como si ese fuese el más nefasto de los presagios. Las vacas dejan de dar leche, las mujeres embarazadas caminan en sueños y las gentes hablan de maldiciones. Una ruptura que se personifica también en la llegada del padre Healy, cuyas convicciones religiosas chocan de frente con el modo de actuar de los lugareños.

La trama que se desarrolla en torno a todos ellos se inspira en un hecho real, y a poco avezado que sea el lector, pronto averiguará cuál será su desenlace. A pesar de ello, el interés se mantiene y el ritmo de la novela, aunque pausado, no decae en ningún momento. No es este una novela de giros imprevisibles ni grandes sorpresas, pero sí una lectura para degustar con calma. Muy recomendable.

miércoles, 31 de enero de 2018

"El deshielo", por Lize Spit.



En 1988 nacieron tres niños en la pequeña ciudad de Bovenmeer: Laurens, Pim y Eva. Durante la infancia, y debido a la difícil situación familiar que vivía, la niña se volcó en su amistad con sus compañeros. Al llegar a la adolescencia, y azuzados por una incipiente curiosidad sexual, los chicos iniciaron un escabroso juego que tendría graves consecuencias para ellos. Transcurridos trece años de ese último verano juntos en que todo se desbocó, Eva regresa a Bovenmeer dispuesta a ajustar cuentas con el pasado. 

Esta es una de ésas novelas difíciles de reseñar. Primero, porque desde que se publicó en Bélgica allá por 2015, ha entrado en una bola creciente de popularidad que ha hecho que la veamos hasta en la sopa. Segundo, porque viene avalada por varios premios y una buena dosis de controversia, dos ingredientes que nunca fallan a la hora de azuzar a cualquier lector que se precie. Y tercero, por la novela en sí misma, por su contenido y por la forma de contarlo. Cómo se las gasta Lize Spit, amigos.


Eva vuelve a su localidad natal, Bovenmeer, después de años de exilio, con la excusa de participar en un homenaje a Jan, fallecido cuando ambos eran apenas adolescentes. Pronto sentiremos el peso que arrastra Eva, focalizado en ese enorme bloque de hielo que transporta en el maletero del coche, y que la llevará a recorrer su infancia y adolescencia junto a los otros dos niños que nacieron el mismo año que ella: Laurens y Pim. 

La infancia y los primeros compases de la adolescencia de Eva no son precisamente un terreno fácil ni agradable de pisar. En el hogar familiar, Eva sólo halla refugio en la figura de su hermana pequeña, Tesje, aquejada de un mal que la obliga a repetir rituales absurdos de forma constante.

Estructurada en varios tiempos, con constantes saltos adelante y atrás en el tiempo, "El deshielo" es una novela tremendamente exigente, que requiere una buena dosis de paciencia para entrar en ese clima cerrado, opresivo, de la infancia de Eva en Bovenmeer. Splitz se vale de un entorno rural, de ésos dados a la maledicencia y la rumorología, de ésos en los que uno vale más por lo que calla que por lo que cuenta, y en él coloca a Eva, Laurens y Pim en pleno despertar sexual. Una transición especialmente compleja en esta historia, que en más de una ocasión va a dejar al lector sin aliento, más por la dureza de lo que cuenta que por el ritmo de la novela, que es más que pausado. No por ello decae el interés del lector, que se ve inmerso en una trama que va in crescendo hasta que, en las últimas cien páginas, te golpea con contundencia. Fueron varias las veces en las que tuve que cerrar el libro para tomar aire, yo que pensaba que tenía el estómago curtido para estos menesteres.

Supongo que si habéis leído hasta aquí, no queda nada claro si la novela me ha gustado o no. Personalmente, sí. Me ha gustado la narrativa, pausada y con carácter, de Lize Spit. Me ha gustado que, después de tantas novelas negras a las espaldas, haya conseguido doblegarme como lectora, especialmente en las últimas cien páginas, y me haya obligado a tomar aire. Me ha gustado, pero no lo hará a todo el mundo, ese final tan necesario. ¿La recomendaría? Sólo a lectores con cierto bagaje y buena capacidad para encajar los golpes. ;)

jueves, 25 de enero de 2018

"Respirar por la herida", por Víctor del Árbol.


Para Eduardo la vida no tiene sentido desde que perdió a su esposa y a su hija en un trágico accidente de coche. A partir de entonces, pasa los días inmerso en un estado depresivo, incapaz de cerrar la profunda herida que le atormenta. Abandonó la pintura y pasó de ser un artista respetado a convertirse en víctima del alcohol y la autocompasión.

Pero su vida da un nuevo giro cuando recibe un encargo insólito. Gloria Tagger, una famosa violinista, le pide que pinte el retrato de Arthur Fernández, un rico empresario responsable de la muerte de su hijo y de otra niña. Él, tanto como Gloria, necesita comprender qué se esconde tras su rostro; averiguar qué siente, qué piensa y si se arrepiente. A cada pincelada, y a medida que cobra forma la obra, más supura la herida de Eduardo. Ha iniciado un viaje del que tal vez no podrá regresar...


Nunca he salido viva de una novela de Víctor del Árbol. De hecho, ya procuro enfrentarme a ella con los arrestos que precisa semejante tarea, a sabiendas ya de la que me espera: un esfuerzo para entrar, para querer formar parte de una amalgama de personajes grisáceos, desmenuzados en su pasado y en su interior para ofrecérselos a un lector que ha de encargarse de ubicarlos. Ya se encarga el propio autor después de irles cambiando de sitio, de llevar al infierno a los buenos para que los despedace la vida y de mostrarnos al torturador vulnerable y con principios. Aquí ya sabemos que no hay categorías, que nadie está a salvo, ni siquiera parapetado tras las páginas. De aquí no sale nadie indemne.

"Respirar por la herida" es un tratado sobre el dolor y la pérdida, una visita guiada por la cara más fea de la vida, todo disfrazado de novela negra, camuflado bajo una trama complejísima, que se asemejaba en mi mente, cuando iba leyendo, a una construcción descomunal, llena de entresijos. La sostienen unos cimientos sólidos, sus personajes, al principio ladrillos sueltos que van conformando, poco a poco, un todo. A Eduardo, a Gloria, a Arthur, a todos los que orbitan a su alrededor, es imposible no sentirlos cerca, no sentir por ellos compasión. Pero también se les detesta un poco, por pusilánimes, o por cobardes, o por exceso de arrojo. Como sea, son ellos los que sostienen sobre sus hombros el peso de una trama llena de giros y vericuetos, de cambios de tiempo y escenario que nos van a situar en el pasado y el presente de todos ellos.

Y narrándolo todo, el estilo asfixiante de Víctor del Árbol, su prosa delicada y dolorosa, su vocabulario, sus metáforas, sus diálogos, su forma casi exclusiva de contar el dolor.  

El único pero que encontré, allá por los compases finales, fue la sensación de que alguna pieza necesitaba un esfuerzo extra para ser encajada, como si ya mi mente anduviese saturada de probabilidades, dolor y casualidad. También es cierto que estamos ante una novela extensa y que requiere un esfuerzo, sobre todo, emocional, para completarla, por lo que es inevitable la sensación final de hartazgo y tristeza.


martes, 23 de enero de 2018

"La parte escondida del iceberg", por Màxim Huerta.

«Te doy todo este libro para que aparezcas», dice el protagonista. Se ha escapado, mantiene una relación con el pasado, pero el pasado ya no está. La parte escondida del iceberg es la reconstrucción amorosa de un ser excepcional. Un escritor perdido en París; la ciudad le pesa, solo la necesita para encontrar los recuerdos, como migas de pan, de aquello que fue. Para eso debe atravesar un invierno de recuerdos. Se adentra en un territorio desconocido, devastado además por una tormenta emocional, una ruptura que arrasó su paisaje interior hasta hacerlo irreconocible. 

Un inventario de mentiras que le contaron y de las verdades que no quiso aceptar. Este es un libro sobre la vida, a medio camino entre el recuerdo y la superación del dolor; habla de las risas, de las amistades, de la noche, los días… y de ese lado vacío de la cama que se queda para siempre ocupado de recuerdos. Un libro que nos revelará muchas cosas de nosotros mismos.


Será difícil escribir esta reseña, me temo. Tan difícil como a mí me ha resultado la lectura de "La parte escondida del iceberg", una novela que he leído en varios tiempos, que tiene demasiadas cosas que no me han gustado, que directamente me estorbaban, pero que me ha provocado dolor en algunas partes del cuerpo que están tan hondas que no sabría ni nombrarlas. Esta es una de esas historias que a uno, como lector, le cuesta procesar y digerir. Que nunca recomendaríamos leer a alguien. Y aquí estoy, a ver qué os cuento.

"La parte escondida del iceberg" es, dice su autor, una especie de alivio de luto. No esperéis una novela, ni una biografía novelada como se podría intuir. Es más un exorcismo. Un sacarse de dentro el dolor dándose cabezazos contra una pared. Y por mucho que esa pared esté ubicada en el mismísimo alma de París, en la ciudad más bella del mundo, el golpe seguirá doliendo. Màxim Huerta juega a desnudar su pérdida, y enlaza ese dolor con el proceso creativo como herramienta para asumirla: "Aquel día comprendí nítidamente esa sensación, por bufonesca que parezca, que resume bien toda esta novela, mezcla de berrinche y de lápida."

El autor se revuelca en su dolor, en los errores y los recuerdos, en los "y si...". Recorre de nuevo París, ahora sin ninguna mano a la que aferrarse, y la ciudad parece ir cambiando de color bajo el prisma de su estado de ánimo. Montparnasse, el Marais, La Jolie Bohème, los cafés, las mujeres, los croissants... El empacho parisino fue, en mi caso, inevitable.

"En mi cerebro apareció París. No el París de las postales, apareció el París que visitamos juntos y que se quedó en la parte escondida del iceberg a falta de fotos. Esa novela que lleva atrapa en mi garganta dese hace tantos años y que surge a trozos en las que voy publicando. Ya no estoy en esas escenas, estoy en esta."

Y, sin embargo, me quedo a seguir leyendo. A pesar del exceso, a pesar del dolor, de las digresiones, de la vuelta al mismo lugar. Me quedo porque me gusta cómo escribe Màxim Huerta, y me quedo porque yo estuve en ese París, sin haber estado nunca. Me quedo porque más allá del berrinche y el dolor, escribe un autor que sabe plasmar las emociones de una forma que yo entiendo y siento. Y me quedo también por Anna Gavalda, Rosa Montero, Antonio Muñoz Molina.. por todos esos autores a los que alude el escritor, que han conformado su bagaje, que le han enseñado a crear, a escribir, a dibujar ésas emociones. Y me quedo por las referencias a sus novelas anteriores, a cada uno de los caminos que le llevaron a ellas.

"La novela es un territorio literario en el que reina la imprecisión y la fantasía y en el que, como n la foto de Doisneau, todo puede parecer verdad. Me imagino que esa ha sido una de las razones por las que me hice escritor, contar mentiras desde niño para cambiar la realidad."

Hay un pasaje, uno inesperado, que no acababa de casar con la historia que el autor me estaba contando, en el que retoma su infancia en Utiel, las mujeres de su vida, que ya protagonizaron "La noche soñada". Una escena que me conmovió hasta las lágrimas. Lo que no estaba consiguiendo el protagonista, con todo su desamor, con todo su París, lo consiguió el niño en el cementerio de Utiel.

Sé que mi reseña resulta caótica. Quizá porque así se me antojó esta lectura. O porque me cuesta poner en orden tantas sensaciones, porque no sería capaz de decir que me ha gustado, ni que no lo ha hecho, ni que la leas ni que dejes de hacerlo. Quién soy yo. No es una novela fácil, ni amable, ni ágil, ni divertida, ni bonita. No es ni de lejos lo mejor que ha escrito el autor. Quizá valga solo para los muy devotos, o justo lo contrario, para los que no lo son. Es, si tuviese que calificarlo de algún modo, un acto de contrición, un autor lamiéndose las heridas a solas con el que lee. Una invitación a una intimidad que intimida y abruma.

"Y todo eso que no cuento de ti constituye la parte sumergida de mi iceberg. La que soy incapaz de asumir ni de visitar."

viernes, 19 de enero de 2018

"El motel del voyeur", por Gay Talese.

Poco antes de la publicación de La mujer de tu prójimo, Gay Talese recibió una carta de un misterioso hombre de Colorado que le hacía partícipe de un secreto sorprendente: había comprado un motel para dar rienda suelta a sus deseos de voyeur. En los conductos de ventilación había instalado una «plataforma de observación» a través de la cual espiaba a sus clientes.

Talese viajó entonces a Colorado, donde conoció a Gerald Foos y pudo comprobar con sus propios ojos la veracidad de la historia. Además, tuvo acceso a algunos de sus muchos diarios: un registro secreto sobre el cambio producido en las costumbres sociales y sexuales de su país. Pero Foos había sido también testigo de un asesinato, y no lo había delatado. Tenía, pues, muchos motivos para permanecer en el anonimato, y Talese pensó que esta historia nunca vería la luz.

Hoy, treinta y seis años más tarde, Foos está listo para hacerla pública y Talese puede darla a conocer. El motel del voyeur es una extraordinaria obra de periodismo narrativo que abre un intenso debate ético, y uno de los libros de los que más se ha hablado en los últimos años.

El 7 de Enero de 1980, el prestigioso periodista estadounidense Gay Talese recibió una carta escrita a mano, enviada por correo exprés y sin firma, en la que su  autor afirmaba haber comprado un motel, quince años atrás, destinado a satisfacer su curiosidad como voyeur. Más concretamente, para estudiar el comportamiento sexual de la especie humana en la intimidad de sus dormitorios. En aquel momento, Talese estaba a punto de publicar "La mujer de tu prójimo", en el que estudiaba el negocio del sexo  en Estados Unidos, y que más tarde vendería millones de ejemplares en todo el mundo.  
Algo incrédulo, pero azuzado por el instinto, Talese respondió a la misiva ofreciéndole un encuentro al misterioso voyeur. Así comienza la relación entre Talese y Gerald Foos, que se encontraron varias veces a lo largo de las décadas posteriores y que culmina en este "El motel del voyeur".

Como podéis entrever, no estamos ante una novela al uso, sino ante un extenso reportaje sobre la figura de Foos y todo lo que este observó a lo largo de los años, valiéndose de los agujeros, simulados bajo rejillas de ventilación, que practicó en varios de los dormitorios de su propio motel. Y aunque así, a bote pronto, suene todo bastante espantoso, lo cierto es que el relato de Talese te atrapa, y te obliga a preguntarte cuánta razón tiene Foos al afirmar que dentro de cada uno de nosotros hay un voyeur en potencia.

- ¿Cómo le gustaría que le describieran en la prensa cuando haga pública su historia? - quise saber.
- Espero que no me describan como un pervertido o una especie de mirón - dijo -. Me considero un "pionero de la investigación sexual".

Foos se tomó tan en serio su papel que recopiló toda la información que iba extrayendo de sus observaciones en decenas de cuadernos. Unas observaciones que le condujeron, a su vez, a una serie de conclusiones más o menos acertadas, pero sin duda, llamativas. Al final, el voyeur acaba revelándose como un ser casi superior...

" ...a veces se presentaba como historiador social, un pionero de la investigación sexual, alguien que denunciaba la corrupción de la sociedad, un solitario, alguien con doble personalidad, y un crítico resulto a sacar a la luz las hipocresías y apetitos ocultos de sus contemporáneos"

Y es que, ante todo, el relato de Foos, más allá de las peripecias sexuales de sus huéspedes, es un recorrido por el pensamiento y la práctica sexual a través de varias décadas. Asistimos a la irrupción de la píldora, a la supuesta liberación a la que condujo; el aborto, el sexo interracial o la normalización de prácticas entre personas del mismo sexo... A través del tiempo, los criterios morales en lo que respecta al sexo se van redefiniendo, las conductas antaño tachadas de perversión se van incorporando a lo habitual. Un recorrido curioso, cuando menos, y que sirve también para ver, tal como lo hace el voyeur, desde fuera, nuestra propia hipocresía y falsedad a través de los actos de los que son observados.

No es una lectura para recomendar alegremente, pero sí tengo que confesar que a mí me ha hecho pasar un rato entretenido y que me ha parecido, como poco, curiosa y atractiva. 

martes, 16 de enero de 2018

"Al envejecer, los hombres lloran", por Jean - Luc Seigle.


El 9 de julio de 1961 es un gran día para la familia Chassaing y los habitantes del pequeño pueblo en el que viven: hoy llegará el primer televisor al lugar, y el novedoso aparato les traerá las imágenes del hijo mayor, Henri, destinado a la guerra de Argelia. Todo el mundo está invitado al gran acontecimiento que marcará las vidas de estos recién nacidos telespectadores.

Durante el día en el que transcurre la novela, el lector se enfrenta a la muerte, el adulterio, la mentira, y a una revelación en la que la Historia en mayúscula se mezcla con la historia de una familia que ya no volverá a ser la misma.



"Un obrero es como un viejo neumático,
cuando revienta,
ni reventar se le oye."
Jacques Prévert, Citroën, 1933
Poema en apoyo a la Huelga de los obreros.

Empieza esta novela con esa cita del Poema en apoyo a la Huelga de los obreros, escrito por Jacques Prévert en 1933. Mi padre ha sido obrero toda su vida. Mis abuelos trabajaron en el campo, siempre para otros, y se los comieron a turnos el frío, el sol y el hambre. No sé si eso justifica que ese cita inicial me provocase un vuelco en el estómago. Sí sé que empecé la novela al borde de las lágrimas, y del mismo modo la terminé.

" Era la primera vez que pensaba en la felicidad al mismo tiempo que en terminar su vida. Quizá porque ese deseo del fin estaba arraigado en él desde hacía mucho tiempo, como una bala que se hubiera alojado en su cuerpo sin matarlo. En Albert, la bala imaginario estaba alojada muy cerca de su corazón."

Jean - Luc Seigle nos sitúa en el 9 de Julio de 1961, el día en que se desarrolla, a lo largo de sus 236 páginas, esta historia. Amanecemos junto a Albert, nos asomamos a su rostro poblado de sudor, a la quietud de su dormitorio y su hogar, en el que todos duermen menos él. Albert mira a Suzanne, que permanece inmóvil al otro lado de la cama. Piensa en su madre, esa anciana frágil que posiblemente habrá pasado la noche con los ojos abiertos como platos. Piensa en su hijo Gilles, el que lee a todas horas pero no se apaña con la ortografía. No piensa en Henri, su hijo destinado en la guerra de Argelia.

Enseguida llega la mañana en todo su esplendor, y recorremos el día en que el televisor llegará al hogar de los Chassaing, una pantalla que les permitirá asomarse a la guerra y recuperar el rostro de su hijo. Y así discurren la tarde, el crepúsculo, la noche y la mañana del día siguiente.

Estructura en siete partes que recorren las distintas fases del día, Jean - Luc Seigle se vale de una narración sencilla, dotada de una intensa intimidad, para hablarnos de la pérdida, el deseo, la necesidad de amar y ser amado o la imposibilidad de retener el tiempo que se va. Es imposible no caer rendida a los pies de un personaje como Albert, el sereno padre de familia, que esconde bajo su apariencia imperturbable una bala imaginaria que se esfuerza por mover, a ver si por fin le alcanza el corazón. A Albert le cuesta tanto sostener su pasado como su presente, del futuro ni se habla.

A su alrededor orbitan el resto de personajes de la novela: la esposa, Suzanne, rejuvenecida e inexplicablemente más bella tras la partida del hijo, quizá porque necesita volver a cuidar de sí misma para no volverse loca;  Gilles, el entrañable hijo pequeño, al que las frases del "Eugène Grandet" de Balzac se le antojas sinuosas, pero que se esfuerza por seguirlas; la apacible Madeleine, tan frágil...
Una galería de personajes y escenas, como esa en la que Albert entra en el dormitorio de su madre para asearla por primera vez, que hacen que sea esta una lectura que merece la pena abordar. Sólo por ese instante, por ese puñado de páginas, ya os diría que la leáis. Pero es que hay más. Hay unos personajes tan humanos, tan de verdad; hay ternura, hay tristeza, pero también hay un canto a la esperanza, a la posibilidad real, por remota que parezca, de salir adelante. Aunque para ello haya que dejar ir al niño que fuimos.

Tengo que darle las gracias a mi amiga Ana, del blog Cuéntame algo...  mejor, escríbemelo, que puso en mis manos esta historia. De todas las cosas buenas que tiene este mundo virtual de lecturas,lo mejor sin duda es encontrarse con gente como tú en el camino.

miércoles, 10 de enero de 2018

"Eleanor Oliphant está perfectamente", por Gail Honeyman.


Nadie le dijo a Eleanor que la vida podía ser mejor.
Eleanor Oliphant siempre dice lo que piensa. Lucha por dejar de ser alguien con pocas habilidades sociales. Se ha preparado un calendario vital cuidadoso y estricto para evitar interacciones sociales: los fines de semana los pasa sola comiendo pizza congelada y bebiendo vodka y todos los miércoles habla con su madre. Pero todo cambia cuando Eleanor conoce a Raymond, el informático de la oficina. Juntos abandonarán la soledad en la que han estado viviendo.

Una novela cálida y elegante. La historia de una heroína fuera de lo común, cuya inexplicable rareza e ingenio descarado la llevará a darse cuenta de que la única manera de sobrevivir en el mundo real es abriendo su corazón a la amistad.


Eleanor Oliphant está perfectamente, a pesar del par de litros de vodka que se mete los fines de semana entre pecho y espalda. Pero eh, está perfectamente. No le afecta en demasía ser el hazmerreír ocasional de algunos de sus compañeros de oficina. Y le importa un bledo la cicatriz que le cruza la cara. Eleanor es una desertora de las convenciones sociales, una amante de los zapatos planos que cierran con velcro y de la buena ortografía.  Eleanor es también una superviviente nata, una mujer que se ha sobrepuesto, a su manera, a cosas que a cualquiera de nosotros nos habrían matado de pena. Así que podríamos decir que sí, que está perfectamente.

Gail Honeyman construye un personaje del que es imposible no enamorarse, que te atrapa desde la primera página. Eleanor es una rareza, una mujer de treinta años que vive sola, en el sentido más amplio y literal de la palabra. Y que quiere vivir así, porque es la única forma de sentirse a salvo. Hasta que un pequeño problema con su ordenador la conduce hasta Raymond, el técnico de la oficina. Un tipo noble, pelín desastroso, fumador empedernido. La antítesis de nuestra pulcra y organizada Eleanor.

De la mano de una prosa sencilla y amable, recorremos el día a día de Eleanor y, a partir de su encuentro con Raymond, recorreremos también parte de su duro pasado. Una pequeña dosis de intriga, mucho humor y mucha ternura pueblan el periplo de nuestros protagonistas, ante los que se abre también un nuevo camino en el que Eleanor deberá explorar la sensación de tener alguien a su lado, que se preocupe y cuide de ella.

"Hoy en día la soledad es el nuevo cáncer: algo vergonzoso, bochornoso, que tú misma te infringes si bien de un modo poco claro. algo temible e incurable, tan espantoso que no te atreves a mencionar; la gente no quiere oír la palabra en voz alta, por miedo a verse también infectada, o tentar a la suerte y que caiga sobre ellos un horror similar".

Honeyman se atreve a construir a un personaje fuera de lo común, que se salta todos los cánones, y le diseña un pasado en el que nuestra protagonista peregrina por distintos hogares de acogida sin llegar a encajar en ninguna parte. Un tema durísimo, casi tabú en nuestra sociedad, que aquí está siempre como trasfondo de la historia aunque la autora no se ceba en él. Ni falta que hace. Lo que importa es el ahora, una Eleanor que nos va a hacer reír, que nos va a emocionar y que amenaza con quedarse contigo, lector, por mucho tiempo.

Confieso que cuando la acabé sólo podía ponerle una pega: que Honeyman no nos hubiese regalado otras tantas páginas (unas quinientas habría estado bien) para seguir acompañando a Eleanor en su camino y ver hasta dónde puede llegar. Una lectura ideal para sacudirse el malestar y el miedo, para reír, emocionarse y pasar un muy buen rato.

viernes, 5 de enero de 2018

Reto Serendipia Recomienda 2018

El reto "Serendipia Recomienda" siempre ha sido uno de mis favoritos de la blogosfera, y este año también me gustaría formar parte de él. Gracias su propuesta del año pasado he leído dos novelas que me han encantado, así que a pesar de no haberlo superado, este año volveré a intentarlo.
Podéis acceder a las bases pinchando en el banner:


Y aquí, mis recomendaciones, con enlace a las reseñas.

- "Subsuelo", de Marcelo Luján.
- "La mala luz", de Carlos Castán.
- "El guerrero a la sombra del cerezo", de David B. Gil.

miércoles, 3 de enero de 2018

"El secreto de Marrowbone", por Sergio G. Sánchez.

Tras la muerte de su madre, cuatro hermanos deciden esconderse en una granja abandonada para protegerse y evitar que los separen. Pronto descubrirán que Marrowbone esconde un oscuro secreto entre sus paredes.

Jack, Jane, Billy y Sam son cuatro hermanos muy unidos. Con el fallecimiento de su madre, los hermanos temen que los separen y optan por esconderse en una granja abandonada, buscando de esta forma poder vivir en su mundo, bajo sus propias reglas y no bajo las que dicta la sociedad. El problema surgirá cuando en la misteriosa granja empiecen a descubrir que no todo es lo que parece. Las paredes esconden un sombrío secreto del que no podrán escapar.
Una novela llena de intriga, intensa y que consigue que el lector esté expectante en todo momento.


“El secreto de Marrowbone” es una novela que nace en el sentido menos habitual, siendo primero largometraje y publicándose después la versión escrita basada en el guión de Sergio G. Sánchez, que firma también la novela. Confieso que no he visto la película, que no tengo intención de hacerlo por el momento, y que por tanto, mi valoración se ciñe a lo que a mí me ha transmitido la novela en cuestión.

Sí algo quisiera destacar de ella sería una ambientación que, sin tener nada de novedoso, siempre me funciona: la tradicional casa gótica encantada. La mansión Marrowbone bien podría haber sido aquella Hill House que describía Shirley Jackson como una casa en movimiento, poblada de recovecos. Aquí, además, los espejos se tapan con lonas para ahuyentar a los fantasmas. Y en el salón, Jack, Jane, Billy y Sam han construido su propia fortaleza, acumulando bajo unas sábanas sus tesoros, convirtiéndola en un lugar seguro e inexpugnable. Los hermanos Marrowbone me han transportado a otra autora que, en mi caso, es una de las grandes culpables de mi amor por la lectura: Enid Blyton. Es imposible leer el pasaje de la playa sin recordar las expediciones de Los Cinco, sin añorar esa época.

En cuanto a la trama, creo que cualquier lector que frecuente el género verá pronto, demasiado pronto, por dónde van los tiros. Aún así, hay un buen manejo de la intriga y la información llega al lector en dosis adecuadas, pequeñas pero frecuentes, gracias en parte a la estructura de la novela, armada en capítulos breves. En mi caso, el hecho de haber adivinado pronto qué se escondía en el desván no ha sido un hándicap para disfrutar de la lectura.

El estilo del autor es, como os podréis imaginar, sencillo y directo. No olvidemos que venimos de un guión cinematográfico, y eso se nota en la forma de narrar, muy directa y visual. Las ilustraciones que acompañan al texto, en blanco y negro, me han gustado muchísimo. Creo que casan perfectamente con el tono de la historia y que captan con acierto los instantes más significativos de la novela.

Como veis, una lectura sencilla y muy entretenida que, quizá, peque de inocente para aquellos habituales del género, pero que agradará a cualquiera que disfrute de las historias clásicas de fantasmas.