jueves, 19 de noviembre de 2015

"Erebos", por Ursula Poznanski.

Me hago mayor. La copita de vino relajada le ganó la partida al cubata de después y ahora, incluso me gustan los domingos, en lo que ya cambié la resaca por la manta. Hasta hace muy poco, disfrutaba con una enana colando un puñado de novelas juveniles entre mis lecturas anuales. Y ahora, en noviembre, me doy cuenta de que en todo este año no he leído ninguna. El mes temático me pareció la excusa perfecta para ponerme a ello, y dado que hace nada que había estrenado con Ursula Poznanski y me había gustado su estilo, decidí darle una oportunidad a una de sus novelas juveniles, “Erebos”, publicadas previamente a la saga de novela negra protagonizada por Beatrice Kaspary. Y me he sentido tan mayor…

En los institutos de Londres empieza a circular un juego informático llamado Erebos. Las reglas son estrictas: juegas siempre solo, tienes una sola oportunidad y no puedes hablar con nadie de ello. La adicción a Erebos se extiende como la pólvora y las pruebas que el juego exige empiezan a afectar a la vida real. Si estás dentro, malo. Si estás fuera, peor.

Me atrajo de “Erebos”, sobre todo, un planteamiento que me recordó a “La tienda” de Stephen King. Esa especie de efecto mariposa que se crea cuando alguien realiza un acto, a primera vista inocente, y sus consecuencias tienen lugar en otro espacio. También me recordó Erebos a aquellos tiempos de instituto en los que los juegos de rol, amigos, eran el mal. Corrían los noventa, éramos menos sofisticados pero teníamos nuestras propias fobias.

El problema es que todo lo que me condujo a la lectura de “Erebos” fue un error. La relevancia del juego en la vida real toma protagonismo demasiado tarde en la trama que teje Poznanski. Además, pasaron los noventa y yo me he hecho mayor. Igual se me pasó el arroz de la novela juvenil. O es que Suzanne Collins puso el listón muy alto dentro del género. Yo qué sé.

La cuestión es que no me he encontrado cómoda leyendo “Erebos”. Se me ha hecho larga y repetitiva, le ha faltado dinamismo y algo más de carácter a sus personajes. Y además, hay una historieta de amor más edulcorada que la Coca Cola que no me habría creído ni en los noventa, con todo el pavo encima y bajo el influyo de la música de los Backstreet Boys. Ni por ésas.

La cuestión es que te la recomendaría solo si tu edad te la permite, si nunca has llevado hombreras y aún bebes Fanta en los cumpleaños. No es de ésas novelas juveniles que valen para mayores. Hay demasiados elfos, demasiadas taquillas en poblados pasillos de instituto, demasiado genio informático, demasiado azúcar. Demasiado para mí, que hace tiempo que me pasé al café solo con sacarina.


martes, 10 de noviembre de 2015

"En la piscina vacía", por Félix Sabroso.

“En la piscina vacía” aborda, una vez más, el mito del escritor de éxito bloqueado, incapacitado para hilar las letras que, además de darle de comer, le exorcizan los demonios. La novela de Félix Sabroso nos ofrece una versión elaborada con una prosa compleja y muy reflexiva. Una apuesta arriesgada que no ha cuajado entre los lectores que participamos en su lectura. Y aquí estoy, intentado contaros, después de las decenas de reseñas no demasiado positivas que habréis leído, qué me ha parecido a mí. Y no sé por dónde empezar…

Es difícil reseñar cuando una novela te ha gustado mucho, del mismo modo que cuesta afrontar el cómo y de qué forma vas a decir que no te ha gustado nada. Pero también tiene su miga cuando no lo sabes. Y eso me ha pasado. Que no lo sé.

Reconozco que no me resultó demasiado molesta ésa prosa tan densa, tan poblada de micro reflexiones, pequeñas en tamaño y letras pero, casi constantemente, abultadas de significado. Lo que chirría, conforme uno va avanzando por la trama que nos plantea Félix Sabroso, es que ése estilo no casa con la historia que nos está contando. No puedes ahondar donde no hay profundidad para hacerlo. Así de sencillo, así de complicado.

La trama del escritor asediado por la culpa se desinfla por capítulos, el lector avispado ve venir el desenlace a distancia, y mientras la historia hace aguas, las formas siguen siendo las de una gran obra. Forma y contenido se desentienden el uno del otro, y el resultado es una novela extraña, curiosa más por cómo está escrita que por aquello que tiene que contar. Y a pesar de ello, contiene unas cuantas píldoras de ésas de señalar con pegatinas de colores que me han gustado mucho. Félix Sabroso habla con gusto y mucho tino de temas como la soledad, el sentimiento de culpa, las ansiedades que nos ponen patas arriba el día a día. Y ahí sí he disfrutado, de pleno, de lo que el autor quería contar.

“En la piscina vacía” es una novela para lectores curiosos, también para ésos que valoran la forma sobre el fondo o para aquellos que quieran romper con sus lecturas habituales. 

viernes, 6 de noviembre de 2015

"Estricnina", por Mercedes Sáenz.

“A los once años yo era un niño huérfano de madre. Mantenía intactas, sin embargo, la sonrisa y la inocencia. Pero leer aquella carta me convirtió en el hijo de una mujer asesinada y vengar su muerte, en un homicida.”

Así da comienzo “Estricnina”, asestando un puñetazo brutal al lector, contándole a las claras que aquel que te contará la historia, tu hilo conductor, tu narrador, es un asesino. Sus motivos también se exponen en las primeras páginas. Sin embargo, esa contundencia inicial da paso, muy pronto, a una historia mucho más sosegada y costumbrista, plagada de referencias a la niñez y la inocencia.

Ignacio es un tipo anodino, un hombre gris como su pasado, gris como su repentina transición a la madurez cuando descubre que el cura para el que ejercía de monaguillo fue el asesino de su madre. En un arrebato de ira, Ignacio acaba convirtiéndose en el verdugo del párroco. Años más tarde, el azar le lleva a reencontrarse con Adeline, la niña francesa que veraneaba en su barrio. Y al volver a ella, ha de retornar también a su pasado.

Contada en dos líneas temporales alternas, me ha parecido especialmente lograda la más antigua de ella, la que se ubica en la niñez del protagonista en Logroño. Quizá porque la ambientación resulta entrañable para una niña de pueblo como yo, que también jugaba en la calle Datrás y Dalante. Mercedes Sáenz logra dibujar con mucho acierto a esa ciudad pequeña, con aroma a pueblo, en el que las beatas conforman casi un movimiento social que hace y deshace, que todo lo conoce.

No me ha entusiasmado tanto la línea temporal ubicada en la actualidad, quizá porque toda ella se impregna del carácter deslavazado de Ignacio. Me ha parecido que la puesta en marcha de los engranajes que conducen al protagonista hacia su pasado resulta algo forzada, plagada de pequeñas casualidades y de algún comportamiento que no he terminado de entender.

El estilo de la autora me ha sorprendido gratamente, me ha parecido que su prosa era la de alguien con más oficio y no parece, en ningún caso, la propia de una primeriza en esto de las letras. Desprende además un aire de nostalgia que casa a la perfección con la historia que nos está contando. El único pero que le pondría es que he encontrado ciertas expresiones que me han resultado chocantes, quizá porque introducen una nota de humor que me sonaba discordante con el resto.

“Estricnina” me ha resultado una lectura grata, bien narrada y tejida, ambientada entre Logroño y Mérida, dos parajes que la literatura patria no frecuenta con asiduidad y que quizá, por eso mismo, me ha resultado tan agradable transitar. A pesar de algunos aspectos a pulir, me quedo con la sensación de que estamos ante una autora a la que hay que seguir la pista.