martes, 30 de junio de 2015

"Extraños en el tren nocturno", por Emily Barr.

Si “Extraños en el tren nocturno” fuese una película en vez de un libro, es muy probable que Alfred Hitchcock hubiese estado encantado de dirigir su primera parte, David Fincher habría hecho virguerías con la segunda y la tercera habría quedado para un director majo de acción rollo Pierre Morel. La novela de Emily Barr parte de una interesante premisa y una excelente ambientación que no logra mantenerse hasta el final. Pero es que era difícil.

Lara Finch es una mujer aburrida, en una ciudad aburrida, casada con un hombre que la aburre soberanamente. Lara se asfixia, y así lo cuenta, en primera persona. Lara es una gran narradora, y por eso uno rápidamente se mete en su pellejo. Un trabajo en Londres se erige como su única opción para tomar aire, una salida para pasar cinco días fuera de casa y volver cada viernes a Cornualles en el tren nocturno. En ese tren conocerá a Guy, un tipo terriblemente encantador. No os cuento más. Esta es una de ésas historias en las que cuanto menos se sepa, mejor.

Como os decía, “Extraños en el tren nocturno” tiene un arranque brutal. La narración de Lara tiene fuerza, es una heroína inmoral, hastiada, a la que tú, lector, quieres ayudar a escapar. Ése tren nocturno resulta un escenario sugerente y propicio para la seducción y el misterio. Un tren de pequeños vagones que pasa la noche traqueteando mientras sus habitantes beben gintonics en el bar y se rozan inevitablemente al cruzarse por los estrechos pasillos. Sobre los personajes, y sobre el lector, flota la sensación de que algo va a ocurrir. Y también de que algo ocurrió que, de algún modo, nos ha traído hasta aquí. Y hasta aquí habría filmado Hitchcock.

En la segunda parte, Iris toma el relevo de Lara y la narración pierde un poquito de fuelle. Y aún así, la intriga se mantiene aún cuando cambiamos el tren nocturno por un Londres gris y bullicioso. Sigue existiendo el misterio, la tensión, la expectación. Y poco a poco, la narración va ganando en ritmo y en esta ocasión eso no es bueno. Porque la intriga va derivando en una novela de la acción más básica, con un malo tremendamente malo, intentos de huída in extremis y algún mamporro que podría haber firmado Liam Neeson. La historia sigue siendo entretenida pero ahora nos falta el encanto inicial.

No os defraudará la novela de Emily Barr si os la lleváis en la maleta para leer entre chapuzón y granizado, o para amenizar alguna noche de hotel o un viaje en avión. No será una lectura que marque vuestro verano, pero sí tiene el suficiente empaque y, a la vez, es lo bastante ligera, como para resultar grata y entretenida.

miércoles, 24 de junio de 2015

"Amor prohibido", por Coia Valls.

Empecé este año con un montón de retos en mente, siempre lo hago. Me gusta que el tiempo me marque pautas, inicios, finales, me ayuda a poner orden. Luego la inconstancia me traiciona, pero siempre doy pasitos pequeños. De momento no me ha ido mal. Una de mis propuestas era diversificar, ampliar horizontes y salir un poco, de vez en cuando, de mi área de confort. Un espacio en el que me instalo cuando me encuentro apática o agobiada y que hace que mis lecturas se reduzcan a un par de novelas negras ligeritas y mal leídas. Así pues, con el objetivo de obligarme a hacer alguna expedición literaria, me apunté a un montón de retos e iniciativas, a leer cosas que de otro modo no leería. Gracias al mes de la novela histórica, y a la recomendación de Francisco, ése lector indiscreto que es casi un máster del universo en la materia, llegué a la novela que hoy os traigo. Él me puso frente al nombre de Coia Valls y, casualmente, unos días después, fui a toparme en la librería del barrio con un libro suyo. Y se vino a casa.

“Amor prohibido” os puede llevar a engaño, como hizo conmigo. El título y la sinopsis parecen ponernos en el camino de la más clásica novela romántica, un sacerdote y una señorita de bien, allá en la Barcelona medieval, sufriendo de mal de amores. Cuando empecé a leer no las tenía todas conmigo, lo reconozco. Pero es fácil, muy fácil, dejarse envolver por la delicada y hermosa prosa de Coia Valls. Su narración resulta tan agradable, tan sencilla, que te atrapa. Por sus páginas empiezan a desfilar una serie de personajes abrumados por el amor y la culpa, moviéndose en el escenario de una Cataluña medieval y casi apocalíptica, asolada por el hambre, las epidemias y los terremotos.

Es precisamente la narración del terremoto que asoló en Valle del Camprodon en 1428 el que marca un punto de inflexión en la novela, cambiando de lugar la piedra angular que la sostiene. Así, la relación entre Agnès y Marc pasa a un segundo plano y gana protagonismo otro amor vetado, el de una mujer por el oficio de la medicina en pleno siglo XV. Y aquí es cuando me quedé prendada de esta historia. La estancia de Agnès en Manresa y su formación como doctora de la mano de las figuras de Floreta Sanoga y Margarida Tornerons aportan a la novela otra línea argumental más interesante, para mí, que la anterior. La historia de amor inicial permanece tras esta, malviviendo al paso de los años, escondida bajo la sombra de una ermita en la que San Valentín protege y bendice a los enamorados.

También se atreve a poner Coia Valls entre sus letras temas como la lucha de clases, la todopoderosa presencia de la iglesia o el celibato en el sacerdocio. Y lo hace situando su historia en un hermosísimo escenario, muy bien dibujado, que nos llevará por la Cataluña de la época, una tierra de valles luminosos y monasterios, de asaltantes en los caminos, de hambre, supersticiones y oraciones.

Como veis, ha sido agradable mi primer encuentro con esta autora catalana. Reconozco que quizá me quedaría más con la forma de contarlo que con lo que nos cuenta, que igual no estamos ante una trama que me haya resultado particularmente atractiva en sus inicios, pero que va ganando en consistencia conforme avanza. Y sobre todo, me quedaría con sus personajes, los que existieron y los que no, y los particulares demonios y luchas de cada uno de ellos.

jueves, 18 de junio de 2015

"El hombre de la máscara de espejos", por Vicente Garrido y Nieves Abarca.

“Tesis” es la película con la que más miedo he pasado en mi vida. Para los que tengáis la fortuna de ser lo suficientemente jóvenes como para no haber oído hablar de ella, os contaré que se trata de la película con la que debutó un tal Alejandro Amenábar, que por entonces era un chaval que me imagino que ni soñaba con ganar un Oscar. “Tesis” nos descubrió a todos el concepto de las películas snuff, grabaciones en las que aparecen escenas de sexo, violencia y muerte que son reales. Quizá ahora que tenemos estómagos grandes y resistentes, que ya nos queda lejos el romanticismo de grabar con una mastodóntica cámara al hombro, “Tesis” os resulte menos dura, incluso un poquito naif. Pero en los noventa, acojonaba. Os lo prometo.

“El hombre de la máscara de espejos” retoma aquel concepto, no demasiado explotado en el cine y la literatura, y lo hace poniendo al frente a dos personajes llenos de carisma: la inspectora Valentina Negro y el criminólogo Javier Sanjuán, viejos conocidos de los que ya hemos leído con gusto las entregas anteriores de la saga escrita por Vicente Garrido y Nieves Abarca. Dos caracteres contrapuestos, ella mujer de carácter, brusca, honesta hasta la médula; él reflexivo, pausado. Su evolución, la de ellos mismos como personajes y la de la relación que mantienen es una de las grandes bazas de la novela. Una maduración que resulta creíble, sólida y serena, que se dibuja aquí mejor que nunca.

Esta tercera entrega, lo reconozco, me ha resultado menos algo menos intensa que las anteriores, especialmente que su predecesora “Martyrium”. Y he echado en falta algo de ésa intensidad. No es porque esta tercera entrega sea menos violenta o menos explícita, sino más bien me queda la sensación de que yo también le he fallado a la novela, a lo que ella me pedía a mí. Un thriller que ofrece un ritmo alto, que te obliga a seguir leyendo, te exige también a ti, como lector, dedicarle cierto tiempo, mantenerle el pulso. Y yo no he podido hacerlo al ritmo que ella me pedía. Así que se me ha antojado un poco larga, no tanto por las páginas que tiene si no por el tiempo que yo he necesitado para leerla.

Otro aspecto que he echado de menos, respecto a las entregas anteriores, es todo lo referido al mundo del arte. En este caso, nuestro criminal es un cinéfilo empedernido, con unos gustos de lo más peculiares. Pero en mi caso, prefería el clasicismo de El Artista que el expresionismo alemán, que me pilla un poquito lejos.

“El hombre de la máscara de espejos” es, a pesar de mis peros particulares, una continuación acorde, entretenida y coherente que disfrutaréis de igual modo si habéis leído las entregas anteriores o si no lo habéis hecho, ya que resulta algo más independiente que el resto y creo que puede leerse sin problemas como novela única. Nieves Abarca y Vicente Garrido vuelven a enseñarnos lo bien que se les da pensar a dúo y escribir a cuatro manos, ojalá algún día nos cuenten su secreto.

martes, 16 de junio de 2015

"Noche de almas", por Mikel Santiago.

La escasez de medios agudiza el ingenio. Así que como el presupuesto no me da para comprar todos los libros que quisiera leer, aplico una técnica que aprendí de una cadena de televisión privada y que siempre da muy buen resultado: ante un gran estreno, recurrir a versiones anteriores u otras obras del mismo autor pero más baratas. Fácil y efectivo. Así pues, como a todos os dio por leer la nueva novela de Mikel Santiago, “El mal camino”, y encima os pusisteis de acuerdo para hablar maravillas de ella, decidí darle una oportunidad a “Noche de almas”, un compendio de relatos del autor vasco que se puede descargar de forma gratuita para kindle.

Vaya acierto, qué grata sorpresa. Y no lo tenía del todo claro porque “La última noche en Tremore Beach”, a pesar de sus bondades, de su elegante atmósfera y prosa, no consiguió cautivarme por completo. Pero es que “Noche de almas” ya nos previene de lo bueno que vamos a encontrar en los escritos de Mikel Santiago y encima, remienda los defectos que yo encontré en su novela debut. En todos y cada uno de los relatos que componen esta “Noche de almas” encontraréis ambientaciones distintas, desde el desierto a la alta montaña, esbozadas con increíble sencillez pero dotadas de intensidad y consistencia. Santiago se perfila como un magnífico constructor de ambientes, no importa que el lugar sea una casa aislada en el desierto o una fiesta en el centro de una capital abarrotada. Lo importa es lo que se respira en cada uno de ésos lugares: la culpa, la soledad, el miedo a la pérdida. Disfrazados de relato de terror, escondidos bajo elementos clásicos del género, pero fácilmente identificables.

“Noche de almas” es el relato más extenso y el que da título a este volumen, una historia de terror de corte clásico con una pareja, Daniel y Pía, que se extravían en una ruta por el desierto de Petaril y que llegarán al límite de sus fuerzas a Villa Augusta, la mansión aislada en la que habitan la señora Elena Duarte y su criado Manuel. Una historia de fantasmas en la que confluyen el miedo a la soledad, el peso de los remordimientos  y el sentimiento de culpa.

Un sentimiento que protagoniza, de nuevo, “Escorpio” y “La sombra”, dos relatos hilados con menos precisión pero con empaque y efectividad suficientes. En ambos vuelven a aparecer la culpa y la pérdida vestidas de cuento de terror, de ruidos en la noche y sombras que se mueven en fotografías antiguas.

Cierran el volumen “Una entre un millón” y “La razón de Dios”, dos relatos menos clásicos, muy sólidos, en los que Santiago se las apaña para dotar de cuerpo a sus personajes con apenas unas líneas, en un interesante ejercicio de condensación y ambientación.

Sería un enorme acierto que alguien se animara a editar y corregir esta “Noche de almas”, ya que sí es fácil encontrar erratas, repeticiones y algún error ortográfico y sintáctico (que no es lo mismo encender una higuera que una hoguera, por ejemplo) que entorpecen una lectura  que vale realmente la pena, independientemente de si sois o no asiduos al género de terror.

viernes, 12 de junio de 2015

Lectura conjunta "Mr. Mercedes" (Stephen King)

Teresa, Richard y yo somos fans de Stephen King desde hace muuuucho tiempo (creo que desde la primera vez que cayó en nuestras manos un libro suyo, y nos conquistó su manera de escribir, de meterte en la historia y su habilidad para crear esos ambientes asfixiantes tan característicos de él). Un día, hablando por Twitter, comentamos que no habíamos leído su última novela, Mr. Mercedes, y que teníamos curiosidad por ver cómo se desenvolvía en el género policíaco (sabiendo que, muy probablemente, mantenga su estilo, pero sin llegar a ser terror). Así que nos animamos a hacer una lectura simultánea para ir comentando por Twitter. Y ese día está llegando: El lunes 15 de junio, comenzaremos a leer Mr. Mercedes.

Sabemos que es un poco precipitado (teníamos intención de anunciarlo antes, pero el tiempo vuela y, antes de darnos cuenta, ya estamos casi a mediados de junio), o que muchos ya la habéis leído, pero… ¿queda por ahí alguien que aún no haya leído Mr. Mercedes y le apetezca hacerlo con nosotros? Como he dicho antes, comenzaremos el 15 de junio, cada uno a su ritmo, y comentando en Twitter con el hastag #leemosMrMercedes. No hay obligación de hacer reseña, cada uno es libre de hacerlo (o no) cuando quiera.

De momento ya tenemos a dos valientes que se han animado, Mónica y Patricia. (¡Bienvenidas a esta lectura triconjunta –término acuñado por Inés-, ahora, de momento quinticonjunta!). Si a alguien más le apetece participar, no tiene más que decírnoslo, junto a su nick en Twitter para teneros fichados/as.

Participantes en la lectura de #leemosMrMercedes
Mara (@MaraJSS)
Richard Rodríguez (@richard_once)
Mónica Rubio (@rubiester)
Patricia – Historias Susurradas (@HSusurradas)

jueves, 11 de junio de 2015

"Pez en la hierba", por Ángel Gil Cheza.

Pasé varios días manoseando, mirando, cogiendo y dejando “Pez en la hierba” antes de adentrarme en su lectura. Andaba apática y desganada, en estado de espera, con la fe puesta en que ésos momentos siempre se resuelven en buena compañía. Ese compás de espera tiene siempre la facultad de crear en uno ciertas expectativas. No tienen por qué ser buenas, ni malas. En mi caso consiguieron crear la sensación de que quería que me gustara la novela que tenía entre las manos. Por muchas razones. Para ayudarme a recuperar las ganas, porque necesitaba evadirme. Pero también porque tuve tiempo para adentrarme en la figura de su autor, Ángel Gil Cheza, y me gustó lo que descubrí. Un tipo que a los catorce años era batería de una banda hardcore – punk tiene el currículum suficiente para que yo le adore, así sin más. Encontraréis también en su biografía términos como cantautor, movimientos sociales, revista académica… Y está casado con una violonchelista. Me gusta este tipo. A pesar de que no me haya gustado “Pez en la hierba” tanto como yo quisiera.

Miquel Ortells regresa a su Villareal natal para acompañar a su padre, convaleciente tras sufrir un infarto. Allí se topará con sus propios recuerdos, con alguna leyenda local y con el misterioso asesinato de dos niñas acaecido años atrás. En apariencia, nada nuevo bajo el sol. Pero sí se esfuerza Gil Cheza en aderezar su trama añadiendo un poquito de literatura, especialmente en lo relativo al trabajo del editor, que es el suyo propio; algo de crítica social acerca del desconocido universo del fútbol femenino, y una cuidada ambientación plagada de leyendas acerca de los cuevas y acequias que se esconden bajo la ciudad castellonense.

Pero es sobre todo la forma de contarlo la que hace diferente a “Pez en la hierba”. Ángel Gil Cheza mima su prosa, deposita cada palabra con cuidado, haciendo gala de una mano que resulta igual de prodigiosa para narrar un amanecer o una leyenda local, desplegando un vocabulario rico y hermoso.

Sin embargo, la trama, por sí misma, cojea en dos aspectos fundamentales. Primero en el ritmo, que va de más a menos, partiendo de un prólogo brutal y deslizándose después hacia una especie de thriller intimista que sigue funcionando hasta que se rompe en la tercera parte. Por alguna razón, el misterio inicial queda relegado a un segundo plano a favor de la leyenda local, que toma un protagonismo radical y excesivo. De repente la narración se torna densa, acosada por una superpoblación de datos históricos, geológicos, en los que se pierde la trama, me perdí yo, se perdió mi interés. Fue un bache que podría haber admitido de ocurrir mucho antes, pero no de cara al desenlace.

El otro hándicap de la novela está en sus personajes. Miquel, por sí mismo, podría haber sido un protagonista aceptable, sin demasiado carisma pero válido como narrador. También es acertada la ambivalencia del personaje de su padre Pasqual, quizá el más mimado de todos ellos. Pero aparece en escena Ainara, un personaje improbable, inverosímil y con el que no he conseguido conectar en modo alguno. No me he creído su pasado, ni su presente, ni sus actitudes, ni siquiera su modo de expresarse. Todas las escenas en las que aparece resultan forzadas y extrañas.

Acogí “Pez en la hierba” precedida por la fama de buen narrador de Ángel Gil Cheza, y no me ha decepcionado en absoluto en ése aspecto. Su voz resulta sugerente, propia y evocadora. Pero no comparte ésas bondades con la historia que nos quiere contar. A pesar de ello, me quedo con las ganas de conocer al autor en otro registro, en una historia más personal, con menos ramificaciones y más intimidad.


martes, 9 de junio de 2015

"El lejano país de los estanques", por Lorenzo Silva.

Hay libros que saben esperar, son pacientes con nosotros, guardan turno en nuestras estanterías, castigadas por una superpoblación literaria que no se alivia nunca. Y sin embargo ahí siguen. Así me esperó a mí “El lejano país de los estanques”, de Lorenzo Silva. Una novela que había empezado hace tres años y que hasta hace nada, creía haber leído. Pero no. Entre ella y yo se interpuso una mudanza y una boda y la olvidé por completo. Mi hermano, mi pequeño terrorista literario, hizo uso de la novela para la clásica tarea de calzar una mesa. Y ahí la encontré, con su marcapáginas colocado allá por la página noventa. Ella, silenciosa y resignada. Yo en medio de una desconcertante apatía lectora pero con muchas horas por delante, poco que hacer y sin nada que leer. Era inevitable, claro.

Todo fue fácil, muy fácil. Ya nos conocíamos. No era ni mucho menos mi primer encuentro con el carácter honesto y sarcástico del sargento Bevilacqua a pesar de ser éste el primer título de la saga, que he leído en el orden que se me ha antojado. Así que imaginaos encontrarme con las primeras peripecias de esta pareja de guardias civiles, el Vila de siempre y una agente Chamorro que era soldado raso, aún más tímida, más precavida e inocente que nunca. Quizá el resto de personajes me resultaron algo más deslavazados que de costumbre, Lorenzo Silva siempre atina en la construcción de sus malos y sus buenos, creando personajes siempre dotados de cierta complejidad. He echado un poco de menos eso aquí, pero puede tener mucho que ver el hecho de que hayan pasado tres años desde su esbozo hasta la resolución de la historia.

La prosa de Lorenzo Silva sí es la de siempre, amable, fluida y a la vez, salpicada de frases y pensamientos que te aguijonean un poquito en la conciencia, o en el pecho, o en los dos sitios a la vez. También encontramos en “El lejano país de los estanques” una estructura similar al resto de la saga, tramas en las que prima un juego policial dirigido por la deducción y perspicacia de sus protagonistas, donde la intuición y la observación están por encima de las pruebas forenses. Y el siempre agradable juego de la relación entre los dos protagonistas, aquí en sus inicios.

Volver a Lorenzo Silva y a sus personajes es jugar sobre seguro. Su propuesta siempre pasa por una novela negra limpia y honesta, que nunca defrauda, que siempre aporta buena compañía. Una de mis próximas propuestas es leer alguna novela del autor dentro de otro género, degustar otros personajes que no me resulten tan familiares, y ver qué sensaciones me deja. Serán mis deberes de verano.

viernes, 5 de junio de 2015

"Un hijo", por Alejandro Palomas.

Tengo la suerte de convivir, cada día, con niños como Guille. Niños que caminan por los pasillos de otra forma, con un peso aún mayor sobre la espalda que el de la mochila que cargan. Son niños que conocen lo que se esconde tras las puertas de la orientadora y la maestra de pedagogía terapéutica, a cuyas aulas se dirigen primero ansiosos y asustados, después con la sensación de caminar hacia un lugar acogedor. Son hijos de padres angustiados o ausentes. Hijos y padres que te obligan a indagar, a intentar ir más allá y acabar cuestionándote el significado de cada dibujo, cada frase y cada redacción. Son niños que te enseñan,  casi siempre, más de lo que nunca tú podrás transmitirle a ellos. Como Guille.

Alejandro Palomas se me ha descubierto como un tipo atrevido, al que le gusta invadir el espacio vital de sus lectores. No he leído su anterior novela, “Una madre”, pero sé que ha entusiasmado a casi todos los que se han acercado a ella. Lo mismo está ocurriendo con “Un hijo”. Y es que Palomas juega con conceptos universales, con los dos amores más comunes e inabarcables que existen. Madres, padres, hijos.

“Un hijo” es una apuesta arriesgada, como resulta siempre que un adulto se mete en la piel y el alma de un niño. Más aún lo es cuando ese niño tiene una personalidad tan compleja como la de Guille. Reconozco que alguna expresión, alguna actitud también, me han provocado un pequeño chirrido ahí atrás, allá por el subconsciente. Quizá porque nunca conocí a ninguno de estos niños que quisiera ser Mary Poppins. De hecho, la mayoría ni siquiera han oído hablar de ella ni parecen dispuestos a creer en el poder de la magia y las palabras. Unas palabras que por regla general se les atascan mucho más que a Guille. Pero se lo concedo a Palomas, en beneficio de la historia que quiere contar.

Porque lo cuenta bonito. Con una prosa limpia, clara, nívea. Para que nadie tenga que hacer un esfuerzo más allá de lo emocional para leer su historia.

“Un hijo” me sacó por unas horas de una crisis lectora atroz, me mantuvo entretenida, emocionada. Me hizo pensar, me ayudó a recordar, porque cuando uno lo ve a diario se le olvida, lo inhóspito y salvaje que puede ser el mundo para un niño. La importancia de otorgarles tiempo para hablar, para digerir; lo necesario de abrazarles y sonreírles porque nunca está de más.

Me dolió un poco el final. Me dolió porque no me lo creí. Lo leí consciente de que debía emocionarme, de que tenía que sacudirme lo que estaba pasando. Pero mi cabeza se empeñaba en recordarme que a veces, los niños y los padres pueden ser también la otra cara de la moneda, que pueden ser crueles hasta el extremo. Quizá me falta fe en las personas, no digo yo que no. Me gustaría mucho saber qué sensaciones os provocó a los que habéis leído ésa escena final. Pero de nuevo entiendo, lo comprendo, que así tenía que ser, porque de haber acabado de otra forma, habría dolido aún más.

“Un hijo” es una novela deliciosa, que debéis leer, que queréis leer, que os va a gustar. Es posible que a los que estáis en contacto con ése pequeño microcosmos que formamos niños, padres, maestros, psicólogos… notéis, consigáis oír ése chirrido que de vez en cuando se dejaba sentir. Pero se lo concederéis de nuevo, porque la historia lo merece.

martes, 2 de junio de 2015

"Dónde enterré a Fabiana Orquera", por Cristian Perfumo.

Cuando era pequeña, disfrutaba especialmente de aquellas novelas juveniles, de portada en color rojo, que convertían al lector en detective, obligándole a tomar decisiones que le llevaban a una u otra página, a veces con fatales consecuencias. Yo era bastante torpe en mis decisiones, pero también concienzuda y paciente, así que probaba y probaba combinaciones hasta que conseguía atrapar al malo y salir victoriosa de la aventura, aunque para ello tuviera que morir varias veces. El regusto de aquellas historias es el que he encontrado en la novela que hoy os traigo: “Dónde enterré a Fabiana Orquera”, de Cristian Perfumo.

Una misteriosa carta que ha permanecido tres décadas escondida en una cómoda dará el pistoletazo de salida a la investigación de Nahuel, un joven periodista que se verá envuelto, casi sin darse cuenta, en un juego de pistas y acertijos que habrán de conducirle a lo ocurrido treinta años atrás en la misma casa donde él se aloja. Allí desapareció Fabiana Orquera, y allí se gestó la caída de Raúl Báez, su amante y candidato a la alcaldía.

 La ambientación es una de las grandes peculiaridades de esta novela, cuya trama se desarrolla en la exótica Patagonia argentina, una región en la que conviven la estepa, las grandes mesetas y las regiones montañosas. Carreteras imposibles, salinas y casas separadas del mundo que consiguen transmitir una intensa sensación de aislamiento, propicia para hacer aún más difícil la investigación de Nahuel.

Como os contaba al principio, hay en esta novela de Cristian Perfumo un poco de aquellas novelas juveniles de aventuras, un poco de ésa ingenuidad, de ésa simpleza… El juego de acertijos contiene instrucciones que llevarán a nuestro protagonista hacia una nueva pista y, en última instancia, a la resolución del enigma. No se trata de una novela negra, tal como uno pudiera intuir por la sinopsis, sino de una de aventuras ligerita, suave, con su obligatorio toque de misterio.

Quizá lo que más me ha gustado ha sido el descaro de Perfumo a la hora de narrar su historia. Su prosa resulta realmente refrescante, sin los complejos ni los egocentrismos que a veces uno encuentra en las narraciones de los que se auto editan. No se excede ni enreda con localismos y consigue crear un lenguaje propio que suena a La Patagonia (o al menos suena a argentino, que no es poco) pero que resulta accesible y ágil para cualquier lector.

“Dónde enterré a Fabiana Orquera” es una de ésas novelas que uno necesita de vez en cuando para aligerar, para combinar, para descansar o para escapar. Una novela sin exigencias para con el lector, amable, para remolonear dentro del área de confort. Y es también una novela para los nostálgicos de aquellas historietas de aventuras y misterio que coparon tantas tardes de nuestra adolescencia.