jueves, 26 de marzo de 2015

"Ontromus", por Celia Corral Vázquez.

Es posible que en el género de terror esté casi todo inventado, que casi nadie quiera ir ya más allá de las fórmulas que hasta ahora han funcionado, de los asesinos enmascarados e inmisericordes con un don sobrenatural para no terminar de morir nunca, de las reinvenciones de los clásicos vampiros y brujas, del chirrido al abrir la puerta y la sombra que se desliza y que sólo alcanzamos a ver por el rabillo del ojo. A pesar de ello, siguen surgiendo intentos, unos más logrados que otros, de aportar algo nuevo. Celia Corral nos regala con “Ontromus” un relato alejado de la manufactura norteamericana, sin espíritus ni vísceras, con una atmósfera mucho más íntima y sosegada.

Ontromus es un monstruo con apariencia de mujer, un ser brutal e inteligente que necesita alimentarse de vidas humanas, que desaparece una vez saciada pero que siempre, siempre, vuelve junto a Estela. Porque además de monstruo, Ontromus ejerce como única compañía de Estela, el único ser que puede comprenderla y hasta consolarla. Así conviven ambas, enredadas en una asfixiante relación de mutua necesidad y miedo.

“Ontromus” es una novela corta escrita con un lenguaje sencillo en apariencia que, sin embargo, me ha transmitido constantemente la sensación de que cada palabra ha sido cuidadosamente escogida y colocada. Se siente en la narración de Celia Corral una necesidad de contarlo bien, de hacerlo con gusto pero sin perder la naturalidad. No lo consigue del todo en los diálogos pero sí durante la narración de Estela en primera persona, que resulta muy lograda y cercana.

No puedo desvelaros más porque es una historia tan corta que os podría estropear su lectura si hablo demasiado. Os invito a entrar en la atmósfera, cerrada e intensa, casi reflexiva, que la novela plantea. Y a barajar otros miedos, unos que quizá no nos vienen a la mente cuando pensamos en el género de terror, que tienen más que ver con la soledad y el abandono que con la compañía de fantasmas.

martes, 24 de marzo de 2015

"La mala luz", por Carlos Castán.

“Estábamos muertos y podíamos respirar”

Con esta cita de Paul Celan, enmarcada entre otras de Faulkner y Alejandra Pizarnik, arranca “La mala luz” de Carlos Castán. Una obra densa, terriblemente intensa, rebosante de tristeza y malestar. No es casual la elección de ésos tres nombres, ni un intento de aparentar intelectualidad. Es una simple declaración de intenciones. Paul Celan, el poeta alemán de origen judío que se suicidó arrojándose al Sena una madrugada de 1970, es el alma del personaje de Jacobo. Ambos arrastran un sufrimiento atroz por la muerte de sus padres en campos de concentración alemanes. Ambos conviven, convivieron, con la depresión y un miedo paralizante. También Alejandra Pizarnik, poeta argentina, se quitó la vida después de un calvario de enfermedades mentales, dejando un legado lleno de amor, soledad y muerte.

Porque “La mala luz” habla de eso, de la muerte. Carlos Castán nos adentra en las mil versiones con las que la dama puede doblegar al ser humano: el suicidio, entendido como idea seductora y hermosa (Y percibir confusamente cómo lo terrible se va volviendo suave para ti al tiempo que le nacen garras a lo bello y ya todo es lo mismo y ya todo da igual); la muerte emocional del hombre que lo ha perdido todo (Las calles, el mundo, incluso cualquier habitación en la que yo me encontrase habían quedado convertidas en pura intemperie); la muerte que obtenemos hoy a cambio de vivir demasiado (Vive tanto ahora un ser que acaba por tragarse muchas más penas de las que le caben); la muerte, la más atroz, vista desde la óptica de los objetos y las personas que se quedan (la muerte es ese trozo de mesa en el que falta una taza de café con leche).

Los libros, la literatura, su presencia en nosotros, en nuestras vidas, en lo que somos y quisiéramos ser, ése es el otro gran pilar que sustenta “La mala luz”. Castán aprisiona en su narración pequeños relatos, siempre henchidos de tragedia, acerca de autores, novelas y versos. No como un aparte, sino formando parte de lo que nos está contando. Incluso sus personajes están teñidos de la personalidad de los autores que leen, como le ocurre a Jacobo con Celan. O como le ocurre al narrador, cuando dibuja su idea de la muerte.

Borrar, como el suicida de Borges, cada cosa y la suma de las cosas (…) Notar cada vez más cerca el olor de los fúnebres ramos de Rubén Darío, la cera fría, el terciopelo negro y también los pájaros de Juan Ramón, esos que tras la ventana se quedarán cantando.

Aparece también, como es inevitable si se habla de libros y de muerte, el amor. Un amor asfixiado por el yugo de la culpa, llegado a destiempo y con la cruz ya hecha.

No es “La mala luz” un thriller, ni importa demasiado quién mató a Jacobo ni por qué ocurrió. Importa lo que queda: la soledad, lo que se quedó a medio leer, a medio hacer. Castán construye una historia trágica y gris como su portada, que resulta a la vez tan sugerente y evocadora como su contenido. “La mala luz” es una narración íntima, tanto que agobia y asfixia, tanto que no hay espacio para nadie más allá del narrador y el lector, en estrecha comunión. Una novela para leer despacio, saboreando las letras enredadas en larguísimas frases, degustando el serpenteo de palabras, su sonoridad, permitiéndose el lujo incluso de leer algún párrafo en voz alta para uno mismo.

Una lectura obligada para aquellos que aman los libros, que no tienen miedo de enfrentarse a la intensidad de una novela que te estremece y te ahoga pero que te habla de ti mismo con dolorosa franqueza. 

miércoles, 18 de marzo de 2015

"Causas naturales", por James Oswald.

Érase una vez un granjero escocés que soñaba con cambiar el ganado por las letras y dedicarse al oficio de escribir. Después de varios intentos con el cómic y las novelas de ciencia ficción y fantasía, alguien le sugirió que probara con la novela policíaca. Así, “Causas naturales” nació como un relato que se publicó en 2006 en la revista Spinetingler y que fue finalista de la edición de 2007 del Debut Dagger, concedido por la Asociación de Escritores de Novela Policíaca. A día de hoy, lleva publicados otros tres libros más y los vende como rosquillas. Si le echáis un vistazo a algún artículo al respecto, leeréis en todos ellos que es una de las voces más interesantes de la novela negra actual. ¿Entonces, es para tanto?

El cadáver de una joven es hallado en un sótano tapiado. Sus órganos han sido cuidadosamente extraídos y colocados evocando algún tipo de ritual. El inspector Tony McLean se obsesionará con el caso, como no podía ser de otro modo. Pero si un asesinato de estas características ya resulta de por sí complicado para el investigador, la cosa se enreda más cuando el cadáver ha permanecido cincuenta años oculto y los asesinos han tenido tiempo de ocultarse o morir.

Reconozco que me costó conectar con la historia que mi amigo el granjero quería contarme. Sus personajes no me seducían especialmente: McLean se me antojaba un personaje plano, planito, tan común… ¿Dónde se ha visto un protagonista sin tormentos? Vale, no digamos tanto. McLean tiene sus demonios, pero convive con ellos, no está enfadado con el mundo, no bebe como un animal, no tiene pesadillas que le obliguen a gritar a medianoche. Sus dos ayudantes, Bob El Cascarrabiass y el recién salido de la academia McBride, cumplían a la perfección con el rol mil veces visto del amigo gruñón pero de buen corazón y el policía novato que es un hacha con los ordenadores.

Tampoco me resultaba especialmente atractivo el ritmo pausado, pausadísimo, con que arranca la novela. Más personajes, algún caso secundario, hasta algún toque sobrenatural… Sin embargo, y como quien no quiere la cosa, la novela te va atrapando. De una forma muy sutil, tú no te das cuenta pero cada vez te cuesta más dejarla. Oswald va imprimiendo ritmo a la trama a la vez que la enriquece, la teje y la retuerce, haciendo que todas las historias que antes eran secundarias acaben confluyendo con la trama central. Y de repente, todo adquiere una inesperada complejidad.

Como curiosidad, James Oswald nos regala al final de la novela, en una especie de bonus track, un capítulo final que fue eliminado de “Causas naturales” pero que sí aparecía cuando se presentó al Debut Dagger. En ese suprimido prólogo encontraremos la narración del asesinato que más adelante obsesionará al detective McLean contado por la propia protagonista. Una durísima y violenta píldora, al estilo de los crímenes narrados por Thilliez en “El ángel rojo”, que nada tiene que ver con el tono, mucho más relajado y suave, de la novela. Un acierto su supresión, y también su inclusión como epílogo para aquellos que se atrevan a leerlo.

¿Entonces, era para tanto? ¿Es Oswald el redentor de la novela negra actual? Pues no. Pero es que las editoriales y los periodistas… ya sabéis ¿no? A veces exageran un poquito. ¿Es un autor a tener en cuenta? Sí, siempre que os atraiga el género negro y no os asuste ése tono sosegado que se impone al principio y ésos (muy bien llevados) toques sobrenaturales.

jueves, 12 de marzo de 2015

"Sueño ligero", por Jessica Treadway.

“Sueño ligero” es una extraña novela, complicada de clasificar, que se vende como un thriller pero que carece, curiosamente, de todos ésos adjetivos que solemos endosarle al género. La novela de Jessica Treadway no es trepidante, no es adictiva, no tiene un ritmo frenético. Por no tener, ni siquiera tiene un asesino en serie, ni un detective protagonista (el bueno del inspector Thornburgh apenas se deja ver al principio y al final, porque pasaba por allí). Sí que tiene una atmósfera densa, a ratos agobiante. Sí que resulta rítmica, sin llegar a perder el paso en ningún momento. Su cualidad más destacable es, probablemente, la tensión psicológica a la que está sometida Hanna Schutt, su personaje principal, y que acaba contagiándose al lector.

Porque a Hanna Schutt le ha ocurrido una verdadera putada, una faena de las gordas. Alguien entró a su casa una noche, mientras Joe y ella dormían, y les apaleó con un mazo de cróquet. Su marido murió pero ella tuvo la mala suerte de sobrevivir. Ahora, después de varias operaciones y con serias dificultades cognitivas, Hanna intenta retomar el acto de vivir. Lo peor es que la cosa no se queda aquí. Lo peor es que a Hanna no recuerda qué ocurrió aquella noche, pero sí sabe, porque figura en los informes policiales, que ella misma le dijo al inspector Thornburgh que los responsables de lo ocurrido eran su hija pequeña, Dawn, y el novio de ésta.

Jessica Treadway ambienta su historia, con mucho tino, en el terreno de lo cotidiano, dentro de la intimidad de una familia. A través de los recuerdos de Hanna asistimos a la evolución de su hija pequeña, una niña acosada en el colegio. Entra en juego aquí, con un importante protagonismo, el tema del bullying, obligándonos a reflexionar acerca de cómo puede influir ése malestar cotidiano en la maleable mente de un niño o si ése maltrato puede ser causante o justificación para lo que pueda ocurrir en el futuro. Como Hanna, el lector arrastra la duda de si Dawn participó realmente en la agresión a sus padres pero, a un tiempo, es imposible no sentir lástima por ella. La autora juega con los flashbacks y dosifica correctamente la acción, imprimiendo a su desarrollo un tono sosegado pero constante. Consigue también una ambientación densa, plomiza, gracias al limitado uso de los personajes (apenas aparecen unos pocos desligados de la familia) y de los espacios, ya que la mayoría de escenas tienen lugar dentro de la casa de los Schutt.

Junto a Hanna, seremos conducidos a un desenlace sin trampas, lógico y consecuente con lo que hemos leído a lo largo de sus más de trescientas páginas, sin intentos burdos de darle la vuelta a la historia o sorprender al lector con un golpe de efecto. “Sueño ligero” es una novela que fluye con naturalidad y que atrapa al lector sin necesidad de fuegos artificiales, con un planteamiento interesante y un correcto desarrollo que consigue el objetivo de inquietar al lector desde distintos ángulos, desde los miedos más básicos hasta ciertos dilemas morales de los que te obligan a pararte a pensar qué harías tú.

martes, 10 de marzo de 2015

"Últimas tardes con Teresa", por Juan Marsé.

Cerré la última página de “Últimas tardes con Teresa” embargada por ése intenso vacío que muchos lectores habituales conoceréis. Esa sensación de plenitud, casi negra, como de luto, que te deja una lectura que te ha llenado literaria y sentimentalmente. Cuesta despedirse de ella y tienen que pasar unos días hasta que uno puede centrarse en otra historia, en otra prosa. Nunca antes había leído a Marsé, que me sonaba a autor denso y a lectura obligada de instituto (qué falta de sensibilidad y de amor, obligar a leer esta novela). Pero unas cuantas voces de ésas a las que suelo atender me lo recomendaron y decidí probar con sus letras. En buena hora.

“Últimas tardes con Teresa” es un retrato, poderoso y satírico, de la Barcelona de los años cincuenta, una época de convulsa vida estudiantil en la que las señoritas pijas jugaban al comunismo y las gentes que habitaban el Monte Carmelo andaban demasiado ocupados en subsistir como para andar preocupándose de los derechos del proletariado. Los universitarios agitaban panfletos y leían a Balzac a la luz del día y sucumbían a la música de verbena y la ginebra al calor de la noche, mezclados con los de su misma especie, cada cual en su lugar.

El dibujo que Juan Marsé hace de sus personajes es prodigioso y calculado. Desde ése Manolo, cabrón de manual, de mal temple, algo rudo, casi violento, en constante pataleo para salir del barro de la clase obrera, encandilado por la luz de niña pija que emana Teresa. Teresita Serrat, niña bien, irremediablemente encaprichada del morbo del pobre. Y Maruja, la criada, sumisa y humilde como manda su posición. Más allá del retrato social y político, de la sátira escondida tras los rostros de sus protagonistas, “Últimas tardes con Teresa” es una historia de amor errado, condenado desde el principio, tan imposible como inevitable, surgido de las entrañas de dos seres que se necesitan más allá de los convencionalismos.

La prosa de Juan Marsé resulta hermosísima, cuidada, mimada, plagada de metáforas y símiles acertados e imposibles. A ratos bella y poética, a ratos descarnada y amarga. Excesiva si queréis. Marsé recrea, como pocas veces he tenido la fortuna de leer, el deseo, el abandono y la muerte. Su narrativa te envuelve, te posee con la misma necesidad que se ansían el Pijoaparte y Teresa. Incluso en ciertos pasajes se muestra dolorosa, afilada como un aguijón, desoladora y desolada.

Una novela imprescindible, tan exigente con el lector como lo es consigo misma, una lectura obligada que sin embargo ha de leerse por devoción y amor a la lectura y, a ser posible, con cierto bagaje lector para afrontarla con la madurez que requiere.

jueves, 5 de marzo de 2015

"Enda", por Toti Martínez de Lezea.

Qué bien sienta, de vez en cuando, escapar de esta cuadrícula en la que vivimos. Dejar de lado los ascensores, los semáforos y el despertador y adentrarse en un lugar en el que el humo proviene siempre de fogatas o dragones enfadados. El género fantástico siempre ha sido para mí una puerta por la que me gusta colarme de cuando en cuando. Casi siempre que he emprendido el viaje lo he hecho de la mano de autores extranjeros, así que tenía una tremenda curiosidad por ver cómo Toti Martínez de Lezea armaba “Enda”.

La autora vasca tira de construcción clásica: capítulos breves centrados en distintos personajes que confluirán más adelante en un mismo punto. Al principio, como suele ocurrir con estas historias, hay que armarse de paciencia para ubicar a cada personaje dentro de su hilo. La galería es amplia y cada cual pertenece a una tribu y a un lugar, así que cuesta familiarizarse con ellos. A pesar de ello, Toti Martínez consigue construir su universo sin necesidad de grandes explicaciones. Y es que si hay algo que me gusta dentro de este género, algo que necesito cuando me aproximo a él, es que el autor no necesite larguísimas descripciones para meterme dentro de su creación. En “Enda” uno va entrando suavemente en la trama, sin ser forzado ni requerir esquemas. Contribuye a ello el estilo de su autora, que fluye con naturalidad y sencillez. Su vocabulario es rico, variado y accesible.

Lo mejor de la novela es, sin duda, la amplia galería de personajes que Toti Martínez de Lezea crea para su historia. Desde aguerridos guerreros hasta melancólicos y malhumorados gigantes, niños que quieren ser grandes y heroínas elegidas por un ser superior. Todos ellos se mueven con un interesante telón de fondo inspirado en la mitología vasca. Algunos de los seres que aparecen en “Enda”, como la diosa Mari o el aterrador Inguma, ya me eran conocidos gracias a la trilogía del Baztán de Dolores Redondo, y me ha encantado reencontrarme con ellos desde la perspectiva que aporta Toti Martínez de Lezea.

Quizá el punto más débil de esta historia sea la propia trama, excesivamente sencilla si la comparamos con la amplitud de la novela y la enorme cantidad de personajes que pululan por ella. En enfrentamiento entre los frei y el resto de las tribus y pueblos de Tierra de Enda podría haberse contado en menos páginas con el mismo resultado.

Especialmente llamativo me ha resultado saber, gracias a la completa reseña que Laky hizo en su blog de la novela, que muchas de las batallas que se narran y las tribus que aparecen existieron realmente en otro tiempo y que a resumidas cuentas, “Enda” tiene tanto de novela fantástica como de histórica. Es un aspecto que me ha resultado muy curioso y sobre el que me quedo con ganas de saber más.

Así pues, me ha resultado muy grato mi primer encuentro con esta autora, a la que espero ahora poder leer dentro de su género habitual, la novela histórica, en el que sus lectores coinciden en que se mueve con soltura y buena mano. ¿Me recomendáis un título?

martes, 3 de marzo de 2015

"El despertar de la señorita Prim", por Natalia Sanmartin Fenollera.

Cuando la pulcra señorita Prim, mujer de amplia cultura y cuidados modales, llega a la pequeña población de San Ireneo para trabajar como bibliotecaria en la mansión de un señor algo excéntrico pero ciertamente encantador, uno podría pensar que se ha colado sin querer en una novela inédita de Jane Austen o Charlotte Brontë. Porque es innegable que hay un poquito de la orgullosa Elizabeth Bennett o de la insatisfecha  Jane Eyre en la personalidad de la señorita Prim. Pero también hay pinceladas en esta novela, y en su orgullosa protagonista, que nada tienen que ver con las heroínas de la novela clásica sino que, muy al contrario, tienen mucho de crítica a la sociedad en que nos movemos hoy, tan cuadriculada y frenética.

-          Pero, Prudencia, ¿me va a decir ahora que ignora que San Ireneo es un pequeño reducto para exiliados de la confusión y agitación modernas?

 “El despertar de la señorita Prim” es una novela que no deja indiferente al lector que se aproxima a ella. No he leído una sola reseña que se pueda calificar de tibia sobre la novela de Natalia Sanmartin Fenollera: o entusiasma o la ponen a caer de un burro. Creo que tiene mucho ver en ello la perspectiva, el enfoque, que como lector damos a la historia que se nos está contando. Porque esta lectura puede interpretarse de muchas formas, todas ellas válidas: desde el homenaje a las novelas de las mencionadas Austen o Brontë hasta la novela romántica o una edulcorada distopía. En mi caso particular, desde el principio, “El despertar de la señorita Prim” se me antojó un fabuloso cuento para adultos, impregnado de guiños literarios y entrañables personajes.

-      -  Señorita Prim, ¿usted cree que existe de verdad en el mundo alguna persona como el señor Darcy? (…)
-       - Yo, creo, Eksi, que Jane Austen merece toda nuestra admiración por haber creado al hombre perfecto. Pero como tú eres una niña muy lista sabrás que no existe ninguna persona perfecta…

Ambientada en un pueblo pequeño reconvertido en sociedad idílica, un lugar donde siempre hay tiempo para una taza de chocolate a media tarde, hay en esta novela una invitación evidente a pisar el freno y a valorar lo cotidiano. En San Ireneo la gente vive despacio, los nuevos habitantes llegan buscando espacio y aire, los niños leen a Dante y Homero y una paz casi beatífica envuelve sus calles. Una atmósfera encantadora, que dota a la historia de una entrañable quietud, y en la que se mueven una amplia galería de personajes construidos con gusto y acierto: el encantador Horacio Delàs, la refinada Herminia Treaumont o un agradable coro de niños que aman los libros.

Porque son los libros otros de los grandes protagonistas de “El despertar de la señorita Prim”. Y no sólo porque nuestra protagonista sea la encargada de limpiar, mimar y recolocar los pesados tomos de la biblioteca de El Hombre del Sillón. Lo son porque se habla de ellos, porque están ahí durante toda la narración, convertida en un precioso homenaje a la literatura de cualquier tiempo y estilo, la valorada por la crítica y la tradición y aquella valorada por los lectores de a pie.

La bibliotecaria sonrió aliviada. Por un momento había temido que Herminia Treaumont perteneciese a ese grupo de almas toscas incapaces de comprender el valor radical de una vieja edición de Mujercitas en un plan de educación.

Merece también atención la delicada, cuidada y agradable prosa de Natalia Sanmartin, su buena mano para la creación de unos diálogos en los que se palpa la química entre sus personajes, con lo difícil que es conseguir eso por escrito. Una narración elaborada pero con chispa, ágil y discreta.


No puedo dejar de recomendaros esta novela si estáis con la señorita Prim y conmigo, si sois de los que pensáis que Mujercitas, con todo su almíbar, es una novela necesaria y amable. Si incluso, secretamente y aunque no se lo contéis a nadie, Homero os parece un escritor muy reputado pero un poco denso para leer al volver de trabajar. O si simplemente hay días en los que os bajaríais del mundo para comer una tostada con miel y un chocolate caliente. Entonces, os gustará “El despertar de la señorita Prim”. 

lunes, 2 de marzo de 2015

Lecturas para un 8 de Marzo: "La habitación", por Emma Donoghue.

Imagino que algún día no tendremos que celebrar el dichoso Día de la Mujer Trabajadora, ni el del Orgullo Gay ni nada que se le parezca. Tengo fe en que llegaremos en algún momento a una sociedad lo bastante justa y normalizada para que no haya que celebrar ni reivindicar ciertos aspectos. Mientras tanto, sigue siendo necesario recordar según qué cosas.

Cuando Carmen, del blog Carmen y amigos y administradora del grupo TarroLibros en Facebook, nos animó a elegir una lectura para un 8 de Marzo, no sé por qué, me vino a la mente una lectura bastante reciente, de finales de 2014...


"La habitación", por Emma Donoghue.

¿Y por qué "La habitación"?

En teoría, es Jack el protagonista absoluto de esta historia. Un niño de cinco años que vive en una habitación junto a su madre. Ahí nació y ahí sigue, sin haber visto nunca nada más allá de ésas cuatro paredes.
Pero no le importa, porque tras él, hay alguien que se ha encargado de construir un universo confortable y cálido para él.

Mamá es una figura secundaria, tanto que ni siquiera llegamos a conocer su nombre a lo largo de la novela de Emma Donoghue. Ahí permanece, en un rol secundario y sin embargo, presente constantemente en la evolución de Jack.

Mamá ha enseñado a Jack a evadirse, a reír, a jugar, a correr, a imaginar, a escapar... Mamá ha conseguido que el secuestro y las repetidas violaciones que sufre a manos de El Viejo Nick no existan para Jack.

Esta novela me caló muchísimo y se convirtió en una de mis favoritas del año pasado. Me encantó la forma en la que Emma Donoghue se metió en la mente del niño protagonista y también el trato dado a las escenas más duras, así como su creación del personaje de ésa madre que se sobrepone a sus propios traumas para aliviar la carga de su pequeño. Podéis leer mi reseña completa aquí.