jueves, 9 de noviembre de 2017

Don de lenguas

Barcelona, 1952. Quedan pocas semanas para el Congreso Eucarístico, y la consigna oficial es dar una imagen impoluta de la ciudad, pues está en juego la legitimidad internacional del Régimen.
Ana Martí, novata cronista de sociedad de La Vanguardia, encontrará en el encargo de cubrir el asesinato de Mariona Sobrerroca, una conocida viuda de la burguesía, su oportunidad para escribir sobre temas serios. el caso ha sido encomendado al inspector Isidro Castro de la Brigada de Investigación Criminal, un hosco policía de doloroso pasado, que tendrá que aceptar de mala gana que Ana cubra la investigación.
Pero la joven periodista pronto descubrirá nuevas pistas que se apartan de la versión oficial de los hechos y recurre a la ayuda de su prima Beatriz Noguer, una eminente filóloga. Lo que en principio parecía una inofensiva consulta lingüística sobre unas misteriosas cartas encontradas entre los papeles de la difunta se convertirá en el inicio de una serie de revelaciones en las que están implicadas personas muy influentes de la sociedad barcelonesa.
En medio de un ambiente hostil poblado de funcionarios y políticos corruptos, porteras entrometidas, policías violentos, prostitutas y ladrones de buen corazón, la inteligencia y el arrojo de Ana y los conocimientos lingüísticos y literarios de Beatriz serán sus únicas armas para resolver el caso.

Hacía mucho que quería leer a Rosa Ribas, y coincidiendo con la publicación de su última novela, "La luna en las minas", me decidí a estrenarme con ella. Es difícil atinar a la primera a la hora de escoger un título de una autora tan prolífica, así que le dejé toda la tarea al azar. En la biblioteca estaba "Don de lenguas", me gustó mucho esa portada en blanco en negro (qué bonitas las ediciones de Siruela) y me la llevé a casa. De esto hace ya unos meses, y aún tenía pendiente hablaros de ella. Y es que me dejó con muchas sensaciones encontradas...

Ya os adelanto que la puesta en escena no era la mejor para conquistarme precisamente a mí. El apogeo del franquismo en España es una época gris, con la que me cuesta lidiar y de la que se ha escrito tanto y hemos leído tanto, que a veces uno no necesita saber más. Aún así, se agradece a Rosa Ribas, que escribe aquí a cuatro manos junto a Sabine Hofmann, que la cuestión política sea un mero escenario y que se centre más en el papel de la mujer. En este caso, en una Ana Martí que quiere hacer periodismo. Periodismo de verdad, nada de ésas crónicas rosas que escribe desganada porque al fin y al cabo, es lo único que se le permite escribir. Y por si fuera poco ser mujer, Ana debe cargar también con el apellido de una familia caída en desgracia tras la guerra, y el recuerdo de un hermano asesinado por el régimen.

"En los últimos años muchas palabras habían cambiado de significado. [...] También habían cambiado los nombres de las calles y las plazas, la forma habitual de los regímenes de tomar posesión de los lugares. [...] Unas palabras desaparecían, otras mutaban de significado, otras devenían omnipresentes, como España, destino, hombría, santo."

A través del personaje de su protagonista, nos regalan Ribas y Hofmann varios momentos entrañables, como el pasaje en que ofrece sus servicios como amanuense en las casetas cerca del mercado de la Boquería, leyendo y redactando cartas para aquellos que no sabían hacerlo; o la historia de Carmiña y Hernán, ella preparando un ajuar a base de pequeños robos y él en la cárcel por robar una máquina de coser. Ribas retrata desde otra perspectiva una época caracterizada por la represión y la censura.

Son los personajes lo que sostienen la trama de "Don de lenguas", y no al contrario. Quizá la que menos me ha llenado ha sido esa Ana Martí, una heroína un tanto forzada que yo no me acabé de creer. Mucho más me gustó su prima, Beatriz Noguer, la filóloga capaz de leer entre líneas y desentrañar misterios de entre las letras de una carta. Eché de menos algo más de protagonismo del inspector Castro, un tipo del ala dura que tiene una interesante progresión como personaje pero del que me habría gustado saber más para acabar de creérmelo. Todos ellos confluyen en una trama que se narra sin grandes aspavientos, a un ritmo pausado y sin demasiado giro ni revelaciones sorprendentes.

Como veis, me he topado en mi primer encuentro con Rosa Ribas con ciertos aspectos que me han gustado mucho y otros tantos que no. Y ante estos casos, mi decisión es siempre la misma. Volver a leer a la autora y ver qué prevalece. ¿Me recomendáis, ya que estáis aquí, alguna otra novela suya?


jueves, 2 de noviembre de 2017

"Nosotros en la noche", por Kent Haruf.

Louis Waters y Addie Moore llevan gran parte de su vida siendo vecinos en la apacible localidad de Holt, en Colorado. Ambos enviudaron hace años y acaban de franquear las puertas de la vejez, por lo que no han tenido más opción que acostumbrarse a estar solos, sobre todo en las horas más difíciles, después del anochecer. Pero Addie no está dispuesta a conformarse. De la forma más natural, decide hacer una inesperada visita a su vecino: «Me preguntaba si vendrías a pasar las noches conmigo. Y hablar...». Ante tan sorprendente propuesta, Louis no puede hacer otra cosa que acceder.

Al principio se sienten extraños, pero noche tras noche van conociéndose de nuevo: hablan de su juventud y sus matrimonios, de sus esperanzas pasadas y sus miedos presentes, de sus logros y errores. La intimidad entre ambos va creciendo y, a pesar de las habladurías de los vecinos y la incomprensión de sus propios hijos, vislumbran la posibilidad real de pasar juntos el resto de sus días.


Addie ha llegado a esa edad magnífica en la que le importa poco y menos lo que piensen los demás de ella. Addie lleva una vida tranquila, demasiado apacible quizá para una mujer que se encuentra bien y en cuyos planes a corto plazo no entra la opción de dejarse morir tejiendo bufandas en un sillón. Addie está harta de guardar la compostura y está harta de estar sola. Y así se lo dice a su vecino Louis, otro que tal baila, que tampoco está por la labor de irse al otro barrio a pesar de que ya nadie parece esperar nada de él. Addie y Louis son dos ancianos más, de ésos que a veces parecen invisibles en este mundo en que vivimos, que no se resignan a ser un simple elemento de atrezzo en la vida de sus hijos. Que aún tienen una vida, la suya, y la quieren vivir de la mejor forma posible. Por eso Louis acepta la propuesta de Addie, y allí se planta una noche, con su pijama y su cepillo de dientes, dispuesto a compartir una cerveza con su vecina antes de irse a la cama con ella.

La incomodidad inicial va dejando paso, poco a poco, a una intimidad deliciosa en la que Louis y Addie se sienten cada vez más ellos mismos, sin el hándicap de su edad o de su vida anterior. Asistimos, como invitamos de excepción, a unos diálogos colmados de humor y ternura, a una historia sencilla que te gana, precisamente, gracias a esa baza.

Reina en la narración de Haruf una serenidad palpable, una calma que no sé si sale del autor, que escribió "Nosotros en la noche" a sabiendas de que eran sus últimos días. Supongo que es difícil abstraerse de ese factor cuando, como lector, te acercas a la novela conociendo esa sentencia que pende sobre la cabeza del que escribe. Puede que yo sea muy sugestionable, pero era algo que sobrevolaba constantemente mi lectura, y que ante ciertas frases y antes ciertos instantes que viven Addie y Louis, me provocaba un pellizco en el estómago. Una tristeza que dudo que Haruf quisiera transmitir, pero que yo no podía ignorar.

Confieso que ha sido para mi una lectura bonita pero que me ha puesto un poquito triste. Me ha hecho añorar, me ha hecho sentir cierta inquietud, a ratos incluso culpabilidad, sobre todo ternura. Y eso es lo mejor de esto, cuando las letras nos alcanzan.