miércoles, 30 de diciembre de 2015

Las mejores lecturas de 2015

Soy de las que disfrutan haciendo listas y balances. Me encantan ésas entradas que van apareciendo a finales de año con las mejores lecturas, las peores, los autores, los descubrimientos, los retos…

Ha sido un año de muchas lecturas, casi setenta libros, y algunas de ellas, muy buenas. Intento recoger aquí las que a mí más me llegaron. El método ha sido sencillo. Me he sentado delante de la lista y he ido anotando aquellos que, al leer el título, me provocaban un vuelco en el estómago. Ha sido pura casualidad que hayan salido diez. El orden podría ser casi aleatorio, a excepción de “Últimas tardes con Teresa”, de Juan Marsé, y “La mala luz”, de Carlos Castán, que han sido sin ningún género de duda mis favoritas de este 2015.

Allá vamos.

“Últimas tardes conTeresa”, por Juan Marsé. El catalán era uno de ésos  autores que uno van postergando cada año, sin razón alguna. Quería ponerle remedio y decidí hacerlo con su título quizá más emblemático. De la novela me llevo a tres personajes que me sacudieron y me emocionaron como nunca, especialmente mi Maruja, y el magistral ejercicio de ambientación de la Barcelona de los años cincuenta que hace Marsé. Pero sobre todo, me llevo unas ganas tremendas de repetir con el autor a lo largo de este 2016. Se admiten sugerencias.

“La mala luz”, por Carlos Castán. Mirad la portada de “La mala luz” y ya sabréis que esperar de su interior. La novela de Castán es una narración evocadora, deliciosa, tan íntima que te asfixia. Poblada de larguísimas frases, juegos de palabras y reflexiones sobre la vida, el amor y la muerte, “La mala luz” es densa, espesa, triste y hermosa. Hay que leerla.


 “Los años de peregrinación del chico sincolor”, por Haruki Murakami. Quizá la novela más sencilla de Murakami, la más alejada de ésos universos oníricos que han espantado a más de dos lectores que se han acercado a sus escritos, conserva también la magia de la prosa del japonés.

“El nadador en el marsecreto”, por William Kotzwinkle. Cuando Navona decidió llamar Ineludibles a esta colección, supo bien lo que hacía. La breve novela de Kotzwinkle es una sacudida, un puñetazo a las emociones que conserva, sin embargo, una belleza brutal.

 “Paranoia”, por Franck Thilliez. El autor francés es una constante en mis lecturas a lo largo de los últimos años. Y es que desde “El síndrome E”, congeniamos bien. Este año le tocó a una historia al margen de la saga de Sharcko y he de decir que no eché de menos al inspector. Thilliez teje un thriller que hace honores a su título, dejando al lector descolocado constantemente e invitándole a colocar las piezas por sí mismo.


“Nos vemos allí arriba”, por Pierre Lemaitre. Leí en febrero “Vestido de novia” y pensé que Lemaitre no podría llegar más arriba. Pero el autor francés volvió a dejarme sin palabras con “Nos vemos allí arriba”, una novela que está en las antípodas de sus anteriores obras. Ni rastro de thriller, ni rastro de ésa atmósfera oscura y asfixiante de “Alex”, nada que ver con los giros imprevisibles de “Vestido de novia”. Aquí Lemaitre hace gala de un humor delicioso y de una sensibilidad desconocida  para sus lectores y, sobre ambos, construye la historia de Albert y Edouard, dos soldados que debieron haber muerto en la trinchera.

“Las flores de la guerra”, por Gaeling Yang. La autora china ha sido otro de los grandes descubrimientos de este año. En “Las flores de la guerra” nos acerca a la masacre de Nanjing, ocurrida en 1937, a través de los ojos de los habitantes de la parroquia de Santa María Magdalena. Sacerdotes, niñas y prostitutas conviven bajo el horror de las balas, trayendo a la palestra un hecho histórico de los que sacan los colores al ser humano.


“Un millón de gotas”, por Víctor del Árbol. Fue esta una de ésas historias en las que me costó tanto entrar como salir. Las primeras doscientas páginas se me hicieron muy cuesta arriba, la trama me resultaba demasiado áspera, demasiado dura, me avasallaba emocionalmente. En algún momento me hice con ella y me terminó pareciendo una de las mejores de este año que termina.

“No está solo”, por Sandrone Dazieri. Dentro del género del thriller, me quedaría sin duda con el descubrimiento del italiano Dazieri y su novela debut.  “No está solo” es eléctrica, puro nervio, y nos presenta a dos personajes que os dejaran con ganas de más.

“Lo que mueve el mundo”, por Kirmen Uribe. Una de las últimas lecturas del año, esta biografía novelada del intelectual Robert Mussche se convirtió en una deliciosa compañía en una noche muy larga. Espero volver en breve a la prosa del autor vasco.

sábado, 26 de diciembre de 2015

"Lo que mueve el mundo", por Kirmen Uribe.

- […] En mi opinión, lo que importa es algo que no aparece en el texto, que está entre líneas. 
- ¿El encanto? 
- Yo no usaría esa palabra. Prefiero llamarlo impulso. Cuando en un libro detectas la presencia real del autor, cuando sabes que nadie te podrá contar esa historia mejor que él, cuando no puedes dejar de escuchar su voz…[...]


Encanto e impulso, ambos están muy presentes en esta versión novelada de la vida del intelectual Robert Mussche contada por Kirmen Uribe. Y sobre todo, está la permanente sensación de que nadie podría contar esa historia como lo hace él.

No conocía la figura de Mussche, apenas sabía nada de ésos niños vascos que acabaron en un barco rumbo al exilio allá en mayo de 1937 en busca de un lugar mejor y, sin embargo, me encontré con este libro entre las manos. A veces son ellos los que nos encuentran. Del mismo modo que fue la figura de Robert Mussche la que se cruzó, casi por azar, con el autor vasco; de ésa misma forma casual, tonta, “Lo que mueve el mundo” me acompañó a lo largo de una noche especialmente larga, en vela obligada. Y no sabéis cuanto bien me hizo…

Tras el bombardeo de Gernika, miles de niños vascos salieron del puerto de Santurce rumbo a Europa. Así llegó la pequeña Carmen a la vida de Robert Mussche, alterando su pacífica existencia. Y tanto le marcó que llamaría también Carmen a su hija biológica, nacida años después, y que nunca llegó a conocer a su padre. Es ella la que aporta a Uribe los instrumentos necesarios para que él novele la vida del intelectual, el luchador, el padre, el amigo, el compañero ausente. Desde la llegada de Carmen hasta el infierno del campo de concentración, la prosa de Uribe narra la historia de Mussche con una sensibilidad fuera de lo común, llenando de luz incluso los pasajes más tristes y aterradores que os podáis imaginar. Dotando de belleza a lo horrible, obligándote a parar a respirar…

“Lo que mueve el mundo” es una novela triste y hermosa a partes iguales, esperanzadora a pesar de la pena,  obligada para aquellos que saben disfrutan del simple acto de leer y enredarse en las palabras, para los que saben dejarse llevar por las letras. En la novela de Uribe se habla del amor, de la ausencia, de ésas cosas grandes de la vida, pero de forma sencilla, íntima, como si te las contaran al oído.  Ojalá siempre hubiera alivios tan efectivos para las noches en vela…

lunes, 21 de diciembre de 2015

"No está solo", por Sandrone Dazieri.

Niños que desaparecen, investigadores atormentados y un ritmo endiablado. A primera vista, nada nuevo bajo el sol. Pero hay algo en la novela de Dazieri que ha hecho de ella el mejor thriller que ha caído este año en mis manos. Y es que el italiano coge todos ésos elementos tan propios del género y los estira hasta el paroxismo, regalándonos un par de protagonistas con una personalidad brutal que sostienen una trama enrevesada hasta la extenuación. Y lo hace, sin embargo, de forma que el lector no se siente forzado ni avasallado. Vaya, que no cansa.

Parece obligado que haya, en este tipo de historias, una pareja de investigadores en el que uno de ellos sufra incansablemente por algo que le ocurrió en el pasado. Rizando el rizo, aquí tenemos a dos protagonistas que están para que los aten. Por un lado Colomba Caselli, chica dura, policía curtida y mujer atormentada por lo que llaman El Desastre. Su compañero de fatigas será Dante Torre, tan genial como insufrible, claustrofóbico, maniático, obsesionado con el café y con El Padre, que le mantuvo secuestrado en un silo durante toda su niñez. ¿Alguien da más?

Pues sí, hay más. Porque la investigación que se llevan entre manos nos conduce de giro en giro, con una acción perfectamente dosificada. Los capítulos se beben a sorbos cortos, el licor es fuerte pero no empalaga y uno siempre acaba pidiendo otro. Lo malo ya lo sabéis, podéis acabar ligeramente mareados si se os va la mano. Hay que tomarse el tiempo necesario entre las tomas para digerir cada nuevo paso en la investigación y no acabar abrazado a la caja de aspirinas.

“No está solo” es una de ésas novelas de ritmo endiablado, febril, no especialmente novedosa en ningún aspecto pero que a pesar de ello, funciona como un mecanismo de relojería y acaba conquistando al lector gracias al desarrollo de dos protagonistas con personalidades muy marcadas y una química brutal que se palpa desde los primeros compases. Si os gusta el thriller, la tenéis que leer. Sin más.


jueves, 17 de diciembre de 2015

"Emma", por Jane Austen.

Confieso que nunca pensé publicar esta reseña. Me comprometí en su día a leer “Emma” a propuesta de Carmen, del blog Carmen y amigos, pero el tiempo, las páginas y las circunstancias se me echaron encima. Acabé la novela con sensaciones encontradas, sin saber todavía si me había gustado o no, y con el plazo terminado para contar mis impresiones. Pero resulta que Carmen ha tenido a bien concedernos una pequeña prórroga a las rezagadas y aquí estoy, poniendo en orden mis ideas…
Confieso que ha sido este mi primer encuentro con Jane Austen, e imagino que ha de ser imperdonable llegar a estas edades, con tantas páginas a las espaldas, sin haber tocado a la gran dama de la novela inglesa. Pero que es …

Confieso que me cuestan los clásicos más clásicos. Aún más si se encuadran dentro de géneros que ya de por sí se me hacen bola. Porque una cosa es Poe, y otra cosa es Jane Austen. Gatos negros bien, pero la Regencia la llevo regular.

Confieso que dudé de mi capacidad de terminar “Emma”. Sin entrar en el terreno de las circunstancias personales, “Emma” se me atragantó en algún momento de su desarrollo central y logró exasperarme. No lancé el libro por la ventana porque era una edición preciosa, ilustrada y deliciosa de ésas que hace Alba Editorial. Pero si llego a tener entre manos una edición de bolsillo, de ésas de andar por casa, habría arrancado sus páginas, cuan heroína victoriana, y habría gritado que me dejasen a mí casarme con el señor Knightley antes de sucumbir al vahído. Por suerte no lo hice, y al final casi sentí algo parecido al cariño por la insufrible señorita Woodhouse. Porque…

Confieso que Emma me ha parecido el colmo de lo insoportable. La chiquilla aún en su ser todas las cualidades que detesto en una persona. Quizá parte de la culpa es mía, porque esperaba encontrar, en mi encuentro primero con Jane Austen, algo más de drama y mucho menos de chascarrillo. Pero resulta que la inglesa tenía un estupendo sentido del humor, y esculpió un personaje con el que, estoy segura, se divirtió muchísimo. No tanto el lector, que termina superado por los tejemanejes y la soberbia de Emma. Muchas páginas han de pasar para que se siembre la semilla del afecto, y otras tantas para que uno entienda que Emma es lo que es, con sus circunstancias, y que quizá no le quedó más remedio que ser así.

Confieso que todo lo contrario me ha ocurrido con su padre, el tierno y gruñón señor Woodhouse, siempre al borde del colapso y la enfermedad mortal, víctima potencial de cualquier corriente mal soplada. Tendrá mucho que ver que me ha recordado mucho a una personita muy mayor y muy asustada con la que convivo cada día, y se me ha antojado todo ternura.
Confieso que he atisbado en “Emma”, a pesar de lo que me ha costado leerla, las bondades que esperaba hallar en la literatura de Jane Austen: su prodigiosa construcción de los personajes y la deliciosa ambientación de la vida inglesa durante la época victoriana. Y es que aquí, el lector tiene la fortuna de que Emma sea mujer de noble cuna, y a través de ella vislumbramos los quehaceres de las damas de la época: paseos bajo la sombrilla, visitas de cortesía, bordados y cenas de gala.


Confieso que he terminado alegrándome de haber leído “Emma”. Primero, por haber salido del área de confort para adentrarme a una historia que está en las antípodas de mis lecturas habituales. Y segundo porque me ha dado pie a querer continuar leyendo a Jane Austen, aunque con otro título. ¿Me recomendáis alguno? 

lunes, 14 de diciembre de 2015

"El final del Ave Fénix", por Marta Querol.

“Otra noche más. Tal vez fuera la última. Envuelta en la luz mortecina de aquella habitación la veía respirar desde mi cama, gemela a la suya, con esa dificultad propia de quien está llegando a su final, pero con la determinación de quien nunca se ha rendido.”

Con estas tres líneas comienza “El final del Ave Fénix”, de Marta Querol. Un prólogo que merece, por sí solo, la lectura de las más de 500 páginas que componen la novela. Un puñado de páginas iniciales absolutamente sobrecogedoras, tristísimas, bellas. Asistimos con Lucía, de su mano, a la agonía de Elena, su madre. Un instante universal, comprensible, imaginable y doloroso para cualquiera, narrado con una deliciosa delicadeza. Terminé ésas primera páginas con lágrimas en los ojos y realmente tocada, pero también movida por la curiosidad necesaria para afrontar el viaje al pasado, a la historia de Elena Lamarc, esa pobre niña rica que, como el Ave Fénix, se verá obligada a resurgir una y otra vez de sus cenizas.

Elena Lamarc nace en los años previos a la Guerra Civil, en el seno de una familia rica pero profundamente infeliz. Marcada por su condición de hija no deseada, Elena se empeña en abrirse camino en la vida por sus propios medios en un tiempo en el que las mujeres estaban llamadas a dedicarse a sus labores. Su camino se cruzará con el de Carlos Company, y entre ellos surgirá una relación complicada, difícil, apenas salpicada de romanticismo.

No es Elena Lamarc un personaje amable, con el que lector sienta la necesidad de empatizar, a pesar de sus miserias. Quizá porque ella misma se resiste a ser una víctima de su tiempo y sus circunstancias, y las mujeres fuertes, con demasiado carácter, no gustan en general. A mí sí me inspiró mil sentimientos, a pesar de su aparente frialdad y fortaleza. Sentí pena por ella, sentí rabia, a veces no la entendí. Pero la vida, a veces, nos forja un carácter que no es el más agradable, pero sí el único posible.

“El final del Ave Fénix” es una historia que, a pesar de dedicar gran parte de su narración a contarnos una historia de amor, apenas nos deja algún instante de romanticismo. La relación entre Carlos y Elena está demasiado marcada por su tiempo, por los negocios y la soberbia. A ratos, lo reconozco, eché de menos un pequeño bálsamo, algún instante en el que todo resultara menos áspero, menos duro.

Contado así, quizá no estoy incitando precisamente a su lectura. Pero no me entendáis mal. Todo lo contrario. Me ha encantado la forma de contarlo de Marta Querol, la fortaleza y la fuerza que se desprenden de las páginas de su novela. Pero es una novela para leer con el cuerpo confortado y buen ánimo, sin prisa ni prejuicios.