lunes, 30 de junio de 2014

"La leyenda del ladrón", por Juan Gómez Jurado.

“La leyenda del ladrón” es un viaje de vuelta a la niñez. A los libros que mi padre me traía, algunos rescatados de obras viejas, entre ruinas, abandonados por sus dueños. Otros de algún puesto ambulante, en ferias y mercadillos. Verne, Dumas, Salgari, Stevenson. Mi capitán de quince años y mis mosqueteros.
Casi he vuelto a oler, a sentir aquellas tardes eternas, tirada sobre la retalera, envuelta toda mi alma entre piratas y bandoleros. Sólo por eso ya tengo que agradecerle a Juan Gómez Jurado que escribiera “La leyenda del ladrón”. Porque más allá del estilo, de la trama, de los personajes, de cualquier aspecto objetivo de una novela que uno quiera abordar, lo que prevalece siempre son las sensaciones. Más si son tan gratas. Más si te llevan de vuelta a la niñez, al sol del sur y a la leche fría, cuando no había Google para buscar qué era un maravedí y los niños poníamos en práctica esa técnica tan fabulosa de adivinar significados por el contexto. O preguntándole a mamá. Viene a ser lo mismo.

Es también un homenaje a los clásicos. A los que he nombrado y seguro que a muchos más que nunca he leído. La prosa de Juan Gómez Jurado, tan sencilla y a la vez tan respetuosa con el lector, tiene el sabor de la picaresca del Lazarillo de Tormes; el espíritu de los Mosqueteros de Dumas y el alma aventurera de Verne.
Un constante juego de guiños literarios en el que también los dos autores más relevantes de la literatura universal se pasean con plena naturalidad, interviniendo aquí y allá, jugando a que realidad y ficción se den la mano y dejando a su paso una suerte de referencias que personalmente, he encontrado divertidas y bien hiladas.

“La leyenda del ladrón” es una muestra de que la buena literatura y el más puro entretenimiento pueden ir de la mano. Una prosa sencilla, nada farragosa, acorde con la historia que nos cuenta y que es, a un tiempo, elegante y cuidada. Todo ello dentro de una ambientación maravillosamente visual, en la que la ciudad Sevilla se convierte en un personaje más, dotado de vida, retratado en el fondo y en la forma de manera que adquiere personalidad, convirtiendo sus calles en tramposos matones o ansiados refugios.

Los personajes se dibujan con buena mano, dentro de los cánones de la novela de aventuras: malos y buenos, sin medios tonos. Quizá he echado de menos un mayor desarrollo de las relaciones que surgen entre ellos, especialmente la de Sancho y Clara, que parece resolverse en cuatro escenas y que podría haber tenido un mayor recorrido, especialmente si tenemos en cuenta la extensión de la novela y que hay ciertas partes que provocan sensación de estancamiento (sobre todo la segunda, con Sancho en galeras, y los últimos compases que tienen lugar previos al clímax final).

A pesar de ello, es una novela de la que sin duda disfrutaréis. Un fantástico relato de aventuras con mucha miga, casi con un poso de metaliteratura, que os regalará unas cuantas horas del más puro entretenimiento.

lunes, 23 de junio de 2014

"Bajo la misma estrella", por John Green.

"Creo que en este mundo tienes que elegir cómo cuentas las historias tristes, y nosotros elegimos la versión divertida"

Llorarás y reirás, promete la portada de “Bajo la misma estrella”, en palabras de Markus Zusak, autor de “La ladrona de libros”. Y lo cumple. Ay de ti si no lo hace, porque entonces, algo no anda bien ahí dentro. Es imposible no rendirse al encanto de la novela de John Green. Porque sí, es una novela juvenil, es una novela sobre el cáncer, es una novela de la que saldrá una película que nos saldrá hasta en la sopa. Es todo eso, pero es muchas cosas más y no es, en su esencia, tan banal o tan seria como uno pudiera prejuzgar.

No os dejéis influir por las etiquetas. Si habéis descartado esta novela porque viene con el sambenito de novela juvenil, dad marcha atrás y pensadlo otra vez. Olvidaos de la narración típica de algunos autores de este género, que creen estar escribiendo para adolescentes incapacitados gramaticalmente. Esto no es “Divergente” y Veronica Roth exhibiendo su uso exclusivo y abusivo de la primera persona del presente de indicativo. Hay una narración rítmica, evocadora y con sustancia. Hay buenos diálogos, repletos de humor, chispeantes. Es una novela que está fantásticamente escrita y es a la vez asequible para cualquier lector, con un importante componente de metaliteratura, agradable, cruda, adolescente, hermosa, triste.

Hazel, enferma de cáncer en estadio IV, momentáneamente paralizado por un milagroso medicamento, conoce a Augustus, ex enfermo de osteosarcoma. La enfermedad, con todo lo que conlleva, no ha hecho que dejen de ser lo que son: dos adolescentes sacudidos por unas circunstancias distintas, pero iguales al resto en el fondo. Ella es cabezota, contestona, dulce y obsesiva. Él es tremendamente locuaz e inquieto. Hazel vive pegada a un carrito con oxígeno sin el que no puede dar más de dos pasos. A Gus le falta una pierna. Cosas de la enfermedad. Pero ni una cosa ni la otra impiden que se enamoren, que fantaseen juntos, que se quieran ni que emprendan un viaje, cruzando medio mundo, en busca del autor de “Un dolor imperial”, el libro que obsesiona a Hazel y que ha releído mil veces.

No sólo ese libro y su autor, Peter Van Houten (ambos ficticios) conforman el aspecto metaliterario del libro. Viajaremos también a la casa de Anna Frank en Ámsterdam, donde recorreremos el museo y su historia, y asistiremos a una de ésas escenas tan bonitas que te entran ganas de lanzar el libro, ponerte en pie y aplaudir y dar saltitos por el salón.

John Green lo borda en la construcción de sus personajes, ése es el punto fuerte de su novela. Incluso aunque ocasionalmente caiga en algún maniqueísmo propio de novela adolescente, a Hazel y a Gus se les coge cariño, te los crees.  

¿Hay situaciones edulcoradas? Sí. Pero sin caer en el empalago. Es una novela sencilla, sin artificios, que se ve venir, predecible en su desarrollo, sin que eso le reste un ápice de emotividad. Es una novela para no tenerle miedo. Ni por ser un súper ventas, ni por el público al que parece dirigirse, ni por la temática que aborda. Quizá debáis darle una oportunidad si no lo habéis hecho. Igual os espera una grata sorpresa. 

lunes, 16 de junio de 2014

"La noche soñada", por Màxim Huerta

Hay ocasiones en que uno se encuentra, de repente, con que una novela se te pega a la piel. Como una lapa. Y se queda ahí. Pasan los días y persiste su esencia, su presencia. “La noche soñada” es una historia poblada de aromas, instantes, sabores que, como el azúcar glas con el que tía Visi espolvorea los dulces, forman una capa que se adhiere a ti, lector, por dentro. Es una novela para releer, para saborear, para pararse a respirar. Es una historia sobre el amor más puro y universal. Es una novela tan bonita, tan triste, sobre lugares tan comunes, que será asequible para cualquiera. Porque habla de cosas que todos entendemos, que hemos sentido. Porque se vale de un lenguaje universal. Aquí, o en cualquier lugar, todo el mundo sabe, entiende, reconoce lo que vale y significa el abrazo de una madre.

Con una prosa volcada en lo sentimental y un lenguaje cercano, sencillo pero con vocación poética, Máxim Huerta se mete de lleno en un universo femenino, poblado de mujeres que revolotean alrededor de Justo, el niño que hará de su nombre su cometido en la vida. El día que Ava Gadner, estrella ya venida a menos, visita la población de Calabella para inagurar el cine de verano, Justo decide que es el momento de cambiar el rumbo de su vida y la de su familia. Que ha de ser él, y nadie más, quien se haga cargo. Treinta años después, desde Roma, el niño ya hecho hombre recordará aquel día, dispuesto a soltar el peso que ha lastrado, desde entonces, su existencia.

No os voy a contar más, todos sabéis donde encontrar una sinopsis si estáis interesados en ella. Realmente la trama no importa tanto como las sensaciones. Hacía mucho tiempo que no encontraba tantas entre las tapas de un libro. Tanta nostalgia, tanta esperanza, tanta pena. El recuerdo constante de que esta vida es una enfermedad irreversible, que el tiempo pasa, pasa, pasa constantemente para todos. La esperanza de que aún puedes ser la mejor madre, o el mejor hijo, o la mejor hermana. La pena que te produce echar de menos tantas cosas.

Tampoco sabría decir si ha calado tanto en mi porque es  realmente una obra escrita para ello, o porque mi momento personal así lo ha decidido, o porque se adentra en aspectos de la vida que a uno le tocan de cerca. No me hagáis mucho caso. Quizá la leáis y no sintáis, ni veáis, nada de eso. Ya sabéis como es esto de leer, de interpretar, de sentir con una historia. Tantas lecturas como lectores.

martes, 10 de junio de 2014

"El canto del cuco", por Robert Galbraith.

“El canto del cuco” es una novela que agradece que el lector se acerque a ella bajo dos condiciones: no haber leído reseñas al respecto y no saber quién se esconde bajo el seudónimo de Robert Galbraith. Siento que bajo ese prisma, la novela se lee con otra luz, y se lee mejor.

Quizá era yo el único ser de este planeta que no sabía que Galbraith era realmente J. K. Rowling. De haberlo hecho, posiblemente, esta reseña tendría un enfoque distinto. Prejuicios. Pero resulta que empecé a leer sin tener ni idea de ello, y habiendo leído además varias reseñas que ponían la novela a caldo. Lenta, tibia, aburrida, floja…
Clásica. Elegantemente clásica. Así la definiría yo.

Alejada de los cánones de la novela negra actual, más proclive a los asesinos en serie que dejan tras de sí un rastro indeleble de vísceras y destrucción, aquí no hay más sangre que la de ese frágil Cuco roto sobre el asfalto. No hay sofisticadas torturas (excepto si eres ex fumadora, porque los protagonistas se pasan la novela dándole al cigarrito, lo que ayuda a crear atmósfera pero te destroza la firme convicción de no volver a dar una calada). No hay ADN que contrastar, sino huellas sobre la alfombra.

Carece también de giros constantes, y nos ofrece a cambio un ritmo pausado pero mantenido, sin altibajos, con un buen uso de los diálogos y una prosa fantástica que se desliza ocasionalmente, y de forma acertada, sobre un fondo de oscuro humor británico (si es que esa combinación es, en algún modo, posible).

El protagonista es un detective de antes de los de manual. Jodido, muy jodido, todo lo jodido que se puede estar física y emocionalmente. Abandonado por su prometida, sin tener donde caerse muerto, arrastrando una pierna ortopédica, una cama plegable y un hervidor de agua. Fumador empedernido, proclive a los excesos alcohólicos y con un pasado que le atormenta cuando le viene en gana. Cormoran Strike es el alma de la novela. Un personaje construido con todos los requerimientos básicos del género y que es, además, absolutamente encantador, inteligente, sagaz. En búsqueda constante de la pregunta adecuada para desentrañar el misterio.

Como no podía ser de otro modo, el detective siempre ha de tener una eficiente ayudante. Robin cumple a la perfección con su papel de Watson, equilibra las personalidades del dúo protagonista y aporta un punto de frescura y alivio a la atormentada personalidad de Strike. Entre ambos se crea una química más que palpable que daría para unas cuantas entregas más.

La ambientación es otro de los puntos fuertes de la novela. Las calles de Londres se convierten en algo más que puro elemento paisajístico, toman cuerpo y se funden, como un protagonista más, con la narración, evocando lugares y estados de ánimo bajo su niebla y su lluvia constante. Calles, puentes, edificios de ladrillo rojo, pubs londinenses y taxis negros… una perfecta atmósfera británica y un perfecto caldo de cultivo para la trama.

Así, despacito y con buena letra, la autora nos conduce hasta un final que a mí personalmente me ha resultado acertado, aunque aderezado con una serie de giros previos a su resolución algo innecesarios pero tampoco excesivos (sin llegar al nivel de mareo y desorientación de novelas como “La verdad sobre el caso Harry Quebert” o similares). Una historia para disfrutar sin prisa y, a ser posible, con un Earl Grey caliente entre las manos mientras llueve fuera. 

sábado, 7 de junio de 2014

"Otra vuelta de tuerca", por Henry James


La novela que nos ocupa hoy no necesita presentación. Un clásico de las historias de fantasmas y una de las obras más conocidas de Henry James, "Otra vuelta de tuerca" narra la llegada de una joven institutriz a una antigua mansión victoriana para cuidar a dos hermanos de adorable carácter. Pronto harán su aparición los espectros del antiguo criado y la anterior institutriz para martirizar a la noble muchacha y a sus protegidos.

Con todos los elementos propios de la novela gótica, "Otra vuelta de tuerca" supuso, por su desarrollo, un auténtico punto de inflexión en su género, ya que a pesar de que hay en ella susurros, apariciones, velas que se apagan y sombras en la noche, también encontraremos un nudo y desenlace más próximos al thriller psicológico. Es una novela exigente para con el lector, una lectura de ésas que, una vez terminadas, te obligan a volver atrás y retomar ciertos párrafos para poder dar a la historia nuestra propia interpretación.

Con una prosa cuidada y ligera, Henry James nos adentra en la novela a través de un prólogo impecable en el que nos zambulle de lleno en un ambiente propicio: una reunión de la alta sociedad en la que un narrador nos irá introduciendo en la que será la trama principal de la novela. Pequeñas migajas para ir abriendo el apetito antes de entrar en la narración, ya en primera persona, de la institutriz.
Los personajes se dibujan siempre bajo el prisma de la protagonista, y a través de sus acciones y diálogos, será el lector el que deba interpretar hasta qué punto está dispuesto a creer, o no, el relato de la joven.

Adaptada de todas las formas posibles, "Otra vuelta de tuerca" ha pasado en numerosas ocasiones por el filtro del cine y la televisión. Desde Eloy de la Iglesia hasta la BBC. Ha sido también obra teatral, ópera y fuente de inspiración para diversos escritores posteriores y cineastas, como el propio Amenábar, que puso mucho de la obra de Henry James en "Los otros".



En definitiva, una de las obras imprescindibles para los amantes del género que, para ser apreciada en su justa medida, ha de leerse teniendo en mente que fue escrita a finales del siglo XIX, con todo lo que ello supone. Y es que por aquel entonces, casi nadie sabía que era eso del cliffhanger...

lunes, 2 de junio de 2014

"El apeadero del muerto", por Pablo R. Nogueras

"El apeadero del muerto" fue un flechazo frívolo, puramente físico. La encontré sin buscarla, y ni siquiera le pregunté algo sobre ella antes de hacerla mía. No me importaba ni su sinopsis, ni su autor, ni su contenido. Esa estación de tren abandonada y ese título, tan sonoro, tan sugestivo, me resultaron tan llamativos que no me resistí al impulso del amor a primera vista. Nuestro romance fue breve, apenas dos tardes, pero intenso. Me obligó a abandonar las lecturas que llevaba entre manos en ese momento y a prestarle atención, única y exclusivamente, a ella. Y lo pasamos tan bien...

A medio camino entre el relato y la novela, "El apeadero del muerto" se inicia con la desaparición de una turista en un tranquilo pueblecito costero, San Lucas del Arenal. Unos días más tarde, durante el trayecto en tren con destino a Madrid en el que sólo viajan un puñado de personas, la esposa de Pedro Navarro se esfuma sin dejar rastro.
La sinopsis oficial, por cierto, cuenta muchísimo más. Por suerte, yo no la leí. Y vosotros tampoco deberíais hacerlo. Decid NO a las sinopsis destripadoras.

Con buena mano, el autor dosifica la información y el misterio a lo largo de las 260 páginas de la novela, haciendo uso de una escritura sencilla y sin alardes y un agradable manejo de los diálogos, que pese a su extensión, no resultan cargantes o poco realistas. Los capítulos son cortos y se cierran, casi siempre, con un giro o una situación de ésas que te obligan a leer un poco más. Sólo un poco más. Hasta que se te acaba.

El protagonista de la novela, Pedro, es un jubilado cascarrabias con alma de Don Quijote, tan adicto a las novelas de misterio y detectives que terminará viviendo su propia aventura. Aunque en su realidad, quizá, las cosas no resulten tan sencillas como en los libros que lee. ¿De verdad ha subido su esposa a ese tren? Si así ha sido, ¿cómo ha podido evaporarse en un tren en marcha? ¿No estará Pedro mezclando realidad y ficción, espoleado por los sucesos acaecidos ese verano en San Lucas del Arenal y su afición desmedida a las novelas baratas?

Entre esta mar de dudas, la trama se encamina hacia un final que dejará boquiabiertos incluso a los más avispados. Dudo que nadie sea capaz de interpretar las pistas, que las hay, que el autor va dejando a lo largo del relato para anticipar un desenlace como este y que he de decir que a mi, personalmente, me ha encantado, ya que dota al conjunto de un aire diferente sin dejar de ser coherente con lo que nos ha ido contando. Reconozco, eso sí, que habrá opiniones al respecto para todos los gustos.

Va, confesad, ¿no os pica la curiosidad? ;)