miércoles, 30 de abril de 2014

"Vuelven", por Jason Mott

¿Cómo te sentirías si alguien a perdiste volviera?
Ése es el punto de partida de "Vuelven", de Jason Mott, y el mejor resumen de su novela. "Vuelven" es eso. Una pregunta al aire, que cada uno habrá de responder. A algunos les parecerá una novela aburrida, reiterativa; a otros, decepcionante; a unos pocos les entusiasmará.

Sería un error acercarse a "Vuelven" esperando encontrar la típica historia de muertos que vuelven desde la tumba. Aquí no encontraréis a Rick Grimes con su sombrero y su escopeta luchando a brazo partido contra una horda de caminantes hambrientos. Es una novela casi carente de acción, de tono pausado. Los regresados recorren el camino inverso de vuelta a sus hogares, y lo hacen tal como se marcharon, con el mismo aspecto, con la misma personalidad. Si acaso algo más insomnes y voraces.
"Vuelven" es una novela intimista, reflexiva. Es un "¿qué harías tú?" constante. Y una respuesta más compleja de la que cabría esperar en un principio.

La vida de Harold y Lucille da un vuelco cuando su hijo Jacob vuelve a casa de la mano del agente del gobierno Martin Bellamy. Ellos, ahora ya convertidos en ancianos, se verán obligados a enfrentarse a la cuestión más difícil de sus vidas. ¿Quieren quedarse con él? A partir de aquí, asistimos a un viaje al interior del alma humana, las dudas, los miedos, ocasionalmente referidos al origen, al por qué de esa vuelta; pero enfocados, sobre todo, a la propia capacidad para volver a ser padres, para volver a querer a alguien que ya no debería estar aquí.

La narración de su historia se ve interrumpida, ocasionalmente, por pequeñas pinceladas, capítulos cortos, acerca de cómo están siendo las cosas para otros Regresados. No se profundiza en ellos, en sus caracteres ni sus circunstancias. Son simples esbozos que sirven para dibujar con trazo definido una sociedad convulsa, violada en sus leyes más elementales.

A lo largo de la novela asistiremos a todas las opciones ante la pregunta que el autor nos plantea. Los que acogen a sus Regresados con los brazos abiertos, los que reniegan de ellos, los que les reciben con miedo, horror, ira; los que lloran a los que no aparecen.

Encontraréis en "Vuelven" muchas más preguntas que respuestas, no hallaréis la compulsión de volver a coger el libro para ver qué pasa después. Pero sí hay una trama que crece despacio hasta llegar a un final que a mi, personalmente, me ha parecido muy acertado, pero que sé que ha disgustado a muchos lectores. Cuestión de perspectiva.

La novela ha dado también una serie, "Resurrection", estrenada recientemente en USA y que ya se promociona en España, y que ha sido recibida con críticas no demasiado entusiastas. Aquí la veremos en Telecinco, que la anuncia hace ya días aunque aún no tiene fecha de estreno.

Lo que no termino de entender es esta prisa por crear la adaptación, cuando hace escasamente año y medio  pudimos disfrutar de esa joyita francesa que se llama "Les Revenants", y en la que Jason Mott ha encontrado, como poco, "inspiración". Aquí, como en la novela (sólo que en este caso, la producción de Canal+ es anterior), los muertos vuelven años después, con el mismo aspecto que se marcharon (también con más hambre y menos sueño, tal como ocurre en "Vuelven"). Una de las atmósferas más lóbregas y sobrecogedoras que me he encontrado en una serie, con un reparto coral absolutamente fabuloso y ocho capítulos imprescindibles. 


Nunca he sido amiga de puntuar libros. Ni siquiera bajo mi sesgado modo de ver la cosas. Cada libro tiene tantas lecturas como lectores. Pero en el caso de "Vuelven" es que ni siquiera sería capaz de hacerlo. He disfrutado con ella a ratos, en general me ha gustado el tono y me ha gustado mucho ése final. Pero es que a mi me gustó el final de Lost. No os digo más.






domingo, 27 de abril de 2014

"El juego de la oca", por Fran J. Marber

"Me llamo Álvaro Moret, y hace muy poco que dejé de ser inspector de policía. (...) Hoy he comenzado a escribir mi historia desde una habitación llamado tristeza. "


Hay ocasiones en las que, mientras lees un libro, te acompaña una sensación permanente acerca de él que no puedes sacudirte de encima y que en la mayoría de los casos, ni siquiera sabrías decir a qué se debe. Simplemente está ahí, y permanece a lo largo de las páginas.
Durante mi inmersión en "El juego de la oca", de Fran J. Marber, me ocurrió. Me asaltaba casi constantemente la impresión de que estaba leyendo una novela con un enorme esfuerzo tras de sí.

"El juego de la oca" es un thriller, una novela negra, con su policía y su asesino, pero con una serie de curiosos elementos históricos y de ambientación que dotan a la historia de un halo de realidad. La acción se sitúa en la parte del Camino de Santiago que va desde Roscenvalles hasta Finisterre, la llamada "ruta francesa", y algunos de los crímenes que se citan y que forman parte de la acción de la novela ocurrieron realmente.
Así, entremezclando realidad y ficción, Fran J. Marber teje una compleja trama, en forma de flashback, a través de la cual el inspector Álvaro Moret desgrana, en primera persona, su historia.

Una piedra manchada de sangre hallada en el Puente la Reina, en Jaca, da el pistoletazo de salida a una serie de crímenes que habrán de culminar, si nadie lo impide, en la mismísima catedral de Santiago de Compostela. El autor nos lleva de un lugar a otro, Navarra, País Vasco, Castilla León, Galicia... Lugares, parajes dentro de la ruta que seguro que más de uno habéis visitado, pero que después de leer esta novela, veréis con otros ojos. Gracias a una intensa labor de documentación, Fran J. Marber nos muestra la simbología pagana de cada rincón, anécdotas, curiosidades, ilustrándonos ocasionalmente incluso con fotografías, convirtiendo cada lugar visitado en una casilla del juego: los puentes, los dados, la posada, el pozo...

Los personajes que iremos encontrando a lo largo de la trama tratarán de guiar a Álvaro durante el juego. Unos personajes de los que podría escribir largo y tendido, pero sobre los que no puedo extenderme porque tendría que terminar revelando aspectos de ellos que quizá no deberíais saber. Algunos me han resultado entrañables, otros curiosos y alguno, poco creíble debido a una serie de actitudes quizá demasiado típicas que a mi modo de entender, no terminaban de encajar.

Imagino que entendéis ahora a qué me refería con eso de que es una novela a la que se le nota el trabajo que hay detrás. Documentación, trama, creación de ambientes y personajes. Siempre se agradece encontrar algo así, con alma.

Quizá lo que menos me ha gustado, el "pero", se deba también a eso mismo. La prosa del autor es sencilla, fluida, agradable de leer cuando está narrando hechos e incluso mejor cuando describe lugares, como la Catedral de Santiago, en un discurso minucioso y plagado de detalles que hace que te entren ganas de visitarla libro en mano, como si de una guía se tratara. Pero quizá el apartado de los diálogos sí que ha conseguido, ocasionalmente, sacarme de la historia. A mi, que tiendo a visualizar totalmente cuando leo, me cuesta imaginarme a alguien que habla como si estuviese, efectivamente, dentro de una novela. Y en ocasiones he tenido esa sensación, especialmente cuando Álvaro le cuenta a la vieja Margot la historia del beso de Blancanieves (que estoy segura que os encantará, por otra parte).

Asesinatos, numerología, ancianas que parecen saberlo todo, ocas, un poquito de realidad, un mucho de ficción. ¿Os animáis a jugar? :)

miércoles, 23 de abril de 2014

"La luz de Candela", por Mónica Carrillo.

"La vida es eso
El paso, el peso que pisa
La vida es el poso y mucho más
Todo lo que se puso
#microcuento"

Empecé a leer "La luz de Candela" con ciertas reservas. Siempre lo hago cuando el libro que tengo entre manos lo firma un rostro conocido, o cuando viene precedido de una intensa campaña de publicidad. Por regla general, lo primero causa siempre lo segundo.

Mónica Carrillo, a Dios gracias, no es Belén Esteban ni la Quintana. Mónica tiene un aura dulce, que inspira amabilidad a pesar de dedicarse a los informativos (el programa más terrible de la televisión a día de hoy).
Los que seguimos además su cuenta de Twitter, conocemos su buena mano con esos #microcuentos que de vez en cuando deja caer. Historias cortísimas, en 140 caracteres, plagadas de juegos de palabras, sensaciones e inspiración.
Adoro los #microcuentos de Mónica. Por eso tenía que leer su novela.

¿Y que me he encontrado? Pues sensaciones contrapuestas. Me ha gustado a ratos. Me ha cansado a ratos. A veces me ha emocionado. Pero sólo a veces. Probablemente pocas para un libro que nace con vocación de hacer, precisamente, eso. Emocionar.

"La luz de Candela" está narrada en su mayor parte por la propia protagonista, que se dirige directamente a Manuel, ése Manuel que le ha trastocado la vida y se la ha puesto patas arriba, el hombre del que se ha enamorado perdidamente y que no puede, o no sabe quererla de la misma forma. La novela es la historia de una desilusión, de cómo a veces nos empeñamos en algo que sabemos de antemano que está condenado al fracaso.

Hay ciertos pasajes realmente evocadores, hermosos en la forma y en el contenido. Aparecen sobre todo al principio de la novela. El fragmento en el que su amiga Berta retrata a Candela (en uno de los pocos capítulos narrados por otros personajes) es realmente emotivo, bonito, bien armado. Como un #microcuento larguito. Pero poco a poco, la historia se va diluyendo, como si la autora se hubiera ido cansando de ella o como si se tratase de una de aquellas redacciones del instituto, en las que había que llegar a un mínimo de palabras y nunca sabías qué más contar. Falta un argumento más consistente que dé cuerpo a las más de 300 páginas que lo componen. Así, terminas con la sensación de que lo mismo, contando en mucho menos espacio, habría resultado más intenso.

Se esconden también en la novela multitud de referencias al cine, la música y la literatura, con capítulos dedicados casi íntegramente a ellos, escritos con versos de canciones o frases míticas de películas que todos conoceréis. Y vuelve a ocurrir lo mismo. Quizá en un exceso de vocación poética, la prosa de Mónica termina visitando lugares comunes y frases ya muy trilladas a las que les falta alma y personalidad.

Encontraremos también, de forma ocasional, capítulos totalmente dialogados que pretenden ser ágiles, divertidos y cercanos, pero que solo lo consiguen a veces, cayendo (otra vez) en tópicos típicos del género "conversaciones entre amigas treintañeras". O eso, o yo soy el bicho raro que no suele conversar con sus amigas acerca de las vidas y milagros del famoseo. Que también podría ser. ;)

sábado, 19 de abril de 2014

"Consummatum Est", por César Pérez Gellida

"La muerte alberga tanta belleza que asusta a las mentes estrechas. No a mí"

Consummatum Est. Se acabó. Todo está cumplido.
La trilogía protagonizada por el inspector Ramiro Sancho y el sociópata, asesino y encantador Augusto Ledesma llega a su fin, y lo hace dejándonos con ese vacío que se te queda dentro cuando uno acaba un libro que ha leído despacio a conciencia, para saborearlo, para exprimirlo, para que no se terminara. Consummatum Est se lee con avidez, queriendo correr y echar el freno a un tiempo. A ratos se lee con una sonrisa franca, como la que se le imagina al pelirrojo; a ratos se lee hasta con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta que te coge desprevenido y desarmado.

En la primera mitad del libro, César Pérez Gellida nos toma del brazo y nos invita a un viaje por Europa siguiendo la estela de cadáveres que un Augusto totalmente descontrolado o, quizá, más bajo control que nunca, va dejando a su paso. Desde la gélida Islandia hasta la vuelta en Valladolid, pasando por Alemania, Polonia o Irlanda; nuestros (porque son un poco nuestros ya) personajes se despliegan y toman posiciones. Los viejos conocidos del inspector, Gracia Galo y Erika Lopategui, junto con el comisario Ólafur Olafsson, cierran filas en torno a Sancho y se conjuran para dar caza al asesino. Todos ellos conforman uno de los pilares de esta historia, una de las bases más sólidas en las que se sustenta. Caracteres definidos, coherentes, fuertes, que dejan su impronta en los diálogos, más sólidos aquí incluso que en las dos novelas anteriores. Mención especial a la incorporación del comisario Olafsson, con el que Sancho terminará entablando una entrañable relación, y que se merece un spin off para él solito (y su jauría).

La segunda mitad es, simple y llanamente, un regalo para los que hemos leído con gusto la trilogía. El clímax final, el más esperado, no se produce entre ruido de petardos ni fuegos artificiales. No hay giros imposibles, no hay sorpresa final, no hay agotadoras escenas de acción. Nada de eso. Aquí, la prosa del autor se vuelve más contundente, casi violenta; la atmósfera, más asfixiante. Sancho y Augusto. Augusto y Sancho. Cada cual frente a su némesis, su adversario perfecto, cada uno con sus armas sobre la mesa. La narración se hace tan intensa que incluso se hace necesaria la introducción, con mucho acierto hay que decir, de un elemento que alivie la carga psicológica del momento. Aquí, en estas páginas, están encerradas las mejores líneas de estos "Versos, canciones y trocitos de carne". A todos los niveles.

Consummatum Est recoge la esencia de los dos libros anteriores y la eleva. Ciudades, literatura, poesía, música. Emociones.
Enrique Bunbury, Rammstein, Love of Lesbian, Vetusta Morla, Placebo o Nacho Vegas ponen música a los versos y la carne que "Consummatum Est" va dejando en sus páginas. Siempre con tino, acompañando estados de ánimo y momentos cruciales. Si, como en mi caso, esas canciones están ya en tu cabeza y te han acompañado durante años, la novela se convierte en una experiencia absolutamente sensorial, invasiva. Mención especial a ésa "Song to say goodbye", que me sorprendí leyendo con lágrimas en los ojos, y con una extraña sensación de empatía hacia Augusto, un personaje detestable que, sin embargo, termina apuñalándote en el estómago, donde nacen las emociones más viscerales, las que no te esperas.

Al final, el oficio de escribir (bien) va de eso. De asestar un golpe que haga que un personaje, o un instante, o un fragmento, o un estilo, se grabe en la retina del que lee. Memento Mori y Dies Irae hicieron camino para que Consummatum Est sea eso, una novela que consigue meter a sus personajes en ese grupo de inolvidables, fetiches del universo lector.

lunes, 14 de abril de 2014

"Nina", por Emilio Casado.

"Nina recuerda perfectamente el aspecto endemoniado de su visitante, su voz, sus movimientos y hasta su olor, ligeramente lejano y dulzón, como de almizcle. El leve brillo que la luz de la luna, colándose a hurtadillas por entre los cristales, pinta en la extrañamente suave y azulada piel del abominable ser, haciéndole parecer todavía más irreal. El que cada vez viene a torturarla con una historia diferente, a cual más extraña y retorcida..."

Sólo había leído unas cuantas páginas de "Nina" y ya sabía que me gustaría. Los que sois lectores habituales imagino que conocéis esa sensación. Cuatro o cinco páginas y ya sientes que ha surgido la chispa. No me pasa demasiado, pero me ocurrió con esta novela de Emilio Casado.

Mucha culpa la tiene el autor y su prosa limpia y amable, cuidada pero sencilla. La escritura no coge protagonismo sobre la historia sino que la desgrana, metiéndote dentro de ella. Emilio Casado dibuja con las palabras, haciendo gala de una habilidad especial para la creación de ambientes, recreando imágenes, olores, espacios, incluso sonidos; haciéndote ver, oler, estar, sentir la angustia del encierro, la presencia del monstruo. "Nina" es una novela de  inmersión. Claustrofóbica, sofocante y adictiva.

"De repente se siente exhausta, harta, hastiada por la incertidumbre que maneja su percepción, que equivoca sus opiniones y que las confunde continuamente. De nuevo nota el vértigo sumado a algo parecido al mareo que podría sentir si se asomase a un inmenso vacío"

Porque cada día, cuando amanece, Nina no recuerda nada. Ni quién es, ni de dónde viene, ni por qué está donde está. Solo recuerda a ese monstruo horrible que al pie de su cama, le cuenta historias que la trastornan. Y tú, como lector, estás dentro de la piel y la cabeza de Nina. Sufriendo su desconcierto, su miedo, cavilando junto a ella acerca de las intenciones de unos y otros; asistiendo inmóvil a las pesadillas que el monstruo narra para ella. Ni siquiera importa que hacia la mitad del libro puedas encajar algunas piezas. Si lo haces, el interés por la lectura no varía ni decae, y eso dice mucho en favor de una historia.

El resto de personajes del libro serán para nosotros, como para la propia Nina, una incógnita. Emilio Casado no nos dice a quién creer ni qué pensar de cada uno de ellos. Nos deja, como a su protagonista, la decisión de en quién confiar, de reconstruir el día anterior, y el anterior, y el anterior para poder al fin comprender.
A mi, como lectora, todos me han conquistado un poco. Pero ha sido ese monstruo alado el que ha conseguido colarse en mi duro corazoncito lector, ganándose un hueco en su categoría. Su evolución, de la que no contaré más, me parece deliciosa.

Con todos estos elementos, no es de extrañar que "Nina" lleve meses entre los más vendidos en Amazon. Lo triste, lo sonrojante, es que apenas sea posible encontrarla fuera de esas cuatro paredes virtuales, a pesar de que existe también en papel. No la encontraréis formando pilas imposibles en El Corte Inglés ni anunciada en carteles gigantescos.
Conforme avanzas en la lectura, surgen aún más incógnitas que las que se refieren al pasado, al presente, al futuro de Nina. Surge la duda de por qué es tan complicado hoy que una buena novela llegue a todas partes cuando se venden libros malos por toneladas. Uno se pregunta qué pasa por la mente de un autor como Emilio Casado cuando tiene que vender su creación por menos de un euro, y trabajarse la suela aquí y allá para darse a conocer mientras rostros conocidos de la tele llenan portadas y se venden a porrillo a pesar de los precios escandalosos. Yo es que este mundo, cada vez lo entiendo menos...





domingo, 6 de abril de 2014

"El tango de la guardia vieja", por Pérez Reverte

"Tal vez fuese amor aquel desgarro intolerable, el vacío ante la inminencia de la partida, la tristeza desoladora que casi desplazaba al instinto de ponerse a salvo y sobrevivir"

Sinopsis + Autor


Descubrí a Pérez Reverte hará cosa de quince años, en mi época universitaria, cuando tuve la fortuna de asistir en su tierra a un congreso sobre su obra narrativa y periodística. Hasta entonces, había leído un par de novelas suyas y conocía su faceta como reportero, pero nada más. Fue durante aquellos días cuando surgió mi curiosa relación literaria con el autor.

Siempre es un privilegio para el que disfruta leyendo poder escuchar al escritor, en vivo, hablar de su creación. Y Pérez Reverte, cuando lo hace, destila pasión por su oficio y su obra. No es cuestión de si estás o no de acuerdo con él (su faceta como opinador es la que me provoca siempre más sentimientos encontrados). Es cuestión de que es un tipo que cree en lo que dice, que habla de sus personajes como seres reales, de carne y hueso. Y más allá de eso, de lo que él sienta o crea, está su capacidad para transmitir esa pasión.
Desde entonces, he leído casi todo lo que ha escrito Don Arturo, con más o menos agrado. Nunca fui muy de las novelas de Alatriste, pero sí me encantaron títulos como "La carta esférica", "La piel de tambor" o "Cachito", ese cuento que releo con nostalgia cada cierto tiempo.

En "El tango de la guardia vieja" hay un reencuentro sentimental con el autor. Y es que en sus últimas novelas no encontraba yo lo que me había gustado tanto de las primeras, esa pasión evocadora, palpable en las letras, sus personajes tan ciertos y tan humanos.
Este tango es, como todos, una historia de amor sucia y arrabalera, surgida a bordo de un transatlántico de lujo entre música y humo de cigarro, dividida en tres actos. Y es también la mejor novela de Reverte en los últimos años.

Buenos Aires, Niza y Sorrento son los acompañantes, más allá de meros escenarios, del devenir de Max Costa y Mecha Izunza. Él, héroe de segunda, bailarín a bordo que seduce mujeres para robarles algo más que el alma. Ella, esposa del compositor Armando de Troeye e incapaz de vivir a la sombra de éste, en continua búsqueda ansiosa de vivir. Incapaces de renunciar a lo que son en esencia, Max y Mecha habrán de luchar, a lo largo de las años, para mantener su esencia y seguir por el camino que ambos han elegido, al margen del otro, sin dejarse doblegar por una pasión que les sacude los cimientos.

Escrita con una prosa densa, que a ratos toma tanto protagonismo como lo que cuenta, no es una novela que vaya a gustar a todos los que se acerquen a ella. No hay un ancla de enganche ni hay una necesidad de seguir leyendo para averiguar. Las páginas pasan por el placer de hacerlo, por el gusto de recorrer las vidas de los protagonistas. No es un thriller, no es un drama, no es ni mucho menos una novela romántica tal como nos han hecho entenderla hoy. Es una historia de amor mucho más compleja, más sucia, más cierta, más intensa.

En "El tango de la guardia vieja", Pérez Reverte hace todo aquello que por lo general se le da bien: trabajo de documentación, creación de ambientes y personajes, historias de amor abocadas a la desgracia y, de cuando en cuando, un par de guantazos a mano abierta a su España "querida", país de beatos y mezquinos. Y además, se adentra en terrenos que antes si acaso había tocado de pasada: el sexo y la vejez. El primero narrado de forma envidiable, seca, cruel pero elegante en las formas; nada que ver con el pseudo porno mal escrito que últimamente triunfa por ahí; la segunda como un monstruo que nos va menguando, marcando la piel y amenazando con la llegada de un día en el que serás incapaz de llevar a cabo lo que antes era casi rutina.

Con todo esto, lo que no me entra en la cabeza es por qué Alfaguara, una editorial con tantísimos años a las espaldas, publica este libro con ésa cubierta.Una portada que no puede estar más lejos de la pasión brutal que contiene dentro. Nada que ver con los coloristas años 20, ni con la luminosa ciudad de Sorrento, ni con esa arrebatadora Mecha Izunza. No sé si el que la diseñó leyó el libro o solamente se lo contaron. Imagino que lo segundo, porque la señora retratada, si es que pretende ser la protagonista, se parece a ella como un huevo a una castaña. Ni rastro de esa mujer sensual, dulce, vestido de flecos, guantes largos, envuelta en humo. Una portada gris y deslustrada, poco atractiva y desligada completamente del tono de la historia. No hay más que echar un ojo a las ediciones extranjeras, que tampoco es que sean una joyita estética, para darse cuenta de que parecen contar cosas distintas. Llamadme superficial, pero el objetivo de una portada está ahí, tiene que resultar atractiva y si es posible, que igual es rizar el rizo, tener algo que ver con las letras que hay dentro.



No tengo por costumbre recomendar libros a nadie. Un libro tiene tantas lecturas distintas como personas se acerquen a él. Incluso depende del tiempo, del momento. Nunca habría disfrutado este tango de haber caído en mis manos hace diez años. Como dice Pérez Reverte, igual me faltaban canas para afrontarlo. "El tango de la guardia vieja" es para lectores con callo, para apasionados de historias de amor faltas de amor, para los que sueñan con trasatlánticos y años veinte, y para los que ya peinan alguna canita pero les gusta cómo les queda. Es un libro para disfrutar leyendo, sin más.