miércoles, 11 de abril de 2018

"La muñeca rusa", por Juan Miguel Contreras.


¿Qué piensa un hombre que contempla la Tierra desde el espacio, donde va a morir sin regresar? Nunca podremos saberlo, sin embargo, la historia no se detiene, e Irina Belokoneva, hija de ese cosmonauta perdido entre la Luna y la Tierra, es parte de ella.

La muñeca rusa arranca con la entrada en 1968 de las fuerzas del Pacto de Varsovia en Praga. En un psiquiátrico de la ciudad, son testigos de ella el celador Milos Meisner e Irina. Ella ha ido a parar allí porque cuenta la extraña historia de su padre, un cosmonauta abandonado a su triste suerte en el limbo espacial; un relato que nadie puede ni quiere creer, salvo Milos Meisner.

La historia no se detiene y la del celador, convertido en protagonista de la narración ha de seguir en París, donde alcanza cierta notoriedad como escultor. Gracias a ello prosigue su errática carrera y va a parar a un pueblo perdido de Almería. Viaja con él la historia de Irina y la culpa de haberla abandonado por segunda vez. Se la relata al librero del pueblo y en su diálogo es donde el lector recupera la historia, esa historia que nunca se detiene...

"La muñeca rusa" es la historia de Irina, la loca Irina, que languidece en un sanatorio mental en Praga. Es la historia de su padre, el cosmonauta ruso cuyo nombre borraron de la historia, flotando eternamente en el espacio. Es la historia de un país sitiado y oprimido por una fuerza brutal que ahoga a los ciudadanos. Es la historia tal como se la cuenta Milos Meisner, el celador que se enamoró de Irina, a un librero de Almería muchos años después. Es un ejemplo de cómo el tiempo y las distintas voces tergiversan una historia.

Tiene pleno sentido el título que Juan Miguel Contreras elige para su novela. "La muñeca rusa" no alude solamente a esa Irina, expatriada y borrada, tan bella como inexistente. Más allá del símil más evidente, es esta una narración que contiene dentro de ella otras muchas historias. Como si de una de matrioshka se tratase, los distintas voces narrativas van destapando capas de madera y barniz, hasta mostrarnos de dónde venía y qué fue de Irina.

¿Cómo se cuenta a lo que Irina sobrevivió, cuando la única manera que tuvo de seguir viva fue abrazando la locura? ¿Cómo rebano las entradas de ese monstruo sin memoria si no estoy seguro de saber leer en sus tripas el destino de una persona a la que le arrebataron el futuro negándose su pasado? ¿Cómo relatar aquello que Irina vivió de manera tan desoladoramente privada? Si lo hago, sé que segaré su mirada, describiré unos ojos que nunca podré ver, que nunca me mirarán, que se vaciaron poco a poco de días y de promesas, que se resquebrajaron hasta hacerse de cristal, como los de un animal disecado.

El estilo de Contreras es denso, sin apenas diálogos, que cuando existen, lo hacen integrados en la narrativa. Hallamos párrafos largos, salpicados aquí y allá de historia contemporánea, de reflexión, de política, de amor. Esta mezcla de conceptos es la mayor bondad y quizá, también uno de los mayores lastres de la novela. Y es que su contenido, de tan rico, puede acabar agotando a un lector que se puede sentir abrumado ante tantas digresiones. También afecta, en este sentido, la estructura de la novela, que a pesar de avanzar de forma más o menos cronológica en el tiempo, tiene en el fondo un sentido circular, volviendo siempre a Irina y al psiquiátrico de Varsovia. A veces parece querer moverse hacia adelante, pero no ocurre realmente hasta los últimos compases.

La voz del narrador omnisciente se alterna con la del librero que comparte sus horas con Milos para seguirle la pista a través de los años, desde Praga hasta el pequeño pueblo almeriense donde el celador, reconvertido años más tarde en escultor, trata de reescribir su propia vida. Repasamos su amistad con personajes que existieron realmente, como el novelista checo Bohumil Hrabal, cuya obra tiene una gran influencia no sólo en la vida de Milos sino también, tengo la sensación, en el estilo del propio autor de esta novela.

Ya veis que no estamos ante una novela cómoda ni sencilla de leer. Tampoco de reseñar, doy fe. Ni el estilo, ni la estructura, ni los personajes que pueblan sus páginas son especialmente agradables. Sí que estamos ante una prosa bonita, muy rica, con ciertos destellos especialmente bellos. Me ha gustado especialmente Irina, la Irina del primer tercio de la novela, y la narración de la invasión soviética, con los ciudadanos checos tomando las calles frente a los tanques, formando una guerrilla urbana hecha de estudiantes, matrimonios y niños en lucha contra la represión. No me ha gustado tanto la parte final, cuando esa forma circular que toma la novela empieza a pesar y el misterio en torno a Irina se va desvaneciendo.

"La muñeca rusa" ha sido, sobre todo, una grata salida de la zona de confort, una novela que se sale de los cánones de las novedades que publican las grandes editoriales (gracias Baile de Sol) y que no habría llegado a mí de no ser por las chicas de Netherfield, a las que tenemos mucho que agradecerles en este sentido.

miércoles, 4 de abril de 2018

"Sigo siendo yo", por Jojo Moyes.

Lou Clark sabe demasiadas cosas...

Sabe cuántos kilómetros hay entre su nuevo hogar en Nueva York y su nuevo novio, Sam, en Londres.

Sabe que su jefe es un buen hombre y sabe que su mujer le está ocultando un secreto.

Lo que Lou no sabe es que está a punto de conocer a alguien que va a poner toda su vida patas arriba.

Porque Josh le recordará tanto a un hombre que conocía que hace que el corazón le duela.

Lou no sabe lo que hará a continuación, lo que sí sabe es que lo que decida lo cambiará todo para siempre.


Lou Clark sabe demasiadas cosas, reza la sinopsis de "Sigo siendo yo". Jojo Moyes, su autora, también. Sabe que el filón de Lou le permitirá seguir vendiendo libros como rosquillas. Sabe que mucha gente los comprará movida por los sentimientos que generó en muchos de nosotros "Yo antes de ti". Sabe también que es una buena contadora de historias, que se le da bien hablar de sentimientos. Sabe ponérselo fácil al lector, ofreciéndole su estilo sencillo y amable, salpicado de un humor que te permite leer con una sonrisa en los labios. Lo que no sé si Jojo sabe es que ni este libro, ni su anterior, tienen sentido más allá del negocio editorial. Que ella tuvo una historia que contar, y lo hizo maravillosamente bien, pero ahí debió quedarse, en el punto y final de "Yo antes de ti".

Habrá, obviamente, cientos, miles de lectores que no compartan mi opinión, y que estén dispuestos a seguir la errática carrera de Lou por donde quieran llevarla. Así que no os toméis demasiado en serio lo que digo, especialmente si eres un potencial lector de esta entrega.

Confieso que a pesar del desengaño de la segunda parte, me gustó mucho el arranque de este "Sigo siendo yo". Moyes vuelve a colocar a Lou en territorio hostil, allá en la jungla neoyorkina, en medio de una familia tan rica como peculiar, y ante todo, llena de secretos. Me gustó la introducción de personajes como Ilaria o Agnes, que aportaban un punto de misterio y de carácter que le faltó a las incorporaciones de la segunda parte. No tanto el recurso del chico que se parece a Will, que de manido y simplón me dio ganas de lanzar el libro desde lo alto del Empire State. La cuestión es que a mitad de novela, el misterio en torno a los Gopnik se diluye y pasamos a otra cosa, sin más. Entiendo que el punto fuerte de Moyes no es el manejo del suspense, que lo suyo es contar otro tipo de historias. Vale. Pero qué chasco.

A partir de ahí, la trama desemboca en una especie de comedia romántica, con triángulo amoroso incluido, en el que algunos personajes dejan de ser coherentes con todo lo que han hecho hasta ese momento, y se vuelven imbéciles o encantadores, según toque, por exigencias del guión.  Aquí te aguantas las ganas de leer en diagonal porque es Lou y le tienes cariño, pero las tropecientas páginas se te empiezan a hacer bola y se anuncia una severa indigestión.

Guardé durante años la continuación de "Yo antes de ti" es la estantería, sin decidirme a abrirlo, porque me temía que me ocurriese, precisamente, lo que me ha ocurrido. Que me pareciese todo innecesario y que me estropease el grato recuerdo de la historia de Lou y Will. Esta lectura conjunta me pareció la excusa perfecta para rescatarla y darle la oportunidad, segura de que si no era ahora, posiblemente no la leería nunca. Y aunque me arrepienta un poquito de haberlo hecho, me gustaría agradecer a los blogs organizadores la oportunidad que nos ofrecen, en innumerables ocasiones, de leer historias a las que, de otro modo, no llegaríamos.